CARTA DE UN DÍA MENOS.
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CARTA DE UN DÍA MENOS.
CARTA DE UN DÍA MENOS. Julia: ¿Sabes por lo que estoy pasando? Claramente no, pero hace falta que lo diga. Desde que te fuiste, caí en un grave estado; mi amor ya no es sano y me enferma. Parece una fiebre, una fiebre fría. Mi aliento se va gastando, y lo siento. Cada vez que veo la silla abandonada, hay un viento de dolor. Cada vez que veo la silla adolorida, hay un viento de abandono. Ya no importa el orden. Ya no importan las palabras. Ya no importa dónde mire. Ya no hay nada que salvar. Es muy tarde para salvar. No hay nadie a quien salvar. Ya estoy perdido. Me voy consumiendo en tu perfume que aún queda en la almohada, pero siento que ya no hay aroma. Ya no hay aromas. No hay flores en el florero. Las del jardín se están marchitando, y también yo. Me voy cayendo sobre mí. Los colores se distorsionan; se vuelven más oscuros. Me degrado lentamente; consciente, tan consciente. Pero no importa. Ya no importa nada. Ya no importa aunque muera, porque al ver tu retrato apareces estática, inanimada. Y al recordar que no escucharé más tu voz me enfada, me decepciona. Y rompo los espejos, porque no muestran tu reflejo por las mañanas. Y rompo las tazas, porque ya no está tu café en ellas. Rompo los vidrios, las joyas, y todo lo que me recuerda a ti. Pero todo me recuerda a ti. Me visitan mis vecinos, mis sobrinos, mis hermanos. Y no los quiero. No los quiero pisando la alfombra, tocando la mesada, sentándose en tu trono. Los echo, me llaman “viejo senil” y se van. Pero no es la vejez, es tu ausencia. Dejaste un vacío que arde. Te llevaste la rosa y dejaste las espinas. Y me acuchillan en las noches, junto a las estrellas, que lloran porque no pude evitar tu partida. Sus lágrimas queman; no importa si hayan pasado años, meses, o días. Impregnan el sufrimiento en mí, como si no tuviera suficiente. Salgo a la calle, donde tu sombra no me persigue, pero me equivoco; los árboles se sacuden con sus hojas secas, susurrando tu nombre. El pasto cruje, como los aplausos luego de tus obras. Escucho pasos detrás de mí, y pienso que eres tú, reencontrándote con la vida, como Eurídice. No me doy vuelta y sigo caminando, para que no te desvanezcas y Hades te proclame de nuevo. Pero no, mis fantasías no pueden devolverte. Los pasos se desvían; ya te desvaneciste, y no pude impedirlo. Vagabundeando, la gente me para y me pregunta si estoy perdido, y les respondo que sí, que estoy perdido, pero ellos no saben a lo que me refiero cuando me llevan de nuevo a mi casa. Yo estoy perdido, y no hay a donde ir, porque tu inexistencia pesa; es una carga de la que no puedo librarme. Porque el amor no desaparece así, de pronto, y algunas veces, nunca. Por eso a donde vaya, te llevo conmigo, en un bulto apretado, dentro de mi corazón. Y mi mente me traiciona, me envenena, porque la culpa de no estar contigo me enloquece, y la idea del destierro me suena preciosa, atractiva. Pero al pensar esto, ahí está tu retrato, y la sonrisa se ladea hacia abajo, y mis pensamientos suenan huecos, sin sentido. Tu imagen me obliga a quedarme y soportar este infierno, diciéndome que pronto llegará el momento. Cada noche escribo estas cartas, siendo patéticas, inservibles, ya que no te llegarán; pero me hacen creer que estás cerca, que falta poco tiempo. Hoy es un día más sin ti. Pero hoy es un día menos para volver a ver tu sonrisa, tu verdadera sonrisa, la que no está estática ni enmarcada; la que está viva. Mario. VALERIA LUCIA DELUCA |
Karla Benitez- Moderadora
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sabra- Admin
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