MI PRIMERA VEZ
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MI PRIMERA VEZ
MI PRIMERA VEZ Era la primera vez en mi vida que besaba a una mujer. Ella estaba sentada en la segunda fila del teatro. Cuando subió al escenario pude oler sus cabellos rubios. Era un poquito más alta que yo y, desde luego, muchísimo mejor actriz, aunque en realidad aquello no tenía nada de extraño. Yo solo era una pequeña empresaria de moda. También era la primera vez que me subía a un escenario y nunca lo habría hecho de no ser por la terapia que inicié en Mayo, cuando mi hijo Alejandro se independizó. El doctor que me trató entonces, un hombre educado y correcto, notó en las primeras sesiones mi enorme dificultad para expresar lo que sentía. Su diagnóstico fue hipe-rigidez conductual. Su propuesta, que alternase la psicoterapia con clases de teatro para principiantes. Le obedecí. La directora me recibió con mucha amabilidad. Me entregó un texto y dijo que debía dejarme llevar, trascender, olvidarme de mi dictador mental, permitirme fluir y abandonarme a la improvisación. Yo, por supuesto, no entendí una sola palabra de lo que dijo, por lo que decidí comenzar a apuntarlas en mi cuaderno. A ella eso no le pareció bien. Me pidió que solo escuchase e hiciera lo que ella me indicaba. Cerré el cuaderno y subí al escenario, con la consigna de emular a una mujer ebria. Lo hice. Subí a las tablas y me puse a leer el texto, apenas medio renglón, ya que la directora me interrumpió con un rotundo No. No, dijo, no pones emoción. Volví a intentarlo. No. No es creíble. Lo intenté de nuevo. No, Estás demasiado rígida. Mis compañeros, entre los que se encontraba la mujer rubia, me observaban impasibles desde sus asientos, mientras yo repetía una y otra vez la misma frase. No, tienes que cambiar de tono. No y no y no y no, es lo único que escuché apenas empezaba a actuar. En toda mi vida había escuchado tantas veces las mismas palabras. La directora, que era una señora muy apasionada, seguro que tampoco había repetido tantas veces la palabra No en tan poco tiempo, aunque ella, que sí era una profesional, hacía de cada No un No distinto del otro. No..,nooo…,¡no!. Hasta que, ya algo desesperada, se volvió hacia la chica rubia para pedirle que subiese conmigo al escenario. Para apoyarme, decía, para que me mostrase cómo se mueve una mujer borracha sobre el escenario. La chica rubia se puso en pie, se quitó la sudadera y subió las escaleras. Luego comenzó a girar en círculos a mi alrededor, con mucha gracia, haciendo como que se tropezaba, con una torpeza bien fingida, girando otra vez, riendo, cogiendo mi mano, apoyándose sobre mis hombros, como para no caerse, girando de nuevo, riendo, con muchas ganas, no sé las veces, echando su cabeza hacia atrás, rozando mi cara con su melena, con mucho desparpajo, con mucha credibilidad, hasta que por fin se estuvo quieta un instante. Sus ojos eran un poco rasgados. De color miel. Sentí en mi rostro el aire de su respiración entrecortada, arrítmica, perfumada. Sus pechos subían y bajaban inquietos, levemente iluminados por un foco azul. Entonces la cogí por la cintura y le besé en los labios con toda mi pasión. Fidel Sanz Estaire |
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