EL RESCATE DE ANDRÓMEDA
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EL RESCATE DE ANDRÓMEDA
Perseo voló por encima del mundo. Al pasar por África, unas gotas de la sangre de Medusa cayeron en la tierra y así brotaron las serpientes venenosas y los escorpiones que viven en el desierto, donde toda vida debería ser imposible. Volando sobre las costas de Palestina, Perseo vio la bellísima estatua de una mujer, que se destacaba en mármol blanco contra las rocas negras.
Al acercarse, se dio cuenta de que caían lágrimas de los ojos de la estatua, y sus manos, encadenadas a la roca, se retorcían con desesperación. Era Andrómeda, una princesa injustamente castigada por las imprudentes palabras de su madre.
Perseo nunca había visto una mujer así. Se acercó, le preguntó por qué estaba allí encadenada, y se enamoró inmediatamente de ella. Los padres de Andrómeda eran los reyes de la región. Su madre se había jactado de que ella y su hija eran más hermosas que las mismísimas Nereidas, las ninfas del mar, hijas de Poseidón.
Las Nereidas, ofendidas, se quejaron a su padre, que envió una devastadora inundación sobre la costa y un monstruo marino que devoraba a sus habitantes. Cuando los reyes, desesperados, consultaron al oráculo, la respuesta fue terrible: —Solo si sacrifican a su hija Andrómeda al monstruo marino se verán libres de la maldición. Y allí estaba Andrómeda, pagando por las culpas de su madre. Los reyes, paralizados por el terror, no podían dejar de mirar a su hija encadenada a la roca. —¿Me darán la mano de su hija si consigo matar al monstruo? —les preguntó Perseo. No había tiempo que perder. —¡Claro que sí! —dijeron los dos a coro, pero con pocas esperanzas, convencidos de que ese joven tan atractivo moriría un poco antes que su hija. No sabían que Perseo contaba con las armas mágicas que los dioses le habían destinado. En breve lucha mató al monstruo y rescató a Andrómeda.
Cuando volvió con la muchacha junto a sus padres, los reyes se miraron, agradecidos, pero desconcertados.
—En realidad... Andrómeda estaba prometida a otro hombre, pero... Perseo quería volver cuanto antes cerca de su madre Dánae, y las bodas se llevaron a cabo de inmediato. De pronto, un grupo de doscientos hombres armados, dirigidos por el prometido de Andrómeda, interrumpió la fiesta. —¡La princesa Andrómeda debe casarse conmigo! —gritó el hombre al que le habían prometido la mano de la princesa, pero que no había tenido suficiente valor para rescatarla del monstruo. Perseo no se molestó en contestar. Cuando el pequeño ejército se le echó encima, se limitó a sacar la cabeza de Medusa, que siempre llevaba encima, y los convirtió a todos en piedra.
Ana María Shua.
Libro Dioses y Héroes de la Mitología Griega.
Al acercarse, se dio cuenta de que caían lágrimas de los ojos de la estatua, y sus manos, encadenadas a la roca, se retorcían con desesperación. Era Andrómeda, una princesa injustamente castigada por las imprudentes palabras de su madre.
Perseo nunca había visto una mujer así. Se acercó, le preguntó por qué estaba allí encadenada, y se enamoró inmediatamente de ella. Los padres de Andrómeda eran los reyes de la región. Su madre se había jactado de que ella y su hija eran más hermosas que las mismísimas Nereidas, las ninfas del mar, hijas de Poseidón.
Las Nereidas, ofendidas, se quejaron a su padre, que envió una devastadora inundación sobre la costa y un monstruo marino que devoraba a sus habitantes. Cuando los reyes, desesperados, consultaron al oráculo, la respuesta fue terrible: —Solo si sacrifican a su hija Andrómeda al monstruo marino se verán libres de la maldición. Y allí estaba Andrómeda, pagando por las culpas de su madre. Los reyes, paralizados por el terror, no podían dejar de mirar a su hija encadenada a la roca. —¿Me darán la mano de su hija si consigo matar al monstruo? —les preguntó Perseo. No había tiempo que perder. —¡Claro que sí! —dijeron los dos a coro, pero con pocas esperanzas, convencidos de que ese joven tan atractivo moriría un poco antes que su hija. No sabían que Perseo contaba con las armas mágicas que los dioses le habían destinado. En breve lucha mató al monstruo y rescató a Andrómeda.
Cuando volvió con la muchacha junto a sus padres, los reyes se miraron, agradecidos, pero desconcertados.
—En realidad... Andrómeda estaba prometida a otro hombre, pero... Perseo quería volver cuanto antes cerca de su madre Dánae, y las bodas se llevaron a cabo de inmediato. De pronto, un grupo de doscientos hombres armados, dirigidos por el prometido de Andrómeda, interrumpió la fiesta. —¡La princesa Andrómeda debe casarse conmigo! —gritó el hombre al que le habían prometido la mano de la princesa, pero que no había tenido suficiente valor para rescatarla del monstruo. Perseo no se molestó en contestar. Cuando el pequeño ejército se le echó encima, se limitó a sacar la cabeza de Medusa, que siempre llevaba encima, y los convirtió a todos en piedra.
Ana María Shua.
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Roque- Poeta especial
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