ESTRELLAS EN LAS OREJAS
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ESTRELLAS EN LAS OREJAS
Se contaban ya ocho años desde su divorcio. Había intentado de todo para olvidarla. Pero sus esfuerzos parecían acrecentar y avivar los recuerdos, incluso los de más tiempo atrás. Recordaba detalles como el color del vestido que traía puesto cuando la conoció, los aretes con forma de estrella que no se quitaba nunca, sus manos pequeñas que él frotaba para proteger de ese frio invierno del 97.
Tuvo relaciones con chicas nuevas. Caras frescas, manías desconocidas. Para él todas ellas eran misterios sin resolver. Solía pensar que una de las razones de haberse casado (aparte de amarla perdidamente), era no tener mas citas. Odiaba todo ese rito de hacerse el interesante e intentar deshojar la personalidad intrincada de cualquier otra mujer.
Cualquier otra mujer que no fuera ella, si…ella.
Se encontraba ya tan agotado, tan devastado, que no le pareció en nada descabellada la idea que le propuso su primo. Su primo estudiaba el último año de psiquiatría, e intentaba realizar su tesis sobre las terapias a base de hipnosis y regresión del tiempo. Usando a su vez, drogas suaves que ayudaran en el trabajo de persuación.
Estaba decidido a intentarlo, de todas maneras no podría estar peor.
- Esto va a ser un poco violento - le advirtió su primo - pero te aseguro que es absolutamente necesario – ¿Que tan violento? – preguntó con algo de reserva, mientras se acomodaba en el sillón reclinable y le eran colocados electrodos por todo el cuerpo, que con largos cables de colores daban a un monitor, a una mesa con planos para escalas, y a una aguja lista para dispararse sobre el papel.
– Pues mira – le respondió su primo con una sonrisa sombría en los labios – Te voy a arrollar con un tren. Luego retrocederé y te pasaré de nuevo por encima para asegurarme de no haber fallado – él también sonrió.
El Plan era simple. Todo el procedimiento se haría en una sola sesión intensiva de doce horas. Empezaría por retroceder en el tiempo al momento en que la conoció, y a partir de ahí se introducirían ciertos cambios para modificar sus memorias hasta el día de hoy. Ni su primo ni su madre volverían a mencionársela, y dado que eran su única familia, y los unicos en su vida actual que la habían conocido, todo se acomodaba a su favor.
Olvidarla de un tajo, de una buena vez. No sonaba nada mal.
– Cuando despiertes, no recordaras nada que tenga que ver con ella – fueron las ultimas palabras que escuchó antes de perderse en el punto de sangre que dejó la jeringa al salir de su brazo. Cuando despertó eran las diez de la mañana, se encontraba recostado en el sillón reclinable del estudio en casa de su tía. No recordaba haber llegado la noche anterior. Cuando se topó con su primo en el corredor, hacia el baño; éste le contó que había llegado algo tomado de una fiesta la noche anterior.
– Espero que hayas dormido bien, el estudio es algo frio en invierno – Por extraño que parezca – respondió sorprendido – me siento increíble, como si hubiera dormido todo lo que no he dormido en años.
Después de desayunar se despidió para dirigirse a su propia casa.
Ya en la calle, justo cuando levantaba el brazo derecho para introducirlo dentro de la manga del abrigo, vio a lo lejos una hermosa silueta. Con la boca ligeramente abierta y los ojos impávidos, la siguió a lo largo de seis cuadras. Se quedó parado unos minutos afuera de la casa donde la viera meterse. Una casa amarilla con enormes ventanales blancos; que absurdamente le parecía conocida.
De camino para su casa. No podía dejar de pensar en ella, en esa dulce criatura de sonrisa amable. No podía alejar de su mente aquel rostro tan blanco, esos hermosos ojos verdes, ese vestido de color naranja, y esas diminutas estrellas en sus orejas.
Lilymeth Mena.
Tuvo relaciones con chicas nuevas. Caras frescas, manías desconocidas. Para él todas ellas eran misterios sin resolver. Solía pensar que una de las razones de haberse casado (aparte de amarla perdidamente), era no tener mas citas. Odiaba todo ese rito de hacerse el interesante e intentar deshojar la personalidad intrincada de cualquier otra mujer.
Cualquier otra mujer que no fuera ella, si…ella.
Se encontraba ya tan agotado, tan devastado, que no le pareció en nada descabellada la idea que le propuso su primo. Su primo estudiaba el último año de psiquiatría, e intentaba realizar su tesis sobre las terapias a base de hipnosis y regresión del tiempo. Usando a su vez, drogas suaves que ayudaran en el trabajo de persuación.
Estaba decidido a intentarlo, de todas maneras no podría estar peor.
- Esto va a ser un poco violento - le advirtió su primo - pero te aseguro que es absolutamente necesario – ¿Que tan violento? – preguntó con algo de reserva, mientras se acomodaba en el sillón reclinable y le eran colocados electrodos por todo el cuerpo, que con largos cables de colores daban a un monitor, a una mesa con planos para escalas, y a una aguja lista para dispararse sobre el papel.
– Pues mira – le respondió su primo con una sonrisa sombría en los labios – Te voy a arrollar con un tren. Luego retrocederé y te pasaré de nuevo por encima para asegurarme de no haber fallado – él también sonrió.
El Plan era simple. Todo el procedimiento se haría en una sola sesión intensiva de doce horas. Empezaría por retroceder en el tiempo al momento en que la conoció, y a partir de ahí se introducirían ciertos cambios para modificar sus memorias hasta el día de hoy. Ni su primo ni su madre volverían a mencionársela, y dado que eran su única familia, y los unicos en su vida actual que la habían conocido, todo se acomodaba a su favor.
Olvidarla de un tajo, de una buena vez. No sonaba nada mal.
– Cuando despiertes, no recordaras nada que tenga que ver con ella – fueron las ultimas palabras que escuchó antes de perderse en el punto de sangre que dejó la jeringa al salir de su brazo. Cuando despertó eran las diez de la mañana, se encontraba recostado en el sillón reclinable del estudio en casa de su tía. No recordaba haber llegado la noche anterior. Cuando se topó con su primo en el corredor, hacia el baño; éste le contó que había llegado algo tomado de una fiesta la noche anterior.
– Espero que hayas dormido bien, el estudio es algo frio en invierno – Por extraño que parezca – respondió sorprendido – me siento increíble, como si hubiera dormido todo lo que no he dormido en años.
Después de desayunar se despidió para dirigirse a su propia casa.
Ya en la calle, justo cuando levantaba el brazo derecho para introducirlo dentro de la manga del abrigo, vio a lo lejos una hermosa silueta. Con la boca ligeramente abierta y los ojos impávidos, la siguió a lo largo de seis cuadras. Se quedó parado unos minutos afuera de la casa donde la viera meterse. Una casa amarilla con enormes ventanales blancos; que absurdamente le parecía conocida.
De camino para su casa. No podía dejar de pensar en ella, en esa dulce criatura de sonrisa amable. No podía alejar de su mente aquel rostro tan blanco, esos hermosos ojos verdes, ese vestido de color naranja, y esas diminutas estrellas en sus orejas.
Lilymeth Mena.
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