LOS BUEYES DE GERIÓN
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LOS BUEYES DE GERIÓN
Ver a su hija feliz luciendo el cinturón de Hipólita le dio a Euristeo una gran idea. A pesar de que disponía de todas las riquezas de Micenas, siempre había codiciado el ganado del gigante Gerión. Era una enorme cantidad de bueyes y vacas rojas de los que mucho se hablaba y que pocos habían visto, porque Gerión vivía en los confines del mundo, más allá del Mediterráneo, a orillas del océano Atlántico. Se decía que Gerión no era un gigante común: su cuerpo se triplicaba desde las caderas hacia arriba y sus fuertes piernas soportaban tres cuerpos, seis brazos y tres cabezas.
Para que a Heracles no le fuera tan fácil obtener el ganado como sucedió con el cinturón de Hipólita, impuso una condición: debía traerle los bueyes de Gerión, pero sin pedirlos ni comprarlos. Sencillamente, lo estaba mandando a robar.
Heracles se puso en camino. Esta vez iba solo. El viaje parecía eterno. Mientras cruzaba el desierto africano, el calor del sol lo agobió de tal manera que se puso furioso contra Helios, el dios Sol, y disparó contra él sus flechas envenenadas. Helios miró con interés y curiosidad al mortal que se atrevía a tanto. —Si dejas de amenazarme con tus flechas —le propuso—, te prestaré mi copa para que cruces el Océano.
Heracles no dudó. Helios le estaba ofreciendo nada menos que la gigantesca copa dorada en la que el sol hace su camino todas las noches por debajo de la tierra y el mar para poder volver a salir por el Este después de haberse escondido por el Oeste al terminar el día. Embarcado en la Copa del Sol, amenazando al dios Océano con sus flechas para asegurarse una tranquila travesía, Heracles llegó mucho antes de lo que pensaba a los dominios de Gerión.
Apenas puso pie en tierra, se abalanzó sobre él, ladrando furiosamente con sus dos cabezas, el monstruoso perro Ortro, uno más de los terribles hijos de Equidna y Tifón. Heracles lo enfrentó yconsiguió derribarlo a golpes con su famosa maza, hecha de un olivo entero. También a mazazos venció al gigantesco pastor que cuidaba el ganado.
Heracles reunió los bueyes y las vacas, y comenzaba a arrearlos hacia el mar cuando llegó hasta allí el mismísimo Gerión, que se lanzó sobre él para matarlo, disparando flechas con uno de sus cuerpos y manejando lanzas y garrotes con los otros dos. Usando su fuerza inverosímil, Heracles disparó el arco y con una sola de sus flechas venenosas atravesó al mismo tiempo los tres corazones del monstruo.
Parecía que ya había conseguido lo que necesitaba y sin embargo recién comenzaba uno de los más difíciles trabajos de Heracles, y el único que no consiguió cumplir por completo: llevar hasta Micenas a los bueyes de Gerión. De alguna manera, Heracles logró embarcar todo el ganado en la Copa del Sol y puso proa a la orilla opuesta. Allí desembarcó con los bueyes y siguió su camino por tierra, bordeando las orillas del Mediterráneo.
Lo que quizás no había tenido en cuenta el héroe era que su valioso rebaño iba a atraer a los bandidos más famosos del mundo. En las costas de Italia lo atacó un pueblo salvaje de la región. Eran tantos que Heracles pronto agotó las flechas del carcaj. En su desesperación, elevó una plegaria a su padre Zeus, que para ayudarlo le envió una lluvia de piedras. A pedradas consiguió el héroe alejar a sus atacantes.
Arrancó las flechas de los cuerpos muertos o heridos y siguió adelante. Dos bandidos bien conocidos en toda la región, sus propios primos, hijos de su tío Poseidón, trataron de robar el ganado y murieron también bajo las flechas de Heracles. Pero después le tocó el turno a Caco, un ladrón tan famoso que les dio su nombre a todos los ladrones.
Caco consiguió robar una noche buena parte de los animales y se los llevó tirándolos de la cola, para hacerlos caminar hacia atrás. De este modo las reses iban dejando las huellas al revés, pisando sobre las huellas que habían hecho al llegar. Cuando Heracles se despertó, no entendía lo que había pasado. Furioso, pero sin poder hacer nada, se puso en marcha con lo que quedaba del rebaño.
De pronto, al pasar cerca de una montaña, las vacas mugieron y desde una cueva respondió un mugido exactamente igual. ¡Allí estaba escondido el botín de Caco! El ladrón había tapiado la puerta de la cueva con una roca tan enorme que Heracles tuvo que romper la cima de la montaña para poder entrar y recuperar a los animales robados. Heracles ya llegaba a Micenas, estaba a punto de completar su décimo trabajo y Hera no estaba dispuesta a soportarlo.
Envió, entonces, una bandada de tábanos que atacaron salvajemente a las reses y las enfurecieron. Tratando de escapar de los tábanos, bueyes y vacas se echaron a correr, y se dispersaron por valles y montañas. Heracles hubiera deseado correr hacia todas partes al mismo tiempo, pero era imposible. A pesar de todo, con enorme esfuerzo, logró reunir una parte del ganado y se presentó ante Euristeo, que dio su tarea por cumplida y sacrificó los animales en honor de Hera.
Ana María Shua.
Libro Dioses y Héroes de la Mitología Griega.
Para que a Heracles no le fuera tan fácil obtener el ganado como sucedió con el cinturón de Hipólita, impuso una condición: debía traerle los bueyes de Gerión, pero sin pedirlos ni comprarlos. Sencillamente, lo estaba mandando a robar.
Heracles se puso en camino. Esta vez iba solo. El viaje parecía eterno. Mientras cruzaba el desierto africano, el calor del sol lo agobió de tal manera que se puso furioso contra Helios, el dios Sol, y disparó contra él sus flechas envenenadas. Helios miró con interés y curiosidad al mortal que se atrevía a tanto. —Si dejas de amenazarme con tus flechas —le propuso—, te prestaré mi copa para que cruces el Océano.
Heracles no dudó. Helios le estaba ofreciendo nada menos que la gigantesca copa dorada en la que el sol hace su camino todas las noches por debajo de la tierra y el mar para poder volver a salir por el Este después de haberse escondido por el Oeste al terminar el día. Embarcado en la Copa del Sol, amenazando al dios Océano con sus flechas para asegurarse una tranquila travesía, Heracles llegó mucho antes de lo que pensaba a los dominios de Gerión.
Apenas puso pie en tierra, se abalanzó sobre él, ladrando furiosamente con sus dos cabezas, el monstruoso perro Ortro, uno más de los terribles hijos de Equidna y Tifón. Heracles lo enfrentó yconsiguió derribarlo a golpes con su famosa maza, hecha de un olivo entero. También a mazazos venció al gigantesco pastor que cuidaba el ganado.
Heracles reunió los bueyes y las vacas, y comenzaba a arrearlos hacia el mar cuando llegó hasta allí el mismísimo Gerión, que se lanzó sobre él para matarlo, disparando flechas con uno de sus cuerpos y manejando lanzas y garrotes con los otros dos. Usando su fuerza inverosímil, Heracles disparó el arco y con una sola de sus flechas venenosas atravesó al mismo tiempo los tres corazones del monstruo.
Parecía que ya había conseguido lo que necesitaba y sin embargo recién comenzaba uno de los más difíciles trabajos de Heracles, y el único que no consiguió cumplir por completo: llevar hasta Micenas a los bueyes de Gerión. De alguna manera, Heracles logró embarcar todo el ganado en la Copa del Sol y puso proa a la orilla opuesta. Allí desembarcó con los bueyes y siguió su camino por tierra, bordeando las orillas del Mediterráneo.
Lo que quizás no había tenido en cuenta el héroe era que su valioso rebaño iba a atraer a los bandidos más famosos del mundo. En las costas de Italia lo atacó un pueblo salvaje de la región. Eran tantos que Heracles pronto agotó las flechas del carcaj. En su desesperación, elevó una plegaria a su padre Zeus, que para ayudarlo le envió una lluvia de piedras. A pedradas consiguió el héroe alejar a sus atacantes.
Arrancó las flechas de los cuerpos muertos o heridos y siguió adelante. Dos bandidos bien conocidos en toda la región, sus propios primos, hijos de su tío Poseidón, trataron de robar el ganado y murieron también bajo las flechas de Heracles. Pero después le tocó el turno a Caco, un ladrón tan famoso que les dio su nombre a todos los ladrones.
Caco consiguió robar una noche buena parte de los animales y se los llevó tirándolos de la cola, para hacerlos caminar hacia atrás. De este modo las reses iban dejando las huellas al revés, pisando sobre las huellas que habían hecho al llegar. Cuando Heracles se despertó, no entendía lo que había pasado. Furioso, pero sin poder hacer nada, se puso en marcha con lo que quedaba del rebaño.
De pronto, al pasar cerca de una montaña, las vacas mugieron y desde una cueva respondió un mugido exactamente igual. ¡Allí estaba escondido el botín de Caco! El ladrón había tapiado la puerta de la cueva con una roca tan enorme que Heracles tuvo que romper la cima de la montaña para poder entrar y recuperar a los animales robados. Heracles ya llegaba a Micenas, estaba a punto de completar su décimo trabajo y Hera no estaba dispuesta a soportarlo.
Envió, entonces, una bandada de tábanos que atacaron salvajemente a las reses y las enfurecieron. Tratando de escapar de los tábanos, bueyes y vacas se echaron a correr, y se dispersaron por valles y montañas. Heracles hubiera deseado correr hacia todas partes al mismo tiempo, pero era imposible. A pesar de todo, con enorme esfuerzo, logró reunir una parte del ganado y se presentó ante Euristeo, que dio su tarea por cumplida y sacrificó los animales en honor de Hera.
Ana María Shua.
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Roque- Poeta especial
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