EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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YO, EN MI IMAGEN INTRINCADA

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Mensaje por HORIZONTES Vie Feb 24, 2023 12:02 am

YO, EN MI IMAGEN INTRINCADA

I

Yo, en mi imagen intrincada, a caballo en dos planos,
forjado del mineral humano, bardo de bronce
que modela su espectro en el metal,
ando por las escarnas de este mundo gemelo
mi fantasmal mitad en su armadura
se aferra a mi marcha de esposado
por los corredores de la muerte.

Partiendo de la maldición en el bulbo la primavera desenreda
la cólica estación, brillante como sus ruedas hilanderas,
labrada sobre un mundo de pétalos;
ella trama la savia y las agujas, la burbuja y la sangre
se arroja a las raíces de los pinos y como una montaña surge el hombre
de la entraña desnuda.

Partiendo desde la maldición en el fantasma y las nacientes maravillas
imagen entre imágenes, mi espectro de metal
se abre camino a través de la campánula,
mi hombre de hojas y la raíz de bronce, mortal, inmortal,
yo, en mi fusión de movimientos viriles y rosados
creo este milagro gemelo.

Este es el destino del hombre; el natural peligro,
una alta torre con figura humana, sin maestro, con un cerco de huesos,
ninguna muerte más natural;
así el hombre sin sombra, o el buey, y el demonio pintado
en la captura del silencio cometen el mortal sinsentido:
el paralelo natural.

Mis imágenes acechan los árboles y el túnel inclinado de la savia,
no hay marcha más riesgosa, las huellas verdes y la flecha
se trepan sobre el ruido de los pasos.

Yo con el insecto de madera en el árbol de ortigas,
en la cama de vidrio de las uvas con la flor y el caracol
oigo el caer de la intemperie.
Intrincada humanidad para el fin, los rivales inválidos
viajando en el sentido del tiempo fuera del refugio hecho símbolo
hallan las aguas últimas,
recibiendo su doble despedida en la terraza de los tísicos,
navegan por la superficie, la aventura de partir,
hasta el arribo a toda vela.

II

Trepan a la cima del campo,
doce vientos se encuentran junto a la blanca multitud que pace,
encierran las erguidas praderas en el corral de la colina;
ven tropezar a la ardilla,
el caracol, como una liebre marcha aturdido en torno de la flor,
un alboroto de árboles y climas en la espiral de viento.

Cuando se sumergen, el polvo se aposenta,
las piedras cadavéricas caen densas y fuertes,
la ruta de las aguas donde el oso polar y la caballa
convierten al mar largo en una arteria,
muestran al enemigo un rostro de petróleo ciego,
los muertos sin jinete junto al muro del dique.

(Instrumentos de muerte
que hieren el ojo largo abierto y el barreno,
vuestro tirabuzón va al centro del pezón y el ombligo,
hacia el cuello de las narices,
bajo la máscara y el éter, se vuelven sangrientos, los bisturíes,
los funerales antisépticos.

Haced salir a la patrulla negra
a los monstruosos oficiales, y a vuestro ejército decrépito,
el centinela sepulturero guarnecido bajo los cardos,
gallo de estercolero
anuncia a Lázaro que la mañana es vanidad.

Que el polvo sea vuestro salvador bajo el suelo conjurado).
Mientras ellos se ahogan, se echan a vuelo las campanas,
dulcemente, la campana del buzo en la torre del rocío marino
tañe la escala del Mar Muerto;
y presos en el agua hasta que el tritón se agite,
ensartado por el hilo de una maleza de ballenas, desde la balsa del verdugo,
oyen a los que rompen los cristales de sal y las lenguas del entierro.

(Posa el brazo de mar
sobre el disco grabado de la tierra que gira,
para que la púa de relámpago deslumbre esta cara de voces
sobre el plato inundado de luna,
deja al disco de cera balbucear
vergüenzas y deshonras húmedas, tal es arañar de la reliquia.
Estos son los registros de tus años. El mundo circular se inmoviliza).

III

Ellos sufren las aguas que no han muerto donde tasca la tortuga,
llegan hasta las torres clavadas en el mar, trepándose a la fibra
la pendiente del cráneo
y el dedal tapizado de células,
sufrid, mis humillados, que un ángel doble
surge de las cárceles pétreas como árbol sobre Aran.

Sé traspasado por tu propio espectro, sus ganchos puntiagudos
por el bronce y la imagen sin cuerpo en una vara de locura
enganchado a las estrellas en el ángulo de Jacob
colina de humo y valle de drogados,
y el Hamlet de los fondos sobre el coral paterno
que empuja la visión enana de la pila de hierro.

Sufrid el tajo de la visión junto al rastrojo verde como aleta;
sed partidos por los barcos marinos anclados en el cordón del hombre
por el viaje hacia el fondo de los huesos triturados
en el naufragio de los músculos;
cesad, amantes, de enlazaros, y la lucha por el mar de cera,
el amor es como bruma o fuego entre el lecho de las anguilas.

Y en las tenazas del hirviente círculo
la mar y el instrumento mellado en los candados de los tiempos
el hierro solitario de mi sangre preciosa
en la ciudad que se derrama,
yo en un viento de fuego desde la verde cuna de Adán,
ningún hombre tan mágico, ahuyenté al cocodrilo con sus guerras.

El hombre era la escama, los esmaltados pájaros mortíferos,
cola, Nilo y hocico, domador de los juncos,
el tiempo en las casas sin horas
sacudía el cráneo incubado por el mar,
Y vacío lloraba por sus blancos vendajes
por los óleos y ungüentos en el cáliz fugitivo.

El hombre era la máscara del Cadáver, el manto que vestía,
la corrompida profundidad fue la maestra jactanciosa del hombre,
mi fantasma en su neptuno de metal
forjado del mineral humano.

Este fue el dios del comienzo en los remolinos intrincados del mar
y mis imágenes se elevaron y rugieron sobre la colina del cielo


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