El gato montés y la nutria
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El gato montés y la nutria
El gato montés y la nutria de Godofredo Daireaux
La nutria aseguró un día al gato montés que podría ella pescar muchos más peces de lo que hacía, y que, si se contentaba con pescar sólo los que necesitaba para su consumo, era porque no sabía dónde guardarlos. Confesó, que le daba lástima tener que desperdiciar tanta riqueza, pero todavía le parecía mejor dejar vivos los peces que tirarlos sin provecho para nadie. Asimismo suspiró, «¡cuánto siento no poder guardar algo de lo que hoy podría economizar para cuando la vejez me impida trabajar!».
El gato, a quien tanto gusta el pescado y que casi nunca puede lograrlo, al momento comprendió qué horizontes se abrían ante él, y dijo: «¿Podría usted cazar los peces sin matarlos?». -¡Cómo no! -contestó la nutria; casi sin lastimarlos. -Bien; entonces, dijo el gato; hagamos un negocio. Conozco yo un vivero natural, escondido entre las rocas, inaccesible para los pescadores, a donde me comprometo a llevar los pescados que usted me entregue; y allá se reproducirán de tal modo, que cuando la vejez le impida trabajar, usted tendrá a mano pescado para toda la vida.
-¿De veras se reproducirán tanto?
-¡Quién lo duda! -contestó el gato con el entusiasmo arrebatador de un cuentero del tío-. ¡Ciento por ciento! y garantido por mil exclamó, no sin orgullo.
La nutria quedó convencida; la ilusión embriaga, y contentándose con esa garantía que tan generosa como verbalmente le daba el gato, empezó a entregarle con regularidad cada día el más lindo pescado de los que había tomado. El gato se lo llevaba; se internaba en el monte, y ¡quién, entonces, lo hubiera visto almorzar!
Cuando asomó la vejez, la nutria quiso conocer el vivero y empezar a aprovechar su reserva de pescados, que el gato siempre le ponderaba.
Pero, un día con un pretexto, otro día con otro, el gato siempre prorrogaba la inauguración, y cuando ya no le fue más posible echarse atrás, desapareció.
La nutria se convenció, algo tarde, de que cuanto más fuerte es el interés, menos seguro está el capital.
La nutria aseguró un día al gato montés que podría ella pescar muchos más peces de lo que hacía, y que, si se contentaba con pescar sólo los que necesitaba para su consumo, era porque no sabía dónde guardarlos. Confesó, que le daba lástima tener que desperdiciar tanta riqueza, pero todavía le parecía mejor dejar vivos los peces que tirarlos sin provecho para nadie. Asimismo suspiró, «¡cuánto siento no poder guardar algo de lo que hoy podría economizar para cuando la vejez me impida trabajar!».
El gato, a quien tanto gusta el pescado y que casi nunca puede lograrlo, al momento comprendió qué horizontes se abrían ante él, y dijo: «¿Podría usted cazar los peces sin matarlos?». -¡Cómo no! -contestó la nutria; casi sin lastimarlos. -Bien; entonces, dijo el gato; hagamos un negocio. Conozco yo un vivero natural, escondido entre las rocas, inaccesible para los pescadores, a donde me comprometo a llevar los pescados que usted me entregue; y allá se reproducirán de tal modo, que cuando la vejez le impida trabajar, usted tendrá a mano pescado para toda la vida.
-¿De veras se reproducirán tanto?
-¡Quién lo duda! -contestó el gato con el entusiasmo arrebatador de un cuentero del tío-. ¡Ciento por ciento! y garantido por mil exclamó, no sin orgullo.
La nutria quedó convencida; la ilusión embriaga, y contentándose con esa garantía que tan generosa como verbalmente le daba el gato, empezó a entregarle con regularidad cada día el más lindo pescado de los que había tomado. El gato se lo llevaba; se internaba en el monte, y ¡quién, entonces, lo hubiera visto almorzar!
Cuando asomó la vejez, la nutria quiso conocer el vivero y empezar a aprovechar su reserva de pescados, que el gato siempre le ponderaba.
Pero, un día con un pretexto, otro día con otro, el gato siempre prorrogaba la inauguración, y cuando ya no le fue más posible echarse atrás, desapareció.
La nutria se convenció, algo tarde, de que cuanto más fuerte es el interés, menos seguro está el capital.
Roana Varela- Moderadora
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