Los zoos humanos
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Los zoos humanos
Los zoos humanos
Junto a las “piezas” que aparecían disecadas en los museos de historia natural, empezaron a ser habituales una serie de espectáculos llamados “exposiciones etnográficas”o “aldeas negras”. Estas aldeas reunían a grupos de aborígenes africanos en una serie de escenarios en los que se eran exhibidos en su “estado natural” desnudos o semidesnudos, en un clima que no les era propio, y donde realizaban para el deleite del público, danzas y enfrentamientos tribales, como si de auténticos zoos humanos se tratase.
Estas exhibiciones empezaron a ser muy populares en Europa y EE.UU. a partir de la década de 1870, justamente en la época de máximo apogeo imperialista. París, Hamburgo, Londres, Barcelona, Nueva York, Ginebra,… son algunas de las ciudades en las que estas exposiciones llegaron a concurrir de entre 200.000 y 300.000 espectadores.
El pionero en esta actividad fue el alemán Karl Hagenbeck (1844-1913), que como cazador de animales dotaba de ejemplares a muchos zoológicos europeos. A partir de 1870 el tráfico de animales sufrió una grave crisis que obligó a Hagenbeck a inventar nuevas atracciones para el público. Fue entonces cuando pensó crear zoos humanos que mostraran a poblaciones humanas exóticas junto con animales salvajes propios de su hábitat natural. En 1874 montó una exhibición itinerante en la que mostraba a grupos de hombres, mujeres y niños samoanos y lapones, con sus vestidos tradicionales y cierta escenografía que pretendía repesentar su forma de vida original.
Hacia 1876 capturó en una expedición al Sudán a un grupo de nativos nubios, con la que montó otra atracción que llevó por diferentes capitales europeas como París, Berlín o Londres. En 1881 raptó docenas de hombres, mujeres y niños de tribus de Tierra del Fuego. Para ello contó con la aprobación de los gobiernos chileno y alemán, y con el apoyo científico del profesor Virchow de Berlín. Los indígenas fueguinos fueron transportados a la capital alemana y, tras ser expuestos en diversas ciudades, utilizados para la experimentación en diversos laboratorios y hospitales. En 1883-1884 Hagenbeck exhibió en Berlín a un grupo de catorce mapuches (indígenas araucanos), con los que recorrió diversas ciudades de Alemania. Asimismo, en 1884-1885 realizó una gira mostrando a más de sesenta hombres, mujeres y niños cingaleses junto con un espectáculo de elefantes amaestrados. Mal nutridos, tratados cruelmente, expuestos a climas difíciles a los que no están adaptados, considerados como mercancía y forzados a aparecer y actuar ante el público, el viaje europeo es para muchas de estas personas una pesadilla a la que pocos sobrevivirán.
Ante el éxito de esta iniciativa, el director del Jardín zoologique d´acclimatation parisino, Geoffroy de Saint Hilaire, organizó en 1877 dos “espectáculos etnológicos” centrados en la exposición de indígenas africanos. La concurrencia al Jardín fue un éxito pues más de un millón de personas lo visitaron, así que la dirección continuó el espectáculo hasta 1912 con unas treinta “exhibiciones etnológicas”.
Pero las mejores oportunidades de exhibir a los indígenas fueron las grandes exposiciones internacionales de París de 1878 y 1889. En ellas se presentaron reconstrucciones de “aldeas negras”, con más de 400 africanos secuestrados de sus tierras para este fin. También las Exposiciones Coloniales de Marsella (1906 y 1922) y París (1907 y 1931) mostraron a indígenas desnudos o semidesnudos ante un público que les tiraba comida como si fueran animales en un zoo. Estas exposiciones tuvieron una concurrencia masiva: 28 millones en 1889 y 34 millones en 1931. Algunos autores han señalado que detrás de este interés también había un cierto voyeurismo, pues en aquella época no había muchas otras oportunidades de ver a un ser humano desnudo. En ellas el salvajismo de los espectadores era notorio:
“La actitud del público era uno de los temas más sorprendentes: muchos visitantes arrojaban alimentos o chucherías a los grupos que se exhibían, comentaban las fisonomías comparándolas con los primates (retomando con ello uno de los tópicos de la antropología física, ávida de sacar a la luz los "caracteres simiescos" de los indígenas) o riéndose abiertamente viendo a una africana enferma temblequeando en su choza”. (Bancel, 2000)
En 1897, el rey de Bélgica Leopoldo II mandó traer para la Exposición Universal de Bruselas, 267 hombres, mujeres y niños para representar una escenografía pintoresca del Congo. Los africanos vivían y danzaban delante de sus chozas de bambú con tejados de paja, pero al llegar la noche eran recluidos en establos junto con otros animales. Por el día los visitantes les lanzaban comida, lo que produjo indigestiones entre los indígenas. Para evitarlo el propio rey Leopoldo ordenó colocar un cartel que decía: “los negros son alimentados por el comité organizador”.
Después de la conquista francesa de Tombuctú, un grupo de tuaregs fueron exhibidos en estas exposiciones; los malgache después de la ocupación de Madagascar; las mujeres amazonas de Abomey después de la derrota mediática de Behanzin contra los franceses en 1894. Muchos de los indígenas exhibidos en estas condiciones murieron, no soportaban el cambio de clima y enfermaban ¿o enfermarían de la humillación?. Así pasó con un grupo de galibis en París en 1892. De todos modos esto no suposo ningún remordimiento ya que la propia humanidad de estos seres era discutible.
Los empresarios al cargo de estos negocios provenían del ámbito circense, ya que proveían de fieras animales a los circos. No solían ser muy formales en sus acuerdos establecidos, y si veían decaer el negocio dejaban a su suerte a los pobres indígenas. En una población suiza se generó una gran alarma ante la posibilidad de que estos “seres salvajes” fueran liberados de sus jaulas…
Estas exhibiciones serán aplaudidas por los antropólogos que aprovechan la oportunidad que la llegada de este “circo” a su ciudad supone para examinarlos y establecer jerarquías raciales. Muchos alabarán la calidad de estas “muestras” y la posibilidad de estudiar “sujetos vivos”. Un documento de la Sociedad Antropológica de Paris da testimonio del interés científico que suponía el transporte de estos “especimenes” a París.
“Necesitamos enfatizar nuestro deseo de que el director de los jardines zoológicos persevere en su camino, tan útil para la antropología, para el transporte a París de especimenes de cada grupo humano” Bordier, documento de la Sociedad Antropológica de Paris, 1877
Así que con el apoyo de la ciencia, los zoos humanos refuerzan en toda Europa esta imagen de la barbarie de aquellas lejanas tierras, lo cual pretendía justificar la expansión colonial de la época. Y para elevar el espectáculo, las exhibiciones son activas. El “salvaje” es presentado en contextos “primitivos” jugando, bailando, haciendo música, etc.
racismo.blogspot.co.il
Junto a las “piezas” que aparecían disecadas en los museos de historia natural, empezaron a ser habituales una serie de espectáculos llamados “exposiciones etnográficas”o “aldeas negras”. Estas aldeas reunían a grupos de aborígenes africanos en una serie de escenarios en los que se eran exhibidos en su “estado natural” desnudos o semidesnudos, en un clima que no les era propio, y donde realizaban para el deleite del público, danzas y enfrentamientos tribales, como si de auténticos zoos humanos se tratase.
Estas exhibiciones empezaron a ser muy populares en Europa y EE.UU. a partir de la década de 1870, justamente en la época de máximo apogeo imperialista. París, Hamburgo, Londres, Barcelona, Nueva York, Ginebra,… son algunas de las ciudades en las que estas exposiciones llegaron a concurrir de entre 200.000 y 300.000 espectadores.
El pionero en esta actividad fue el alemán Karl Hagenbeck (1844-1913), que como cazador de animales dotaba de ejemplares a muchos zoológicos europeos. A partir de 1870 el tráfico de animales sufrió una grave crisis que obligó a Hagenbeck a inventar nuevas atracciones para el público. Fue entonces cuando pensó crear zoos humanos que mostraran a poblaciones humanas exóticas junto con animales salvajes propios de su hábitat natural. En 1874 montó una exhibición itinerante en la que mostraba a grupos de hombres, mujeres y niños samoanos y lapones, con sus vestidos tradicionales y cierta escenografía que pretendía repesentar su forma de vida original.
Hacia 1876 capturó en una expedición al Sudán a un grupo de nativos nubios, con la que montó otra atracción que llevó por diferentes capitales europeas como París, Berlín o Londres. En 1881 raptó docenas de hombres, mujeres y niños de tribus de Tierra del Fuego. Para ello contó con la aprobación de los gobiernos chileno y alemán, y con el apoyo científico del profesor Virchow de Berlín. Los indígenas fueguinos fueron transportados a la capital alemana y, tras ser expuestos en diversas ciudades, utilizados para la experimentación en diversos laboratorios y hospitales. En 1883-1884 Hagenbeck exhibió en Berlín a un grupo de catorce mapuches (indígenas araucanos), con los que recorrió diversas ciudades de Alemania. Asimismo, en 1884-1885 realizó una gira mostrando a más de sesenta hombres, mujeres y niños cingaleses junto con un espectáculo de elefantes amaestrados. Mal nutridos, tratados cruelmente, expuestos a climas difíciles a los que no están adaptados, considerados como mercancía y forzados a aparecer y actuar ante el público, el viaje europeo es para muchas de estas personas una pesadilla a la que pocos sobrevivirán.
Ante el éxito de esta iniciativa, el director del Jardín zoologique d´acclimatation parisino, Geoffroy de Saint Hilaire, organizó en 1877 dos “espectáculos etnológicos” centrados en la exposición de indígenas africanos. La concurrencia al Jardín fue un éxito pues más de un millón de personas lo visitaron, así que la dirección continuó el espectáculo hasta 1912 con unas treinta “exhibiciones etnológicas”.
Pero las mejores oportunidades de exhibir a los indígenas fueron las grandes exposiciones internacionales de París de 1878 y 1889. En ellas se presentaron reconstrucciones de “aldeas negras”, con más de 400 africanos secuestrados de sus tierras para este fin. También las Exposiciones Coloniales de Marsella (1906 y 1922) y París (1907 y 1931) mostraron a indígenas desnudos o semidesnudos ante un público que les tiraba comida como si fueran animales en un zoo. Estas exposiciones tuvieron una concurrencia masiva: 28 millones en 1889 y 34 millones en 1931. Algunos autores han señalado que detrás de este interés también había un cierto voyeurismo, pues en aquella época no había muchas otras oportunidades de ver a un ser humano desnudo. En ellas el salvajismo de los espectadores era notorio:
“La actitud del público era uno de los temas más sorprendentes: muchos visitantes arrojaban alimentos o chucherías a los grupos que se exhibían, comentaban las fisonomías comparándolas con los primates (retomando con ello uno de los tópicos de la antropología física, ávida de sacar a la luz los "caracteres simiescos" de los indígenas) o riéndose abiertamente viendo a una africana enferma temblequeando en su choza”. (Bancel, 2000)
En 1897, el rey de Bélgica Leopoldo II mandó traer para la Exposición Universal de Bruselas, 267 hombres, mujeres y niños para representar una escenografía pintoresca del Congo. Los africanos vivían y danzaban delante de sus chozas de bambú con tejados de paja, pero al llegar la noche eran recluidos en establos junto con otros animales. Por el día los visitantes les lanzaban comida, lo que produjo indigestiones entre los indígenas. Para evitarlo el propio rey Leopoldo ordenó colocar un cartel que decía: “los negros son alimentados por el comité organizador”.
Después de la conquista francesa de Tombuctú, un grupo de tuaregs fueron exhibidos en estas exposiciones; los malgache después de la ocupación de Madagascar; las mujeres amazonas de Abomey después de la derrota mediática de Behanzin contra los franceses en 1894. Muchos de los indígenas exhibidos en estas condiciones murieron, no soportaban el cambio de clima y enfermaban ¿o enfermarían de la humillación?. Así pasó con un grupo de galibis en París en 1892. De todos modos esto no suposo ningún remordimiento ya que la propia humanidad de estos seres era discutible.
Los empresarios al cargo de estos negocios provenían del ámbito circense, ya que proveían de fieras animales a los circos. No solían ser muy formales en sus acuerdos establecidos, y si veían decaer el negocio dejaban a su suerte a los pobres indígenas. En una población suiza se generó una gran alarma ante la posibilidad de que estos “seres salvajes” fueran liberados de sus jaulas…
Estas exhibiciones serán aplaudidas por los antropólogos que aprovechan la oportunidad que la llegada de este “circo” a su ciudad supone para examinarlos y establecer jerarquías raciales. Muchos alabarán la calidad de estas “muestras” y la posibilidad de estudiar “sujetos vivos”. Un documento de la Sociedad Antropológica de Paris da testimonio del interés científico que suponía el transporte de estos “especimenes” a París.
“Necesitamos enfatizar nuestro deseo de que el director de los jardines zoológicos persevere en su camino, tan útil para la antropología, para el transporte a París de especimenes de cada grupo humano” Bordier, documento de la Sociedad Antropológica de Paris, 1877
Así que con el apoyo de la ciencia, los zoos humanos refuerzan en toda Europa esta imagen de la barbarie de aquellas lejanas tierras, lo cual pretendía justificar la expansión colonial de la época. Y para elevar el espectáculo, las exhibiciones son activas. El “salvaje” es presentado en contextos “primitivos” jugando, bailando, haciendo música, etc.
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