Morir Esclavo
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Morir Esclavo
Viernes 08 de mayo de 2015 | Publicado en edición impresa
Morir esclavo: la historia de Rodrigo y Rolando Menchaca
Los dos niños que fallecieron en el incendio de Flores vivían en el sótano del taller clandestino; una historia que refleja una realidad que crece en las sombras; cómo fueron sus últimas horas
Por Evangelina Himitian | DIARIO LA NACION DE ARGENTINA
nían nombre y apellido. Los dos chicos que murieron hace once días en un taller clandestino se llamaban Rodrigo Menchaca, de 10 años, y Rolando Mur Menchaca, de 6. Vivían en el sótano de Páez 2796, en el fondo de ese taller que había sido denunciado por los vecinos en septiembre último. Vivieron allí durante todo el último año.
Su historia es la de cientos de niños que viven en esta ciudad y que crecen en las sombras. Que nacen libres y que mueren esclavos.
Rodrigo y Rolando iban a la escuela N° 4 Provincia de La Pampa, en el turno mañana. Por la tarde, tenían algunas tareas en el taller, según dicen los vecinos, que prefirieron el anonimato, como cortar hilos, pegar botones de los buzos o apilar los jeans que se producían a puertas cerradas. Nadie debía verlos trabajar. Ni a ellos ni a las otras personas que pasaban larguísimas jornadas sobre esas máquinas de coser. El día de trabajo en el taller era de ocho de la mañana a diez de la noche. Quienes gerenciaban el taller habían tapado las ventanas y puertas con ladrillos y clausurado las salidas. Sólo una puerta daba a la calle y ellos tenían la llave.
La mañana en que murieron Rodrigo y Rolando, los bomberos debieron demoler con una maza la pared de ladrillo que tapiaba la abertura que llevaba aire al sótano. La otra boca de respiración también estaba tapada con una pared. Tras los ladrillos encontraron una persiana. Tras la persiana una reja y por último una puerta con sus cerraduras soldadas. Por esa razón, cuando comenzó el fuego en el sótano, los niños no tuvieron escapatoria. La escalera era la única entrada de oxígeno y ardía.
Hasta anteayer, antes del segundo incendio que se sospecha que fue intencional, en la planta alta del taller, una montaña de buzos color bordó se había salvado del fuego. Mezclados entre la ropa para coser permanecían los juguetes que los niños solían llevar al taller cuando les tocaba hacer su parte. En una foto que tomó después del incendio Lucas Manjón, miembro de La Alameda -la ONG que denunció ante la Justicia hace ocho meses que allí funcionaba un taller clandestino- se ve un dinosaurio morado y una lunchera amarilla abandonados entre la ropa a mitad de hacer. Los juguetes dan cuenta de que la presencia de chicos en el taller no era infrecuente. Algunos vecinos indicaron que los niños hacían tareas menores en el taller, aunque Esteban Mur, el padre de los menores, que ayer apareció en los medios por primera vez, dijo que no era cierto.
Mezclados entre la ropa para coser permanecían los juguetes que los niños solían llevar al taller cuando les tocaba hacer su parte
La familia había llegado al barrio de Flores hace seis años, desde Bolivia. Rodrigo, que es hijo de Corina, tenía cuatro años. Al poco tiempo nació Rolando, el hijo de los dos. "Vinimos a trabajar a Flores porque nos quedaba cerca de la escuela de los chicos", contó a la agencia Télam Mur, el papá de los niños, que ayer participó de una marcha de la CTA en el centro porteño, para pedir la renuncia de un funcionario porteño por el incendio.
Desde que llegaron al barrio, en 2009, los papás trabajaron en un taller que estaba a media cuadra de Páez y Terrada. Trabajaban unas catorce horas diarias y obtenían un salario que rondaba los 4000 pesos. No tenían documentos argentinos y eso les dificultaba conseguir un mejor empleo. En Bolivia, Esteban trabajaba en un taller de electrónica. Pero lo que ganaba a veces no llegaba a ser unos 50 dólares. Y no les alcanzaba para vivir. Entonces, escuchó por la radio un anuncio en el que se promocionaba trabajo en la Argentina, con casa, comida y posibilidad de enviar dinero al país de origen. Pero al llegar se encontró con otra realidad.
Corina, su mujer, también trabajaba en el taller. Había aprendido a manejar una máquina especial. Pero con las largas jornadas se lastimó la vista y ya no pudo seguir. Tiempo después nacieron otros dos hijos, un niño y una niña que hoy tienen dos y tres años.
Luego de la tragedia, en el barrio, los vecinos son esquivos para contar cómo eran los niños que murieron. Algunos dicen que no los conocían, que jamás los habían visto. Otros, incluso los que pertenecen a la comunidad boliviana, se muestran renuentes a hablar, por miedo a no saber quién es quién en esa compleja trama de impunidad y esclavitud, en una tragedia que parece haberse politizado.
Luego de la tragedia, en el barrio, los vecinos son esquivos para contar cómo eran los niños que murieron
"Es indignante que el gobierno de la ciudad no inspeccione y permita la explotación de inmigrantes", dijo el padre de los chicos.
http://www.lanacion.com.ar/1790971-morir-esclavo-la-historia-de-rodrigo-y-rolando-menchaca
Morir esclavo: la historia de Rodrigo y Rolando Menchaca
Los dos niños que fallecieron en el incendio de Flores vivían en el sótano del taller clandestino; una historia que refleja una realidad que crece en las sombras; cómo fueron sus últimas horas
Por Evangelina Himitian | DIARIO LA NACION DE ARGENTINA
nían nombre y apellido. Los dos chicos que murieron hace once días en un taller clandestino se llamaban Rodrigo Menchaca, de 10 años, y Rolando Mur Menchaca, de 6. Vivían en el sótano de Páez 2796, en el fondo de ese taller que había sido denunciado por los vecinos en septiembre último. Vivieron allí durante todo el último año.
Su historia es la de cientos de niños que viven en esta ciudad y que crecen en las sombras. Que nacen libres y que mueren esclavos.
Rodrigo y Rolando iban a la escuela N° 4 Provincia de La Pampa, en el turno mañana. Por la tarde, tenían algunas tareas en el taller, según dicen los vecinos, que prefirieron el anonimato, como cortar hilos, pegar botones de los buzos o apilar los jeans que se producían a puertas cerradas. Nadie debía verlos trabajar. Ni a ellos ni a las otras personas que pasaban larguísimas jornadas sobre esas máquinas de coser. El día de trabajo en el taller era de ocho de la mañana a diez de la noche. Quienes gerenciaban el taller habían tapado las ventanas y puertas con ladrillos y clausurado las salidas. Sólo una puerta daba a la calle y ellos tenían la llave.
La mañana en que murieron Rodrigo y Rolando, los bomberos debieron demoler con una maza la pared de ladrillo que tapiaba la abertura que llevaba aire al sótano. La otra boca de respiración también estaba tapada con una pared. Tras los ladrillos encontraron una persiana. Tras la persiana una reja y por último una puerta con sus cerraduras soldadas. Por esa razón, cuando comenzó el fuego en el sótano, los niños no tuvieron escapatoria. La escalera era la única entrada de oxígeno y ardía.
Hasta anteayer, antes del segundo incendio que se sospecha que fue intencional, en la planta alta del taller, una montaña de buzos color bordó se había salvado del fuego. Mezclados entre la ropa para coser permanecían los juguetes que los niños solían llevar al taller cuando les tocaba hacer su parte. En una foto que tomó después del incendio Lucas Manjón, miembro de La Alameda -la ONG que denunció ante la Justicia hace ocho meses que allí funcionaba un taller clandestino- se ve un dinosaurio morado y una lunchera amarilla abandonados entre la ropa a mitad de hacer. Los juguetes dan cuenta de que la presencia de chicos en el taller no era infrecuente. Algunos vecinos indicaron que los niños hacían tareas menores en el taller, aunque Esteban Mur, el padre de los menores, que ayer apareció en los medios por primera vez, dijo que no era cierto.
Mezclados entre la ropa para coser permanecían los juguetes que los niños solían llevar al taller cuando les tocaba hacer su parte
La familia había llegado al barrio de Flores hace seis años, desde Bolivia. Rodrigo, que es hijo de Corina, tenía cuatro años. Al poco tiempo nació Rolando, el hijo de los dos. "Vinimos a trabajar a Flores porque nos quedaba cerca de la escuela de los chicos", contó a la agencia Télam Mur, el papá de los niños, que ayer participó de una marcha de la CTA en el centro porteño, para pedir la renuncia de un funcionario porteño por el incendio.
Desde que llegaron al barrio, en 2009, los papás trabajaron en un taller que estaba a media cuadra de Páez y Terrada. Trabajaban unas catorce horas diarias y obtenían un salario que rondaba los 4000 pesos. No tenían documentos argentinos y eso les dificultaba conseguir un mejor empleo. En Bolivia, Esteban trabajaba en un taller de electrónica. Pero lo que ganaba a veces no llegaba a ser unos 50 dólares. Y no les alcanzaba para vivir. Entonces, escuchó por la radio un anuncio en el que se promocionaba trabajo en la Argentina, con casa, comida y posibilidad de enviar dinero al país de origen. Pero al llegar se encontró con otra realidad.
Corina, su mujer, también trabajaba en el taller. Había aprendido a manejar una máquina especial. Pero con las largas jornadas se lastimó la vista y ya no pudo seguir. Tiempo después nacieron otros dos hijos, un niño y una niña que hoy tienen dos y tres años.
Luego de la tragedia, en el barrio, los vecinos son esquivos para contar cómo eran los niños que murieron. Algunos dicen que no los conocían, que jamás los habían visto. Otros, incluso los que pertenecen a la comunidad boliviana, se muestran renuentes a hablar, por miedo a no saber quién es quién en esa compleja trama de impunidad y esclavitud, en una tragedia que parece haberse politizado.
Luego de la tragedia, en el barrio, los vecinos son esquivos para contar cómo eran los niños que murieron
"Es indignante que el gobierno de la ciudad no inspeccione y permita la explotación de inmigrantes", dijo el padre de los chicos.
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Armando Lopez- Moderador General
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