El caballero
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El caballero
El caballero
Sin templar las flojas bridas,
ni dar descanso a la espuela,
el ilustre don Alonso
a do están los tercios llega;
dando al desprecio las burlas,
sordo haciéndose a la befa
de licenciosos soldados
y de desatadas lenguas,
ante el marqués de Pescara,
que siente tal ocurrencia,
y que está suspenso y grave,
pone fin a la carrera.
Desocupa los arzones,
a niños y madre apea,
y con firme acento dice,
alzándose la visera:
«Marqués de Pescara egregio,
pues circula en vuestras venas
sangre tan noble y cristiana
como el mundo reverencia,
»no extrañaréis el que un noble,
que de cristiano se precia,
sus obligaciones cumpla
y satisfaga sus deudas;
»ni que un valiente soldado
que a combatir marcha, quiera
para entrar con más empeño,
dejar mayores riquezas.
»Ni que tranquila su alma
al lance llevar pretenda,
porque si es del valor centro,
mayor valor hay en ella.
»Yo estoy obligado y debo,
mil bienes se me presentan
que asegurar, y mi alma
la tranquilidad anhela.
»Bajo vuestro patrocinio
cumpla, pues, pague, enriquezca,
mi alma tranquilice, y obre
según Dios y mi conciencia.
»Al capellán que os asiste
mandadle, señor, que venga,
y que me case ahora mismo
aquí con doña Teresa.
»Y bendecido mi enlace,
estos dos ángeles sean
hijos legítimos míos,
purgados de toda afrenta.
»Y si el cielo dispusiese
que yo caiga en la pelea,
habrá quien me sustituya
en lealtad y en fortaleza.»
Calló; y el Pescara insigne
y los jefes que le cercan,
conmovidos y admirados,
tan cristiano empeño aprueban.
Viene el capellán al punto
en una mula; se apea,
de don Alonso elogiando
acción tan gallarda y buena.
Entusiasmo por las filas
cunde con la extraña nueva,
porque una acción generosa
tiene mágica influencia.
Y un ejército, testigo
siendo de la boda, hecha
fue con los sagrados ritos
que a sacramento la elevan.
Desmáyase la señora,
y en los brazos la sustenta
su esposo, que a entrambos niños
contra la coraza aprieta.
Se enternece el sacerdote,
Pescara los brazos echa
al regocijado novio,
y da mil enhorabuenas.
El ejército, de vivas,
admirado el aire llena.
Vienen los amigos todos,
todos los curiosos llegan.
Y de don Alonso entonces
ya no tienen resistencia
los enojados hermanos,
y entre sus brazos lo estrechan;
y despojándose afables
de anillos y de cadenas,
unos dan a su cuñada,
otros en los niños cuelgan.
De cordialidad, de gozo,
y de dicha tal escena
formando, en aquel momento,
que a un mármol enterneciera.
Pero los instantes urgen:
don Alonso, activo, ordena
a su esposa y a sus hijos
retirar de allí a gran priesa;
porque ya silban las balas,
y ya cruzan las saetas,
y las trompas y atambores
dan de combatir la seña;
y cabalgando ligero,
la lanza en la cuja puesta,
vuelto al marqués de Pescara
dice así con voz resuelta:
«Por uno antes combatía,
porque uno tan solo era,
mas hoy combatir por cuatro
quiero que el mundo me vea:
»Por mí, por mis tiernos hijos
y por mi esposa discreta:
Vos veréis, caudillo excelso,
si sé hacerlo, aunque perezca.»
Revuelve el potro, la lanza
en el ristre a punto puesta.
Y en lo más trabado y recio
entrose de la pelea.
Sílguenle sus dos hermanos;
y de los tres las proezas
en aquel tremendo día,
que a España de gloria llena
fueron tales, que lograron
aplausos y recompensas,
y en el clarín de la fama
nombre inmortal, gloria eterna.
Ángel de Saavedra
Sin templar las flojas bridas,
ni dar descanso a la espuela,
el ilustre don Alonso
a do están los tercios llega;
dando al desprecio las burlas,
sordo haciéndose a la befa
de licenciosos soldados
y de desatadas lenguas,
ante el marqués de Pescara,
que siente tal ocurrencia,
y que está suspenso y grave,
pone fin a la carrera.
Desocupa los arzones,
a niños y madre apea,
y con firme acento dice,
alzándose la visera:
«Marqués de Pescara egregio,
pues circula en vuestras venas
sangre tan noble y cristiana
como el mundo reverencia,
»no extrañaréis el que un noble,
que de cristiano se precia,
sus obligaciones cumpla
y satisfaga sus deudas;
»ni que un valiente soldado
que a combatir marcha, quiera
para entrar con más empeño,
dejar mayores riquezas.
»Ni que tranquila su alma
al lance llevar pretenda,
porque si es del valor centro,
mayor valor hay en ella.
»Yo estoy obligado y debo,
mil bienes se me presentan
que asegurar, y mi alma
la tranquilidad anhela.
»Bajo vuestro patrocinio
cumpla, pues, pague, enriquezca,
mi alma tranquilice, y obre
según Dios y mi conciencia.
»Al capellán que os asiste
mandadle, señor, que venga,
y que me case ahora mismo
aquí con doña Teresa.
»Y bendecido mi enlace,
estos dos ángeles sean
hijos legítimos míos,
purgados de toda afrenta.
»Y si el cielo dispusiese
que yo caiga en la pelea,
habrá quien me sustituya
en lealtad y en fortaleza.»
Calló; y el Pescara insigne
y los jefes que le cercan,
conmovidos y admirados,
tan cristiano empeño aprueban.
Viene el capellán al punto
en una mula; se apea,
de don Alonso elogiando
acción tan gallarda y buena.
Entusiasmo por las filas
cunde con la extraña nueva,
porque una acción generosa
tiene mágica influencia.
Y un ejército, testigo
siendo de la boda, hecha
fue con los sagrados ritos
que a sacramento la elevan.
Desmáyase la señora,
y en los brazos la sustenta
su esposo, que a entrambos niños
contra la coraza aprieta.
Se enternece el sacerdote,
Pescara los brazos echa
al regocijado novio,
y da mil enhorabuenas.
El ejército, de vivas,
admirado el aire llena.
Vienen los amigos todos,
todos los curiosos llegan.
Y de don Alonso entonces
ya no tienen resistencia
los enojados hermanos,
y entre sus brazos lo estrechan;
y despojándose afables
de anillos y de cadenas,
unos dan a su cuñada,
otros en los niños cuelgan.
De cordialidad, de gozo,
y de dicha tal escena
formando, en aquel momento,
que a un mármol enterneciera.
Pero los instantes urgen:
don Alonso, activo, ordena
a su esposa y a sus hijos
retirar de allí a gran priesa;
porque ya silban las balas,
y ya cruzan las saetas,
y las trompas y atambores
dan de combatir la seña;
y cabalgando ligero,
la lanza en la cuja puesta,
vuelto al marqués de Pescara
dice así con voz resuelta:
«Por uno antes combatía,
porque uno tan solo era,
mas hoy combatir por cuatro
quiero que el mundo me vea:
»Por mí, por mis tiernos hijos
y por mi esposa discreta:
Vos veréis, caudillo excelso,
si sé hacerlo, aunque perezca.»
Revuelve el potro, la lanza
en el ristre a punto puesta.
Y en lo más trabado y recio
entrose de la pelea.
Sílguenle sus dos hermanos;
y de los tres las proezas
en aquel tremendo día,
que a España de gloria llena
fueron tales, que lograron
aplausos y recompensas,
y en el clarín de la fama
nombre inmortal, gloria eterna.
Ángel de Saavedra
Arjona Dalila Rosa- Cantidad de envíos : 1230
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Fecha de inscripción : 10/10/2012
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Roana Varela- Moderadora
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Re: El caballero
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sabra- Admin
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