Sevilla
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Sevilla
Sevilla
A la capital risueña
de la andaluza comarca,
que Hércules fundó de Betis
sobre las fecundas aguas,
la que cercó Julio César
de muros y torres altas,
la que ganó San Fernando
con Garci-Pérez de Vargas;
a la opulenta Sevilla,
la del encantado alcázar,
la del magnífico templo,
la de la torre gallarda,
emporio de la riqueza,
de claros ingenios patria,
y que en los brazos dormía
de la paz en la abundancia,
llega de cálido polvo,
dejando en pos nube blanca,
que los caños de Carmona
a la vista borra y tapa,
un anhelante correo
en una sudosa jaca,
cuyo ijar la espuela rompe,
y a quien da un látigo alas.
El rostro como de azufre,
los ojos como de brasa,
demuestran que es mensajero
de peligros y desgracias.
En corto momento esparce
nuevas de tal importancia,
vértigo tan repentino,
y tan mágicas palabras,
que la ciudad toda altera,
que la ciudad toda alarma,
y la dormida laguna
en mar borrascoso cambia.
Súbito clamor confunde
las antes tranquilas auras,
y agitado el pueblo inmenso
hierve en las calles y plazas.
Plebeyos, nobles y grandes,
canónigos, hombres de armas,
frailes, doctores, artistas,
traficantes y garnachas,
solo un cuerpo humano forman
donde solo vive un alma,
que un solo afán precipita,
y que un solo grito lanza.
No hay ya opuestos intereses,
no hay ya clases encontradas,
no hay ya distintos deseos,
no hay ya opiniones contrarias,
ni más pasión que la ira,
ni más amor que la patria,
ni más anhelo que guerra,
ni más grito que «¡Venganza!»
Palacios, talleres, templos,
conventos, humildes casas,
academias, tribunales,
lonjas, oficinas, aulas,
tórnanse en cuartel inmenso,
donde solo crujen armas,
solo retumban tambores,
solo se alistan escuadras.
Plumas, estevas, ciriales,
pesos, báculos y varas,
y hasta abanicos y agujas
se convierten en espadas.
En guerra y muerte terminan
de los templos las plegarias,
terminan en guerra y muerte
los procesos y contratas.
En guerra y muerte concluyen
de amor las dulces palabras,
y desde el sabio discurso
hasta las vulgares charlas.
«¡Vamos a matar franceses!»,
prorrumpe con fiera audacia
turba de inocentes niños,
que hace fusiles de caña.
«¡Vamos a matar franceses!»,
dice el anciano, que arrastra,
del báculo con la ayuda,
de un siglo entero la carga.
«¡Vamos a matar franceses!»,
grita el joven, que la espalda
del potro indómito oprime,
blandiendo una antigua lanza.
De la gran ciudad cabeza,
la gigantesca Giralda,
con lengua de eterno bronce,
cuya voz seis leguas anda,
al huracán ensordece,
sobrepuja a las borrascas,
conmueve la baja tierra
y el firmamento traspasa,
guerra, pregonando al mundo,
a guerra convoca y llama
a toda la Andalucía,
a toda la extensa España.
Y ciñe la erguida frente,
al llegar la noche opaca,
de una corona de hogueras,
que viento y lluvias no apagan:
bandera del fuego santo
que se ha encendido a sus plantas,
cráter del volcán tremendo,
que en la gran Sevilla estalla.
Ángel de Saavedra
A la capital risueña
de la andaluza comarca,
que Hércules fundó de Betis
sobre las fecundas aguas,
la que cercó Julio César
de muros y torres altas,
la que ganó San Fernando
con Garci-Pérez de Vargas;
a la opulenta Sevilla,
la del encantado alcázar,
la del magnífico templo,
la de la torre gallarda,
emporio de la riqueza,
de claros ingenios patria,
y que en los brazos dormía
de la paz en la abundancia,
llega de cálido polvo,
dejando en pos nube blanca,
que los caños de Carmona
a la vista borra y tapa,
un anhelante correo
en una sudosa jaca,
cuyo ijar la espuela rompe,
y a quien da un látigo alas.
El rostro como de azufre,
los ojos como de brasa,
demuestran que es mensajero
de peligros y desgracias.
En corto momento esparce
nuevas de tal importancia,
vértigo tan repentino,
y tan mágicas palabras,
que la ciudad toda altera,
que la ciudad toda alarma,
y la dormida laguna
en mar borrascoso cambia.
Súbito clamor confunde
las antes tranquilas auras,
y agitado el pueblo inmenso
hierve en las calles y plazas.
Plebeyos, nobles y grandes,
canónigos, hombres de armas,
frailes, doctores, artistas,
traficantes y garnachas,
solo un cuerpo humano forman
donde solo vive un alma,
que un solo afán precipita,
y que un solo grito lanza.
No hay ya opuestos intereses,
no hay ya clases encontradas,
no hay ya distintos deseos,
no hay ya opiniones contrarias,
ni más pasión que la ira,
ni más amor que la patria,
ni más anhelo que guerra,
ni más grito que «¡Venganza!»
Palacios, talleres, templos,
conventos, humildes casas,
academias, tribunales,
lonjas, oficinas, aulas,
tórnanse en cuartel inmenso,
donde solo crujen armas,
solo retumban tambores,
solo se alistan escuadras.
Plumas, estevas, ciriales,
pesos, báculos y varas,
y hasta abanicos y agujas
se convierten en espadas.
En guerra y muerte terminan
de los templos las plegarias,
terminan en guerra y muerte
los procesos y contratas.
En guerra y muerte concluyen
de amor las dulces palabras,
y desde el sabio discurso
hasta las vulgares charlas.
«¡Vamos a matar franceses!»,
prorrumpe con fiera audacia
turba de inocentes niños,
que hace fusiles de caña.
«¡Vamos a matar franceses!»,
dice el anciano, que arrastra,
del báculo con la ayuda,
de un siglo entero la carga.
«¡Vamos a matar franceses!»,
grita el joven, que la espalda
del potro indómito oprime,
blandiendo una antigua lanza.
De la gran ciudad cabeza,
la gigantesca Giralda,
con lengua de eterno bronce,
cuya voz seis leguas anda,
al huracán ensordece,
sobrepuja a las borrascas,
conmueve la baja tierra
y el firmamento traspasa,
guerra, pregonando al mundo,
a guerra convoca y llama
a toda la Andalucía,
a toda la extensa España.
Y ciñe la erguida frente,
al llegar la noche opaca,
de una corona de hogueras,
que viento y lluvias no apagan:
bandera del fuego santo
que se ha encendido a sus plantas,
cráter del volcán tremendo,
que en la gran Sevilla estalla.
Ángel de Saavedra
Arjona Dalila Rosa- Cantidad de envíos : 1230
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Fecha de inscripción : 10/10/2012
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Roana Varela- Moderadora
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Re: Sevilla
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"El amor es la razón del corazón"
sabra- Admin
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