EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Juanita y Juanito

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Mensaje por Roana Varela Jue Ago 24, 2017 3:08 am

En medio de un espeso bosque había un antiguo castillo habitado únicamente por una anciana, la cual era hechicera, por el día se convertía en gato o ave nocturna, mas por la noche volvía a tomar su forma humana. Cogía caza y pájaros, los mataba, los cocía y se los comía; si se acercaba alguien a cien pasos de su castillo, se quedaba parado en el sitio por donde se había acercado; del cual no se podía mover, hasta que ella se lo permitía; si era una doncella la que entraba en aquel círculo, la convertía en pájaro, la encerraba en una jaula y la llevaba a una habitación del castillo donde había llegado a reunir unas setecientas jaulas de este género.

Había por entonces una doncella, llamada Juanita, que era mucho más hermosa que todas las doncellas de su edad, la cual se hallaba prometida a un joven, también muy buen mozo, llamado Juanito; hallábanse próximos a contraer matrimonio y no tenían más placer que estar juntos, y para poder hablar con mas confianza, iban al bosque a pasearse.

-Guárdate, la decía Juanito, de acercarte mucho al castillo.

Pero una hermosa tarde, cuando el sol iluminaba la verde yerba del bosque a través de las copas de los árboles, y las tórtolas expresaban sus quejas en animados gorjeos, Juanita se puso a escucharlas y comenzó a llorar y al verla Juanito echó a llorar también. Estaban tan turbados como si se hallaran próximos a la muerte; miraron a su alrededor, se habían perdido e ignoraban por dónde debían volver a su casa. El sol estaba ocultándose detrás de la montaña; Juanito miró a través de los árboles y vio que se hallaban próximos a las viejas paredes del castillo, se asustó y quedó pálido y desfallecido. Juanita comenzó a cantar:

Pajarillo, pajarillo,
el del dorado collar;
¿qué cantas, qué, cantas, dime?
cantas, cantas tu pesar.
¿Qué canta mi palomita,
qué cantas, dímelo tú,
cantas acaso su muerte?
Cántala tú, sí, tú, sí, tú.
Juanito miró a Juanita, la cual se habla convertido en un ruiseñor, que cantaba, sí, tú, sí, tú. Un ave, nocturna de brillantes ojos voló tres veces alrededor de ella, y gritó también tres veces: ¡hu, hu, hu! Juanito no podía moverse, estaba como petrificado, no podía llorar, ni hablar, ni menear mano ni pie. Acababa de ponerse el sol, voló el ave a un arbusto y a poco salió de detrás de él una vieja pálida y flaca; con grandes ojos colorados, nariz aplastada y retorcida por la punta, que la llegaba hasta la barba. Murmuró algunas palabras, llamó al ruiseñor y le cogió con la mano.

Juanito no podía hablar, ni moverse del sitio donde se hallaba; el ruiseñor desapareció. Volvió luego la mujer y dijo con voz ronca:

-Yo te saludo, la luna ha aparecido en el cielo, estás libre; sea en buen hora.

Y Juanito quedó en libertad.

Arrojose entonces a los pies de aquella mujer, y le suplicó le permitiese llevarse a su Juanita, mas ella le dijo que no lo conseguiría jamás, y se marchó. La llamó, lloró, se lamentó, todo fue en vano.

-¡Oh, qué va a ser de mí!

Juanito echó a andar hasta que llegó a una aldea lejana; donde guardó ovejas por mucho tiempo. Con frecuencia iba a dar una vuelta alrededor del castillo, pero nunca se acercaba; al fin soñó una noche que se había encontrado una rosa de color de sangre, en cuyo centro había una perla muy grande; cogió la rosa, se marchó al castillo, y todo lo que tocaba con ella quedaba desencantado; también soñó haber vuelto a reunirse con su Juanita. Cuando despertó por la mañana comenzó a buscar por las montañas y valles para ver si encontraba una rosa como con la que habla soñado, la buscó nueve días seguidos y una mañana halló una rosa de color de sangre; en su centro había una gota de rocío tan grande como una hermosa perla. Dirigiose al castillo con su rosa, no se quedó petrificado y pudo seguir andando hasta llegar a la puerta.

Juanito se puso muy alegre, tocó las puertas con la flor y se abrieron; entró y se detuvo en el patio para escuchar dónde se oía el canto de los pájaros, hasta que le oyó al fin; se dirigió hacia aquel punto y se encontró en un salón en el cual se hallaba la hechicera rodeada de siete mil jaulas de pájaros.

Cuando vio a Juanito se encolerizó mucho, gritó, y le arrojó hiel y veneno, pero no pudo acercarse a dos pasos de él, que no quiso retroceder, y siguió recorriendo las jaulas llenas de pájaros; pero contenían muchos centenares de ruiseñores; ¿cómo encontrar a su Juanita?

Hallándose en esto, se acercó la vieja a hurtadillas a una jaula que tenía un pájaro al cual abrió la puerta; fue corriendo, tocó a la jaula con la flor y también a la vieja, que desde entonces no podía encantar ya a nadie, y se encontró al lado de Juanita, que se arrojó a su cuello mucho más hermosa que le había estado nunca.

Volvió antes de marcharse a todos los pájaros a su primitivo ser de doncellas y se fue con su Juanita a su casa, donde vivieron por mucho tiempo felices y contentos.
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