OJOS DE MUÑECA
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OJOS DE MUÑECA
Era una niña como de diez años. Vestidito blanco. Zapatitos de charol. Mucha gente del vecindario la había visto jugar en el jardín de aquella casona enorme y descuidada al final de la calle. Una casa que por su estructura debió ser una preciosidad en sus mejores días, pero que ahora, no era más que un edificio oscuro, triste, con un jardín seco y columnas abandonadas. A algunos les resultaba curioso ver a una niña como ella, en un lugar como ese. Cuando lo comentaban con alguien del lugar, no podían disimular su sorpresa al enterarse de que aquella hermosa criatura era un fantasma. Solía aparecerse con mas frecuencia en esos días de Mayo cuando el aire huele a mojado y se esperan las primeras lluvias fuertes.
Quienes la habían visto en más de una ocasión, recordaban vívidamente sus ojos extraordinariamente grandes, invadidos por una profunda tristeza. Las coletas negras atadas con listones y el oso de peluche que cargaba como a un nene entre sus brazos. Eran realmente pocos los que recordaban que hacia tiempo viva en esa casa una familia prospera, y que luego de una tragedia misteriosa el lugar había quedado en el abandono.
Como en casi todo suburbio, había un chico introvertido que creció con aquella historia de la casa al final de la calle, de la niña de ojos grandes y el oso de peluche. Cada vez que pasaba frente a la propiedad sentía un escalofrío recorrerle los brazos y la espalda. Algunas veces creyó ver algo de reojo, pero al volver el rostro y mirar bien, solo el columpio del jardín parecía moverse apenas. Podía ser el viento, se decía para sus adentros.
En la escuela tenia las notas más altas, le gustaban los libros de un señor King, las novelas de vampiros y de cualquier cosa que pudiese darle miedo. Cuando entró a la universidad ya había dejado de lado sus libros de niño, ahora le interesaban la ciencia, los insectos, y las plantas medicinales. Se había convertido en todo un escéptico. Todo tiene una explicación.
Una tarde después de visitar a sus padres, esperaba el autobús, cuando comenzó una ligera llovizna que apenas mojaba. A lo lejos, en el patio de la casa grande, le pareció ver algo blanco entre los árboles secos. Al poner más atención distinguió a una niña. Caminó despacio, hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para poder echar un ojo, pero ya no había nadie. Decidió entonces investigar sobre lo sucedido en esa casa y por que la niña se aparecía, si es que se aparecía y no le había jugado una broma su estado de humor actual, atascado entre los exámenes de bimestre y sus gastos personales. Recordó que cuando era niño el asunto lo mantenía bien alerta, pero al crecer lo había olvidado por completo. Platicó con vecinos cada fin de semana cuando visitaba a sus padres, tomó fotografías, encargó a un amigo gestor investigar sobre la situación de la propiedad. Pensar en esa niña a veces no lo dejaba dormir. Sus investigaciones lo llevaron a casa de una anciana, hermana del que otrora fuera dueño de la casona. La señora fue muy amable y contesto con agrado a todas sus preguntas, le contó que su hermano y su familia habían abandonado el país por que su hija estaba muy enferma y necesitaba un clima mas adecuado. Cuando le comentó sobre una niña que se aparecía en la casa, la anciana sintió tristeza. Pero, al describírsela físicamente resultó ser una niña muy distinta a su sobrina. –No puede ser ella, Ofelia era un poco mayor cuando falleció, ya tenia dieciocho años, estaba por entrar a la universidad. –Seria mucho pedirle que me mostrara una fotografía de su familia? -fue entonces que lo comprendió todo. En aquella imagen se revelaba el misterio de la niña de vestido blanco atrapada en la gran casona. –Podría prestármela para mi trabajo de la universidad? Prometo devolvérsela en cuanto logra copiarla.
Ya con la fotografía en las manos fue peor, casi no dormía, casi no comía y pasaba mucho tiempo mirándola. Ahora que era poseedor de la verdad no sabia que tenia que hacer; si compartirlo con alguien, escribir algún ensayo, o guardárselo como un secreto para siempre. Luego de mucho luchar consigo mismo, decidió ir a la casona a enfrentar a la aparición.
Entrar al jardín fue sencillo, esperó a que comenzara a llover un poco para que la calle quedara desierta, entonces, brinco la barda. En el jardín no había más que hierva negrusca, seca, dos árboles opacos muy altos, casi muertos, y un columpio que se mecía con el viento. Tocó el columpio que tantas veces vio desde afuera. Entonces escuchó un crujir de ramas detrás de el. Descubrió que una niña hermosa de ojos muy grandes y vestidito blanco le miraba.
–Ese es mi columpio ¡
–Perdóname, solo estoy de curioso no quería molestarte
–Como te llamas?
-Me llamo Diego, mis padres viven aquí adelante, somos casi vecinos. Tú como te llamas?
-Ofelia, y este es Bruno. Pero no me importa que seas vecino -con tono de niña malcriada- ese es mi columpio. A papá no le gusta que juegue con extraños.
-Pero, ya te he dicho mi nombre, ya no somos extraños. No quieres que platiquemos un ratito?
-Pero solo un ratito, he estado enferma y no puedo estar aquí si llueve y hace frió.
Por un momento hablamos de cosas sin importancia, de la escuela, la lluvia, su oso, mis padres, su casa, tardé un rato en enfrentarla con el hecho de que su casa estaba vacía y que ella lo aceptara.
-Si, ya se que en la casa no hay nadie, ya tengo mucho tiempo aquí, pero no puedo irme. Tengo que esperar a que regresen mis padres por mi, ellos saben que estoy enferma y que tienen que cuidarme, yo se que van a volver…tienen que volver.
-Por que dices que “tienen” que volver?
-Por que ellos saben que necesito que me cuiden –responde llorando- que estoy enferma, que soy muy pequeña para estar sola, que puedo perderme.
-Perderte…por que has dicho eso? Como puedes perderte dentro de tu propia casa?
-No se.
Sus enormes ojos cafés me miraban con mucha tristeza y un poco de contrariedad, como cuando sabes que algo malo te está ocurriendo y no sabes que es pero tampoco puedes hacer nada para remediarlo.
-Pequeña, yo no quiero ponerte triste, tampoco quiero que llores pero, necesitas darte cuenta. Entender algunas cosas para que puedas irte.
-Que quieres que entienda? –ya enojada- Que mis padres me abandonaron? Que no me querían? Que voy a esperarlos aunque nunca regresen? Que dejaron que me muriera aquí sola y por eso estoy aquí encerrada?
-No, Tamy.
Al escuchar su nombre, se me quedó mirando con su diminuta boquita pintada muy abierta.
-Tienes que irte por que tus padres no te abandonaron, no hay razón para que estés aquí. Ofelia murió hace tiempo. La niña que fue tu dueña estuvo enferma hasta que su corazón no pudo luchar más. Tienes que dejarla ir y descansar también tú.
La muñeca se acurrucó en mis piernas mientras lloraba quedamente. No me di cuenta cuando se desvaneció por completo, solo alcance a escuchar su vocecita diciendo
–Pobre Ofelia.
Lilymeth Mena.
Quienes la habían visto en más de una ocasión, recordaban vívidamente sus ojos extraordinariamente grandes, invadidos por una profunda tristeza. Las coletas negras atadas con listones y el oso de peluche que cargaba como a un nene entre sus brazos. Eran realmente pocos los que recordaban que hacia tiempo viva en esa casa una familia prospera, y que luego de una tragedia misteriosa el lugar había quedado en el abandono.
Como en casi todo suburbio, había un chico introvertido que creció con aquella historia de la casa al final de la calle, de la niña de ojos grandes y el oso de peluche. Cada vez que pasaba frente a la propiedad sentía un escalofrío recorrerle los brazos y la espalda. Algunas veces creyó ver algo de reojo, pero al volver el rostro y mirar bien, solo el columpio del jardín parecía moverse apenas. Podía ser el viento, se decía para sus adentros.
En la escuela tenia las notas más altas, le gustaban los libros de un señor King, las novelas de vampiros y de cualquier cosa que pudiese darle miedo. Cuando entró a la universidad ya había dejado de lado sus libros de niño, ahora le interesaban la ciencia, los insectos, y las plantas medicinales. Se había convertido en todo un escéptico. Todo tiene una explicación.
Una tarde después de visitar a sus padres, esperaba el autobús, cuando comenzó una ligera llovizna que apenas mojaba. A lo lejos, en el patio de la casa grande, le pareció ver algo blanco entre los árboles secos. Al poner más atención distinguió a una niña. Caminó despacio, hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para poder echar un ojo, pero ya no había nadie. Decidió entonces investigar sobre lo sucedido en esa casa y por que la niña se aparecía, si es que se aparecía y no le había jugado una broma su estado de humor actual, atascado entre los exámenes de bimestre y sus gastos personales. Recordó que cuando era niño el asunto lo mantenía bien alerta, pero al crecer lo había olvidado por completo. Platicó con vecinos cada fin de semana cuando visitaba a sus padres, tomó fotografías, encargó a un amigo gestor investigar sobre la situación de la propiedad. Pensar en esa niña a veces no lo dejaba dormir. Sus investigaciones lo llevaron a casa de una anciana, hermana del que otrora fuera dueño de la casona. La señora fue muy amable y contesto con agrado a todas sus preguntas, le contó que su hermano y su familia habían abandonado el país por que su hija estaba muy enferma y necesitaba un clima mas adecuado. Cuando le comentó sobre una niña que se aparecía en la casa, la anciana sintió tristeza. Pero, al describírsela físicamente resultó ser una niña muy distinta a su sobrina. –No puede ser ella, Ofelia era un poco mayor cuando falleció, ya tenia dieciocho años, estaba por entrar a la universidad. –Seria mucho pedirle que me mostrara una fotografía de su familia? -fue entonces que lo comprendió todo. En aquella imagen se revelaba el misterio de la niña de vestido blanco atrapada en la gran casona. –Podría prestármela para mi trabajo de la universidad? Prometo devolvérsela en cuanto logra copiarla.
Ya con la fotografía en las manos fue peor, casi no dormía, casi no comía y pasaba mucho tiempo mirándola. Ahora que era poseedor de la verdad no sabia que tenia que hacer; si compartirlo con alguien, escribir algún ensayo, o guardárselo como un secreto para siempre. Luego de mucho luchar consigo mismo, decidió ir a la casona a enfrentar a la aparición.
Entrar al jardín fue sencillo, esperó a que comenzara a llover un poco para que la calle quedara desierta, entonces, brinco la barda. En el jardín no había más que hierva negrusca, seca, dos árboles opacos muy altos, casi muertos, y un columpio que se mecía con el viento. Tocó el columpio que tantas veces vio desde afuera. Entonces escuchó un crujir de ramas detrás de el. Descubrió que una niña hermosa de ojos muy grandes y vestidito blanco le miraba.
–Ese es mi columpio ¡
–Perdóname, solo estoy de curioso no quería molestarte
–Como te llamas?
-Me llamo Diego, mis padres viven aquí adelante, somos casi vecinos. Tú como te llamas?
-Ofelia, y este es Bruno. Pero no me importa que seas vecino -con tono de niña malcriada- ese es mi columpio. A papá no le gusta que juegue con extraños.
-Pero, ya te he dicho mi nombre, ya no somos extraños. No quieres que platiquemos un ratito?
-Pero solo un ratito, he estado enferma y no puedo estar aquí si llueve y hace frió.
Por un momento hablamos de cosas sin importancia, de la escuela, la lluvia, su oso, mis padres, su casa, tardé un rato en enfrentarla con el hecho de que su casa estaba vacía y que ella lo aceptara.
-Si, ya se que en la casa no hay nadie, ya tengo mucho tiempo aquí, pero no puedo irme. Tengo que esperar a que regresen mis padres por mi, ellos saben que estoy enferma y que tienen que cuidarme, yo se que van a volver…tienen que volver.
-Por que dices que “tienen” que volver?
-Por que ellos saben que necesito que me cuiden –responde llorando- que estoy enferma, que soy muy pequeña para estar sola, que puedo perderme.
-Perderte…por que has dicho eso? Como puedes perderte dentro de tu propia casa?
-No se.
Sus enormes ojos cafés me miraban con mucha tristeza y un poco de contrariedad, como cuando sabes que algo malo te está ocurriendo y no sabes que es pero tampoco puedes hacer nada para remediarlo.
-Pequeña, yo no quiero ponerte triste, tampoco quiero que llores pero, necesitas darte cuenta. Entender algunas cosas para que puedas irte.
-Que quieres que entienda? –ya enojada- Que mis padres me abandonaron? Que no me querían? Que voy a esperarlos aunque nunca regresen? Que dejaron que me muriera aquí sola y por eso estoy aquí encerrada?
-No, Tamy.
Al escuchar su nombre, se me quedó mirando con su diminuta boquita pintada muy abierta.
-Tienes que irte por que tus padres no te abandonaron, no hay razón para que estés aquí. Ofelia murió hace tiempo. La niña que fue tu dueña estuvo enferma hasta que su corazón no pudo luchar más. Tienes que dejarla ir y descansar también tú.
La muñeca se acurrucó en mis piernas mientras lloraba quedamente. No me di cuenta cuando se desvaneció por completo, solo alcance a escuchar su vocecita diciendo
–Pobre Ofelia.
Lilymeth Mena.
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