Era La ira
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EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Grandes Poetas y Escritores Consagrados :: Antología Universal
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Era La ira
VI
Era la ira su forma de ser muerte
y la vida con ella
loco juego de sangre:
en el trato humano choque de sombras
estruendo de materias divididas.
La muda ostentación de los instintos,
al acechar,
y el comprar y vender,
vender, venderse,
acción de cada día.
Era la muerte su escudo y su lanza,
la sombra de su color,
y la terrosa ilusión de ser hombres
su condición.
VII
La filiación en Dios
no se reconocía:
ay, cómo en ese tráfico de aceros,
inmisericordes
en el roce son sus semejantes:
ensamblados como ruedas dentadas de una máquina
enloquecida.
Las ruedas duermen sobre sus órbitas:
silban sin sueños mientras giran
los días y las noches dentro del tórax
sin alterar el ritmo de la sangre
sin despertar a un solo
corazón amante.
VIII
Es verdad que se aloja en alguna parte,
en la más recóndita, resguardada de aires y de olvidos.
No sé delimitarlo,
sólo sentirlo.
En el sobresalto sueño está presente:
en lo negro del párpado cerrado
y en mi futuro cierto.
Un delgado cabello la separa del placer
y consume
como cucharadita de nieve
cualquier excelsitud en su cumbre más alta.
¿Quién se atreve con ella?
Sólo el amor hasta el último aliento.
Sólo el amor su resta sobrepasa.
IX
No es una sola muerte,
es la muerte con mil máscaras distintas:
a la vuelta del día,
en lo mejor de la noche,
a la mitad de la vida.
mi mano tiene muerte,
el polvo de sus alas entre mis dedos
el recuerda que está viva.
X
No hay hilo que conduzca a la salida
del laberinto.
Al compás de nuestros pasos
arrastramos
cadenas de necesidad.
¿Qué nos queda?
Volver sobre lo mismo,
o en el profundo sueño
de hormigas aferradas
a la naranja
que se traslada y gira,
penetrar
al único hechizo de cada noche
y el prodigio de cada día,
despertar.
XI
Esto de separar los tiempos,
las distancias o dividirlos:
¿En dónde está esa tarde?
cielo lluvioso contemplado
desde el ablandamiento del alma,
desde el temblor del cuerpo que recibo
el peso doloroso
de la felicidad.
El brillo de las gotas de la lluvia
no más intenso que las miradas
ni menos húmedo
ni mejor.
Aquella tarde no se encuentra
en el corazón,
sino en la hondura
más honda que la carne,
la distancia o el tiempo.
Tarde que nunca anochecerá.
XII
Si se pudiera esta noche
con el aliento deshacer el frío,
a dentelladas romper el hielo.
Desterrar el invierno,
si se pudiera
dentro y fuera de sí vencer el caos,
encender la música
hasta incendiar el cielo
en un desesperado intento
de amar.
Dolores Castro
México
Era la ira su forma de ser muerte
y la vida con ella
loco juego de sangre:
en el trato humano choque de sombras
estruendo de materias divididas.
La muda ostentación de los instintos,
al acechar,
y el comprar y vender,
vender, venderse,
acción de cada día.
Era la muerte su escudo y su lanza,
la sombra de su color,
y la terrosa ilusión de ser hombres
su condición.
VII
La filiación en Dios
no se reconocía:
ay, cómo en ese tráfico de aceros,
inmisericordes
en el roce son sus semejantes:
ensamblados como ruedas dentadas de una máquina
enloquecida.
Las ruedas duermen sobre sus órbitas:
silban sin sueños mientras giran
los días y las noches dentro del tórax
sin alterar el ritmo de la sangre
sin despertar a un solo
corazón amante.
VIII
Es verdad que se aloja en alguna parte,
en la más recóndita, resguardada de aires y de olvidos.
No sé delimitarlo,
sólo sentirlo.
En el sobresalto sueño está presente:
en lo negro del párpado cerrado
y en mi futuro cierto.
Un delgado cabello la separa del placer
y consume
como cucharadita de nieve
cualquier excelsitud en su cumbre más alta.
¿Quién se atreve con ella?
Sólo el amor hasta el último aliento.
Sólo el amor su resta sobrepasa.
IX
No es una sola muerte,
es la muerte con mil máscaras distintas:
a la vuelta del día,
en lo mejor de la noche,
a la mitad de la vida.
mi mano tiene muerte,
el polvo de sus alas entre mis dedos
el recuerda que está viva.
X
No hay hilo que conduzca a la salida
del laberinto.
Al compás de nuestros pasos
arrastramos
cadenas de necesidad.
¿Qué nos queda?
Volver sobre lo mismo,
o en el profundo sueño
de hormigas aferradas
a la naranja
que se traslada y gira,
penetrar
al único hechizo de cada noche
y el prodigio de cada día,
despertar.
XI
Esto de separar los tiempos,
las distancias o dividirlos:
¿En dónde está esa tarde?
cielo lluvioso contemplado
desde el ablandamiento del alma,
desde el temblor del cuerpo que recibo
el peso doloroso
de la felicidad.
El brillo de las gotas de la lluvia
no más intenso que las miradas
ni menos húmedo
ni mejor.
Aquella tarde no se encuentra
en el corazón,
sino en la hondura
más honda que la carne,
la distancia o el tiempo.
Tarde que nunca anochecerá.
XII
Si se pudiera esta noche
con el aliento deshacer el frío,
a dentelladas romper el hielo.
Desterrar el invierno,
si se pudiera
dentro y fuera de sí vencer el caos,
encender la música
hasta incendiar el cielo
en un desesperado intento
de amar.
Dolores Castro
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Re: Era La ira
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"El amor es la razón del corazón"
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