Un desconocido en la cuidad.
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Un desconocido en la cuidad.
El guardia con la mirada perdida en el vacío cuidaba la puerta de
la pequeña sala en donde los dos hombres conversaban, hubo un
silencio más prolongado, el abogado preguntó una vez más.
—Le repito, para que Ud. No sea condenado, debemos probar que
hacía entre las 7 y las 7:30 del día de ayer.
—Es cuando salgo de casa y lo que tardo llegar al trabajo, camino
todos los días a la misma hora.
—Siempre hace lo mismo?
—Es una rutina regular.
—Alguien lo ve, algún vecino, conocido del barrio.
—Seguro, pero no tengo amistad con nadie.
—Piense cuidadosamente, Ud. Ve a personas, cosas que ocurren
diariamente.
El abogado giraba el lápiz golpeando el papel pausadamente pro-
duciendo un ruido que llenaba el ambiente como una gota de agua
que se estrella en el silencio.
—Salgo a la misma hora, cerca de la casa siempre veo a dos ancia-
nas que barren la vereda, se apoyan en sus escobas y conversan, a
veces he logrado escuchar que hablan de sus gatos.
—Eso es muy importante, tiene que haber más.
—Si, al llegar a la esquina me cruzo con el vendedor de leche empu-
jando su carro, usa el gorro blanco inclinado hacia un lado, me da la
impresión que es demasiado pequeño para su cabeza.
—Le ha comprado alguna vez o le conoce.
—No, porque solamente tomo café negro antes de salir.
—Siga por favor, debemos encontrar a una persona que pueda tes-
tificar de haberlo visto esa mañana.
—Hay un vendedor de diarios, lo he visto tirarlos entremedio de
la cortinas de los negocios que aún no han abierto, tiene un voceo
particular, los grita en forma demasiado rápida.
—Le ha comprado usted alguna vez.
Un movimiento de cabeza negado, fue la respuesta.
—Con todo lo que nos ha dicho veremos si logramos algo.
En el recinto penal transcurrieron días de espera tediosa. El hom-
bre aislado recibía regularmente sus comidas, los guardias indife-
rentes lo consideraban un objeto, cumplían su deber sin hablar una
palabra fuera del reglamento. Hasta que le avisaron que el abogado
requería de su presencia.
—Me tiene buenas noticias?
—No puedo darle esperanzas, consulté a todas las personas que
Ud. Ve en su camino, nadie lo ha visto nunca.
•••
Cerca de la casa de las ancianas, la joven miraba a través de la
ventana.
—Vas a llegar tarde, sal de una vez.
Que le habrá ocurrido, siempre pasaba a la misma hora.
—Por qué te preocupas, ese joven nunca se dio cuenta que existías,
se habrá cambiado de casa o de trabajo.
—Espero verlo algún día, tan solo eso.
la pequeña sala en donde los dos hombres conversaban, hubo un
silencio más prolongado, el abogado preguntó una vez más.
—Le repito, para que Ud. No sea condenado, debemos probar que
hacía entre las 7 y las 7:30 del día de ayer.
—Es cuando salgo de casa y lo que tardo llegar al trabajo, camino
todos los días a la misma hora.
—Siempre hace lo mismo?
—Es una rutina regular.
—Alguien lo ve, algún vecino, conocido del barrio.
—Seguro, pero no tengo amistad con nadie.
—Piense cuidadosamente, Ud. Ve a personas, cosas que ocurren
diariamente.
El abogado giraba el lápiz golpeando el papel pausadamente pro-
duciendo un ruido que llenaba el ambiente como una gota de agua
que se estrella en el silencio.
—Salgo a la misma hora, cerca de la casa siempre veo a dos ancia-
nas que barren la vereda, se apoyan en sus escobas y conversan, a
veces he logrado escuchar que hablan de sus gatos.
—Eso es muy importante, tiene que haber más.
—Si, al llegar a la esquina me cruzo con el vendedor de leche empu-
jando su carro, usa el gorro blanco inclinado hacia un lado, me da la
impresión que es demasiado pequeño para su cabeza.
—Le ha comprado alguna vez o le conoce.
—No, porque solamente tomo café negro antes de salir.
—Siga por favor, debemos encontrar a una persona que pueda tes-
tificar de haberlo visto esa mañana.
—Hay un vendedor de diarios, lo he visto tirarlos entremedio de
la cortinas de los negocios que aún no han abierto, tiene un voceo
particular, los grita en forma demasiado rápida.
—Le ha comprado usted alguna vez.
Un movimiento de cabeza negado, fue la respuesta.
—Con todo lo que nos ha dicho veremos si logramos algo.
En el recinto penal transcurrieron días de espera tediosa. El hom-
bre aislado recibía regularmente sus comidas, los guardias indife-
rentes lo consideraban un objeto, cumplían su deber sin hablar una
palabra fuera del reglamento. Hasta que le avisaron que el abogado
requería de su presencia.
—Me tiene buenas noticias?
—No puedo darle esperanzas, consulté a todas las personas que
Ud. Ve en su camino, nadie lo ha visto nunca.
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Cerca de la casa de las ancianas, la joven miraba a través de la
ventana.
—Vas a llegar tarde, sal de una vez.
Que le habrá ocurrido, siempre pasaba a la misma hora.
—Por qué te preocupas, ese joven nunca se dio cuenta que existías,
se habrá cambiado de casa o de trabajo.
—Espero verlo algún día, tan solo eso.
lucov- Cantidad de envíos : 3
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