La carta secreta de W.A. Mozart
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La carta secreta de W.A. Mozart
La carta secreta de W.A. Mozart
Viena, a 5 de Diciembre de 1791.
Mi querida dama,
Muchas serán las cosas que habrán ocurrido en el mundo en mi ausencia. Muchas las lágrimas que
habrán rodado cuando tú, siempre cercana a mis latidos, comiences al fin tu existencia en ese
mundo futuro y enfermo de la ausencia de Dios.
Habrán pasado doscientos veinte años, y yo no habré dejado de contar ni una sola luna,
mientras éstas morían en el cielo esperando ver tu llegada.
Siempre te llevo en mí, todavía te aguardo impaciente. Vives arrinconada en los pliegues de
mi incomprendida alma de antaño: porque las mentes ajenas me han tachado de muchas cosas,
como también lo harán contigo al no llegar a descifrar la sustancia de tu alma. A mí me osaron
tildar de infantil, inmaduro, libidinoso, inestable y provocador. A ti te dirán otras cosas, amor, pero
sólo somos dos esencias infantiles que no comprenden la crueldad del mundo de los adultos.
Nuestra genialidad no logra separarse del infante en nuestro interior y por ello no logramos asumir
lo que sucede a nuestro alrededor y sufrimos tanto. Sin embargo, amada mía, son mis últimas obras
las que muestran la lucidez de quien se sabe en el final.
El niño descubre la crueldad del mundo de los adultos.
Pero justo en ese instante, justo tras haber creado “la Lacrimosa”, logro verte cual visión
futura y excelsa y logro alcanzar el paraíso que siempre me fue negado. Comprendí para qué estuve
en el mundo, para qué había compuesto aquella obra final: estaba destinada a alcanzar tu alma, tres
siglos más tarde. Y recuerdo esa última noche, cuando mi vida finalmente expiró: con aquella
postrera partitura entre mis manos inertes, salvaguardándola como un exquisito tesoro (porque lo es,
pero sólo tú sabrás descubrirlo). “La Lacrimosa” fue mi suspiro definitivo, evocando tu nombre en
forma de notas. Tu nombre, que me fue revelado en aquel sublime instante, siempre me había
acompañado. Y fue “la Lacrimosa” como un don que osé hacerte llegar a través del tiempo, Oh
amada mía: un regalo que tú alcanzarás en el presente; un grito, un clamor, que susurra tu nombre,
-dos veces para ser exacto-, entre el coro, que recita tu mirada entre dulces notas de violín, mientras
cada toque de tambor dejará que por su lomo se escurra tu esencia y tu melancolía, hasta dejar que
tus maltratados ojos alcancen finalmente los míos, el día menos esperado.
Porque no resurgiré de esta estancia entre sombras, que no está ni en los mapas ni la marcan las
brújulas, hasta no verte encarnada en todo tu esplendor.
Alzo mi vista al futuro, agito mi entumecida alma y encuentro tu melancolía martillando mis
sentidos.
Para la suerte de los hombres, cuando tú estés viva, el amor aún seguirá existiendo, aunque
tú habrás dejado de creer en su magia; y cuando finalmente, cabizbaja, te halles completamente
desencantada, habrá llegado el justo instante de nuestro encuentro.
Porque a pesar de todo, el amor que mereces te hallará cual dulce presa, porque a pesar de haber
sido separados antes que nuestras existencias comenzaran, mi melodía fúnebre te habrá hecho
recordarme, te habrá dado el sabor de mi alegría y te devolverá a mis abrazos fronterizos entre la
tristeza y las ganas de vivir.
Porque a pesar de todo, nos necesitamos el uno al otro desde siempre, como el mundo
necesita a Dios.
Es mi música la que vaciará de silencio tu soledad, la que te guiará hacia mi camino, dando codazos
en la niebla del dolor, el que te causarán los que no sabrán reconocerte, la que, a la vez, te abrirá el
paso hacia mi alma y te acercará a mi faz, para llegar a reconocerme y poco a poco acercarte a un
nuevo mundo, escondido entre lo que creías real y lo onírico.
Será entonces, mi dama, y sólo entonces, cuando “mi Lacrimosa” vestirá sus sonidos con el traje de
los domingos y hará que la tristeza que emanó hasta entonces tuerza su gesto, levantando mi mirada
hacia la tuya mientras tu alma se vaciará de toda ausencia, en tu existencia enferma de carencias.
Y será una noche cualquiera, cuando la luna, consumida de destellos, te guiará hacia mis
ojos, que te aguardaron desde siempre en el reino de lo posible, tatuados en los tuyos.
Sí, amada mía, mi despedida del mundo no pudo ser más hermosa: gracias a ti, una obra que mezcla
lo grotesco, lo festivo y lo dramático, alcanzó el mundo en tu nombre. Y nadie lo habrá descubierto
jamás entre ninguna de sus notas.
Quién desde siempre fue para ti:
Crysóstomus Wolfgangus Theophilus Mozart
Claudia-Regina Bürk Falcón.
Viena, a 5 de Diciembre de 1791.
Mi querida dama,
Muchas serán las cosas que habrán ocurrido en el mundo en mi ausencia. Muchas las lágrimas que
habrán rodado cuando tú, siempre cercana a mis latidos, comiences al fin tu existencia en ese
mundo futuro y enfermo de la ausencia de Dios.
Habrán pasado doscientos veinte años, y yo no habré dejado de contar ni una sola luna,
mientras éstas morían en el cielo esperando ver tu llegada.
Siempre te llevo en mí, todavía te aguardo impaciente. Vives arrinconada en los pliegues de
mi incomprendida alma de antaño: porque las mentes ajenas me han tachado de muchas cosas,
como también lo harán contigo al no llegar a descifrar la sustancia de tu alma. A mí me osaron
tildar de infantil, inmaduro, libidinoso, inestable y provocador. A ti te dirán otras cosas, amor, pero
sólo somos dos esencias infantiles que no comprenden la crueldad del mundo de los adultos.
Nuestra genialidad no logra separarse del infante en nuestro interior y por ello no logramos asumir
lo que sucede a nuestro alrededor y sufrimos tanto. Sin embargo, amada mía, son mis últimas obras
las que muestran la lucidez de quien se sabe en el final.
El niño descubre la crueldad del mundo de los adultos.
Pero justo en ese instante, justo tras haber creado “la Lacrimosa”, logro verte cual visión
futura y excelsa y logro alcanzar el paraíso que siempre me fue negado. Comprendí para qué estuve
en el mundo, para qué había compuesto aquella obra final: estaba destinada a alcanzar tu alma, tres
siglos más tarde. Y recuerdo esa última noche, cuando mi vida finalmente expiró: con aquella
postrera partitura entre mis manos inertes, salvaguardándola como un exquisito tesoro (porque lo es,
pero sólo tú sabrás descubrirlo). “La Lacrimosa” fue mi suspiro definitivo, evocando tu nombre en
forma de notas. Tu nombre, que me fue revelado en aquel sublime instante, siempre me había
acompañado. Y fue “la Lacrimosa” como un don que osé hacerte llegar a través del tiempo, Oh
amada mía: un regalo que tú alcanzarás en el presente; un grito, un clamor, que susurra tu nombre,
-dos veces para ser exacto-, entre el coro, que recita tu mirada entre dulces notas de violín, mientras
cada toque de tambor dejará que por su lomo se escurra tu esencia y tu melancolía, hasta dejar que
tus maltratados ojos alcancen finalmente los míos, el día menos esperado.
Porque no resurgiré de esta estancia entre sombras, que no está ni en los mapas ni la marcan las
brújulas, hasta no verte encarnada en todo tu esplendor.
Alzo mi vista al futuro, agito mi entumecida alma y encuentro tu melancolía martillando mis
sentidos.
Para la suerte de los hombres, cuando tú estés viva, el amor aún seguirá existiendo, aunque
tú habrás dejado de creer en su magia; y cuando finalmente, cabizbaja, te halles completamente
desencantada, habrá llegado el justo instante de nuestro encuentro.
Porque a pesar de todo, el amor que mereces te hallará cual dulce presa, porque a pesar de haber
sido separados antes que nuestras existencias comenzaran, mi melodía fúnebre te habrá hecho
recordarme, te habrá dado el sabor de mi alegría y te devolverá a mis abrazos fronterizos entre la
tristeza y las ganas de vivir.
Porque a pesar de todo, nos necesitamos el uno al otro desde siempre, como el mundo
necesita a Dios.
Es mi música la que vaciará de silencio tu soledad, la que te guiará hacia mi camino, dando codazos
en la niebla del dolor, el que te causarán los que no sabrán reconocerte, la que, a la vez, te abrirá el
paso hacia mi alma y te acercará a mi faz, para llegar a reconocerme y poco a poco acercarte a un
nuevo mundo, escondido entre lo que creías real y lo onírico.
Será entonces, mi dama, y sólo entonces, cuando “mi Lacrimosa” vestirá sus sonidos con el traje de
los domingos y hará que la tristeza que emanó hasta entonces tuerza su gesto, levantando mi mirada
hacia la tuya mientras tu alma se vaciará de toda ausencia, en tu existencia enferma de carencias.
Y será una noche cualquiera, cuando la luna, consumida de destellos, te guiará hacia mis
ojos, que te aguardaron desde siempre en el reino de lo posible, tatuados en los tuyos.
Sí, amada mía, mi despedida del mundo no pudo ser más hermosa: gracias a ti, una obra que mezcla
lo grotesco, lo festivo y lo dramático, alcanzó el mundo en tu nombre. Y nadie lo habrá descubierto
jamás entre ninguna de sus notas.
Quién desde siempre fue para ti:
Crysóstomus Wolfgangus Theophilus Mozart
Claudia-Regina Bürk Falcón.
Roana Varela- Moderadora
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Fecha de inscripción : 25/10/2012
Karla Benitez- Moderadora
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