EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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LA PROFECÍA

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Mensaje por Roque Dom Oct 10, 2021 3:53 am




LA PROFECÍA
Las Aventuras de Perseo.
 
Una atroz profecía desesperaba al rey de Argos: su propio nieto lo mataría. Había una sola manera de escapar a ese destino: debía matar a su hija con sus propias manos. Pero el rey amaba a su hija Dánae. 

La princesa era la más bella de las mujeres, más bella que las ninfas. Solo con las diosas se podía comparar su hermosura.

 El mismísimo Zeus estaba enamorado de ella. Para tratar de engañar al destino, el rey mandó construir una habitación subterránea, hecha de bronce, con lujos dignos de una princesa. Allí encerró a Dánae con su nodriza, y se ocupó de que nada les faltara. Pero la celda tenía una grieta en el techo. Y por allí entró Zeus, convertido en lluvia de oro.

 Nadie entraba en ese cuarto secreto. Completamente solas, Dánae y su nodriza consiguieron mantener en secreto el embarazo y el nacimiento del bebé, al que llamaron Perseo. Hasta que un día el rey escuchó el llanto de su nieto y supo que sus planes habían fracasado. 

Es difícil engañar al destino, pero el rey de Argos no se daba por vencido. Encerró a su hija y a su nieto en un arca de madera, con agua y alimentos, y los echó al mar, confiando en que las olas los llevarían tan lejos que nunca se cumplirían los malos presagios. 

Poco después, en la lejana isla de Sérifos, un pescador encontró en la playa un arcón cerrado que las olas habían arrojado sobre la arena. Al abrirlo, su sorpresa fue enorme: una mujer y un niño, débiles, pero vivos y sanos, salieron del arca, guiñando los ojos desacostumbrados a la luz del sol.

 Este pescador no era un hombre cualquiera: era el hermano del tirano que gobernaba la isla, que lo había despojado injustamente del trono. Dánae y su hijo vivieron con el buen pescador y su esposa. Unos años después, Perseo se había convertido en un adolescente que se destacaba por su sorprendente coraje. 

La belleza de Dánae, que era casi una niña cuando nació su hijo, aumentaba con los años y era muy difícil de ocultar. 

El tirano de la isla se enamoró de ella y decidió librarse de ese hijo molesto que ya tenía suficiente edad como para proteger a su madre. Para eso, cierto día, invitó a todos los nobles de la isla a un banquete.

 Perseo, cuyo origen noble era evidente en su apostura y sus modales, estaba también allí. —¿Qué regalo les parece digno de un rey? —preguntó el tirano a sus invitados. —Yo le regalaría mi mejor caballo — dijo uno. —¡Yo también! —fueron diciendo todos los demás.

 Si la pregunta terminaba por convertirse en exigencia, esa era una propuesta fácil de cumplir. Pero Perseo era demasiado joven, nada prudente, y había bebido más de una copa de vino. —¡Yo le regalaría la cabeza de Medusa! —gritó, con entusiasmo. —Muy bien —dijo el rey, satisfecho con la respuesta—. 

Quiero esos regalos. Ir en busca de la cabeza de Medusa era una decisión suicida. Riéndose por dentro, el tirano pensó que librarse de Perseo sería mucho más sencillo de lo que había pensado. 

 Ana María Shua. 
Libro Dioses y Héroes de la Mitología Griega
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