LOS VIEJOS PASOS
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LOS VIEJOS PASOS
Los viejos pasos. Relato.
JUAN HERRANZ
Ya no albergo esperanza. He profundizado dentro de mí, hasta las antípodas de mi pensamiento, de mi alma o de lo que quiera que cobije mi piel. Pero no hago pie en el vacío. Bajo mi ser se extiende un océano, tan inmenso como insoportablemente calmo y oscuro.
Tengo escritos todos mis relatos y novelas, una antigua afición ahora repudiada. A través de mis historias planteé todas mis vidas posibles, sopesando cada una de las alternativas, recorriendo cada camino que señalaba hacia algún destino. Seguramente por eso no me queda nada. Me he desgastado.
Mis pasos me conduce sin ruta entre calles desconocidas de la ciudad donde siempre he vivido. Alguien me saluda sonriente, pero siento que me diluyo entre tantos rostros extraños para ser un nadie más. Tan solo entiendo que el final se precipita al son de mis silbidos, que componen una triste melodía improvisada.
Navego entre vetustos recuerdos, extraídos del ensayo de una vida que empezó hace mucho tiempo. Planean en el limbo de mi memoria imágenes en sepia con pies de foto falsos, sintetizando momentos que tal vez nunca sucedieron.
Lo más remoto parece nítido, mientras que si me esfuerzo en pensar en el segundo plato de hoy parece que no haya comido en varios años. Comento en voz baja: “sopa de letras”.
Llego a un viejo parque. Digo “viejo” porque adivino que he estado allí al menos en otra ocasión. Mis pies aceleran los pasos. Ahora parece que en todo momento tenían fijado el camino. Se movían conducidos por un “viejo” instinto.
Se desnudan en mi mente dos palabras: Carolina y roble, con tal alborozo que erizan mi piel y despiertan mi sonrisa.
Ella me espera, una vez más, a la sombra del árbol centenario. Sé que ocurre cada mañana. Es mi última petición de penado, sólo que en mi caso es un privilegio que se repite cada día frente a la condena del Alzheimer. Consigo volver a ser yo por encima de esta cruel sentencia del olvido.
Mis pasos culminan su aventura frente a mi amada Carolina, muy cerca de sus ojos, serenos pese a todo.
“Muy bien, cariño”
Mientras Ella me estampa un beso en la mejilla, la luz se hace unos instantes en el océano, como un breve y maravilloso amanecer. Vuelvo a sentirme vivo.
Nacer no es sólo cuestión de llegar por primera vez a este mundo.
“¿Tenemos hoy sopa de letras?”
JUAN HERRANZ
Ya no albergo esperanza. He profundizado dentro de mí, hasta las antípodas de mi pensamiento, de mi alma o de lo que quiera que cobije mi piel. Pero no hago pie en el vacío. Bajo mi ser se extiende un océano, tan inmenso como insoportablemente calmo y oscuro.
Tengo escritos todos mis relatos y novelas, una antigua afición ahora repudiada. A través de mis historias planteé todas mis vidas posibles, sopesando cada una de las alternativas, recorriendo cada camino que señalaba hacia algún destino. Seguramente por eso no me queda nada. Me he desgastado.
Mis pasos me conduce sin ruta entre calles desconocidas de la ciudad donde siempre he vivido. Alguien me saluda sonriente, pero siento que me diluyo entre tantos rostros extraños para ser un nadie más. Tan solo entiendo que el final se precipita al son de mis silbidos, que componen una triste melodía improvisada.
Navego entre vetustos recuerdos, extraídos del ensayo de una vida que empezó hace mucho tiempo. Planean en el limbo de mi memoria imágenes en sepia con pies de foto falsos, sintetizando momentos que tal vez nunca sucedieron.
Lo más remoto parece nítido, mientras que si me esfuerzo en pensar en el segundo plato de hoy parece que no haya comido en varios años. Comento en voz baja: “sopa de letras”.
Llego a un viejo parque. Digo “viejo” porque adivino que he estado allí al menos en otra ocasión. Mis pies aceleran los pasos. Ahora parece que en todo momento tenían fijado el camino. Se movían conducidos por un “viejo” instinto.
Se desnudan en mi mente dos palabras: Carolina y roble, con tal alborozo que erizan mi piel y despiertan mi sonrisa.
Ella me espera, una vez más, a la sombra del árbol centenario. Sé que ocurre cada mañana. Es mi última petición de penado, sólo que en mi caso es un privilegio que se repite cada día frente a la condena del Alzheimer. Consigo volver a ser yo por encima de esta cruel sentencia del olvido.
Mis pasos culminan su aventura frente a mi amada Carolina, muy cerca de sus ojos, serenos pese a todo.
“Muy bien, cariño”
Mientras Ella me estampa un beso en la mejilla, la luz se hace unos instantes en el océano, como un breve y maravilloso amanecer. Vuelvo a sentirme vivo.
Nacer no es sólo cuestión de llegar por primera vez a este mundo.
“¿Tenemos hoy sopa de letras?”
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"El amor es la razón del corazón"
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