EL FILO DORADO
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EL FILO DORADO
El filo dorado...
La hechura de su traje era burda, la tela tosca y mal hilada, los zapatos desgastados contaban ya en miles los pasos que habían dado por aquellas callejuelas cubiertas de piedras redondas, aunque sus ropas estaban ya tan desgastadas que tenían parches por doquier el hombre traía en su bolsillo derecho del saco un pañuelo que otrora fuera de color blanco, su cabello polvoriento y despeinado era casi dorado si bien por los años como por la denotada claridad de su piel. Parecía a simple vista un vagabundo cualquiera pero no, algo de su persona me decía que había algo mas, sus movimientos, las manos con piel sucia pero no áspera de años, calcetines de los que ya no se usan por que ya no hay esos de poliéster muy delgados casi como medias y líneas mas oscuras dibujadas a lo largo, facciones que solo podían asegurarme que el hombre en sus años de juventud había sido muy atractivo, tal vez mas de lo que podría imaginarme.
Me senté en aquel hemiciclo de la alameda tan solo para mirarlo más de cerca.
Escuché el modo en que le hablaba a su perro, un labrador que a leguas era silvestre, digamos de la calle y con cruza de alguna raza común, a pesar de eso era un perro fuerte que indudablemente estaba bien alimentado y cuidado. El enorme animal de color amarillo yacía postrado ante su amo humildemente a sus pies, con la lengua de fuera y moviendo el rabo.
“Buen chico, buen chico, ya ves que bonito te ves cuando eres bueno?...anda quédate aquí junto a mi” le decía el hombre mientras le convidaba al animal de un pan que sacó de una bolsa de plástico, ambos comieron y se quedaron tranquilos bajo los rayos del sol que a las once de la mañana son tibios. El hombre buscó en el bolsillo interior de su traje de donde extrajo un pequeño cuadernillo, como una agenda, vieja y de pasta verde, recargó su codo derecho sobre el final del hemiciclo de piedra y cruzo las piernas tan tranquilamente que daba la impresión de estar en la sala de su casa, sin cambiar de pagina miraba y remiraba las mismas líneas dedicándoles minutos enteros, como queriendo comprender algún misterio o intentando recordar algo que ya casi se ha borrado de su memoria por completo sin prestarle importancia alguna a las personas que pasaban o a lo que sucedía en los alrededores, como si tuviese una especie de escudo impenetrable, ese tipo de escudo que solo tiene quien ya no se preocupa por nada material, por nada externo.
Quizá por que en su otra vida lo había tenido y lo había perdido todo. Por que ya nada importa en realidad, o por que su tranquilidad y su contento no se basan en nada tangible ya.
Tuve que apartarme de él y de su animal, apenas me quedaban algunos minutos antes que se me hiciera tarde como de costumbre, antes de doblar hacia la entrada del metro le dediqué una ultima mirada, creo que difícilmente podré olvidarme de su persona, de sus manos, de su andar o de su voz, seguramente la incógnita de su destino me asaltará algunas veces y resonara en mi memoria “ya ves que bonito te ves cuando eres bueno?” mientras un leve destello dorado ilumina el techo de mi habitación, eso será lo que me distraiga antes de dormir, el brillo del filo dorado de unas desgastadas paginas de agenda con pasta verde.
Lilymeth Mena.
La hechura de su traje era burda, la tela tosca y mal hilada, los zapatos desgastados contaban ya en miles los pasos que habían dado por aquellas callejuelas cubiertas de piedras redondas, aunque sus ropas estaban ya tan desgastadas que tenían parches por doquier el hombre traía en su bolsillo derecho del saco un pañuelo que otrora fuera de color blanco, su cabello polvoriento y despeinado era casi dorado si bien por los años como por la denotada claridad de su piel. Parecía a simple vista un vagabundo cualquiera pero no, algo de su persona me decía que había algo mas, sus movimientos, las manos con piel sucia pero no áspera de años, calcetines de los que ya no se usan por que ya no hay esos de poliéster muy delgados casi como medias y líneas mas oscuras dibujadas a lo largo, facciones que solo podían asegurarme que el hombre en sus años de juventud había sido muy atractivo, tal vez mas de lo que podría imaginarme.
Me senté en aquel hemiciclo de la alameda tan solo para mirarlo más de cerca.
Escuché el modo en que le hablaba a su perro, un labrador que a leguas era silvestre, digamos de la calle y con cruza de alguna raza común, a pesar de eso era un perro fuerte que indudablemente estaba bien alimentado y cuidado. El enorme animal de color amarillo yacía postrado ante su amo humildemente a sus pies, con la lengua de fuera y moviendo el rabo.
“Buen chico, buen chico, ya ves que bonito te ves cuando eres bueno?...anda quédate aquí junto a mi” le decía el hombre mientras le convidaba al animal de un pan que sacó de una bolsa de plástico, ambos comieron y se quedaron tranquilos bajo los rayos del sol que a las once de la mañana son tibios. El hombre buscó en el bolsillo interior de su traje de donde extrajo un pequeño cuadernillo, como una agenda, vieja y de pasta verde, recargó su codo derecho sobre el final del hemiciclo de piedra y cruzo las piernas tan tranquilamente que daba la impresión de estar en la sala de su casa, sin cambiar de pagina miraba y remiraba las mismas líneas dedicándoles minutos enteros, como queriendo comprender algún misterio o intentando recordar algo que ya casi se ha borrado de su memoria por completo sin prestarle importancia alguna a las personas que pasaban o a lo que sucedía en los alrededores, como si tuviese una especie de escudo impenetrable, ese tipo de escudo que solo tiene quien ya no se preocupa por nada material, por nada externo.
Quizá por que en su otra vida lo había tenido y lo había perdido todo. Por que ya nada importa en realidad, o por que su tranquilidad y su contento no se basan en nada tangible ya.
Tuve que apartarme de él y de su animal, apenas me quedaban algunos minutos antes que se me hiciera tarde como de costumbre, antes de doblar hacia la entrada del metro le dediqué una ultima mirada, creo que difícilmente podré olvidarme de su persona, de sus manos, de su andar o de su voz, seguramente la incógnita de su destino me asaltará algunas veces y resonara en mi memoria “ya ves que bonito te ves cuando eres bueno?” mientras un leve destello dorado ilumina el techo de mi habitación, eso será lo que me distraiga antes de dormir, el brillo del filo dorado de unas desgastadas paginas de agenda con pasta verde.
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