SANGRÍA DOBLE, SIN HIELO
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SANGRÍA DOBLE, SIN HIELO
Solía decirme durante las terapias que necesitaba beber sangre nueva, por que la suya se estaba pudriendo. Yo lo mas que podía hacer era enviarle tratamientos cada vez mas fuertes adecuándome a su comportamiento psicótico y su paranoia progresiva. Lo más frustrante de mi trato con él, era saber que aun no teniendo cura el estado me haría darlo de alta en cuanto estuviera más o menos estable. Así funciona el sistema, metemos enfermos a tratamiento y en cuanto pintan medianamente bien los liberamos. Les damos medicamento y les explicamos que deben venir en un mes por terapia y su dosis para el mes siguiente. La mayoría no vuelve, suelen vivir solos o aislados, cuando mucho a los dos, tres días, abandonan la medicación y vuelven a las andanzas.
No es extraño que venga algún oficial trayéndome a uno de mis pacientes frecuentes, diciéndome que le encontraron vagabundeando, golpeado en algún callejón o por que ha recaído en algún crimen. Y que hago yo? Lo mismo, medicarlos y liberarlos cuando ya parecen otra vez gente sana.
En un año me lo trajeron aquí unas cuatro ocasiones. Siempre venia con la ropa manchada de sangre y delirante, con total pérdida del sentido de ubicación o espacio-tiempo. Me resultaba difícil establecer control sobre su persona, por su divagación total en un mundo privado tan lejano a la realidad.
Todavía recuerdo la última vez que me lo trajeron en muy lamentable estado. Pese a sus veintitantos años lucía como un hombre mayor, demacrado, terriblemente angustiado. Me dijo que ya no le era suficiente beber sangre, que su cuerpo se venia pudriendo mas aprisa y que sus intentos por detener el deterioro venían siendo inútiles. Que debía saltar de beber sangre a ingerir órganos, por que sentía que se estaba desvaneciendo “Hay días que no logro mirarme ni las manos, es como si yo fuera transparente”. Mis reportes a la policía nunca omitían detalle de sus confesiones pero, creo que nunca prestaron atención.
Después de un tiempo en tratamiento lo pasé con la población general, podía salir a caminar al patio y platicar con otros pacientes, dormir en su pequeña habitación y tener libros. Sin embargo seguía diciéndome cosas como “Yo lo se, estoy desapareciendo”. Una mañana lo encontraron acostado junto al cuerpo de la enfermera nocturna. Lo metí a una celda de aislamiento. Esta vez la policía prestó atención. Se me ordenó tratarlo hasta mantenerlo estable para entregarlo a la justicia. Llamé para que vinieran por el dos meses mas tarde, enviaron cuatro guardias y dos camionetas. Cuando abrieron la celda tomaron todas las precauciones posibles. No había nadie.
Lilymeth Mena.
No es extraño que venga algún oficial trayéndome a uno de mis pacientes frecuentes, diciéndome que le encontraron vagabundeando, golpeado en algún callejón o por que ha recaído en algún crimen. Y que hago yo? Lo mismo, medicarlos y liberarlos cuando ya parecen otra vez gente sana.
En un año me lo trajeron aquí unas cuatro ocasiones. Siempre venia con la ropa manchada de sangre y delirante, con total pérdida del sentido de ubicación o espacio-tiempo. Me resultaba difícil establecer control sobre su persona, por su divagación total en un mundo privado tan lejano a la realidad.
Todavía recuerdo la última vez que me lo trajeron en muy lamentable estado. Pese a sus veintitantos años lucía como un hombre mayor, demacrado, terriblemente angustiado. Me dijo que ya no le era suficiente beber sangre, que su cuerpo se venia pudriendo mas aprisa y que sus intentos por detener el deterioro venían siendo inútiles. Que debía saltar de beber sangre a ingerir órganos, por que sentía que se estaba desvaneciendo “Hay días que no logro mirarme ni las manos, es como si yo fuera transparente”. Mis reportes a la policía nunca omitían detalle de sus confesiones pero, creo que nunca prestaron atención.
Después de un tiempo en tratamiento lo pasé con la población general, podía salir a caminar al patio y platicar con otros pacientes, dormir en su pequeña habitación y tener libros. Sin embargo seguía diciéndome cosas como “Yo lo se, estoy desapareciendo”. Una mañana lo encontraron acostado junto al cuerpo de la enfermera nocturna. Lo metí a una celda de aislamiento. Esta vez la policía prestó atención. Se me ordenó tratarlo hasta mantenerlo estable para entregarlo a la justicia. Llamé para que vinieran por el dos meses mas tarde, enviaron cuatro guardias y dos camionetas. Cuando abrieron la celda tomaron todas las precauciones posibles. No había nadie.
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