UN DRAMA
EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Cuentos de Grandes Consagrados y Otros :: Cuentos y Leyendas de Bécquer
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UN DRAMA
UN DRAMA
(Hojas arrancadas de un libro de memorias)
El mar. Venecia en el fondo. Jacobo y Rafael en una góndola.
Jacobo. ¿Te incomoda la herida?
Rafael. No... no es nada... un rasguño: al caer me tiró un último golpe, pero ya sin fuerza... ¿y él?
Jacobo. Sus padrinos lo llevan en una góndola; no sé adonde, tal vez á su casa.
Rafael. ¿Se quejaba al trasportarle á la góndola?
Jacobo. No.
Rafael. Habrá muerto.
Jacobo. O estaría desmayado.
Rafael. Si ha muerto, la venganza de su padre será terrible.
Jacobo. De todos modos, es preciso que salgas de Venecia antes que llegue el día, y de Italia en cuanto encuentres ocasión.
Rafael. ¡Antes que llegue el día!... El día clareará dentro de una hora.
Jacobo. Por eso creo una locura lo que haces...
Rafael. ¡Una locura !!! Por ella he matado á un hombre, al que solo por ella odiaba... por ella he puesto en peligro la existencia de nuestros hermanos, los afiliados para la grande obra... por ella dejo á mi madre anciana y sola, expuesta á la ira de mis enemigos, y pierdo acaso para siempre mi hogar y mi patria, ¿y quieres que la abandone sin decirle adiós?
Jacobo. Como no hay nada más inútil que los consejos que no han de aprovecharse, no te respondo nada para combatir tu idea; pero yo la sigo creyendo una locura ó una temeridad, que viene á ser la misma cosa.
Rafael. Levanta los remos... ya hemos llegado. (Rafael salta á tierra) ¿Me esperarás aquí?
Jacobo. Aquí te espero... ¡Ah!... escucha... un instante... cuando veas que apunta el día, acuérdate que si nos sorprende el sol en este sitio, no te costará á tí solo la cabeza, sino á mí también... (Rafael se aleja).
Es la única manera de que abandone á esa mujer que le vuelve loco, antes de que ya sea imposible el salvarle. (Recostándose en el fondo de la góndola). ¡El amor, el amor! Si no existieran los celos, sería un paraíso sin serpiente.
ESCENA II
LOS MISMOS.
Rafael entra en la góndola. El día comienza á clarear.
Jacobo. ¡Aún no brilla el horizonte del mar con la primera luz, y ya estás de vuelta! Has cumplido tu palabra.
Rafael. Me he acordado de tí.
Jacobo. Ya lo sabía yo.
Rafael. ¿Y qué hacemos ahora?
Jacobo. Cálate la capucha... pon mano al remo, y á volar en dirección de la rada. Pero ¡calle! parece que tienes fiebre... á ver, á ver esa herida...; y dijiste que no era nada, que no la sentías apenas?...
Rafael. Ahora me incomoda un poco.
Jacobo. ¡Ahora!... Suelta ese remo, échate en el fondo de la góndola y descansa.
Rafael. No... estoy bien así...
Jacobo. ¡Que estás bien!... ¡ah! vamos... ya lo comprendo, ves aún el pabellón donde habita... |- Rafael. ¡La quiero tanto!!!
Jacobo. ¿Y ella?
Rafael. Ella... me ha jurado aguardarme... hasta que pueda volver.
Jacobo. ¿Y si no volvieras en algunos años?
Rafael. Me aguardaría hasta la muerte. Lo ha prometido.
Jacobo. ¿Y lo cumplirá?
Rafael. ¿Se puede mentir llorando?
Jacobo. Se miente de todas maneras.
Rafael. ¿Se puede jurar una cosa por la memoria de un padre, y no hacerla?
Jocobo. Se jura en vano hasta en nombre de Dios.
Rafael. ¡Bah! Tú no crees en nada.
Jacobo. Al revés: yo creo en todo.
ESCENA III
El sótano de una taberna. Jacobo y algunos otros jóvenes disfrazados con trajes caprichosos, beben alrededor de una mesa, sobre la que se ve un cuchillo desnudo. — En un extremo un hombre enmascarado también bebiendo solo.
Jacobo. ¿Somos todos de la hermandad? (Dirigiendo una mirada de inquietud hacia el enmascarado).
Máscara 1º Todos... el tabernero no deja pasar á la cueva sino á los que dicen las palabras convenidas, y esas palabras sólo las saben los hermanos.
Máscara 2.º ¿Y cuál es el objeto de nuestra reunión?
Jacobo. Escoger al que ha de dar muerte á un enemigo.
Máscara 3.º ¿Por qué causa debe morir?
Jacobo. Debe morir... porque ha faltado á su palabra empeñada solemnemente, antes de batirse, á uno de nuestros hermanos... porque ha hecho perseguir á su madre, que acaso habrá espirado ya en una prisión... porque va á unirse á una italiana, y es un tudesco.
Máscara 3.º ¿Y ella?
Jacobo. Ella vivirá... porque el único que tiene derecho á su vida no está aquí.
(El enmascarado se levanta de la mesa donde bebe solo, coge el cuchillo que se ve en la otra, y se quita la careta).
Rafael. Ella morirá.
Todos. ¡Rafael!
Rafael. Esta noche hay un baile en el palacio Doria: descubriéndose uno de los que la componen, puede penetrar en el salón una comparsa cualquiera... ¿Cuál de vosotros se descubrirá?
Jacobo. Pero...
Rafael. ¿Cuál de vosotros se descubrirá?
Jacobo. Yo.
Rafael. ¿ No sospecharán de tí?
Jacobo. Menos que de ninguno... pero... ¿qué vamos á hacer en el baile de máscaras?
Rafael. He sabido que ella asiste y cuál será su traje.
Jacobo. ¿Lo has pensado bien?
Rafael. Cuando tú dudaste de la verdad de algunos juramentos, yo hice uno... lo hice sólo con la mente... y sin embargo, el tiempo te dirá si lo cumplo... Vamos al palacio Doria.
Jacobo. Al palacio Doria.
ESCENA IV
Una calle en Venecia. Bautista dormita recostado en su góndola, que se balancea amarrada al muelle. Julia, cubierta con un manto oscuro.
Julia. Bautista.
Bautista. Señora...
Julia. Tú sabes dónde está Rafael.
Bautista. Rafael... está en París.
Julia. No está; ya le he escrito, y no me ha contestado.
Bautista. Entonces...
Julia. Tú sabes donde se halla.
Bautista. ¿Y por qué he de saberlo?
Julia. Tú perteneces á la hermandad de los libertadores de Venecia.
Bautista. ¡Yo!
Julia. Crees que voy á denunciarte !... Los hermanos saben unos de otros por correspondencias misteriosas; tú puedes hacer que esta carta llegue á manos de Rafael mejor que ningún otro... ten presente que le importa mucho... mucho... acaso la vida... No te ofrezco nada; porque sé que entonces no has de hacerlo. (Julia desaparece).
Bautista. (Después de un momento de pausa, dándole vueltas á la carta entre las manos). No hay duda esa mujer me conoce... ¡Rafael! ¡Rafael! Si he de decir la verdad, lo mismo sé yo que ella en este asunto... pero... ¡bah! ya me lo dirán los hermanos.
ESCENA V
Un salón en el palacio Doria. Julia y su madre sentadas á un lado entre otras damas. — Rafael, Jacobo y sus compañeros disfrazados y encubiertos. — Parejas de ambos sexos que se disponen á bailar. La orquesta preludia un vals.
Rafael. (Acercándose á Julia). Máscara... ¿Quieres bailar conmigo?
Julia. (Sorprendida). Esa voz parece... pero no, es imposible.
Rafael. Máscara, el preludio termina; el vals comienza... ¿Cómo debo interpretar tu silencio?
Julia. (¡Dios mío! ¿si será él?) Tomad. (Deja el
ramillete y el abanico en la falda de su madre). Una sola vuelta; una sola. (Se alejan bailando y se confunden entre la multitud. La madre se inclina al oído de una de las señoras que tiene á su lado).
La Madre. Lo que son las muchachas; hoy hubiera dicho cualquiera que iba á morir de sentimiento; tanto ha llorado y gemido antes de decidirse á aceptar el esposo que se le destina... ¡Ya está bailando!... Si se hubiera de hacer caso de las lágrimas de las chiquillas... (Rafael y Julia pasan bailando).
Rafael. ¿Es verdad que te casas?
Julia. Es verdad. (Se alejan hacia el fondo y vuelven á perderse).
La Madre. Y dijo que una sola vuelta... En tratándose de bailar, todas son lo mismo. Verdad que yo de sus años tampoco era más juiciosa... ¿más?... ni tanto... ¡Ay! ¡si yo hubiera hecho caso de los consejos de mi madre como ella lo hace hoy de los míos! (Rafael y Julia tornan de nuevo á pasar).
Rafael. ¿Dices que es imposible?
Julia. ¡Imposible! (Tornan á alejarse).
La Madre. ¿Otra vuelta? ¡Jesús! ¡Jesús!... Si ha de ser extremosa en todo... Gracias á Dios que aún no ha llegado su prometido... si no, estoy segura de que tendríamos escena... No, pues ahora
cuando pase, voy á hacerle una seña; tanto bailar puede fatigarla. ¿Lo hará por aturdirse?... (Rafael y Julia aparecen de nuevo y se detienen un instante).
Rafael. ¿Y no tienes una sola palabra para disculparte?
Julia. (Después de dudar un momento y con voz sorda). Ninguna...
Rafael. Dios tenga más misericordia de tí que de mí ha tenido. (Deja caer un pañuelo blanco).
Jacobo. (A los otros jóvenes). Ha dejado caer el pañuelo... rodeadlos... (La comparsa de enmascarados forma un corro alrededor de los amantes, y, dando voces y bailando á su compás, se alejan hacia el fondo).
La Madre. ¡Qué algazara... qué gritos! Van á aturdiría... No; de esta vuelta no pasa sin dejar el baile... (Se pone de pie). ¿Donde va?... No la veo... ni cómo la he de ver si esa comparsa de locos ha formado á su alrededor un círculo impenetrable... ¡Un grito!... Y esa música no callará... nada; cada vez parece que lleva el compás más rápido... va á marearse... ¡Ah! ya la veo: ¿no lo dije? se ha mareado... no se puede sostener... (La comparsa vuelve con una algarabía espantosa de voces, gritos extraños y carcajadas que casi ensordecen la música. Rafael, cubierto aún, trae en sus brazos á Julia, al parecer desmayada).
La Madre. ¡Aquí, aquí! Dejadla sobre esta otomana... (Rafael la coloca sentada; vacila un momento antes de apartarse de aquel sitio, de donde lo arranca Jacobo). Dios mío, está pálida como un cadáver!... ¡Julia, Julia!... (Tocándole la frente y las manos). ¿Qué es esto? ¡Sangre, sangre! ¡La han asesinado!...
ESCENA ÚLTIMA.
El sótano en la taberna. Rafael, inmóvil, sentado en el fondo junto á una mesa. — Jacobo, Bautista y algunos otros jóvenes en primer término.
Bautista. Tengo una carta para el hermano Rafael; ¿á dónde debo dirigirla?
Jacobo. Dásela en su mano.
Bautista. ¿Está en Venecia?
Jacobo. Míralo allí... ¡Rafael! ¡Rafael!
Rafael. (Como saliendo de un letargo profundo). ¿Quién me llama?...
Bautista. Una carta tengo para tí; me la ha dado una mujer encubierta, y me ha dicho que te importaba mucho su contenido. Toma.
Rafael. ¡Es su letra!... ¡No ha muerto!... ¿Cuándo te han dado esta carta?
Bautista. Esta noche pasada.
Rafael. ¿A qué hora?
Bautista. A las once.
Rafael. (Rompe precipitadamente la nema y lee)
Rafael: Tu madre, que todos creen muerta, vive aún; pero vive aherrojada en el fondo de un calabozo... El precio de su vida y su libertad es, no mi amor, porque ese ha sido y será siempre tuyo, sino mi mano.
Cuando recibas esta carta ya perteneceré á otro hombre.
Todo lo tengo preparado para huir de él una vez cumplida mi palabra. No te he dicho nada antes, porque no quiero que ni tú ni yo vacilemos un momento en sacrificar nuestra felicidad por la vida de la que padece por nuestra culpa.
Adiós... Te juré esperarte... Ya que no pueda ser en la tierra, te esperaré en el cielo.
Adiós, adiós. — Julia.
Gustavo A. Bécquer
(Hojas arrancadas de un libro de memorias)
El mayor mónstruo los celos.
CALDERON.
ESCENA PRIMERACALDERON.
El mar. Venecia en el fondo. Jacobo y Rafael en una góndola.
Jacobo. ¿Te incomoda la herida?
Rafael. No... no es nada... un rasguño: al caer me tiró un último golpe, pero ya sin fuerza... ¿y él?
Jacobo. Sus padrinos lo llevan en una góndola; no sé adonde, tal vez á su casa.
Rafael. ¿Se quejaba al trasportarle á la góndola?
Jacobo. No.
Rafael. Habrá muerto.
Jacobo. O estaría desmayado.
Rafael. Si ha muerto, la venganza de su padre será terrible.
Jacobo. De todos modos, es preciso que salgas de Venecia antes que llegue el día, y de Italia en cuanto encuentres ocasión.
Rafael. ¡Antes que llegue el día!... El día clareará dentro de una hora.
Jacobo. Por eso creo una locura lo que haces...
Rafael. ¡Una locura !!! Por ella he matado á un hombre, al que solo por ella odiaba... por ella he puesto en peligro la existencia de nuestros hermanos, los afiliados para la grande obra... por ella dejo á mi madre anciana y sola, expuesta á la ira de mis enemigos, y pierdo acaso para siempre mi hogar y mi patria, ¿y quieres que la abandone sin decirle adiós?
Jacobo. Como no hay nada más inútil que los consejos que no han de aprovecharse, no te respondo nada para combatir tu idea; pero yo la sigo creyendo una locura ó una temeridad, que viene á ser la misma cosa.
Rafael. Levanta los remos... ya hemos llegado. (Rafael salta á tierra) ¿Me esperarás aquí?
Jacobo. Aquí te espero... ¡Ah!... escucha... un instante... cuando veas que apunta el día, acuérdate que si nos sorprende el sol en este sitio, no te costará á tí solo la cabeza, sino á mí también... (Rafael se aleja).
Es la única manera de que abandone á esa mujer que le vuelve loco, antes de que ya sea imposible el salvarle. (Recostándose en el fondo de la góndola). ¡El amor, el amor! Si no existieran los celos, sería un paraíso sin serpiente.
ESCENA II
LOS MISMOS.
Rafael entra en la góndola. El día comienza á clarear.
Jacobo. ¡Aún no brilla el horizonte del mar con la primera luz, y ya estás de vuelta! Has cumplido tu palabra.
Rafael. Me he acordado de tí.
Jacobo. Ya lo sabía yo.
Rafael. ¿Y qué hacemos ahora?
Jacobo. Cálate la capucha... pon mano al remo, y á volar en dirección de la rada. Pero ¡calle! parece que tienes fiebre... á ver, á ver esa herida...; y dijiste que no era nada, que no la sentías apenas?...
Rafael. Ahora me incomoda un poco.
Jacobo. ¡Ahora!... Suelta ese remo, échate en el fondo de la góndola y descansa.
Rafael. No... estoy bien así...
Jacobo. ¡Que estás bien!... ¡ah! vamos... ya lo comprendo, ves aún el pabellón donde habita... |- Rafael. ¡La quiero tanto!!!
Jacobo. ¿Y ella?
Rafael. Ella... me ha jurado aguardarme... hasta que pueda volver.
Jacobo. ¿Y si no volvieras en algunos años?
Rafael. Me aguardaría hasta la muerte. Lo ha prometido.
Jacobo. ¿Y lo cumplirá?
Rafael. ¿Se puede mentir llorando?
Jacobo. Se miente de todas maneras.
Rafael. ¿Se puede jurar una cosa por la memoria de un padre, y no hacerla?
Jocobo. Se jura en vano hasta en nombre de Dios.
Rafael. ¡Bah! Tú no crees en nada.
Jacobo. Al revés: yo creo en todo.
ESCENA III
El sótano de una taberna. Jacobo y algunos otros jóvenes disfrazados con trajes caprichosos, beben alrededor de una mesa, sobre la que se ve un cuchillo desnudo. — En un extremo un hombre enmascarado también bebiendo solo.
Jacobo. ¿Somos todos de la hermandad? (Dirigiendo una mirada de inquietud hacia el enmascarado).
Máscara 1º Todos... el tabernero no deja pasar á la cueva sino á los que dicen las palabras convenidas, y esas palabras sólo las saben los hermanos.
Máscara 2.º ¿Y cuál es el objeto de nuestra reunión?
Jacobo. Escoger al que ha de dar muerte á un enemigo.
Máscara 3.º ¿Por qué causa debe morir?
Jacobo. Debe morir... porque ha faltado á su palabra empeñada solemnemente, antes de batirse, á uno de nuestros hermanos... porque ha hecho perseguir á su madre, que acaso habrá espirado ya en una prisión... porque va á unirse á una italiana, y es un tudesco.
Máscara 3.º ¿Y ella?
Jacobo. Ella vivirá... porque el único que tiene derecho á su vida no está aquí.
(El enmascarado se levanta de la mesa donde bebe solo, coge el cuchillo que se ve en la otra, y se quita la careta).
Rafael. Ella morirá.
Todos. ¡Rafael!
Rafael. Esta noche hay un baile en el palacio Doria: descubriéndose uno de los que la componen, puede penetrar en el salón una comparsa cualquiera... ¿Cuál de vosotros se descubrirá?
Jacobo. Pero...
Rafael. ¿Cuál de vosotros se descubrirá?
Jacobo. Yo.
Rafael. ¿ No sospecharán de tí?
Jacobo. Menos que de ninguno... pero... ¿qué vamos á hacer en el baile de máscaras?
Rafael. He sabido que ella asiste y cuál será su traje.
Jacobo. ¿Lo has pensado bien?
Rafael. Cuando tú dudaste de la verdad de algunos juramentos, yo hice uno... lo hice sólo con la mente... y sin embargo, el tiempo te dirá si lo cumplo... Vamos al palacio Doria.
Jacobo. Al palacio Doria.
ESCENA IV
Una calle en Venecia. Bautista dormita recostado en su góndola, que se balancea amarrada al muelle. Julia, cubierta con un manto oscuro.
Julia. Bautista.
Bautista. Señora...
Julia. Tú sabes dónde está Rafael.
Bautista. Rafael... está en París.
Julia. No está; ya le he escrito, y no me ha contestado.
Bautista. Entonces...
Julia. Tú sabes donde se halla.
Bautista. ¿Y por qué he de saberlo?
Julia. Tú perteneces á la hermandad de los libertadores de Venecia.
Bautista. ¡Yo!
Julia. Crees que voy á denunciarte !... Los hermanos saben unos de otros por correspondencias misteriosas; tú puedes hacer que esta carta llegue á manos de Rafael mejor que ningún otro... ten presente que le importa mucho... mucho... acaso la vida... No te ofrezco nada; porque sé que entonces no has de hacerlo. (Julia desaparece).
Bautista. (Después de un momento de pausa, dándole vueltas á la carta entre las manos). No hay duda esa mujer me conoce... ¡Rafael! ¡Rafael! Si he de decir la verdad, lo mismo sé yo que ella en este asunto... pero... ¡bah! ya me lo dirán los hermanos.
ESCENA V
Un salón en el palacio Doria. Julia y su madre sentadas á un lado entre otras damas. — Rafael, Jacobo y sus compañeros disfrazados y encubiertos. — Parejas de ambos sexos que se disponen á bailar. La orquesta preludia un vals.
Rafael. (Acercándose á Julia). Máscara... ¿Quieres bailar conmigo?
Julia. (Sorprendida). Esa voz parece... pero no, es imposible.
Rafael. Máscara, el preludio termina; el vals comienza... ¿Cómo debo interpretar tu silencio?
Julia. (¡Dios mío! ¿si será él?) Tomad. (Deja el
ramillete y el abanico en la falda de su madre). Una sola vuelta; una sola. (Se alejan bailando y se confunden entre la multitud. La madre se inclina al oído de una de las señoras que tiene á su lado).
La Madre. Lo que son las muchachas; hoy hubiera dicho cualquiera que iba á morir de sentimiento; tanto ha llorado y gemido antes de decidirse á aceptar el esposo que se le destina... ¡Ya está bailando!... Si se hubiera de hacer caso de las lágrimas de las chiquillas... (Rafael y Julia pasan bailando).
Rafael. ¿Es verdad que te casas?
Julia. Es verdad. (Se alejan hacia el fondo y vuelven á perderse).
La Madre. Y dijo que una sola vuelta... En tratándose de bailar, todas son lo mismo. Verdad que yo de sus años tampoco era más juiciosa... ¿más?... ni tanto... ¡Ay! ¡si yo hubiera hecho caso de los consejos de mi madre como ella lo hace hoy de los míos! (Rafael y Julia tornan de nuevo á pasar).
Rafael. ¿Dices que es imposible?
Julia. ¡Imposible! (Tornan á alejarse).
La Madre. ¿Otra vuelta? ¡Jesús! ¡Jesús!... Si ha de ser extremosa en todo... Gracias á Dios que aún no ha llegado su prometido... si no, estoy segura de que tendríamos escena... No, pues ahora
cuando pase, voy á hacerle una seña; tanto bailar puede fatigarla. ¿Lo hará por aturdirse?... (Rafael y Julia aparecen de nuevo y se detienen un instante).
Rafael. ¿Y no tienes una sola palabra para disculparte?
Julia. (Después de dudar un momento y con voz sorda). Ninguna...
Rafael. Dios tenga más misericordia de tí que de mí ha tenido. (Deja caer un pañuelo blanco).
Jacobo. (A los otros jóvenes). Ha dejado caer el pañuelo... rodeadlos... (La comparsa de enmascarados forma un corro alrededor de los amantes, y, dando voces y bailando á su compás, se alejan hacia el fondo).
La Madre. ¡Qué algazara... qué gritos! Van á aturdiría... No; de esta vuelta no pasa sin dejar el baile... (Se pone de pie). ¿Donde va?... No la veo... ni cómo la he de ver si esa comparsa de locos ha formado á su alrededor un círculo impenetrable... ¡Un grito!... Y esa música no callará... nada; cada vez parece que lleva el compás más rápido... va á marearse... ¡Ah! ya la veo: ¿no lo dije? se ha mareado... no se puede sostener... (La comparsa vuelve con una algarabía espantosa de voces, gritos extraños y carcajadas que casi ensordecen la música. Rafael, cubierto aún, trae en sus brazos á Julia, al parecer desmayada).
La Madre. ¡Aquí, aquí! Dejadla sobre esta otomana... (Rafael la coloca sentada; vacila un momento antes de apartarse de aquel sitio, de donde lo arranca Jacobo). Dios mío, está pálida como un cadáver!... ¡Julia, Julia!... (Tocándole la frente y las manos). ¿Qué es esto? ¡Sangre, sangre! ¡La han asesinado!...
ESCENA ÚLTIMA.
El sótano en la taberna. Rafael, inmóvil, sentado en el fondo junto á una mesa. — Jacobo, Bautista y algunos otros jóvenes en primer término.
Bautista. Tengo una carta para el hermano Rafael; ¿á dónde debo dirigirla?
Jacobo. Dásela en su mano.
Bautista. ¿Está en Venecia?
Jacobo. Míralo allí... ¡Rafael! ¡Rafael!
Rafael. (Como saliendo de un letargo profundo). ¿Quién me llama?...
Bautista. Una carta tengo para tí; me la ha dado una mujer encubierta, y me ha dicho que te importaba mucho su contenido. Toma.
Rafael. ¡Es su letra!... ¡No ha muerto!... ¿Cuándo te han dado esta carta?
Bautista. Esta noche pasada.
Rafael. ¿A qué hora?
Bautista. A las once.
Rafael. (Rompe precipitadamente la nema y lee)
Rafael: Tu madre, que todos creen muerta, vive aún; pero vive aherrojada en el fondo de un calabozo... El precio de su vida y su libertad es, no mi amor, porque ese ha sido y será siempre tuyo, sino mi mano.
Cuando recibas esta carta ya perteneceré á otro hombre.
Todo lo tengo preparado para huir de él una vez cumplida mi palabra. No te he dicho nada antes, porque no quiero que ni tú ni yo vacilemos un momento en sacrificar nuestra felicidad por la vida de la que padece por nuestra culpa.
Adiós... Te juré esperarte... Ya que no pueda ser en la tierra, te esperaré en el cielo.
Adiós, adiós. — Julia.
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