El perdón

¡Qué tremendo y maravilloso es el amor concesivo! Cuando el más elevado sentimiento se desentiende de orgullo, vanidad, egoísmo, intolerancia y de ese que dirán de quienes no comprenden.

El cuerpo es el medio con el que transitamos a nuestra usanza el mundo de lo tangible. Y ocurre que esto es irremediablemente escaso sino aspiramos a involucrarlo con el ser interior.

La mayoría de las veces creemos que el perdón es una concesión interactiva que se purga en el olvido, amuchando y evaporando aquellos actos que hirieron nuestra sensibilidad y criterio. Sin embargo, es algo más que esto. Es dignificar nuestra esencia. Es una manera de disculparnos por todos aquellos pensamientos y sentimientos contradictorios e imperfectos, que el otro también generó con su actitud defectiva, haciendo que afloraran, como una vorágine incontenible, resentimientos enfermizos y sufrientes.

Debemos erradicar la evaluación de merecimientos que siempre nos aturden, al punto de consultar a quienes creemos que nos comprenden, pero que no alcanzan a tener una visión propia de nuestro dolor. Y la ecuación es simple. Ellos no sufren nuestros padecimientos. Lo único que hacen es confundirnos más, entregándonos de buena fe sus conceptos vivenciales. Mientras nos vamos desmantelando aún más, sentimos que los principios adquiridos y todo nuestro dar carece de sentido, dado que el referente amado no está interrelacionado con la visión de los anhelos.

Y entonces, qué decimos......qué queremos.......por qué desesperamos....por qué nos aferramos a los valores prosaicos.....?