EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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EL CAN CERBERO

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Mensaje por Roque Sáb Feb 18, 2023 5:37 am

EL CAN CERBERO, EL PERRO DE LOS MUERTOS

Robar los bueyes de Gerión y llevarlos a Micenas había sido el más largo y lento de los trabajos de Heracles, pero le faltaba todavía el más peligroso. Solo a Hera se le podría haber ocurrido algo así y al propio Euristeo se le erizaron los cabellos cuando pronunció su pedido: Heracles debía traer a su presencia al Can Cerbero. Cerbero era el perro del dios Hades. Su misión era cuidar la entrada del mundo de los muertos. Estaba allí para impedir que entraran los vivos al Mundo Subterráneo y para que no pudieran escapar las sombras de los muertos. 

Como muchos otros monstruos, era hijo de Equidna y Tifón y, por lo tanto, hermano de Ortro, el perro que cuidaba los rebaños de Gerión. Además de su tamaño descomunal, tenía tres horribles cabezas y su cola era una serpiente. Los seres vivos tenían prohibido descender al Tártaro, el espantoso reino subterráneo del dios Hades. 

Heracles jamás lo habría logrado si no hubiera contado con la ayuda de los dioses. Atenea y Hermes, por orden de Zeus, lo acompañaron y lo ayudaron a cruzar el umbral que muy pocos mortales lograron atravesar estando vivos. Fue Hermes el que persuadió a Caronte, el barquero de los infiernos, de que cruzara el Aqueronte con un mortal en su nave. ¡Y cómo se inclinaba la barca de Caronte, acostumbrada a llevar solo sombras, con el peso de Heracles! En el reino de Hades, las sombras de los muertos huían de la presencia del héroe. 

Solo dos se atrevieron a enfrentarlo: Medusa y Meleagro. Cuando vio a la terrible Medusa, con su cabellera de serpientes y sus ojos capaz de convertir en piedra a quien mirara, Heracles dio vuelta la cara y desenvainó su espada, pero Hermes le recordó que solo era una sombra. Heracles no conocía a Meleagro y al principio lo confundió con un enemigo. Pero la sombra del guerrero le contó la triste historia de su muerte y le rogó que protegiese a su hermana viva, Deyanira, en forma tan conmovedora que Heracles le prometió casarse con ella. Meleagro jamás habría aceptado si hubiera conocido el triste destino de todos aquellos a los que amaba el héroe. 

Al seguir avanzando, Heracles vio de pronto un cuerpo vivo, sufriente, que se destacaba entre las sombras que lo rodeaban. Era el héroe Teseo, a quien Hades tenía encadenado en sus dominios por haber intentado raptar a su esposa Perséfone. Heracles sabía que Teseo hacía falta en el mundo de los hombres. Consiguió que Perséfone lo perdonara y con su permiso lo liberó de sus cadenas. —Sangre... sangre... sangre... —rogaban débilmente los muertos a su paso, porque solo bebiendo el rojo vino que inunda el cuerpo de los vivos podían los muertos reanimar sus sombras. Compadecido, Heracles degolló algunos animales del ganado de Hades y les permitió beber para recuperar en parte sus fuerzas. 

Y por fin llegó hasta el temible Hades, el rey de los muertos, cuyo nombre es preferible no pronunciar en voz alta. Con todo respeto, le rogó al rey dios que le permitiera llevarse al Can Cerbero. —Puedes llevártelo —dijo Hades—. Siempre que logres dominarlo sin hacerle daño. Dejarás aquí todas tus armas y solo puedes enfrentarte a mi perro envuelto en tu piel de león y con tus manos desnudas.

 No se trataba solamente de fuerza: en la lucha contra el perro del Infierno, Heracles tuvo que soportar las mordeduras de la cola-serpiente sin soltar al animal, al que había conseguido atrapar por la base del cuello, de donde salían las tres cabezas. Sin aire, semiasfixiado por las poderosas manos de Heracles, el Can Cerbero se dejó colocar un collar y una correa. 

Una vez dominado, el héroe lo trató con un afecto al que el perro no estaba acostumbrado, y al que respondió con alegría. Acariciándole las cabezas, Heracles llevó al monstruo, ahora dócil, hasta Micenas. Euristeo, por supuesto, corrió una vez más a esconderse en su ridícula tinaja de bronce. Heracles había completado, por fin, los diez trabajos a los que lo condenara el oráculo, que habían terminado por convertirse en doce. 



Ana María Shua.
Libro Dioses y Héroes de la Mitología Griega.
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