La Franja
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La Franja
El viejo sale de su casa, a pocos centímetros de la calle, el bastón se atasca en un hoyo, espera. Luz verde.
La mujer levanta la persiana agita una franela con la mano y mira hacia la calle: ciclistas, automóviles, gente que camina. Aspira el olor rancio de la levadura, bolsas vacías entran a la panadería de enfrente. El semáforo amarillo.
El sol enceguece al viejo. Un coche pasa rápido. Retrocede y golpea el bastón. Se apoya contra un árbol, un cuerpo se encorva en el aire y queda adherido al empedrado. Estallidos y luz roja.
El viejo camina lento hundiendo el bastón en las ranuras y ve la muerte tan cercana y roja la luz. No importa, porque los autos se detienen, la gente se detiene o surge como enjambre de casas y ventanas y un muchacho da la espalda a un cuerpo caído apretando las manos en los bolsillos. Los disparos sólo un eco que retumba en el aire.
Hay una franja vacía entre la gente, los coches, los árboles, las casas, las ventanas abiertas, el cuerpo del hombre tieso y el viejo y su bastón que mira de cerca la muerte sin importarle la luz verde, roja o amarilla; mira la cara cubierta de sangre espesa, la mano encogida con ganas de rasguñar el empedrado y el boquete negro en el cuerpo.
El viejo ve el arma al costado de la mano agazapada. Minutos antes el cuerpo surgía elástico al costado de la calle y el arma apuntaba un blanco que el viejo desconoce. No da la espalda ni piensa en los motivos ante el cuerpo, ni en el auto ni en los hombres armados aunque hay una línea divisoria. El viejo sólo trata de tapar el boquete negro, cerrar la cicatriz.
Vuelve la sangre a circular y el hombre se levanta y camina con el viejo, sin prisa apoyándose ambos en el bastón de caña, miran los árboles y aspiran el olor a pan recién cocido, dejan atrás el enjambre, quebrando la franja.
La mujer baja con sus ganas de pan fresco y arruga la lista de las compras: hay un muerto atravesado camino a la panadería; el hombre al volante del coche endereza las ruedas y acciona el motor cerrando la calle hasta que llegue la ambulancia y la mujer entonces cruza el empedrado se anima al otro lado y llama al viejo que no la escucha. Giran las ruedas de las bicicletas hacia la esquina opuesta y la mujer entra en la panadería pensando en la sordera de su padre.
Me quedo en el cordón y me da vértigo. Disparo, asunto turbio, - parece, se dice – Joven ultimado pereció de un balazo en el pecho en las primeras horas de la mañana – dícese, conjetúrase.
Pierdo el equilibrio, salto, quedo en medio de un adoquín. Cada uno ocupa su adoquín como una fosa: la mujer con la bolsa del pan, el viejo del bastón cerca del muerto, los ciclistas y sus bicicletas. Como piezas de ajedrez cada uno en su adoquín, jaque mate y los encierro en el lente redondo.
Tapo con la mano la mancha negra, me mancho, tibio torrente, separo la ropa capa por capa y llego a la piel, allí, donde hubo un corazón. La mano una línea quebrada. Rasgado el pantalón, la redondez de la rodilla que pregunta todavía. Tapo, zurzo, remiendo, desnudo y esa sangre que no cesa forma ríos y lo deja flotando en medio de la calle.
Los ciclistas se alejan pedaleando pero es sólo el giro de sus ruedas y el movimiento de sus pies, encuadrados en mi foto. Todos quietos, como en un sueño, pigmentados por millones de puntos diminutos que van conformando las figuras.
Es de noche. Las ventanas están abiertas y en la calle escasamente iluminada se adivina el bulto extendido. Alguien ha encendido velas a su alrededor para que los coches no lo pisen y la calle se ha transformado en un velorio solitario. Ni ambulancias ni bomberos ni policías han venido a recoger el cuerpo. “Que los muertos entierren a sus muertos”.
El fotógrafo se ha ido hace rato. Quizá algún familiar del muerto lo reconozca por la foto de los diarios. El Municipio se compromete a limpiar las calles, pero nadie anda recogiendo muertos como recoge bolsas de residuos, cáscaras de banana, colillas de cigarrillos, escupitajos.
El muerto duerme su último sueño en una calle desconocida. El viejo se ha traído un banquito y se sienta para conversar un rato, parece un Hamlet tardío esperando que el tiempo despoje de carne esa cabeza temprana.
Una mujer se tiende a su lado enamorada de la muerte de ese hombre muerto y desnudo.
La comisión vecinal de Villa Florida se reúne para resolver qué medidas tomar con el cadáver abandonado en la madrugada de ayer en una de sus calles que ha sido bloqueada impidiendo el paso de los vehículos y los habitantes de la misma deben portar un dispositivo especial para entrar o salir de la zona. Se corren rumores que muertos similares se han atravesado en las calles principales de otros barrios de la ciudad.
Adriana Agrelo
La mujer levanta la persiana agita una franela con la mano y mira hacia la calle: ciclistas, automóviles, gente que camina. Aspira el olor rancio de la levadura, bolsas vacías entran a la panadería de enfrente. El semáforo amarillo.
El sol enceguece al viejo. Un coche pasa rápido. Retrocede y golpea el bastón. Se apoya contra un árbol, un cuerpo se encorva en el aire y queda adherido al empedrado. Estallidos y luz roja.
El viejo camina lento hundiendo el bastón en las ranuras y ve la muerte tan cercana y roja la luz. No importa, porque los autos se detienen, la gente se detiene o surge como enjambre de casas y ventanas y un muchacho da la espalda a un cuerpo caído apretando las manos en los bolsillos. Los disparos sólo un eco que retumba en el aire.
Hay una franja vacía entre la gente, los coches, los árboles, las casas, las ventanas abiertas, el cuerpo del hombre tieso y el viejo y su bastón que mira de cerca la muerte sin importarle la luz verde, roja o amarilla; mira la cara cubierta de sangre espesa, la mano encogida con ganas de rasguñar el empedrado y el boquete negro en el cuerpo.
El viejo ve el arma al costado de la mano agazapada. Minutos antes el cuerpo surgía elástico al costado de la calle y el arma apuntaba un blanco que el viejo desconoce. No da la espalda ni piensa en los motivos ante el cuerpo, ni en el auto ni en los hombres armados aunque hay una línea divisoria. El viejo sólo trata de tapar el boquete negro, cerrar la cicatriz.
Vuelve la sangre a circular y el hombre se levanta y camina con el viejo, sin prisa apoyándose ambos en el bastón de caña, miran los árboles y aspiran el olor a pan recién cocido, dejan atrás el enjambre, quebrando la franja.
La mujer baja con sus ganas de pan fresco y arruga la lista de las compras: hay un muerto atravesado camino a la panadería; el hombre al volante del coche endereza las ruedas y acciona el motor cerrando la calle hasta que llegue la ambulancia y la mujer entonces cruza el empedrado se anima al otro lado y llama al viejo que no la escucha. Giran las ruedas de las bicicletas hacia la esquina opuesta y la mujer entra en la panadería pensando en la sordera de su padre.
Me quedo en el cordón y me da vértigo. Disparo, asunto turbio, - parece, se dice – Joven ultimado pereció de un balazo en el pecho en las primeras horas de la mañana – dícese, conjetúrase.
Pierdo el equilibrio, salto, quedo en medio de un adoquín. Cada uno ocupa su adoquín como una fosa: la mujer con la bolsa del pan, el viejo del bastón cerca del muerto, los ciclistas y sus bicicletas. Como piezas de ajedrez cada uno en su adoquín, jaque mate y los encierro en el lente redondo.
Tapo con la mano la mancha negra, me mancho, tibio torrente, separo la ropa capa por capa y llego a la piel, allí, donde hubo un corazón. La mano una línea quebrada. Rasgado el pantalón, la redondez de la rodilla que pregunta todavía. Tapo, zurzo, remiendo, desnudo y esa sangre que no cesa forma ríos y lo deja flotando en medio de la calle.
Los ciclistas se alejan pedaleando pero es sólo el giro de sus ruedas y el movimiento de sus pies, encuadrados en mi foto. Todos quietos, como en un sueño, pigmentados por millones de puntos diminutos que van conformando las figuras.
Es de noche. Las ventanas están abiertas y en la calle escasamente iluminada se adivina el bulto extendido. Alguien ha encendido velas a su alrededor para que los coches no lo pisen y la calle se ha transformado en un velorio solitario. Ni ambulancias ni bomberos ni policías han venido a recoger el cuerpo. “Que los muertos entierren a sus muertos”.
El fotógrafo se ha ido hace rato. Quizá algún familiar del muerto lo reconozca por la foto de los diarios. El Municipio se compromete a limpiar las calles, pero nadie anda recogiendo muertos como recoge bolsas de residuos, cáscaras de banana, colillas de cigarrillos, escupitajos.
El muerto duerme su último sueño en una calle desconocida. El viejo se ha traído un banquito y se sienta para conversar un rato, parece un Hamlet tardío esperando que el tiempo despoje de carne esa cabeza temprana.
Una mujer se tiende a su lado enamorada de la muerte de ese hombre muerto y desnudo.
La comisión vecinal de Villa Florida se reúne para resolver qué medidas tomar con el cadáver abandonado en la madrugada de ayer en una de sus calles que ha sido bloqueada impidiendo el paso de los vehículos y los habitantes de la misma deben portar un dispositivo especial para entrar o salir de la zona. Se corren rumores que muertos similares se han atravesado en las calles principales de otros barrios de la ciudad.
Adriana Agrelo
Hipólita- Cantidad de envíos : 215
Puntos : 42327
Fecha de inscripción : 28/06/2013
Re: La Franja
Como moderador suplente seré breve .Un placer leer este escrito., gracias por aportar material al foro saludos.
Roque- Poeta especial
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Fecha de inscripción : 19/09/2021
Armando Lopez- Moderador General
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Fecha de inscripción : 07/01/2012
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