EL RIO LUNAR
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EL RIO LUNAR
El Rio Lunar
El poeta camina a través de las aguas
coloreadas de lila intenso
por la luna llena.
Vislumbra en su camino los chispazos
intermitentes de la corriente solitaria y monótona.
Suavemente ésta se desliza sobre las piedras,
mientras el sonido acentúa la nocturna languidez.
El poeta canta a su otoño imitando
los reflejos de la luz en el agua.
El bosque desierto acecha y se contrae
sobre el trovador.
Piensa, con gran tranquilidad,
en los trágicos cuentos del entorno.
Un búho se posa entonces
en una rama, y permanece allí absorto,
mirando al extraño hombre
con aire amenazante y maléfico.
Mas, él no tiene miedo.
Su atención esta fija en el río
y su helada languidez.
Los peces de plata que pululan
en el profundo infinito
proveen al hombre de singular terror.
Las hojas distraídas se ahogan
y su muerte recorre las aguas
en manía circundante.
El poeta no quiere que llegue el amanecer.
El bosque mórbido
se integra en su alma, y despierta
su sadismo dormido.
Entonces, con gran miedo,
se sienta a escribir.
Su pasión rebasa todos los rumores
de las bestias mitológicas;
El campo en la noche, inerme en
infinidad y lejanía,
exhausto se deja
transformar en helada y gris niebla.
Niebla que corroe las propiedades
noctámbulas de los sonidos.
Los peces de plata se derraman
sobre el lecho del agua,
a los pies del artista,
quien alucinadamente explota
en hirviente inspiración.
Los pájaros negros se sumergen
en su historia, y devoran,
con su bestialidad, la trémula calma.
Entonces, la luna se agita
al advenimiento del alba.
El cristal ha de romperse pronto.
La noche de pronto se inquieta.
Las hojas claman, las bestias retozan,
la niebla corre, el silencio muere.
Los pardos coloridos en el cielo aparecen.
El creador no soporta
el fuego del aire del oriente.
Su obra se nubla de inmundicia.
El alcohol destila de las aguas como
vapor impenetrable.
Los peces cambian su forma y mueren.
La luz se acerca y muere la quietud.
La soledad y terror van mermando.
El poeta siente entonces vergüenza
de su débil e infértil creación,
al contacto con la luz destructora.
Y allí, el poeta termina deslizándose
entre la hierba,
derritiéndose en oleadas espumantes
de inmensa soledad.
Jcmch
El poeta camina a través de las aguas
coloreadas de lila intenso
por la luna llena.
Vislumbra en su camino los chispazos
intermitentes de la corriente solitaria y monótona.
Suavemente ésta se desliza sobre las piedras,
mientras el sonido acentúa la nocturna languidez.
El poeta canta a su otoño imitando
los reflejos de la luz en el agua.
El bosque desierto acecha y se contrae
sobre el trovador.
Piensa, con gran tranquilidad,
en los trágicos cuentos del entorno.
Un búho se posa entonces
en una rama, y permanece allí absorto,
mirando al extraño hombre
con aire amenazante y maléfico.
Mas, él no tiene miedo.
Su atención esta fija en el río
y su helada languidez.
Los peces de plata que pululan
en el profundo infinito
proveen al hombre de singular terror.
Las hojas distraídas se ahogan
y su muerte recorre las aguas
en manía circundante.
El poeta no quiere que llegue el amanecer.
El bosque mórbido
se integra en su alma, y despierta
su sadismo dormido.
Entonces, con gran miedo,
se sienta a escribir.
Su pasión rebasa todos los rumores
de las bestias mitológicas;
El campo en la noche, inerme en
infinidad y lejanía,
exhausto se deja
transformar en helada y gris niebla.
Niebla que corroe las propiedades
noctámbulas de los sonidos.
Los peces de plata se derraman
sobre el lecho del agua,
a los pies del artista,
quien alucinadamente explota
en hirviente inspiración.
Los pájaros negros se sumergen
en su historia, y devoran,
con su bestialidad, la trémula calma.
Entonces, la luna se agita
al advenimiento del alba.
El cristal ha de romperse pronto.
La noche de pronto se inquieta.
Las hojas claman, las bestias retozan,
la niebla corre, el silencio muere.
Los pardos coloridos en el cielo aparecen.
El creador no soporta
el fuego del aire del oriente.
Su obra se nubla de inmundicia.
El alcohol destila de las aguas como
vapor impenetrable.
Los peces cambian su forma y mueren.
La luz se acerca y muere la quietud.
La soledad y terror van mermando.
El poeta siente entonces vergüenza
de su débil e infértil creación,
al contacto con la luz destructora.
Y allí, el poeta termina deslizándose
entre la hierba,
derritiéndose en oleadas espumantes
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