La victoria
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La victoria
La victoria
¡Bailén!... ¡Oh mágico nombre!
¿Qué español al pronunciarlo
no siente arder en su pecho
el volcán del entusiasmo?
¡Bailén!... La más pura gloria
que ve la historia en sus fastos
y el siglo presente admira,
sentó su trono en tus campos.
¡Bailén!... En tus olivares
tranquilos y solitarios,
en tus calladas colinas,
en tu arroyo y en tus prados,
su tribunal inflexible
puso el Dios tres veces santo,
y de independencia eterna
dio a favor de España el fallo.
Inclina la tierra
su mísera frente
al omnipotente
de Francia señor.
¡Viva el emperador!
Es dios de la guerra,
y de polo a polo
su brazo tan solo
será el vencedor.
¡Viva el emperador!
Segura tenemos
aquí la victoria,
sin riesgos, sin gloria,
pero rica asaz.
Marchemos, gocemos
las grandes riquezas,
e insignes bellezas
de España feraz.
A Francia gloriosa,
¿quién hay que la estorbe?
Rendido está el orbe
a su alto valor.
¡Viva el emperador!
Su ley poderosa
la España reciba.
Avancemos, ¡viva
de Francia el señor!
¡Viva el emperador!»
Así en infernales voces
los invencibles, que hollaron,
sembrando exterminio y muerte,
la Europa del Neva al Tajo,
las silenciosas cañadas
y los fecundos collados
de Bailén, al sol naciente,
con gozo infernal turbaron,
de clarines y tambores,
de armas, cañones y carros,
relinchos y roncos gritos
tormenta horrenda formando,
mas sin saber que una tumba
era el espacioso campo,
por donde tan orgullosos
osaban tender el paso.
De repente, de la parte
del Sur el viento les trajo
rumor de armas y de hombres,
y los ecos de este canto:
«Ya despertó de su letargo
de las Españas el león,
antes morir que ser esclavos
del infernal Napoleón.
»¡Viva el rey, viva la Patria,
y viva la Religión!»
Y aparecen los guerreros
del Guadalquivir preclaro,
sin pomposos atavíos,
sin voladores penachos,
la justicia de su parte
y la razón de su bando,
con Dios en los corazones
y con el hierro en las manos.
Y aunque en la guerra bisoños,
y aunque con orden escaso,
llevan resuelto a su frente
al valeroso Castaños.
Los fieros debeladores
de la Europa asombro y pasmo,
los fuertes, los invencibles
de mil triunfos coronados,
de limpio acero vestidos,
con oriental aparato,
de oro y dominio sedientos,
de orgullo bélico hinchados,
y teniendo a su cabeza,
la sien ceñida de lauros,
a Dupont, caudillo experto,
duro azote del germano,
ven con desdén y desprecio,
como a inocente rebaño
que al matadero camina
y piensa que va a los prados,
una turba que ha dos meses
en el taller y el arado,
ni cargar una escopeta
era posible a sus manos.
Y en carcajadas de infierno
y en burladores sarcasmos,
prorrumpen, y furibundos
al fácil triunfo volaron.
¡No tan fácil! Bramadoras
las ondas del oceano,
del huracán empujadas
tienden el inmenso paso;
raen las arenas profundas
de los abismos, al alto
firmamento, entumecidas,
van a encontrar a los astros;
tragan voraces y rompen
y aniquilan todo cuanto
pone a su furor estorbo,
pone a su curso embarazo;
y en la humilde y blanda arena,
o en el informe peñasco,
donde el dedo del Eterno
escribe hasta aquí, pedazos
se hace su furia espantosa,
se estrella su orgullo insano,
y en espuma roto vuela
su poder, del orbe espanto.
«El español ardimiento,
su fe viva, su entusiasmo
sean la meta del coloso»,
pronunció de Dios el labio.
Y lo fueron. Los valientes
de luciente acero armados,
los granaderos invictos,
los belígeros caballos,
los atronadores bronces
y los caudillos bizarros,
que las elevadas crestas
de Mont-Cení y San Bernardo
camino fácil hicieron,
que las ondas humillaron
del Vístula y del Danubio,
del Mosa, del Rhin y el Arno,
no pueden la mansa cuesta
trepar del collado manso
de Bailén, ni al pobre arroyo
del Herrumbrar hallar vado.
Y los que mares de fuego
intrépidos apagaron,
y muros de bayonetas
hundieron en un amago,
del español patriotismo
a los encendidos rayos,
al hierro de los bisoños,
al tiro de los paisanos
no osan resistir. Desmayan
y se fatigan en vano;
retroceden, se revuelcan
en tierra hombres y caballos,
y las águilas altivas
humillan el vuelo raudo
ensangrentadas sus plumas,
hasta perderse en el fango.
Y rendidas las legiones,
que al universo humillaron,
encadenadas desfilan,
vuelta su gloria en escarnio,
ante turba que ha dos meses
en el taller y el arado
ni cargar una escopeta
era posible a sus manos.
«¡Viva España!», gritó el mundo,
que despertó de un letargo.
Al grande estruendo apagose
en el firmamento un astro.
Y al tiempo que, ante las plantas
del noble caudillo hispano,
Dupont su espada rendía
y de sus sienes el lauro,
desde el trono del Eterno
dos arcángeles volaron:
uno a dar la nueva al polo
su nieve en fuego tornando,
otro a cavar un sepulcro
en Santa Elena, peñasco
que allá en la abrasada zona
descuella en el oceano.
Ángel de Saavedra
Arjona Dalila Rosa- Cantidad de envíos : 1230
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Roana Varela- Moderadora
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Re: La victoria
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sabra- Admin
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