LA GUERRA DE LOS INMORTALES
EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Clásicos de la Mitología-Poesía Mitológica :: Mitología,Héroes.
Página 1 de 1.
LA GUERRA DE LOS INMORTALES
Las profecías aseguraban que Zeus sería el rey de los dioses y el dueño del Universo. Pero, por el momento, no parecía tan sencillo. Antes era necesario destronar a su padre, el malvado Cronos, quien contaba con el apoyo sus hermanos, los Titanes.
El Universo entero temblaba: había comenzado la Guerra de los Inmortales. Durante diez años, desde las alturas del Olimpo, lucharon los nuevos dioses contra los Titanes y la suerte de la guerra seguía indecisa. El propio Zeus comenzaba a temer que la profecía no llegara a cumplirse.
Fue entonces cuando decidió consultar a su anciana y sabia abuela, Gea, la Madre Tierra. —Cronos tiene enemigos poderosos — le dijo Gea—. ¡También ellos son mis hijos, aunque sean deformes! Si liberas de sus cadenas a los Cíclopes y a los Hecatónquiros, atrapados en el Tártaro, ellos te ayudarán a vencer a tu malvado padre. Entonces Zeus bajó a las oscuras profundidades del Tártaro y desencadenó a los Cíclopes, gigantes con un solo ojo en medio de la frente, y también a los Hecatónquiros, los monstruos de cincuenta cabezas y cien brazos.
Los dioses olímpicos los invitaron a su morada cerca de las nubes, y compartieron con ellos sus exquisitos alimentos, el néctar y la ambrosía. Así los convirtieron para siempre en sus aliados. Agradecidos por su liberación, los Cíclopes le regalaron a Zeus tres armas invencibles: el Trueno, el Rayo y el Relámpago. Le entregaron a Hades un casco que lo hacía invisible.
Y le dieron a Poseidón un tridente tan poderoso que con un solo golpe podía hacer temblar la tierra y el mar. La batalla final fue atroz. Luchaban entre sí seres gigantescos, que podían causarse terribles heridas, podían triunfar o ser derrotados, pero no podían matarse unos a otros, porque todos eran inmortales. Mujeres y varones luchaban sin descanso, sin piedad.
Cada uno de los Hecatónquiros levantaba enormes rocas con sus cien manos. Después avanzaban los tres juntos hacia adelante, arrojando trescientas rocas al mismo tiempo sobre los Titanes. Zeus lanzaba sus terribles rayos, Poseidón provocaba terremotos y Hades, invisible, parecía estar en todas partes al mismo tiempo. El mar resonaba, vibraba el monte Olimpo desde su pie hasta la cumbre, el Cielo gemía estremecido y las violentas pisadas retumbaban en lo más hondo de la Tierra.
Los bosques se incendiaban y hervían los océanos. Cegados por la violenta luz de los rayos y la humareda que se levantaba de los incendios, semienterrados por la lluvia de enormes piedras, los Titanes fueron vencidos por fin. Zeus los condenó a ser encadenados en el Tártaro, donde los Hecatónquiros se convirtieron en sus guardianes.
(Si un yunque de bronce bajara desde la superficie de la Tierra durante nueve noches con sus días, al décimo día llegaría al Tártaro, tan profundo es ese abismo, horrendo incluso para los dioses inmortales). Victoriosos, los dioses decidieron repartirse el poder. Para evitar más luchas, hicieron un sorteo.
A Zeus le tocó el cielo, Poseidón obtuvo dominio sobre el mar y Hades se adueñó del mundo subterráneo. Pero Zeus, el rey de los dioses, gobernó además sobre todos los mortales y los inmortales.
Y sin embargo, el Universo no estaba en paz. Gea, la Tierra, se revolvía, furiosa. ¿Cómo se había atrevido su nieto, el soberbio Zeus, a encerrar a sus propios tíos en el Tártaro? Como madre de los Titanes, Gea no podía permitir que los nuevos dioses gobernaran el Universo. Por el momento, los Olímpicos habían triunfado. Pero Gea meditaba su venganza.
Ana María Shua.
Libro Dioses y Héroes de la Mitología Griega.
El Universo entero temblaba: había comenzado la Guerra de los Inmortales. Durante diez años, desde las alturas del Olimpo, lucharon los nuevos dioses contra los Titanes y la suerte de la guerra seguía indecisa. El propio Zeus comenzaba a temer que la profecía no llegara a cumplirse.
Fue entonces cuando decidió consultar a su anciana y sabia abuela, Gea, la Madre Tierra. —Cronos tiene enemigos poderosos — le dijo Gea—. ¡También ellos son mis hijos, aunque sean deformes! Si liberas de sus cadenas a los Cíclopes y a los Hecatónquiros, atrapados en el Tártaro, ellos te ayudarán a vencer a tu malvado padre. Entonces Zeus bajó a las oscuras profundidades del Tártaro y desencadenó a los Cíclopes, gigantes con un solo ojo en medio de la frente, y también a los Hecatónquiros, los monstruos de cincuenta cabezas y cien brazos.
Los dioses olímpicos los invitaron a su morada cerca de las nubes, y compartieron con ellos sus exquisitos alimentos, el néctar y la ambrosía. Así los convirtieron para siempre en sus aliados. Agradecidos por su liberación, los Cíclopes le regalaron a Zeus tres armas invencibles: el Trueno, el Rayo y el Relámpago. Le entregaron a Hades un casco que lo hacía invisible.
Y le dieron a Poseidón un tridente tan poderoso que con un solo golpe podía hacer temblar la tierra y el mar. La batalla final fue atroz. Luchaban entre sí seres gigantescos, que podían causarse terribles heridas, podían triunfar o ser derrotados, pero no podían matarse unos a otros, porque todos eran inmortales. Mujeres y varones luchaban sin descanso, sin piedad.
Cada uno de los Hecatónquiros levantaba enormes rocas con sus cien manos. Después avanzaban los tres juntos hacia adelante, arrojando trescientas rocas al mismo tiempo sobre los Titanes. Zeus lanzaba sus terribles rayos, Poseidón provocaba terremotos y Hades, invisible, parecía estar en todas partes al mismo tiempo. El mar resonaba, vibraba el monte Olimpo desde su pie hasta la cumbre, el Cielo gemía estremecido y las violentas pisadas retumbaban en lo más hondo de la Tierra.
Los bosques se incendiaban y hervían los océanos. Cegados por la violenta luz de los rayos y la humareda que se levantaba de los incendios, semienterrados por la lluvia de enormes piedras, los Titanes fueron vencidos por fin. Zeus los condenó a ser encadenados en el Tártaro, donde los Hecatónquiros se convirtieron en sus guardianes.
(Si un yunque de bronce bajara desde la superficie de la Tierra durante nueve noches con sus días, al décimo día llegaría al Tártaro, tan profundo es ese abismo, horrendo incluso para los dioses inmortales). Victoriosos, los dioses decidieron repartirse el poder. Para evitar más luchas, hicieron un sorteo.
A Zeus le tocó el cielo, Poseidón obtuvo dominio sobre el mar y Hades se adueñó del mundo subterráneo. Pero Zeus, el rey de los dioses, gobernó además sobre todos los mortales y los inmortales.
Y sin embargo, el Universo no estaba en paz. Gea, la Tierra, se revolvía, furiosa. ¿Cómo se había atrevido su nieto, el soberbio Zeus, a encerrar a sus propios tíos en el Tártaro? Como madre de los Titanes, Gea no podía permitir que los nuevos dioses gobernaran el Universo. Por el momento, los Olímpicos habían triunfado. Pero Gea meditaba su venganza.
Ana María Shua.
Libro Dioses y Héroes de la Mitología Griega.
Roque- Poeta especial
- Cantidad de envíos : 542
Puntos : 12884
Fecha de inscripción : 19/09/2021
Temas similares
» LA GUERRA DE LOS INMORTALES
» COSAS INMORTALES
» LA GUERRA
» LA GUERRA DE TROYA
» Declaración de guerra
» COSAS INMORTALES
» LA GUERRA
» LA GUERRA DE TROYA
» Declaración de guerra
EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Clásicos de la Mitología-Poesía Mitológica :: Mitología,Héroes.
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.