CARTA DE M. PASSY

CARTA DE M. PASSY

La humanidad se rige por leyes que la impulsan continuamente a ampliar, sin cesar, la esfera de su conocimiento. No hay descubrimiento que no lo conduzca a nuevos descubrimientos; cada generación añade la suya propia a la masa que ha recibido del pasado, y así, de edad en edad, aumentan la fuerza y ​​la riqueza de la civilización.

Ahora bien, es una de las numerosas pruebas de los propósitos benévolos del Creador, que cada paso del progreso mental fortalece las ideas de deber y justicia, que la humanidad aplica en sus actos. La sociedad humana, a medida que gana luz, no aprende simplemente a sacar mejor provecho de su trabajo. Adquiere, al mismo tiempo, nociones más claras y seguras del orden moral. Discierne el mal donde al principio no sospechaba su existencia; y tan pronto como percibe el mal, busca los medios para suprimirlo.

Esto es lo que, en nuestros días, ha despertado tanta oposición a la Esclavitud. Gracias al torrente de luz ya recibido, la sociedad comienza a comprender, no sólo su iniquidad en principio, sino toda la degradación y sufrimiento que esparce en las tierras donde existe. Surge un grito de reprobación y se forman asociaciones para acelerar su abolición.

Podemos, sin temor, afirmar que será con la Esclavitud como con todos los demás remanentes de la ignorancia y la barbarie originaria. Llegará el día en que deba desaparecer, con el resto de las instituciones que se han encontrado incompatibles con los sentimientos morales a los que el desarrollo de la razón humana da el dominio.

Que reflexionen quienes, en este día, se constituyen en defensores de la Esclavitud. Tienen contra ellos el más irresistible de todos los poderes: el de la verdad moral que se vuelve cada vez más distinta, el de las concepciones humanas que necesariamente se elevan con el crecimiento del conocimiento de la voluntad divina. Su derrota es, tarde o temprano, inevitable.

¡Cuánto más sabios serían si se resignaran a preparar una reforma cuya necesidad se presenta con tan inflexible urgencia! Es, sin duda, una obra de dificultad. Los hombres libres requieren otras condiciones además aquellos a que fueron sometidos por el látigo; pero se pueden efectuar los cambios necesarios. Las precauciones sabias y los arreglos temporales, unidos a los mandatos de la autoridad, no dejarán de tener éxito. ¡Propietarios que temen la emancipación! muestra a tu pueblo un poco de esa benevolencia que tan pronto subyuga a los que no están acostumbrados a ella, y los encontrarás dóciles y laboriosos como hombres libres. Es la Esclavitud la que corrompe y deteriora las facultades que Dios ha dado a todos para la mejora de sus destinos y el disfrute de la existencia. La libertad, por el contrario, los anima y los desarrolla. La actividad humana se eleva para extender sus conquistas, más ingeniosa y enérgica a su aliento vivificante.

Ojalá afirmaciones como éstas, conformes como son a la experiencia de todas las épocas, ya no encuentren en América las contradicciones que se extinguieron hace mucho tiempo en Europa. Que aquellos Estados de la Unión donde la Esclavitud todavía cuenta con sus partidarios, se apresuren a preparar su abolición. Las tormentas se están acumulando sobre el asiento de la injusticia. La prosperidad, ganada a expensas de la humanidad, fluye de una fuente que el tiempo necesariamente secará. No puede existir prosperidad duradera en la tierra, sino en consistencia con las leyes de Dios; y sus leyes ordenan a los hombres que se amen y se sirvan como hermanos.

Niza , 28 de enero de 1855.

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sabra