Diario de Maryla
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Diario de Maryla
Diario de Maryla, una mujer del gueto de Varsovia: Patrzyłam na usta… (Miré a los labios…)
13 febrero, 2014Gueto de Varsovia, Majdanektestimonio de mujer durante la Shoá
Miré a los labios, más bien pintados, que contaban ahora tranquilamente algún suceso sin importancia, esos labios por los cuales normalmente fluían historias, indescriptibles en su espanto, de sus propios, trágicos sufrimientos y eso me hizo pensar que el ser humano es, a pesar de todo, una criatura milagrosa que sin embargo es capaz de distanciarse y de olvidar ahora, cuando se encuentra casi completamente sumergido en este pantano que a cada momento amenaza con ahogarle. A cada una de estas personas le ha dado de lleno un furioso vendaval que, en su salvaje, cruel locura ha separado a las madres de sus hijos, a las mujeres de sus maridos, cada una de estas personas lleva en el corazón una herida sin cicatrizar y a pesar de todas las veces que cae continuamente todavía consigue sobreponerse, levantar la cabeza y reírse incluso de su propia desgracia.
Con estas palabras empieza la parte enteramente legible de lo que quedó y ha llegado hasta nuestros días del diario de Maryla, una mujer del gueto de Varsovia de la que se sabe poco más que su nombre, que ella misma cita una sola vez en sus escritos.
Estas primeras palabras dan también título a la edición del diario llevada a cabo por Piotr Weiser (investigador de la universidad de Cracovia) y publicada en 2008, una edición facsímil que incluye, entre otras cosas, un estudio introductorio y la transcripción con notas al lado de la reproducción de los textos originales.
Del diario se conservan hoy en día dos cuadernos, uno de ellos en un estado deplorable, de tal manera que sólo se pueden leer palabras o frases sueltas y pequeños fragmentos (algunos de los cuales también se incluyen en esta edición), y otro, que es el que se reproduce en la edición, enteramente legible. Esta parte legible corresponde al final del diario escrito por Maryla y contiene una total de 68 páginas, numeradas de la 267 a la 334. Tras esta página, la escritura se detiene y el resto cuaderno ya sólo son páginas en blanco.
A lo largo de estas 68 páginas Maryla da pocos detalles de su vida personal, pero sin embargo abundan las reflexiones personales como la citada más arriba y que da comienzo al diario publicado. Intercala Maryla esas reflexiones cuando escribe en varias ocasiones sobre la gente escondida en el lado “ario” que vuelve al gueto, sobre su propia idea -desechada- de esconderse también, sobre el sueño que tienen muchas personas del gueto de ser trasladadas a Vittel, sobre los asaltos y extorsiones de las organizaciones clandestinas -de cuyos miembros duda de si son gánsters o libertadores-, sobre noticias que llegan al gueto acerca de lo que está pasando en Treblinka o Bełżec, sobre el muro de indiferencia de que se han rodeado los polacos, pero también sobre la indiferencia del resto del mundo…
Como puede verse aquí, la letra de Maryla fluye por las hojas de su diario de manera serena y ordenada, lo que contrasta con la tragedia y desesperación de su contenido. Y es que para caracterizar este diario podríamos utilizar, aunque ya desprovista de cualquier artificio literario, la expresión de Rimbaud (disculpen la pedantería) en Una temporada en el infierno, “cuaderno de condenado”, pues queda patente en todo momento que Maryla es consciente de su final:
Soy consciente de que estamos condenados al exterminio, pero creo en que se salvarán aunque sólo sea algunos individuos que no permitirán que el mundo ignore este crimen, llevado a cabo contra una nación como si fuera algo normal.
Pero, ¿qué más sabemos sobre la autora? De la lectura del diario se desprende que era una mujer joven, cultivada, de una familia asimilada, que estaba casada, pero muy probablemente no tenía hijos. Tenía un “aspecto semita”, lo que en aquellas circunstancias habría hecho más complicada su supervivencia en caso de que hubiera decidido esconderse en el “lado ario” de Varsovia.
La parte del diario que se ha conservado bien abarca un periodo de tiempo muy breve pero crucial en la historia del gueto de Varsovia: de finales de marzo de 1943 hasta la primera semana de combates del levantamiento del gueto (el diario se detiene el 27 de abril). Maryla trabajaba en una de las dos fábricas textiles Többens y al iniciarse los combates se refugió con un grupo de personas en un búnker que habían preparado con bastante anterioridad en caso de que un día tuvieran que esconderse:
Había estado en ese sótano cuando lo terminaron de acondicionar y todavía no estaba repleto de gente. Recuerdo que me metí en él y me entraron escalofríos ya sólo de imaginar que un día podría convertirse en nuestro alojamiento. Todavía entonces contaba con la posibilidad de salvarme, me había entregado al sueño de Vittel, me permitía pensar en silencio en la posibilidad de pasar al lado ario y el refugio, esta huida a la tumba por salvar la vida, me lo había dejado como última reserva.
Finalmente, pues, llegó ese día y precisamente esta perspectiva de Maryla del levantamiento del gueto -escondida en un búnker, desde donde tenía que adivinar lo que estaba pasando fuera- nos ofrece un punto de vista inédito en comparación con otros testimonios, generalmente de combatientes o de escondidos en el otro lado del muro, desde el que poder ver los comienzos del levantamiento del gueto de Varsovia.
Escribe en su última entrada, del 27 de abril:
Mi escritura es ahora caótica porque escribo sólo cuando tengo luz, ya que vivo ahora en un sótano más bien oscuro, y cuando puedo reunir un poco mis atormentados pensamientos.(…)
Y luego, en esta misma entrada, rememora el día 19 de abril, día en que estalló el levantamiento:
Ya desde mediodía llegaban a nuestro sótano, donde nos amenazaba la asfixia por la falta completa de aire, algunas resonancias que de manera cada vez más clara recordaban las voces de una lucha. Como no teníamos ningún enlace con el mundo exterior, ya que nadie se atrevía a salir afuera, teníamos que imaginarnos la demencia a la que allí se daba rienda suelta basándonos en la sinfonía de sonidos que llegaba hasta nosotros. Primero escuché sobre nosotros la coordinada marcha de cientos de piernas de soldado, que tanto se hacía notar como se interrumpía. ¡Cómo la resonancia de los pasos se reproducía con un eco de miedo frenético en nuestras mentes ya medio enloquecidas en las que palpitaba una sola idea!: ¿darán con nosotros?, ¿nos encontrarán? Después se podían oír de más cerca algunos murmullos y ruidos que indicaban seguramente que se estaban preparando para la lucha que iba a tener lugar. Y ya empezamos a oír uno tras otro los disparos de artillería, las detonaciones de las granadas que se lanzaban, el repiqueteo de las ametralladoras y continuamente unos extraños sonidos que recordaban a los truenos durante una tormenta de verano, que unas veces se alejaban y otras de nuevo se acercaban con una extraña rapidez. Ya no nos queda ninguna duda de que la acción tenía lugar en nuestro terreno y de que los alemanes querían esta vez literalmente borrarnos de la faz de la Tierra, para que no quede ningún rastro de nosotros. Prestamos oídos a estas cada vez más intensas resonancias de la lucha y el miedo nos paralizaba a todos, dejamos de ser seres humanos para convertirnos en un ovillo de nervios, preparados para enloquecer. Nos atrincheramos cada uno en el silencio y el más ligero crujido, murmullo o tos procedente del exterior nos parecía un huracán que se preparaba para traernos en cualquier momento tras de si al enemigo.
De repente el llanto de un niño rompió el silencio. Quedé cubierta toda entera de perlas de sudor y de todos los lados del refugio cayó una lluvia de maldiciones por la mala suerte, por la criatura que no era consciente de nada. Alguien dijo: “hay que ahogarlo, porque nos va a delatar a todos”. Instantes después una tos fuerte rompió el silencio. Hacia la dirección de donde provenía se lanzaron insultos y palabras muy airadas de reproche: “¡tos!, ¡cómo se atreve a toser en estos momentos!, ¡y encima un adulto!”.
El enloquecido alboroto del exterior parecía que iba a destrozar nuestra casa. Un sonido extraño como de muro quebrado resonaba cada vez más cerca, el comandante del refugio perdió la cabeza, lanzó unas palabras y dijo que alguien tiraba de un vagoncito, que oía pasos por encima de la trampa, que ya, que estábamos perdidos.
No hacía falta nada más. El pánico se encargó del resto, la imaginación excitada ya veía a los asesinos saltando sobre nosotros, el temor ahogaba y cambiaba el ritmo del corazón en una especie de galope desatado. Me inundaron alternativamente olas de sudor caliente y frío, sentí que cada vez me resultaba más difícil respirar, que la tensión de los nervios me había llevado a un estado de crisis y entonces alargué la mano para coger mi luminal.
Agarré algunas pastillas pero de pronto alguien me las hizo caer de la mano, me puse furiosa, solté algunas palabrotas, mejor era perder la vida que volverse loca.
Diez horas duró esta delirante espera de la muerte, diez horas enteras durante las cuales las resonancias que venían del exterior se nos clavaban en nuestros atormentados cerebros. Durante esas horas se intensificó la hostilidad entre nosotros por cada palabra desconsiderada, se intensificó la rabia de la madre por cada grito del niño, se inició, junto a la subida de la tensión de los nervios, una general aversión hacia los demás.
Después de diez horas de bombardeo de artillería se hizo de repente el silencio. Nadie por supuesto se atrevía a salir del sótano y por eso estábamos abandonados a nuestras propias conjeturas más o menos razonables. De nuestros golpecitos llamando al refugio vecino no obtuvimos ninguna respuesta. Lo que de ello se podía deducir era razonable, como resultó ser así más tarde. Este refugio había sido descubierto, una parte de la gente ejecutada in situ y la otra parte capturada.
Al día siguiente, dos de nuestros amigos, que por una desafortunada casualidad, al visitarnos el domingo no habían podido volver a la zona donde se encontraba su fábrica, decidieron salir costase lo que costase. Querían preguntarle a alguien que pasara por ahí, ver cómo era la situación y buscar alguna posibilidad para llegar a su sitio. Mucho tiempo estuvieron deliberando y asegurando a los demás que antes morirían que delatar el búnker y al final, tras pasar mucho rato intentando persuadir a todos, consiguieron salir. Con ellos se marchó un voluntario nuestro, pero volvió nada más dar unos pocos pasos, asustado como se quedó al ver extenderse ante él una vista de escombros humeantes y cadáveres de niños.
Mientras tanto, los combates que ayer amenazaban con inundarlo todo, todo lo que tuviera vida, se han apaciguado un poco. A las profundidades de nuestro escondite llegan uno tras otro los sonidos de personas, de grupos de gente que pasa y, como ya nos ha pasado otras veces, empezamos ingenuamente a creer que la Werterfassung [empresa de las SS que se encargaba de liquidar los bienes dejados por los judíos muertos o deportados] está trabajando.
El diario se termina aquí y se abre una elipsis con algunos interrogantes entre el final del diario y el lugar en que fue encontrado: el campo de exterminio de Majdanek. Según Piotr Weiser, en la primavera de 1943 salieron algunos transportes de Varsovia a Majdanek, luego probablemente fue allí adonde Maryla fue a parar. Lo que no se consigue explicar es cómo se logró esconder los cuadernos en uno de los barracones, puesto que los prisioneros que llegaban al campo eran seleccionados y desposeídos de todas sus pertenencias.
Lo cierto es que los cuadernos fueron encontrados, según el editor, “en los años cuarenta o cincuenta” (sic), aunque luego sufrieron algunas desventuras. Parece que no cayeron primero en buenas manos y el primer cuaderno se deterioró tanto que ahora es ilegible por la falta de cuidado del museo de Majdanek. Luego, en los años 60, una investigadora del museo, Franciszka Marciak, se interesó por el diario y preparó una edición crítica que no vio finalmente la luz debido a la campaña antisemita gubernamental del año 68 en Polonia. Y no fue hasta el año 2008 que por fin el diario de Maryla vio la luz -y hasta el momento sólo en polaco- en esta esmeradísima edición de Piotr Weiser.
20140830126
El nombre “Maryla” en el muro de los nombres anónimos del momumento de la Umschlagplatz (Varsovia)
(Todos los textos incluidos en esta entrada son traducción libre de fragmentos de Patrzyłam na usta… Dziennik z warszawskiego getta, Homini/Państwowe Muzeum na Majdanku, 2008).
13 febrero, 2014Gueto de Varsovia, Majdanektestimonio de mujer durante la Shoá
Miré a los labios, más bien pintados, que contaban ahora tranquilamente algún suceso sin importancia, esos labios por los cuales normalmente fluían historias, indescriptibles en su espanto, de sus propios, trágicos sufrimientos y eso me hizo pensar que el ser humano es, a pesar de todo, una criatura milagrosa que sin embargo es capaz de distanciarse y de olvidar ahora, cuando se encuentra casi completamente sumergido en este pantano que a cada momento amenaza con ahogarle. A cada una de estas personas le ha dado de lleno un furioso vendaval que, en su salvaje, cruel locura ha separado a las madres de sus hijos, a las mujeres de sus maridos, cada una de estas personas lleva en el corazón una herida sin cicatrizar y a pesar de todas las veces que cae continuamente todavía consigue sobreponerse, levantar la cabeza y reírse incluso de su propia desgracia.
Con estas palabras empieza la parte enteramente legible de lo que quedó y ha llegado hasta nuestros días del diario de Maryla, una mujer del gueto de Varsovia de la que se sabe poco más que su nombre, que ella misma cita una sola vez en sus escritos.
Estas primeras palabras dan también título a la edición del diario llevada a cabo por Piotr Weiser (investigador de la universidad de Cracovia) y publicada en 2008, una edición facsímil que incluye, entre otras cosas, un estudio introductorio y la transcripción con notas al lado de la reproducción de los textos originales.
Del diario se conservan hoy en día dos cuadernos, uno de ellos en un estado deplorable, de tal manera que sólo se pueden leer palabras o frases sueltas y pequeños fragmentos (algunos de los cuales también se incluyen en esta edición), y otro, que es el que se reproduce en la edición, enteramente legible. Esta parte legible corresponde al final del diario escrito por Maryla y contiene una total de 68 páginas, numeradas de la 267 a la 334. Tras esta página, la escritura se detiene y el resto cuaderno ya sólo son páginas en blanco.
A lo largo de estas 68 páginas Maryla da pocos detalles de su vida personal, pero sin embargo abundan las reflexiones personales como la citada más arriba y que da comienzo al diario publicado. Intercala Maryla esas reflexiones cuando escribe en varias ocasiones sobre la gente escondida en el lado “ario” que vuelve al gueto, sobre su propia idea -desechada- de esconderse también, sobre el sueño que tienen muchas personas del gueto de ser trasladadas a Vittel, sobre los asaltos y extorsiones de las organizaciones clandestinas -de cuyos miembros duda de si son gánsters o libertadores-, sobre noticias que llegan al gueto acerca de lo que está pasando en Treblinka o Bełżec, sobre el muro de indiferencia de que se han rodeado los polacos, pero también sobre la indiferencia del resto del mundo…
Como puede verse aquí, la letra de Maryla fluye por las hojas de su diario de manera serena y ordenada, lo que contrasta con la tragedia y desesperación de su contenido. Y es que para caracterizar este diario podríamos utilizar, aunque ya desprovista de cualquier artificio literario, la expresión de Rimbaud (disculpen la pedantería) en Una temporada en el infierno, “cuaderno de condenado”, pues queda patente en todo momento que Maryla es consciente de su final:
Soy consciente de que estamos condenados al exterminio, pero creo en que se salvarán aunque sólo sea algunos individuos que no permitirán que el mundo ignore este crimen, llevado a cabo contra una nación como si fuera algo normal.
Pero, ¿qué más sabemos sobre la autora? De la lectura del diario se desprende que era una mujer joven, cultivada, de una familia asimilada, que estaba casada, pero muy probablemente no tenía hijos. Tenía un “aspecto semita”, lo que en aquellas circunstancias habría hecho más complicada su supervivencia en caso de que hubiera decidido esconderse en el “lado ario” de Varsovia.
La parte del diario que se ha conservado bien abarca un periodo de tiempo muy breve pero crucial en la historia del gueto de Varsovia: de finales de marzo de 1943 hasta la primera semana de combates del levantamiento del gueto (el diario se detiene el 27 de abril). Maryla trabajaba en una de las dos fábricas textiles Többens y al iniciarse los combates se refugió con un grupo de personas en un búnker que habían preparado con bastante anterioridad en caso de que un día tuvieran que esconderse:
Había estado en ese sótano cuando lo terminaron de acondicionar y todavía no estaba repleto de gente. Recuerdo que me metí en él y me entraron escalofríos ya sólo de imaginar que un día podría convertirse en nuestro alojamiento. Todavía entonces contaba con la posibilidad de salvarme, me había entregado al sueño de Vittel, me permitía pensar en silencio en la posibilidad de pasar al lado ario y el refugio, esta huida a la tumba por salvar la vida, me lo había dejado como última reserva.
Finalmente, pues, llegó ese día y precisamente esta perspectiva de Maryla del levantamiento del gueto -escondida en un búnker, desde donde tenía que adivinar lo que estaba pasando fuera- nos ofrece un punto de vista inédito en comparación con otros testimonios, generalmente de combatientes o de escondidos en el otro lado del muro, desde el que poder ver los comienzos del levantamiento del gueto de Varsovia.
Escribe en su última entrada, del 27 de abril:
Mi escritura es ahora caótica porque escribo sólo cuando tengo luz, ya que vivo ahora en un sótano más bien oscuro, y cuando puedo reunir un poco mis atormentados pensamientos.(…)
Y luego, en esta misma entrada, rememora el día 19 de abril, día en que estalló el levantamiento:
Ya desde mediodía llegaban a nuestro sótano, donde nos amenazaba la asfixia por la falta completa de aire, algunas resonancias que de manera cada vez más clara recordaban las voces de una lucha. Como no teníamos ningún enlace con el mundo exterior, ya que nadie se atrevía a salir afuera, teníamos que imaginarnos la demencia a la que allí se daba rienda suelta basándonos en la sinfonía de sonidos que llegaba hasta nosotros. Primero escuché sobre nosotros la coordinada marcha de cientos de piernas de soldado, que tanto se hacía notar como se interrumpía. ¡Cómo la resonancia de los pasos se reproducía con un eco de miedo frenético en nuestras mentes ya medio enloquecidas en las que palpitaba una sola idea!: ¿darán con nosotros?, ¿nos encontrarán? Después se podían oír de más cerca algunos murmullos y ruidos que indicaban seguramente que se estaban preparando para la lucha que iba a tener lugar. Y ya empezamos a oír uno tras otro los disparos de artillería, las detonaciones de las granadas que se lanzaban, el repiqueteo de las ametralladoras y continuamente unos extraños sonidos que recordaban a los truenos durante una tormenta de verano, que unas veces se alejaban y otras de nuevo se acercaban con una extraña rapidez. Ya no nos queda ninguna duda de que la acción tenía lugar en nuestro terreno y de que los alemanes querían esta vez literalmente borrarnos de la faz de la Tierra, para que no quede ningún rastro de nosotros. Prestamos oídos a estas cada vez más intensas resonancias de la lucha y el miedo nos paralizaba a todos, dejamos de ser seres humanos para convertirnos en un ovillo de nervios, preparados para enloquecer. Nos atrincheramos cada uno en el silencio y el más ligero crujido, murmullo o tos procedente del exterior nos parecía un huracán que se preparaba para traernos en cualquier momento tras de si al enemigo.
De repente el llanto de un niño rompió el silencio. Quedé cubierta toda entera de perlas de sudor y de todos los lados del refugio cayó una lluvia de maldiciones por la mala suerte, por la criatura que no era consciente de nada. Alguien dijo: “hay que ahogarlo, porque nos va a delatar a todos”. Instantes después una tos fuerte rompió el silencio. Hacia la dirección de donde provenía se lanzaron insultos y palabras muy airadas de reproche: “¡tos!, ¡cómo se atreve a toser en estos momentos!, ¡y encima un adulto!”.
El enloquecido alboroto del exterior parecía que iba a destrozar nuestra casa. Un sonido extraño como de muro quebrado resonaba cada vez más cerca, el comandante del refugio perdió la cabeza, lanzó unas palabras y dijo que alguien tiraba de un vagoncito, que oía pasos por encima de la trampa, que ya, que estábamos perdidos.
No hacía falta nada más. El pánico se encargó del resto, la imaginación excitada ya veía a los asesinos saltando sobre nosotros, el temor ahogaba y cambiaba el ritmo del corazón en una especie de galope desatado. Me inundaron alternativamente olas de sudor caliente y frío, sentí que cada vez me resultaba más difícil respirar, que la tensión de los nervios me había llevado a un estado de crisis y entonces alargué la mano para coger mi luminal.
Agarré algunas pastillas pero de pronto alguien me las hizo caer de la mano, me puse furiosa, solté algunas palabrotas, mejor era perder la vida que volverse loca.
Diez horas duró esta delirante espera de la muerte, diez horas enteras durante las cuales las resonancias que venían del exterior se nos clavaban en nuestros atormentados cerebros. Durante esas horas se intensificó la hostilidad entre nosotros por cada palabra desconsiderada, se intensificó la rabia de la madre por cada grito del niño, se inició, junto a la subida de la tensión de los nervios, una general aversión hacia los demás.
Después de diez horas de bombardeo de artillería se hizo de repente el silencio. Nadie por supuesto se atrevía a salir del sótano y por eso estábamos abandonados a nuestras propias conjeturas más o menos razonables. De nuestros golpecitos llamando al refugio vecino no obtuvimos ninguna respuesta. Lo que de ello se podía deducir era razonable, como resultó ser así más tarde. Este refugio había sido descubierto, una parte de la gente ejecutada in situ y la otra parte capturada.
Al día siguiente, dos de nuestros amigos, que por una desafortunada casualidad, al visitarnos el domingo no habían podido volver a la zona donde se encontraba su fábrica, decidieron salir costase lo que costase. Querían preguntarle a alguien que pasara por ahí, ver cómo era la situación y buscar alguna posibilidad para llegar a su sitio. Mucho tiempo estuvieron deliberando y asegurando a los demás que antes morirían que delatar el búnker y al final, tras pasar mucho rato intentando persuadir a todos, consiguieron salir. Con ellos se marchó un voluntario nuestro, pero volvió nada más dar unos pocos pasos, asustado como se quedó al ver extenderse ante él una vista de escombros humeantes y cadáveres de niños.
Mientras tanto, los combates que ayer amenazaban con inundarlo todo, todo lo que tuviera vida, se han apaciguado un poco. A las profundidades de nuestro escondite llegan uno tras otro los sonidos de personas, de grupos de gente que pasa y, como ya nos ha pasado otras veces, empezamos ingenuamente a creer que la Werterfassung [empresa de las SS que se encargaba de liquidar los bienes dejados por los judíos muertos o deportados] está trabajando.
El diario se termina aquí y se abre una elipsis con algunos interrogantes entre el final del diario y el lugar en que fue encontrado: el campo de exterminio de Majdanek. Según Piotr Weiser, en la primavera de 1943 salieron algunos transportes de Varsovia a Majdanek, luego probablemente fue allí adonde Maryla fue a parar. Lo que no se consigue explicar es cómo se logró esconder los cuadernos en uno de los barracones, puesto que los prisioneros que llegaban al campo eran seleccionados y desposeídos de todas sus pertenencias.
Lo cierto es que los cuadernos fueron encontrados, según el editor, “en los años cuarenta o cincuenta” (sic), aunque luego sufrieron algunas desventuras. Parece que no cayeron primero en buenas manos y el primer cuaderno se deterioró tanto que ahora es ilegible por la falta de cuidado del museo de Majdanek. Luego, en los años 60, una investigadora del museo, Franciszka Marciak, se interesó por el diario y preparó una edición crítica que no vio finalmente la luz debido a la campaña antisemita gubernamental del año 68 en Polonia. Y no fue hasta el año 2008 que por fin el diario de Maryla vio la luz -y hasta el momento sólo en polaco- en esta esmeradísima edición de Piotr Weiser.
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Armando Lopez- Moderador General
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