OCTAVIO EL GRANDE
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OCTAVIO EL GRANDE
OCTAVIO EL GRANDE Octavio caminaba por el bosque lentamente, estaba muy aburrido porque nadie quería jugar con él. Era el único dinosaurio del bosque y el resto de los animales le tenían miedo, o pensaban que era muy grandote y bruto como para jugar con ellos. Una vez, Octavio había querido unirse a un grupo de ardillitas que jugaban a la escondida, pero ellas decían que él, con su tamaño, no podría ocultarse, así que volvieron la cara para ignorarlo y no le permitieron jugar con ellas. Otra vez, sucedió que Octavio quiso jugar en el agua con unos patos, pero el lago en el que estaban los patitos era muy pequeño, así que cuando Octavio se metió saco toda el agua para afuera, los patitos se enojaron muchísimo y se fueron dejándolo solo. Octavio no se sorprendía de la reacción de los otros animalitos, él mismo se veía enorme a comparación de los otros habitantes del bosque, incluso era más alto que muchos árboles. También se sabía muy torpe, y siendo tan grandote le costaba manejar su cuerpo, y a veces al darse vuelta empujaba con su cola sin querer a algún otro animal o arrancaba con ella algún arbusto que estaba en su camino. A Octavio no le gustaba para nada ser un dinosaurio, y constantemente pensaba en lo tonto y gigante que era. Todo el tiempo se quejaba de su cuerpo, se criticaba y culpaba por todo lo que hacía y le sucedía. Octavio seguía caminando cuando sintió sed, así que desvió sus pasos para dirigirse al río a beber un poco de agua. Al llegar allí vio a un pequeño cervatillo llorando y gritando, y a su madre en la otra orilla muy alterada por no poder alcanzar a su hijito, que en una de sus travesuras había cruzado el rió sobre un tronco que luego se llevó la corriente, impidiéndole regresar con su mamá. Sin dudarlo, Octavio agarró con su boca suavemente al cervatillo, lo colocó en su lomo y lo llevó hacia la otra orilla, caminando, ya que la altura de Octavio le permitía hacer pie en el rió. Finalmente el cervatillo y su madre se reencontraron, el pequeño no paraba de dar saltitos de alegría y ambos le demostraron su agradecimiento a Octavio acariciándolo con sus cabecitas. De pronto Octavio notó que su gran tamaño le había sido útil, pudo ayudar a otro animalito y se ganó dos nuevos amigos. En ese momento comenzó a sentirse diferente, ya no se sentía tan mal como era, estaba muy contento y se sentía muy bien. Octavio siguió caminando por el bosque, y encontró un nido con tres huevitos en el piso, la mamá gorrión estaba a su lado tratando de cui- 18 darlos, y Octavio muy amablemente levantó el nidito y lo colocó en una rama del árbol del cual se había caído. La mamá gorrión volvió al nido a darle calor a sus huevitos, pero antes le dedicó un canto de agradecimiento a Octavio. Ahora Octavio se sentía mejor que antes, y siguió felizmente caminando por el bosque, ya sin pensar nada malo de su tamaño ni sintiéndose un tonto. El gigante dinosaurio pasó por al lado del grupo de ardillitas que un día lo habían despreciado, pero esta vez ellas mismas lo invitaron a jugar con ellas, y se divirtieron mucho usando la cola de Octavio como tobogán. De vez en cuando él les jugaba una broma y las lanzaba suavemente con su cola, las ardillitas y Octavio no paraban de reír y jugar juntos. Y así fueron transcurriendo los días de Octavio, cada vez se ganaba más amigos en el bosque y cada vez disfrutaba más jugando con los animalitos. Ya no se sentía torpe, ni se quejaba por su gran cuerpo, se había dado cuenta que cuando mejor se sentía consigo mismo más lo aceptaban los habitantes del bosque. Él se dio cuenta que no importaba el tamaño de su cuerpo, sino la grandeza de su corazón, y a partir de ese momento se sintió feliz de ser Octavio el grande. María Soledad Antelo |
Ernestina Duran- Cantidad de envíos : 98
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