Cuando se desnudaba
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EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Poemas Eróticos - Sensuales :: Poesía Erótica Clásica y Breve
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Cuando se desnudaba
Cuando se desnudaba
Ella cuando se desnudaba
dejaba sus blujins desteñidos
y claros como una tarde de verano,
sobre el sillón, sobre la mesa de noche
de un hotel perdido…
Y sus pantaloncitos de seda azules,
muy azules
que guardaban el tesoro,
sus pantaloncitos diminutos
que yo reducía con mis manos
y eran luego una ultrajada rosa celeste.
Ella
cuando se desnudaba
lo hacía sin prisas
demorando la verdad
martirizando el ávido ojo
de águila y de sátiro.
Acariciaba su cabellera,
el río de hilos brunos que caía sobre su espalda
morena,
su delicada cascada de puntitos y
nervios.
El abrigo en el suelo, un animal muerto.
La blusa una cortina erótica,
unos brasieres
pequeños, tejidos por la luz
que furtivamente entraba y rompía los cristales
de la ventana
para sorprender la génesis de la leche
la blanca cordillera lacto–matemática
que se brindaba plena
a mi primitiva boca,
mi boca sedienta de sus senos
holandeses
jóvenes senos de la gris sábana.
Ella cuando se desnudaba
rezaba una oración
con el idioma de sus manos sobre mi cuerpo
derrotado
y me hacía súbdito
esclavo bueno, marinero sabio
para enfrentar con mi quilla sus
embestidas
para su carne y sus vertientes
para su oleaje y sus secretos
y resistía como acantilado su oleaje
de mujer marina.
Ella después
era el beso eterno
mordisco de pantera mansa
zarpazo felino
la horca y el puñal del lecho
y con mi consentimiento
arrastraba la sangre,
mis fuerzas y mis odios
y me hundía lentamente
en su vientre, claro vientre
de la amnesia
Omar García Ramírez
Ella cuando se desnudaba
dejaba sus blujins desteñidos
y claros como una tarde de verano,
sobre el sillón, sobre la mesa de noche
de un hotel perdido…
Y sus pantaloncitos de seda azules,
muy azules
que guardaban el tesoro,
sus pantaloncitos diminutos
que yo reducía con mis manos
y eran luego una ultrajada rosa celeste.
Ella
cuando se desnudaba
lo hacía sin prisas
demorando la verdad
martirizando el ávido ojo
de águila y de sátiro.
Acariciaba su cabellera,
el río de hilos brunos que caía sobre su espalda
morena,
su delicada cascada de puntitos y
nervios.
El abrigo en el suelo, un animal muerto.
La blusa una cortina erótica,
unos brasieres
pequeños, tejidos por la luz
que furtivamente entraba y rompía los cristales
de la ventana
para sorprender la génesis de la leche
la blanca cordillera lacto–matemática
que se brindaba plena
a mi primitiva boca,
mi boca sedienta de sus senos
holandeses
jóvenes senos de la gris sábana.
Ella cuando se desnudaba
rezaba una oración
con el idioma de sus manos sobre mi cuerpo
derrotado
y me hacía súbdito
esclavo bueno, marinero sabio
para enfrentar con mi quilla sus
embestidas
para su carne y sus vertientes
para su oleaje y sus secretos
y resistía como acantilado su oleaje
de mujer marina.
Ella después
era el beso eterno
mordisco de pantera mansa
zarpazo felino
la horca y el puñal del lecho
y con mi consentimiento
arrastraba la sangre,
mis fuerzas y mis odios
y me hundía lentamente
en su vientre, claro vientre
de la amnesia
Omar García Ramírez
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