JIRAFA EN LLAMAS. Salvador Dalí
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JIRAFA EN LLAMAS. Salvador Dalí
Reaparece en este famoso cuadro la figura femenina con los flacos brazos extendidos cuyo esquema estaba ya presente en Arpa invisible, de 1934, donde hallamos también otro de los motivos dalinianos de estos años: los cajones, por lo general medio abiertos, insertados en el cuerpo.
El dibujo de la figura principal está también muy próxima a la de la Mujer con la cabeza de rosas, de 1935. Otra repetición de invenciones ya aprovechadas en sus cuadros de los primeros años treinta y luego un poco olvidadas son las altas muletas que sostienen las extrañas prolongaciones distribuidas a lo largo del cuerpo. El motivo de la jirafa podría guardar relación con el título del tema para una película jamás realizadaque Dalí había escrito en estos años junto con el actor Harpo Marx, Giraffes on Horseback Salad. René Magritte, quien, dejando aparte los primeros años de su actividad, nunca fue muy cariñoso con el pintor catalán, en una carta del 28 de marzo de 1959 a André Bosmans, escribe acerca de este cuadro: "Dalí es superfluo. Su Jirafa en llamas es una grotesca caricatura, una repropuesta sin inteligencia, por fácil e inútil, de la imagen que yo he pintado mostrando una hoja de papel ardiendo y una llave en llamas, imagen que después he precisado mostrando un solo objeto en llamas: una tuba. Dalí demuestra así, ya desde hace algún tiempo, que pertenece a ese mundo sórdido en el cual se hace una visita al papa y se da valor a la pintura históricoreligiosa". En efecto, Dalí había obtenido, el 23 de noviembre de 1949, una audiencia de Pío XII, en la cual le había regalado una de las versiones de la Madonna de Port Lligat.
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Última edición por sabra el Sáb Oct 26, 2019 9:08 pm, editado 1 vez
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Re: JIRAFA EN LLAMAS. Salvador Dalí
El famoso motivo del cuerpo humano con cajones aparece varias veces en las obras dalinianas de 1936. El ejemplo más provocativo es una copia de la Venus de Milo, equipada por Salvador Dalí en las zonas del vientre, de los pechos, de la cabeza y de las rodillas con cajones extraíbles de coquetas borlas de piel, La síntesis de la belleza clásica, siempre admirada y citada en la pintura europea desde la Edad Media hasta la época moderna, no sólo se reduce a la
condición de objeto en esta estatua clásica tan manipulada, sino que incluso es radicalmente cuestionada. En este caso se trata menos de los problemas que plantea el concepto de belleza transmitido por la Venus de Milo que de la tesis defendida por los surrealistas de que el idealismo, el equilibrio y la armonía del cuerpo humano representados por la estatua clásica reflejan una concepción resquebrajada.
Tras su bella apariencia se oculta lo inesperado, lo desconcertante, lo angustiante, idea visualizada en la imagen de los cajones que, supuestamente, facilitan el acceso al interior del ser humano.
Lo traumático de esta concepción se manifiesta en Jirafa en llamas (Giraffe en flammes), cuadro pintado por Dalí el mismo año que Venus de Milo con cajones. El blanco clásico de la estatua se ha convertido en un intenso
azul fantasmagórico, el color de la noche que se extiende no sólo sobre el cielo, sino también sobre las dos figuras femeninas que se mueven lentamente como sonámbulas, con los ojos cerrados. Sus cuerpos, escuálidos y huesudos, impedidos por cajones, protuberancias naturales y muletas, tantean el camino con suma dificultad. La equilibrada posición de la Venus de Milo ha dado paso a un difícil número de equilibrio, al esforzado intento de alcanzar la estabilidad sabiendo que soportan el peso del misterioso contenido de los cajones. Las figuras se mantienen erguidas sólo gracias a sus muletas y quedan ciegas a merced de una noche que, supuestamente, debe interpretarse como alegoría; representa el «otro lado» de la persona, los ámbitos inconscientes de su propio yo, a los que no puede acceder ni es capaz de controlar racionalmente, a pesar de que condicionan su vida.
El ser humano no sabe adonde va ni qué es lo que le impulsa. Vive en un mundo que a él, que ha quedado fuera de la naturaleza, se le ha vuelto extraño. La jirafa en llamas podría concebirse como un símbolo del absurdo de la existencia humana en el mundo moderno. «En oposición al ser humano -escribe Wieland Schmied en Salvador Dalí. Das Rätsel der Begierde (Salvador Dalí. El enigma del deseo)- el animal es todavía la naturaleza en orden. Su esencia animal parece indestructible. La jirafa, que sencillamente se quema, está aliada con los elementos. Puede entregarse a las llamas sin pensar, sin pasión, sin perecer en ellas. El reino de la naturaleza, de los minerales, de los elementos es duradero y el animal forma parte del mismo. El ser humano por el contrario, está sometido al tiempo, al envejecimiento, a la fugacidad, elementos que han perfilado repetidamente a la sonámbula de nuestro cuadro en los rasgos de la cara, en las manos, en los movimientos.»
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condición de objeto en esta estatua clásica tan manipulada, sino que incluso es radicalmente cuestionada. En este caso se trata menos de los problemas que plantea el concepto de belleza transmitido por la Venus de Milo que de la tesis defendida por los surrealistas de que el idealismo, el equilibrio y la armonía del cuerpo humano representados por la estatua clásica reflejan una concepción resquebrajada.
Tras su bella apariencia se oculta lo inesperado, lo desconcertante, lo angustiante, idea visualizada en la imagen de los cajones que, supuestamente, facilitan el acceso al interior del ser humano.
Lo traumático de esta concepción se manifiesta en Jirafa en llamas (Giraffe en flammes), cuadro pintado por Dalí el mismo año que Venus de Milo con cajones. El blanco clásico de la estatua se ha convertido en un intenso
azul fantasmagórico, el color de la noche que se extiende no sólo sobre el cielo, sino también sobre las dos figuras femeninas que se mueven lentamente como sonámbulas, con los ojos cerrados. Sus cuerpos, escuálidos y huesudos, impedidos por cajones, protuberancias naturales y muletas, tantean el camino con suma dificultad. La equilibrada posición de la Venus de Milo ha dado paso a un difícil número de equilibrio, al esforzado intento de alcanzar la estabilidad sabiendo que soportan el peso del misterioso contenido de los cajones. Las figuras se mantienen erguidas sólo gracias a sus muletas y quedan ciegas a merced de una noche que, supuestamente, debe interpretarse como alegoría; representa el «otro lado» de la persona, los ámbitos inconscientes de su propio yo, a los que no puede acceder ni es capaz de controlar racionalmente, a pesar de que condicionan su vida.
El ser humano no sabe adonde va ni qué es lo que le impulsa. Vive en un mundo que a él, que ha quedado fuera de la naturaleza, se le ha vuelto extraño. La jirafa en llamas podría concebirse como un símbolo del absurdo de la existencia humana en el mundo moderno. «En oposición al ser humano -escribe Wieland Schmied en Salvador Dalí. Das Rätsel der Begierde (Salvador Dalí. El enigma del deseo)- el animal es todavía la naturaleza en orden. Su esencia animal parece indestructible. La jirafa, que sencillamente se quema, está aliada con los elementos. Puede entregarse a las llamas sin pensar, sin pasión, sin perecer en ellas. El reino de la naturaleza, de los minerales, de los elementos es duradero y el animal forma parte del mismo. El ser humano por el contrario, está sometido al tiempo, al envejecimiento, a la fugacidad, elementos que han perfilado repetidamente a la sonámbula de nuestro cuadro en los rasgos de la cara, en las manos, en los movimientos.»
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