EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Mensaje por Enry Jue Sep 16, 2021 4:21 am

Aniversario de Antón Chéjov

PERSONAJES

ANDREI ANDREEVICH SCHIPUCHI :Director de la banca Sociedad Mutual de Crédito de N... Hombre relativamente joven y con monóculo.
TATIANA ALEKSEEVNA:Su mujer: de veinticinco años.
KUSMA NIKOLAEVICH JIRIN:Contable en el Banco. Un viejo
NASTASIA FEDOROVNA MERCHUTKINA:Vieja vestida con un salop
Los directivos del Banco.
Los empleados del mismo

La acción tiene lugar en el local de la Mutual de Crédito, de N

Acto único
Despacho del director. A la izquierda, una puerta abre sobre las salas de empleados. Hay dos mesas de escritorio. En el aderezo de la estancia se aprecian pretensiones a un lujo refinado: muebles tapizados de terciopelo, flores, estatuas, alfombras, teléfono... Es el mediodía.

En la escena, y calzado con unos «valenkii» (botas altas de fieltro), está solo JIRIN


JIRIN. —(A gritos, y asomando la cabeza por la puerta.) ¡Diga que compren en la farmacia quince «kopeikas» de gotas de valeriana y que traigan también al despacho del director agua fresca!... ¡Hay que decírselo cien veces! (Yendo hacia la mesa.) ¡Estoy rendido completamente!... ¡Ya son tres días y tres noches las que llevo escribiendo, y sin pegar los ojos!... ¡La mañana y la tarde me las paso aquí, escribe que te escribe, y la noche, tosiendo en casa!... (Tose.) ¡Y ahora, por añadidura, siento todo el cuerpo congestionado!... ¡Tengo temblor..., calor..., tos..., dolor de piernas y como unas chispas en los ojos!... (Se sienta.) Nuestro director..., ese granuja..., ese pamplinoso..., se dispone a leer hoy en la junta la Memoria de este título: «Nuestro Banco en el presente y en el porvenir»... ¡Vaya Gambetta que está hecho!... Dos..., uno..., uno..., seis..., cero..., siete... ¡Lo que quiere... (seis..., cero..., uno..., seis...) es echar polvo a los ojos mientras yo tengo que estarme aquí sentado, trabajando para él como un presidiario!... ¡En su Memoria no hace más que poesía..., y yo mientras..., que le lleve el diablo, trabaja que te trabaja en el ábaco!... (Haciendo chasquear este.) ¡No le puedo sufrir!... (Escribiendo.) ¿Entonces era?... uno..., tres..., siete..., dos..., uno..., cero... Prometió recompensarme por mi trabajo... Prometió que si hoy transcurría todo bien y lograba embaucar al público, me daría un dije de oro y trescientos rublos en metálico... Veremos si es verdad... (Escribe.) Eso sí..., si resulta que he estado trabajando en balde..., no te enfades, hermano, entonces... Soy un hombre coiérico, y cuando me acaloro..., sería capaz de llegar hasta el crimen... ¡Sí!... (De detrás del escenario llega el sonido de unos aplausos Y un ligero barullo.)

LA VOZ DE SCHIPUCHIN. —«¡Gracias! ¡Muchas gracias! ¡Estoy emocionado!»... (Entra SCHIPUCHIN. Viene vestido de frac y corbata blanca, y sostiene entre las manos el álbum que acaba de serle ofrecido.)

SCHIPUCHIN. (Deteniéndose en el umbral y dirigiéndose a la sala de empleados.) ¡Este obsequio suyo, queridos subordinados, será conservado por mí hasta la misma muerte y constituirá el recuerdo de los días más felices de mi vida!... ¡Sí..., muy señores míos!... ¡Una vez más les doy las gracias! (Envía un beso ante sí y se vuelve hacia JIRIN.) ¡Mi querido..., mi apreciadísimo Kusma Nikolaevich!... (Durante el tiempo que permanece en el escenario, entran, de cuando en cuando, empleados con papeles para la firma.)

JIRIN. (Levantándose.) Tengo el honor de felicitarle, Andrei Andreevich, en el decimoquinto aniversario de la fundación de nuestro Banco y de desearle...

SCHIPUCHIN. -(Estrechándole fuertemente la mano.) ¡Gracias, querido mío... ¡Gracias!... ¡En un día tan célebre como el de hoy, en el día del aniversario, creo que podemos besarnos! (Se besan.) ¡Estoy muy, muy contento! ¡Gracias por su trabajo! ¡Gracias por todo! ¡Por todo!... ¡Si mientras tuve el honor de ocupar la dirección de este Banco hice algo útil, se lo debo, principalmente, a mis compañeros!... ¡Sí!... ¡Son quince años! ¡Quince años!... (En tono vivo.) Y mi Memoria..., ¿qué tal va? ¿Sigue adelantando?

JIRIN. —Sí. Solo faltan ya unas cinco páginas.

SCHIPUCHIN. ¡Magnífico! ¿Estará, entonces, preparada a eso de las tres?...

JIRIN. —Si no viene nadie a molestar, la terminaré, en efecto. Lo que queda es ya una insignificancia.

SCHIPUCHIN. —¡Magnífico! ¡Magnífico!... ¡La junta es a las cuatro, así que, por favor, querido!... ¿A ver?... Déme la primera mitad, que voy a repasarla... Démela pronto... En esta Memoria tengo puestas grandes esperanzas. (Cogiéndola.) Es mi «professión de foi» o, mejor dicho, «mis fuegos artificiales»... (Se sienta y empieza a leer para sí.) A todo esto, me siento terriblemente cansado. Anoche me dio un ataque de gota, y después tuve que pasarme toda la mañana de aquí para allá, ocupado en una porción de cosas. Luego, el nerviosismo..., las ovaciones..., la agitación... ¡Estoy fatigado!

JIRIN. —Dos..., cero..., cero..., tres..., nueve..., dos..., cero... Esta cantidad de cifras me nubla los ojos. Tres..., uno..., seis..., cuatro..., uno..., cinco... (Hace chasquear el ábaco.)
SCHIPUCHIN. —¡También otra contrariedad!... Hoy por la mañana vino a verme su señora y volvió a quejarse de usted... Me dijo que ayer, anochecido, estuvo usted persiguiendo a ella y a su cuñada con un cuchillo... ¡Kusma Nikolaich! ¡Esto ya es demasiado!

JIRIN. —(En tono severo.) Me atrevo, Andrei Andreich, teniendo en cuenta el aniversario, a dirigirme a usted con un ruego. Le pido, aunque solo sea en atención a mi trabajo de presidiario, que no se mezcle en mi vida familiar. ¡Se lo ruego!

SCHIPUCHIN. (Suspirando.) ¡Qué carácter tan insoportable el suyo, Kusma Nikolaich!... ¡Es usted una persona excelente..., respetable..., pero con las mujeres se comporta usted como un «Jack»!... ¡Es verdad!... ¡No comprendo por qué les tiene usted ese odio!...

JIRIN. —¡Y yo no comprendo por qué usted las quiere tanto! (Pausa.)

SCHIPUCHIN. —Los empleados acaban de obsequiarme con un álbum, y la directiva del Banco, según he oído decir, piensa ofrecerme un pergamino y un jarrón de plata... (Jugando con el monóculo.) No está mal... No está de más... Para el prestigio del Banco, qué diablo, es necesaria cierta pompa... Aquí es usted uno de los nuestros, y es natural que lo sepa todo... Este pergamino ha sido compuesto por mí..., como igualmente he sido yo quien compró el jarrón de plata... También la encuadernación del pergamino costó cuarenta y cinco rublos; pero, sin embargo, son cosas de las que no se puede prescindir... A ellos solos no se les hubiera ocurrido. (Mirando a su alrededor.) Pues ¿y el aderezo de este despacho?... Todos dicen que soy mezquino..., que me basta con que reluzcan las cerraduras de las puertas, con que los empleados lleven corbatas a la moda y con que a la entrada haya un portero gordo... ¡Pues no, señores míos!... ¡Ni el brillo de las cerraduras de las puertas ni el portero gordo son pequeñeces!... En mi casa puedo ser un modesto burgués. Comer y dormir como los cerdos, emborracharme...

JIRIN. —Le ruego suprima las indirectas.

SCHIPUCHIN. —No estoy diciendo ninguna indirecta... ¡Qué carácter más insoportable tiene usted!... Pues, como le iba diciendo...; en mi casa puedo ser un modesto burgués y obedecer a mis costumbres, pero aquí todo tiene que ser «en grand»... ¡Esto es un Banco!... ¡Aquí el menor detalle tiene que imponer!... ¡Que tener, digamos, un aspecto solemne! (Recogiendo del suelo un papelito y tirándolo a la chimenea.) Mi mérito está, precisamente, en haber elevado a gran altura el prestigio del Banco... El «tono» es asunto de suma importancia. (Examinando a JIRIN) ¡Querido mío!... ¡De un momento a otro puede presentarse aquí la Comisión de Directivos, y usted ahí, con los «valenkii» puestos, esa bufanda y esa americana de no se sabe qué color!... ¡Podía haberse vestido de frac o, por lo menos, llevar una levita negra!

JIRIN. —Para mí la salud es más preciosa que todos sus dirigentes bancarios. Tengo el cuerpo congestionado.

SCHIPUCHIN. -(Agitado.) Pero ¡convenga usted en que introduce usted un desorden! ¡En que altera usted el conjunto!

JIRIN. —Si viene la Comisión, puedo esconderme... ¡Valiente cosa! (Escribiendo.) Siete..., uno..., siete..., dos..., uno.., cinco..., cero. Tampoco a mí me gusta el desorden... Siete..., dos..., nueve... (Haciendo chasquear el ábaco.) ¡Aborrezco el desorden!... ¡Qué bien haría usted no invitando al banquete de hoy a las señoras!

SCHIPUCHIN. —¡Qué tonterías!

JIRIN. —Ya sé que para que resulte más «chic», llenará usted de ellas el salón... Pero ¡cuidado!... ¡Podrían estropearlo todo!... De ellas no puede esperarse más que daño y desorden.

SCHIPUCHIN. —¡Todo lo contrario!... La presencia de las mujeres eleva el espíritu.

JIRIN. —¡Sí!, ¿eh?... Su esposa es una mujer instruida y, sin embargo, el lunes pasado dijo una cosa que me tuvo perplejo dos días... De pronto, y en presencia de extraños, pregunta: «¿Es verdad que mi marido compró muchas de las acciones del Banco Driajsko-Priajskii, que bajaron en la Bolsa?... ¡Mi marido..., ay..., está tan preocupado!»... Y todo delante de extraños... No comprendo por qué se confía usted tanto de ella... ¿Quiere ir a parar a los tribunales?

SCHIPUCHIN. —¡Bueno, basta ya!... ¡Todo eso en un día de aniversario es demasiado sombrío!... A propósito... Me lo ha recordado usted. (Consultando el reloj.) Mi cónyuge está para llegar. En realidad, debería haber ido a la estación a esperarla, pobrecilla; pero no tengo tiempo, y me encuentro cansado. A decir verdad, no me pone muy contento su venida. Quiero decir... Me alegro, sí, de que venga; pero me sería más agradable que se hubiera quedado con su madre un par de días más. Me exigirá que pase con ella esta tarde, cuando hoy, precisamente, teníamos organizada, para después de comer, una pequeña excursión. (Estremeciéndose.) ¡Vaya!... ¡Ya me empieza el temblor nervioso!... ¡Tengo los nervios en tal tensión que diríase les basta la menor tontería para echarse a llorar!... ¡No!... ¡Hay que ser fuerte! (Entra TATIANA ALEKSEEVNA cubierta con un «waterproof» y llevando un saquillo de viaje colgado al hombro.) ¡Mira! ¡Si antes lo digo, antes aparece!

TATIANA ALEKSEEVNA —¡Querido! (Corre hacia su esposo. Largo beso.)

SCHIPUCHIN. —Estábamos, precisamente, hablando de ti. (Consulta el reloj.)

TATIANA ALEKSEEVNA. -(Con el aliento entrecortado.) ¿Triste sin mí? ¿Bien de salud? Yo todavía no he estado en casa. Me he venido aquí directamente de la estación. ¡Tengo muchas, muchas cosas que contarte! ¡No tengo paciencia para esperar!... No me quito nada, porque vengo sólo por un minuto. (A JIRIN.) ¡Buenos días, Kusma Nikolaich! (A su marido.) ¿Y por casa? ¿Va todo bien?

SCHIPUCHIN. —Todo. En esta semana has engordado... Te has puesto más guapa. Bueno, ¿y qué tal viaje has hecho?

TATIANA ALEKSEEVNA. Magnífico. Mamá y Katia te mandan recuerdos... Vasilii Andreich me encargó te diera un beso... (Le besa.) La tía te envía un tarro de mermelada..., y todos están enfadados porque no les escribes. También Sina me encargó que te diera un beso. (Vuelve a besarle.) ¡Ay, si supieras lo que ha pasado!... ¡Lo que ha pasado!... ¡Hasta me da miedo contártelo!... ¡Ay, lo que ha pasado!... Pero ¡bueno, veo por tus ojos que no te alegra verme!...

SCHIPUCHIN. —¡Todo lo contrario, querida! (La besa. JIRIN. tose con enfado.)

TATIANA ALEKSEEVNA. —(Suspirando.) ¡Ah!... ¡Pobre Katia!... ¡Pobre Katia!... ¡Me da tanta lástima!... ¡Tanta lástima!...

SCHIPUCHIN. —Hoy, querida, celebramos aquí el aniversario... La Comisión de la Directiva va a entrar de un momento a otro, y tú estás sin vestir...

TATIANA ALEKSEEVNA. —¡Es verdad!... ¡El aniversario!... Les felicito, señores... Les deseo... ¿Entonces hoy habrá junta... y comida?... ¡Eso me gusta!... ¿Y aquella maravillosa Memoria..., recuerdas..., que tardaste tanto en escribir para la Directiva del Banco?... ¿Van a leértela hoy? (JIRIN tose con enfado.)

Enry
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Mensaje por Enry Jue Sep 16, 2021 4:25 am

SCHIPUCHIN. —(Azarado.) ¡Querida! ¡De eso no hay que hablar!... ¿Verdad?... ¿No sería mejor que te fueras a casa?

TATIANA ALEKSEEVNA. Ahora mismo. Ahora mismo... En un momento te lo cuento todo y me marcho... Te lo contaré todo desde el principio hasta el fin. Pues verás... Recordarás que cuando me acompañaste me senté junto a aquella señora gorda y me puse a leer... No me gusta entablar conversaciones en el departamento del tren... Ya llevábamos pasadas tres estaciones, y yo seguía leyendo sin haber cruzado una palabra con nadie... Sin embargo, al llegar el anochecer, empezaron a dar vueltas en mi cabeza unos pensamientos ¡tan sombríos!... Frente a mí iba sentado un muchacho de bastante buen aspecto... Un moreno bastante guapo... El caso es que nos pusimos a charlar...; después se nos acercó un marino..., luego un estudiante... Yo les dije que no estaba casada..., ¡y qué galantería la de todos ellos!... Estuvimos charla que te charla hasta la misma medianoche... El moreno contaba unos chistes graciosísimos, y el marino se pasó todo el tiempo cantando... De tanto como reí, llegó a dolerme el pecho... Y cuando el marino se enteró, casualmente... (¡ay, esos marinos!), de que me llamaba Tatiana...,,sabes lo que empezó a cantarme?... (Canturreando con voz de bajo.) « ¡Oneguin, no voy a ocultarlo!... ¡Amo locamente a Tatiana!». (Ríe. JIRIN tose con enfado.)

SCHIPUCHIN. —Con todo esto, Taniuscha, estamos mo lestando a Kusma Nikolaich. Vete a casa, querida.. Más tarde...

TATIANA ALEKSEEVNA. —¡Qué más da! ¡Qué más da!... ¡Que lo oiga él también! ¡Es muy interesante! ¡Ahora mismo acabo!... Pues verás... En la estación, donde había ido a esperarme Serioja, estaba también un muchacho..., parece ser que un inspector... Bastante bien..., guapito... Sobre todo, con bonitos ojos... Serioja me lo presentó y salimos juntos los tres. El tiempo era espléndido...


UNAS VOCES DETRÁS DEL ESCENARIO. —«¡No se puede! ¡No se puede!... ¿Qué desea usted?»... (Entra MERCHUTKINA.)

MERCHUTKINA. -(En el umbral de la puerta y forcejeando con alguien.) ¿Por qué me sujetáis?... ¡Vaya!... ¡Tengo que hablarle hoy mismo!... (Entrando y dirigiéndose a SCHIPUCHIN.) ¿Tengo el honor, excelencia?... Nastasia Fedorovna Merchutkina..., esposa del Secretario Regional.

SCHIPUCHIN. —¿En qué puedo servirla?

MERCHUTKINA. Verá usted, excelencia. Mi marido, el Secretario Regional, Merchutkin, está hace cinco meses enfermo... Pues bien, mientras estaba en casa, siguiendo un tratamiento, le retiraron, sin motivo alguno... Y cuando yo, excelencia, fui a cobrar su sueldo, van ellos y me descuentan veinticuatro rubios con treinta y seis «kopeikas»... ¿Por qué razón?, me pregunto yo. ¡Porque cogía de la caja colectiva, me contestaron, y eran los demás compañeros los que tenían que responder por él!... ¿Y cómo puede ser eso?... ¿Cómo iba él a coger nada sin mi consentimiento?... ¡Eso es imposible, excelencia!... ¡Soy una pobre mujer! ¡No como más que de lo que saco con mis huéspedes!... ¡Soy débil! ¡Estoy indefensa! ¡No recibo más que ofensas, y no oigo una buena palabra de nadie!

SCHIPUCHIN. —¿Me permite? (Coge la solicitud y, siempre de pie, la recorre con los ojos.)
TATIANA ALEKSEEVNA. —(A JIRIN.) Pero que tengo que contarlo desde el principio. La semana pasada recibo un buen día carta de mamá... En ella me dice que un tal Grendilevskii ha pedido la mano de mi hermana Katia... Parece ser que se trata de un muchacho excelente, modesto, pero carente de medios económicos y sin situación definida... Para mayor desdicha, figúrese que también Katia se había enamorado de él... ¿Qué hacer en un caso así?... Por eso me escribía mamá..., para que yo, sin pérdida de tiempo, viniera aquí a influir sobre Katia...
JIRIN. —(En tono severo.) Perdone, pero me ha hecho confundirme... ¡Mamá..., Katia!... ¡Me ha hecho confundirme y ya no comprendo nada!
TATIANA ALEKSEEVNA —¡Pues sí que importa la cosa! ¡Cuando una señora le habla, debe usted escucharla!... ¿Por qué tiene hoy tan mal humor? ¿Está usted enamorado? (Ríe.)
SCHIPUCHIN. —(A MERCHUTKINA.) Pero ¿qué es todo esto?... No entiendo en absoluto.
TATIANA ALEKSEEVNA. ¿Conque está usted enamorado?... ¡Ah..., ya se le ha subido el pavo!
SCHIPUCHIN. —(A su mujer.) ¡Taniuscha! ¡Querida!... ¡Sal un momento al pasillo! En seguida voy.
TATIANA ALEKSEEVNA. —¡Bueno!... (Sale.)
SCHIPUCHIN. —No entiendo nada de esto... Usted, señora, viene aquí equivocada... Esta solicitud, por lo que se deduce de su contenido, no nos corresponde a nosotros. Tenga la bondad de dirigirse a la institución donde trabajaba su marido.
MERCHUTKINA. —Mire, padrecito... He ido ya a cinco sitios y en ninguno me la han querido siquiera aceptar. Tenía ya perdida la cabeza cuando Boris Matveich, mi yerno, me aconsejó que viniera a verle a usted... «Tiene usted, mamaíta -me dijo- que dirigirse al señor Schipuchin. Es una persona de mucha influencia y podrá arreglárselo todo...» ¡Ayúdeme, excelencia!
SCHIPUCHIN. —Nosotros, señora Merchutkina, no podemos hacer nada por usted. ¡Compréndalo!... Su marido, por lo que he podido deducir, trabajaba en una institución médico-militar..., mientras que la nuestra es de carácter particular..., comercial... Esto es un Banco... ¿Cómo va, a ser posible que no lo comprenda?
MERCHUTKINA. —Excelencia... Tengo un certificado del médico que demuestra que mi marido estaba enfermo. Aquí lo tiene. Sírvase leerlo.
SCHIPUCHIN. (Ligeramente irritado.) Magnífico... Lo creo, pero le repito que este asunto no tiene la menor relación con nosotros. (Tras el escenario resuena la risa de TATIANA ALEKSEEVNA; luego, otra masculina. Con una ojeada a la puerta.) ¡Ya está ahí molestando a los empleados! (A MERCHUTKINA.) ¡Resulta extraño y hasta ridículo! ¿Será posible que su marido no sepa a quien tiene que dirigirse?
MERCHUTKINA. ¡Él no sabe nada, excelencia!... No hace más que decirme: « ¡Estas cosas a ti no te importan! ¡Largo de aquí!...» Y se acabó...
SCHIPUCHIN. —Le repito, señora, que su marido estaba empleado en una institución médico-militar..., y que esto es un Banco..., una empresa privada..., comercial...
MERCHUTKINA. —No digo que no...; no digo que no... Le comprendo, padrecito... Pero ¡en ese caso, excelencia, mande que me paguen por lo menos quince rublos!... ¡Me conformo con no cobrarlo todo de una vez!
SCHIPUCHIN. -(Suspirando.) ¡Uf!...
JIRIN. —Andrei Andreich... Así no terminaré nunca la Memoria.
SCHIPUCHIN. —Ahora mismo. (A MERCHUTKINA.) ¡Es imposible hacerle a usted comprender!... ¡Entienda de una vez que dirigirse a nosotros con una solicitud de ese género es tan impropio como, por ejemplo, presentar una demanda de divorcio en una farmacia! (Se oyen unos golpecitos en la puerta, y después la voz de TATIANA ALEKSEEVNA diciendo: «¿Se puede entrar?»... SCHIPUCHIN alza la voz.) ¡Espera, querida!... ¡Ahora mismo!... (A MERCHUTKINA.) A usted, señora, no le han pagado, pero nosotros celebramos hoy aquí un aniversario y estamos ocupados... De un momento a otro puede entrar alguien...
MERCHUTKINA. —¡Tenga compasión de mí, pobre huérfana!... ¡Excelencia!... ¡Soy una mujer débil..., indefensa!... ¡Me faltan las fuerzas!... ¡Todo lo tengo que hacer yo!... ¡Los juicios con los huéspedes, los asuntos de mi marido y de mi casa..., y ahora, para colmo, mi yerno está sin trabajo!
SCHIPUCHIN. —Señora Merchutkina... ¡Yo!... No, perdón... ¡No puedo seguir hablando con usted!... ¡Hasta la cabeza me da vueltas!... ¡Nos molesta usted y pierde el tiempo en balde!... (Aparte y suspirando.) ¡Vaya zoquete!... (A JIRIN.) ¡Kusma Nikolaich! ¡Explíqueselo, por favor, a la señora Merchutkina!... (Hace un gesto de impaciencia y entra en la sala de empleados.)
JIRIN. —(En tono severo.) ¿Qué se le ofrece?
MERCHUTKINA. —¡Soy una mujer débil..., indefensa!... ¡Quizá parezca fuerte, pero, si se me mira detenidamente, se verá que no hay en mí un tendoncito sano! Apenas si me sostienen los pies. ¡He perdido el apetito! ¡Hoy me he bebido el café sin pizca de ganas!
JIRIN. —Le estoy preguntando que qué se le ofrece, señora.
MERCHUTKINA. ¡Mande, padrecito, que me paguen quince rublos!... ¡El resto, si quieren, pueden dármelo aunque sea dentro de un mes!
JIRIN. —Ya se le ha dicho a usted con toda claridad que esto es un Banco.
MERCHUTKINA. —Así será... Así será... Pero, si es necesario, puedo presentar un certificado del médico.
JIRIN. —¿Eso que lleva usted sobre los hombros, es una cabeza o qué?
MERCHUTKINA. —¡Lo que yo le pido, querido, es conforme a la ley!... ¡No quiero nada de nadie!
JIRIN. —Yo le pregunto: «Madame»..., ¿eso que lleva usted sobre los hombros, es o no es una cabeza?... ¡Qué diablos! ¡No tengo el tiempo para perderlo hablando con usted! ¡Estoy ocupado! (Señalando a la puerta.) ¡Tenga la bondad!...
MERCHUTKINA. —(Asombrada.) Y del dinero..., ¿qué?
JIRIN. —¡En una palabra: que lo que lleva sobre los hombros no es una cabeza, sino... (Dando con el dedo unos golpecitos en la mesa y llevándoselo después a la frente) esto!
MERCHUTKINA. —(Ofendida.) ¿Cómo?... ¡Vaya!... ¡Eso se lo haces, si quieres, a tu mujer!... ¡Yo soy la esposa de un Secretario Regional..., conque cuidado conmigo!...
JIRIN. (Acalorándose y con voz contenida.) ¡Fuera de aquí!
MERCHUTKINA. ¡Ojo! ¡Mira bien lo que haces!
JIRIN. —(Con voz estrangulada.) ¡Si no sales en este mismo instante, mandaré llamar al portero!... ¡Fuera!.. (Patalea.)
MIRCHUTKINA. —¡Nada, nada!... ¿Crees, acaso, que te tengo miedo?... ¡Valiente mamarracho!
JIRIN. —¡Me parece no haber conocido en toda la vida ser más repugnante!... ¡Uf!... ¡Si hasta se me ha subido la sangre a la cabeza!... (Con respiración fatigosa.) ¡Otra vez te lo digo!... ¿Me oyes?... ¡Si no te marchas de aquí, vieja chocha..., te haré polvo!... ¡Tengo tal carácter, que podría llegar a dejarte inválida para toda la vida!... ¡Podría cometer un crimen!
MERCHUTKINA. ¡Se te va la fuerza por la boca! ¡No te tengo miedo!... ¡Así que no he visto a otros como tú!
JIRIN. —(Con desesperación.) ¡No puedo soportar su presencia!... ¡Me encuentro mal!... ¡No puedo!... (Dirigiéndose a la mesa, se sienta ante ella.) ¡Han dejado que el Banco se llenara de mujeres y ya no hay manera de escribir la Memoria!... ¡Me es imposible!...
MERCHUTKINA. —¡No pido nada que no me pertenezca!... ¡Lo que pido es mío según la ley!... ¡Valiente desvergonzado!... ¡Estar dentro de una oficina y con los «valenkii» puestos!... ¡Mujik!... (Entran SCHIPUCHIN y TATIANA ALEKSEEVNA.)
TATIANA ALEKSEEVNA. -(Que viene siguiendo a su marido.) Fuimos a la fiesta de Berejnitzkii... Katia llevaba un vestido de «foulard» azul celeste, adornado de encaje fino y con el cuellecito descubierto. Le sentaba muy bien el peinado alto que yo misma le hice. ¡Después de peinada y de vestida, estaba hecha un encanto!...
SCHIPUCHIN. (Ya con jaqueca.) ¡Sí, sí!... ¡Un encanto!... ¡Pueden entrar de un momento a otro!...
MERCHUTKINA. —¡Excelencia!...
SCHIPUCHIN. —(Con voz apagada.) ¿Qué hay? ¿Qué desea?
MERCHUTKINA. —¡Excelencia! (Señalando a JIRIN con el dedo.) ¡A ese que se pegaba en la frente y daba luego en la mesa, le había mandado usted que arreglara mi asunto y lo que hace es burlarse de mí!... ¡Soy una mujer débil..., indefensa!...
SCHIPUCHIN. —¡Bien, señora!... ¡Yo lo resolveré!... ¡Haré las gestiones necesarias; pero váyase! ¡Después!... (Aparte.) Siento venir el ataque de gota.
JIRIN. —(Acercándose a SCHIPUCHIN y bajando la voz.) Andrei Andreich... Mande a buscar al portero y que la eche. ¡Es ya inaguantable!
SCHIPUCHIN. -(Asustado.) ¡No, no!...¡Se pondrá a chillar, y esta casa tiene muchos pisos!
MERCHUTKINA. —¡Excelencia!
JIRIN. —(Con voz llorosa.) Pero ¡yo tengo que escribir la Memoria! ¡No me quedará tiempo! (Volviendo a la mesa.) ¡No puedo más!
MERCHUTKINA. —¡Excelencia!... ¿Cuándo voy a cobrar entonces el dinero?... ¡Lo necesito hoy!
SCHIPUCHIN. —(Indignado.) ¡Qué mujer más vil! (A ella en tono suave.) Señora... ¡Ya le he dicho que esto es un Banco..., una institución de carácter privado..., comercial!...
MERCHUTKINA. —¡Hágame la merced, excelencia!... ¡Sea un padre para mí!... ¡Si no basta el certificado médico, puedo darle también el de la comisaría!... ¡Mande que me paguen el dinero!
SCHIPUCHIN. —(Con un fatigoso suspiro.) ¡Uf!
TATIANA ALEKSEEVNA. —(A MERCHUTKINA.) ¡Abuela!... ¡Le están diciendo que molesta!... ¡Qué especial es usted!
MERCHUTKINA. —¡Bonita mía! ¡No tengo a nadie que pueda ayudarme en mis gestiones!... ¡Lo de que como y bebo es solo un decir!... ¡Hoy me he bebido el café sin pizca de ganas!
SCHIPUCHIN. (Agotado, a MERCHUTKINA.) ¿Cuánto quiere usted que le den?
MERCHUTKINA. —Veinticuatro rublos con treinta y seis «kopeikas».
SCHIPUCHIN. —Bien... (Sacando veinticinco rublos de la cartera y entregándoselos.) Aquí tiene usted veinticinco... ¡Cójalos y márchese! (JIRIN tose, enfadado.)
MERCHUTKINA. —¡Tantas gracias, excelencia! (Se guarda el dinero.)
TATIANA ALEKSEEVNA. (Sentándose junto a su marido.) A todo esto, ya es hora de que me vaya a casa. (Mirando el reloj.) Sólo que todavía no he terminado. Acabo en un momento y me voy... ¡Ay, lo que pasó!... ¡Lo que pasó!... Fuimos, como te decía, a la fiesta de Berenjnitzkii... Estaba bastante bien..., animada..., aunque nada de particular. Naturalmente, uno de los presentes era Grendilevskii, el suspirante de Katia... Pues bien..., yo ya había hablado con ella, habíamos llorado juntas y la había convencido, por lo que, precisamente, en esa fiesta habló con Grendilevskii y le rechazó... Pero, ¡imagínate!... ¡Piensa!... ¡Todo se había arreglado lo mejor posible!... Tranquilizada mamá y salvada Katia, yo también podía estar tranquila..., pero, ¿qué crees?... Momentos antes de la cena, cuando me paseaba con Katia por la alameda..., de pronto... (Excitándose), oímos un tiro... ¡No!... ¡No puedo hablar de esto con sangre fría!... (Abanicándose con el pañuelo.) ¡No..., no puedo!...
SCHIPUCHIN. -(Suspirando.) ¡Uf!
TATIANA ALEKSEEVNA. —(Llorando.) ¡Corremos hacia el cenador y allí..., allí..., encontramos al pobre Grendilevskii, tendido en el suelo y con una pistola en la mano!...
SCHIPUCHIN. —¡No!... ¡No lo puedo soportar! (A MERCHUTKINA.) ¿Qué más quiere usted?
MERCHUTKINA. —¿No sería posible, excelencia, que usted gestionase el que mi marido ingresara otra vez en su trabajo?
TATIANA ALEKSEEVNA. —(Llorando.) ¡Se había disparado justamente al corazón! ¡Aquí!... ¡El pobre cayó al suelo sin conocimiento!... ¡Katia se asustó muchísimo!... ¡Estaba allí tendido y pidiendo que llamaran al médico!... Éste vino pronto y salvó al infeliz...
MERCHUTKINA. —¡Excelencia!... ¿Podrá mi marido volver a ocupar su puesto?
SCHIPUCHIN. —¡No!... ¡No lo podré soportar!... (Llorando.) ¡No lo podré soportar! (Tendiendo los brazos a JIRIN con gesto desesperado.) ¡Echela de aquí! ¡Echela..., se lo suplico!
JIRIN. —(Avanzando hacia TATIANA ALEKSEEVNA.) ¡Fuera!
SCHIPUCHIN. —¡No!... ¡A esa no!... ¡A esta!... ¡A esta horrible mujer! (Señalando a MERCHUTKINA.) ¡A esta!
JIRIN. —(Sin comprender, a TATIANA ALEKSEEVNA.) ¡Fuera de aquí!
TATIANA ALEKSEEVNA. —¿Cómo?... Pero ¿qué le pasa? ¿Se ha vuelto usted loco?
SCHIPUCHIN. —¡Esto es terrible! ¡Soy un desgraciado!... ¡Echela! ¡Echela!
JIRIN. —(A TATIANA ALEKSEEVNA.) ¡Resultarás tullida! ¡Te haré trizas! ¡Cometeré un crimen!
TATIANA ALEKSEEVNA. -(Corriendo a escapar del alcance de JIRIN, que la persigue.) ¿Cómo se atreve?... ¡Qué frescura!... (Gritando.) ¡Andrei! ¡Sálvame! ¡Andrei!... (Lanza un chillido.)
SCHIPUCHIN. -(Corriendo a su vez tras ellos.) ¡Paren! ¡Se lo suplico! ¡Silencio! ¡Tengan compasión de mí!
JIRIN. —(Emprendiéndola contra MERCHUTKINA.) ¡Fuera de aquí! ¡Cogedla! ¡Sacudidla!
SCHIPUCHIN. -(Gritando.) ¡Basta ya! ¡Se lo ruego! ¡Se lo suplico!
MERCHUTKINA. —¡Ay de mí! ¡Socorro! (Lanza un chillido.)
TATIANA ALEKSEEVNA. —(Gritando.) ¡Auxilio! ¡Auxilio!... ¡Ay!... ¡Me desmayo! (De un salto se sube a una silla, cayendo luego en el diván, donde permanece gimiendo, como víctima de un desvanecimiento.)
JIRIN. -(Persiguiendo a MERCHUTKINA.) ¡Pegadla! Zurradla!...
MERCHUTKINA. ¡Ay de mí!... ¡Se me nubla la vista!... ¡Ay!... (Cae en brazos de SCHIPUCHIN. Se oyen unos golpecitos dados contra la puerta y una voz que, detrás del escenario, anuncia: «¡La Comisión!»)
SCHIPUCHIN. —¡La Comisión!... ¡La reputación!... ¡La ocupación!...
JIRIN. —(Pataleando.) ¡Diablos! ¡Fuera de aquí! (Remangándose.) ¡Que me la traigan! ¡Soy capaz de llegar al crimen! (Entra en la estancia la Comisión, compuesta por cinco individuos, todos vestidos de frac. Uno de ellos sostiene en las manos un pergamino encuadernado en terciopelo y otro un jarrón. Por la puerta de la sala inmediata asoman los empleados. TATIANA ALEKSEEVNA está echada sobre el diván. MERCHUTKINA descansa en los brazos de SCHIPUCHIN. Ambas exhalan ligeros gemidos.)
UNO DE LOS DIRECTIVOS. —(Comenzando a leer en voz alta.) «¡Estirnado y querido Andrei Andreevich!... ¡Echando una ojeada retrospectiva sobre el pasado de nuestra empresa financiera y recorriendo con la mente la historia de su paulatino desarrollo, recogemos una impresión sumamente satisfactoria!... ¡Cierto que en sus primeros tiempos de existencia, la modesta cuantía de su capital básico, la carencia de operaciones de importancia y lo indeterminado también de sus fines..., ponían sobre el tapete la interrogación de «Hamlet»...«Ser o no ser»!... ¡Hubo un tiempo, inclusive, en el que se alzaron voces en pro del cierre del Banco!... ¡He aquí, sin embargo, que viene usted a colocarse a la cabeza de la empresa!... ¡Sus conocimientos, su energía y su peculiar tacto fueron para ella causa de éxito extraordinario y de raro florecimiento!... ¡La reputación del Banco!... (Tosiendo.) ¡La reputación del Banco!...
MERCHUTKINA. (Entre gemidos.) ¡Ay!...
TATIANA ALEKSEEVNA. ¡Agua!
EL DIRECTIVO. (Prosiguiendo la lectura.) «¡La reputación!... (Tosiendo.) ¡La reputación del Banco ha sido elevada por usted a tal altura, que hoy en día nuestra empresa está en condiciones de competir con las mejores del extranjero!...»
SCHIPUCHIN. La comisión... La reputación... La ocupación... «Una vez... sostenían dos amigos, andando al anochecer, muy seria conversación» (Fábula de Krilov) ... «¡No digas que está mi juventud perdida!... ¡Deshecha por mis celos!»...
EL DIRECTIVO. (Prosiguiendo, azarado.) ¡Después!... ¡Fijando en el presente una mirada objetiva..., nosotros..., estimado y querido Andrei Andreevich!... (Con voz que se apaga.) En ese caso..., volveremos más tarde... Mejor será que volvamos más tarde... (Salen todos, presas de azaramiento. Telón.)
Enry
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