CAVIDADES
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CAVIDADES
Cavidades.
Desde que estaba ansina de pequeño, me encabronaba mucho ir al medico, al dentista cuanti pior. Por eso cuando crecí, ni madres de ir ni con uno ni con otro, siempre he creído que lo que el cuerpo no puede curar solito, muchos menos podrá curarlo un mèndigo mata sanos. Son todos unos hijos de su mal dormir, que no me vengan con su cuento ese del juramento hipocretico.
Cuando alguno de mis chamacos se enferma, jamás he dejado que traigan a un desgraciado de esos con batita blanca. Que su madre los cure y meta a bañar si tienen fiebre. Que va a saber un wey de esos del instinto de una madre para curar a sus crías. Cuando la niña tuvo temperaturas muy fuertísimas, su madre la metió a bañar, le puso trapos mojados en la frente y le dio una friega con alcohol, nomás apareció el sol, la chamaca ya se sentía mejor y hasta con hambre.
Por eso cuando me comenzó el dolor de muelas no dije nada.
Seguro se me pasaría con los días, segurito que alguna cáscara de maíz o la orilla de una tortilla bien dura, se me había metido entre diente y diente. No seria la primera vez que me sangraran las encías por alguna tarugada de esas.
Lo feo fue cuando una mañana me ardía tanto el cachete que ni podía hablar, sentía una bola grande y dura que nomás de tocarla tantito me dolía bien harto. Como si tuviera lumbre debajo de la piel. Entonces me acordé que mi madrecita nos hacia mascar una hierba, cuando nos pasaba algo así de pequeños a mis hermanos o a mi. Cuando me fui al monte a trabajar, anduve buscando la hierba, a como la recordaba yo, pero no pude hallarla.
Esa misma noche ya me veía en cama con mucha fiebre, sentía que tenia una cabezota y me temblaban las manos. Mi mujer me frotó los brazos y piernas con alcohol, me puso trapos mojados con agua de río en la frente pero yo me seguía sintiendo re mal. Así como entre sueños, me acuerdo que vi a mi madrina sentada ansina sobre el catre. Y me decía “Ves Juancho, eres un pendejo, mijo, si hubieras puesto mas atención a las hierbas que usaba tu madre, no estarías aquí tirado como borrego” Mi mujer estuvo dale y dale con que tenia que llevarme al doctor, yo no quería, esos pinches medicos. Todos son iguales. Nomás te cobran cien pesos por picarte una nalga o darte unos chochos que sepa dios que serán.
No, no y no, a mi nadie me lleva al medico.
Me quedé ahí echado con la calentura sobre el cuerpo y la cabeza enorme que no dejaba de palpitar. Se me hacia chica y luego grande de nuevo. La gritería de mis chamacos apenas me molestaba. Le metí a como pude, varios tragos largos a mi jarro de mezcal. Y me quede dormido.
Cuando abrí los ojos, la cara de un señor estaba sobre la mía, el muy jijo de su madre, me estaba picando la boca con un aparato con punta, por mas que yo le decía que me dejara en paz, el muy desgraciado escogía de entre sus aparatejos otro mas picudo y alargado para seguir jodiendome. Mis manos y pies estaban amarrados con cuerdas gruesas que me causaban picazón. La bata blanca del tipo con un trapo en la boca, estaba cubierta con mi sangre. A cada piquete del artefacto ese, la sangre salía a borbotones como el agua de la cascada, esa, que carga todo el deshielo del volcán en primavera. Cuando el fulano siguió picando y ya no había nada de líquido en mi pellejo, todo se puso negro, como el pelo de mi mujer. Mi mujer.
Cuando desperté mi señora me miraba con cara como de miedo. Me dijo que toda la noche me la pase con harta fiebre, hablándole a mi madrina muerta, que pegaba de gritos y manotazos, y que todos los niños se durmieron en el rincón chillando por el susto.
Me dolía todo el cuerpo y aunque no había comido en tres días, ni hambre tenía. Solo sentía el pinche dolor que ahora era como el pico de muchos mosquitos comiéndome al mismo tiempo.
Cuando entré en el consultorio, el dentista me miró pelando tamaños ojotes. –Don Jacinto, pero que milagro verlo por aquí?
Me dijo que si no hubiera yo ido a verlo esa mesma tarde, la infección me habría matado en dos días.
Todas mis encías estaban llenas de pus.
Lilymeth Mena.
Desde que estaba ansina de pequeño, me encabronaba mucho ir al medico, al dentista cuanti pior. Por eso cuando crecí, ni madres de ir ni con uno ni con otro, siempre he creído que lo que el cuerpo no puede curar solito, muchos menos podrá curarlo un mèndigo mata sanos. Son todos unos hijos de su mal dormir, que no me vengan con su cuento ese del juramento hipocretico.
Cuando alguno de mis chamacos se enferma, jamás he dejado que traigan a un desgraciado de esos con batita blanca. Que su madre los cure y meta a bañar si tienen fiebre. Que va a saber un wey de esos del instinto de una madre para curar a sus crías. Cuando la niña tuvo temperaturas muy fuertísimas, su madre la metió a bañar, le puso trapos mojados en la frente y le dio una friega con alcohol, nomás apareció el sol, la chamaca ya se sentía mejor y hasta con hambre.
Por eso cuando me comenzó el dolor de muelas no dije nada.
Seguro se me pasaría con los días, segurito que alguna cáscara de maíz o la orilla de una tortilla bien dura, se me había metido entre diente y diente. No seria la primera vez que me sangraran las encías por alguna tarugada de esas.
Lo feo fue cuando una mañana me ardía tanto el cachete que ni podía hablar, sentía una bola grande y dura que nomás de tocarla tantito me dolía bien harto. Como si tuviera lumbre debajo de la piel. Entonces me acordé que mi madrecita nos hacia mascar una hierba, cuando nos pasaba algo así de pequeños a mis hermanos o a mi. Cuando me fui al monte a trabajar, anduve buscando la hierba, a como la recordaba yo, pero no pude hallarla.
Esa misma noche ya me veía en cama con mucha fiebre, sentía que tenia una cabezota y me temblaban las manos. Mi mujer me frotó los brazos y piernas con alcohol, me puso trapos mojados con agua de río en la frente pero yo me seguía sintiendo re mal. Así como entre sueños, me acuerdo que vi a mi madrina sentada ansina sobre el catre. Y me decía “Ves Juancho, eres un pendejo, mijo, si hubieras puesto mas atención a las hierbas que usaba tu madre, no estarías aquí tirado como borrego” Mi mujer estuvo dale y dale con que tenia que llevarme al doctor, yo no quería, esos pinches medicos. Todos son iguales. Nomás te cobran cien pesos por picarte una nalga o darte unos chochos que sepa dios que serán.
No, no y no, a mi nadie me lleva al medico.
Me quedé ahí echado con la calentura sobre el cuerpo y la cabeza enorme que no dejaba de palpitar. Se me hacia chica y luego grande de nuevo. La gritería de mis chamacos apenas me molestaba. Le metí a como pude, varios tragos largos a mi jarro de mezcal. Y me quede dormido.
Cuando abrí los ojos, la cara de un señor estaba sobre la mía, el muy jijo de su madre, me estaba picando la boca con un aparato con punta, por mas que yo le decía que me dejara en paz, el muy desgraciado escogía de entre sus aparatejos otro mas picudo y alargado para seguir jodiendome. Mis manos y pies estaban amarrados con cuerdas gruesas que me causaban picazón. La bata blanca del tipo con un trapo en la boca, estaba cubierta con mi sangre. A cada piquete del artefacto ese, la sangre salía a borbotones como el agua de la cascada, esa, que carga todo el deshielo del volcán en primavera. Cuando el fulano siguió picando y ya no había nada de líquido en mi pellejo, todo se puso negro, como el pelo de mi mujer. Mi mujer.
Cuando desperté mi señora me miraba con cara como de miedo. Me dijo que toda la noche me la pase con harta fiebre, hablándole a mi madrina muerta, que pegaba de gritos y manotazos, y que todos los niños se durmieron en el rincón chillando por el susto.
Me dolía todo el cuerpo y aunque no había comido en tres días, ni hambre tenía. Solo sentía el pinche dolor que ahora era como el pico de muchos mosquitos comiéndome al mismo tiempo.
Cuando entré en el consultorio, el dentista me miró pelando tamaños ojotes. –Don Jacinto, pero que milagro verlo por aquí?
Me dijo que si no hubiera yo ido a verlo esa mesma tarde, la infección me habría matado en dos días.
Todas mis encías estaban llenas de pus.
Lilymeth Mena.
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