EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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EL VENGADOR

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Mensaje por Roana Varela Sáb Sep 02, 2017 5:02 am

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Buenos Aires Me miró a los ojos con sorna y me dijo apenas con un hilo de voz: -¿No te da vergüenza lo que estás haciendo? A Gonzalo lo había conocido en el Banco Provincia de Lomas, en la época en la que íbamos a cobrar esos benditos cheques de color verde que mandaba el Ministerio. Me acuerdo que él entonces trabajaba en la policía bonaerense y era custodio de esa sucursal bancaria. Este tipo siempre tuvo mala fe. Tanta que yo no era la única que lo odiaba. Varias chicas me contaron que él les decía a ellas lo mismo que a mí: “La cola de los docentes está en la otra sala”. Resulta que en el lugar donde él indicaba, al cabo de unos cuantos minutos de espera, una se daba cuenta de que esa era la cola para pagar impuestos, y no la de cobranza de sueldos.

Cuando alguien se acercaba a reclamarle, el agente aducía: “Hace diez minutos que empezó a pagar la segunda caja de este sector. Hacé la fila o te vas a quedar atrás”. Me hizo esa “escenita” en una, en dos y hasta en tres oportunidades. Y cada vez que pasaba eso, yo ideaba miles de respuestas posibles. La tercera vez que sucedió ese incidente, sacó lo peor de mí y le dije: “Ahora cuando cobre éste cheque, te voy a comprar una crema para el acné porque me impresionan tus granos”. El tipo amagó a tomar su cachiporra, pero el otro oficial que estaba a su lado lanzó una carcajada que ahogó con su mano. Gonzalo lo miró torvamente y el compañero le detuvo la mano con la que había tomado ese objeto contundente para amagarme un golpe. El otro le dijo: “Te gusta joder con la gente. Ahí tenés. El menos pensado te la manda a guardar”.

Intervino un tercer oficial de cabello canoso. Los tres se apartaron y hablaron mirándome de reojo. El hombre mayor mandó a Gonzalo al otro recinto, presumo que al primer piso porque cuando terminé de cobrar, pasé ex profeso y no estaba custodiando “la cola de los impuestos”. La odisea de ver a ese tipo disfrazado de policía (porque dudo de que haya otro agente tan miserable) terminó cuando bancarizaron las cuentas de los sueldos y todos los empleados estatales empezamos a cobrar a través del cajero automático.

Tiempo después, una compañera me contó que se enteró de muy buena fuente que Gonzalo tuvo problemas con un superior y dejó la policía. “Qué suerte, pensé. Ahora ese sinvergüenza ya no tiene poder. Se hacía el capanga y parecía al jefe Gorgory de «Los Simpsons»”. Pero lo de ese monigote no es más que una anécdota. El hombre que llenaba mis noches y mis días lo vi por primera vez en una revista, pero enloquecí cuando me dijeron que estaría en  Buenos Aires una semana entera. Recuerdo que me liberé la siesta y tarde de un lunes y fui a verlo. A través del vidrio del gran ventanal pude espiarlo cuando estaba frente a dos chicas que no paraban de sacarle fotos.

Me acerqué con el corazón latiendo desbocadamente y, por un instante, pude comprobar la belleza humana en todo su esplendor. Era increíblemente alto y tenía el cabello crespo. Sonreía. Miré hacia ambos lados porque pensé que no era a mí a quien dirigía esa sonrisa. Cuando volví a mirarlo, observé la perfección de sus labios y su cuerpo era conjunto armónico de músculos que despertaba la lujuria. Le dije unas palabras, pero seguramente no entendió mi idioma porque seguía sonriendo. Intenté decir algo en inglés, pero mi fonética rioplatense propiciaba más la incomunicación que el diálogo.

Me acerqué, lo tomé por el cuello y le robé un beso apasionado. Una pareja de ancianos de apariencia solemne me lanzó su reprobación con las miradas. Las otras personas que pasaban se reían descaradamente. Hasta que apareció él, Gonzalo, ahora custodio del museo. -Te voy a mandar en cana por tocar una propiedad privada. ¿No viste el cartel que dice “No tocar”? ¿O no sabés leer, tarada? Solté lentamente el cuello de la estatua del dios griego y observé con asombro, y luego con desprecio, a ese manojo de carne, grasa y huesos con su nuevo uniforme de vigilante. -¿No te da vergüenza? -me volvió a decir- ¡Atorranta! ¡Tarada! -vociferó como si escupiera una verdad tajante. Entonces, decidí salir corriendo, ante las carcajadas de todos y las marcas de un acné mal curado en la cara burlona de ese bicho uniformado.



por Dietris Aguilar
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Mensaje por ARBOLEDA Vie Ene 26, 2018 6:13 am

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