Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
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EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Biblioteca Virtual-Cultura General :: Libros Históricos
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Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
La conveniencia de juzgar bien a las amistades
de Marco Tulio Cicerón
En resumidas cuentas, frente a todos estos defectos e inconvenientes existe una única medida de seguridad y control: que ni los amigos empiecen a gustarte rápido ni que sean indignos.
Son dignos de ser amigos aquellos en los que en su propio carácter se halle la causa por la que son apreciados. Una rara especie, rara, desde luego, como todo lo ilustre y nada hay más difícil que encontrar aquello que en todo su conjunto es perfecto entre su especie.
Pero la mayoría de las personas no conocen otro bien en las relaciones humanas más que la rentabilidad, y eligen a sus amigos sobre todo como rebaños, de los que esperan extraer los máximos beneficios.
Así ellos carecen de aquella bellísima y esencialmente natural amistad cuya razón de ser es ella misma y se la busca por esto mismo, y no pueden aprender de su propia experiencia, ni cuál es la fuerza de la amistad ,ni cómo es de grande.
Todos nos amamos a nosotros mismos, no para sacar un beneficio de nuestra propia autoestima, sino porque nos tenemos aprecio a nosotros mismos. Si no transferimos este sentimiento a la amistad, nunca seremos capaces de encontrar un verdadero amigo: aquel que es como un otro yo.
¡Pero si hasta podemos ver en las bestias, en los pájaros, en los peces, salvajes, domesticadas o fieras que primero ellas piensan en sí mismas —al igual que todo ser vivo—, pero que después buscan y prefieren unirse a otras de su mismo género, cosa que hacen con un deseo que se asemeja al amor humano!
¡Hasta qué punto no se hallará en mayor grado este impulso natural en los hombres! El ser humano no solo se aprecia a sí mismo sino que también busca a quienes con cuyo espíritu pueda combinar el suyo de tal manera que casi salga uno de donde había dos.
La conveniencia de juzgar bien a las amistades
de Marco Tulio Cicerón
En resumidas cuentas, frente a todos estos defectos e inconvenientes existe una única medida de seguridad y control: que ni los amigos empiecen a gustarte rápido ni que sean indignos.
Son dignos de ser amigos aquellos en los que en su propio carácter se halle la causa por la que son apreciados. Una rara especie, rara, desde luego, como todo lo ilustre y nada hay más difícil que encontrar aquello que en todo su conjunto es perfecto entre su especie.
Pero la mayoría de las personas no conocen otro bien en las relaciones humanas más que la rentabilidad, y eligen a sus amigos sobre todo como rebaños, de los que esperan extraer los máximos beneficios.
Así ellos carecen de aquella bellísima y esencialmente natural amistad cuya razón de ser es ella misma y se la busca por esto mismo, y no pueden aprender de su propia experiencia, ni cuál es la fuerza de la amistad ,ni cómo es de grande.
Todos nos amamos a nosotros mismos, no para sacar un beneficio de nuestra propia autoestima, sino porque nos tenemos aprecio a nosotros mismos. Si no transferimos este sentimiento a la amistad, nunca seremos capaces de encontrar un verdadero amigo: aquel que es como un otro yo.
¡Pero si hasta podemos ver en las bestias, en los pájaros, en los peces, salvajes, domesticadas o fieras que primero ellas piensan en sí mismas —al igual que todo ser vivo—, pero que después buscan y prefieren unirse a otras de su mismo género, cosa que hacen con un deseo que se asemeja al amor humano!
¡Hasta qué punto no se hallará en mayor grado este impulso natural en los hombres! El ser humano no solo se aprecia a sí mismo sino que también busca a quienes con cuyo espíritu pueda combinar el suyo de tal manera que casi salga uno de donde había dos.
Galius- Moderador General
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Re: Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
La mayoría de hombres, sin embargo, desean tener un amigo de este tipo de una manera irracional —por no decir desvergonzada— cuando ellos mismos no pueden serlo, puesto que desean de sus amigos todo aquello que ellos mismos no les ofrecen: es tan importante ser un buen hombre como buscar a otro que se nos asemeje.
En tales asuntos, esta estabilidad —de la que hace poco hemos hablado— de la amistad puede reafirmarse, cuando dos hombres, unidos por su benevolencia, primero controlen esos deseos que a los demás esclavizan y, después, disfruten con la equidad y la justicia.
Que se defiendan en el uno al otro en todo, que no se pidan favores más que aquellos honrados y correctos y que no solo cultiven su relación y se aprecien sino que también que se respeten.
Pues quien priva a la amistad y del respeto, elimina su mayor ornamento.
En consecuencia, yerran de manera perniciosa quienes consideran que en la amistad se permite todo tipo de caprichos y vicios: la amistad nos ha sido entregada por la naturaleza como una ayuda para las virtudes, no como una compañera en los defectos, de tal manera que la virtud, puesto que a solas no puede alcanzar las cotas más elevadas, acompañada y asociada a otra pueda alcanzarlas.
En tales asuntos, esta estabilidad —de la que hace poco hemos hablado— de la amistad puede reafirmarse, cuando dos hombres, unidos por su benevolencia, primero controlen esos deseos que a los demás esclavizan y, después, disfruten con la equidad y la justicia.
Que se defiendan en el uno al otro en todo, que no se pidan favores más que aquellos honrados y correctos y que no solo cultiven su relación y se aprecien sino que también que se respeten.
Pues quien priva a la amistad y del respeto, elimina su mayor ornamento.
En consecuencia, yerran de manera perniciosa quienes consideran que en la amistad se permite todo tipo de caprichos y vicios: la amistad nos ha sido entregada por la naturaleza como una ayuda para las virtudes, no como una compañera en los defectos, de tal manera que la virtud, puesto que a solas no puede alcanzar las cotas más elevadas, acompañada y asociada a otra pueda alcanzarlas.
Galius- Moderador General
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Re: Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
Si este pacto tiene, tuvo o tendrá lugar, debe considerarse su compañía como la mejor y más feliz para aspirar a los más altos bienes de la naturaleza.
Este pacto, decía, es en el que radica todo cuanto los hombres consideran que es menester perseguir: honradez, buena fama, calma y felicidad, hasta tal punto que, cuando se han conseguido estos objetivos, la vida es dichosa, pero sin ellos no puede serlo. Dado que este es el mejor objetivo y el más noble, si lo queremos alcanzar, hemos de prestar atención a nuestra virtud, sin la cual no podemos alcanzar ni la amistad, ni cualquiera de estos objetivos que vale la pena perseguir.
Si la dejamos de lado, quienes creen que tienen amigos al final notarán que se habían equivocado, cuando alguna imponente desgracia los obligue a ponerlos a prueba.
Por todos estos motivos —es necesario recordarlo una vez más—, conviene que, una vez los hayas juzgado, tus amigos te agraden, pero no que los juzgues una vez ya te hayan gustado.
Pero al igual que sucede en muchos otros temas, donde nuestra negligencia nos domina, así especialmente ocurre a la hora de elegir y cultivar las amistades: nos servimos de opiniones desfasadas y, tal y como ese antiguo refrán desaconseja, actuamos acabada la función, pues rompemos de repente las amistades a mitad de trayecto por alguna ofensa cuando ya estamos ligados por el trato cotidiano o incluso algunos favores.
Es más, deberíamos incluso criticar más tan gran descuido en un asunto tan fundamental: solamente la amistad es lo único cuya utilidad nadie discute.
Este pacto, decía, es en el que radica todo cuanto los hombres consideran que es menester perseguir: honradez, buena fama, calma y felicidad, hasta tal punto que, cuando se han conseguido estos objetivos, la vida es dichosa, pero sin ellos no puede serlo. Dado que este es el mejor objetivo y el más noble, si lo queremos alcanzar, hemos de prestar atención a nuestra virtud, sin la cual no podemos alcanzar ni la amistad, ni cualquiera de estos objetivos que vale la pena perseguir.
Si la dejamos de lado, quienes creen que tienen amigos al final notarán que se habían equivocado, cuando alguna imponente desgracia los obligue a ponerlos a prueba.
Por todos estos motivos —es necesario recordarlo una vez más—, conviene que, una vez los hayas juzgado, tus amigos te agraden, pero no que los juzgues una vez ya te hayan gustado.
Pero al igual que sucede en muchos otros temas, donde nuestra negligencia nos domina, así especialmente ocurre a la hora de elegir y cultivar las amistades: nos servimos de opiniones desfasadas y, tal y como ese antiguo refrán desaconseja, actuamos acabada la función, pues rompemos de repente las amistades a mitad de trayecto por alguna ofensa cuando ya estamos ligados por el trato cotidiano o incluso algunos favores.
Es más, deberíamos incluso criticar más tan gran descuido en un asunto tan fundamental: solamente la amistad es lo único cuya utilidad nadie discute.
Galius- Moderador General
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Re: Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
Muchos desprecian hasta la virtud y consideran que es una especie de arrogancia y boato; otros tantos miran por encima del hombre las riquezas, a los cuales, satisfechos con poco, una vida y una vestimenta austera les deleita; a los cargos políticos, por su parte, por cuya ambición algunos se inflaman, otros los desprecian hasta tal punto que creen que no existe nada más vano y superfluo.
Y así sucede con el resto de cosas, que a algunos les parecen dignas de admiración y, en cambio, hay muchos más que consideran que no sirven de nada...
Sin embargo, todos opinan lo mismo respecto a la amistad, tanto aquellos que se entregan a la política como quienes se deleitan en el conocimiento y ciencia, como los que dirigen sus negocios libres de cargas públicas, como incluso aquellos que se han entregado en su totalidad a sus caprichos.
Todos creen que sin la amistad no hay vida alguna, si al menos desean vivirla de alguna manera con gusto.
La amistad, no sé de qué forma, se desliza en la vida de todos los hombres y no hay forma de vida que tolere su ausencia. De hecho, incluso si alguien tuviera un modo de vida tan salvaje e inhumano que rechazara todo contacto con el resto de hombres y lo rehuyera, tal y como nos cuenta la tradición que hizo un tal Timón en Atenas, no podría, sin embargo, aguantar sin buscar a alguien con quien expulsar esa ponzoña de su alma agriada. Y esto podría juzgarse con mayor acierto si pudiera suceder lo siguiente: que un dios nos sacara de este trato continuo con los hombres y nos colocara en algún lugar remoto y solitario y allí, disponiendo en cantidad y abundancia de todo aquello cuanto nuestra naturaleza desea, nos eliminara la posibilidad de entrar en contacto con hombre alguno.
¿Quién tendría un carácter tan férreo como para poder soportar esa vida, al cual esa soledad no le quitara el placer de disfrutar de sus deseos?
Y así sucede con el resto de cosas, que a algunos les parecen dignas de admiración y, en cambio, hay muchos más que consideran que no sirven de nada...
Sin embargo, todos opinan lo mismo respecto a la amistad, tanto aquellos que se entregan a la política como quienes se deleitan en el conocimiento y ciencia, como los que dirigen sus negocios libres de cargas públicas, como incluso aquellos que se han entregado en su totalidad a sus caprichos.
Todos creen que sin la amistad no hay vida alguna, si al menos desean vivirla de alguna manera con gusto.
La amistad, no sé de qué forma, se desliza en la vida de todos los hombres y no hay forma de vida que tolere su ausencia. De hecho, incluso si alguien tuviera un modo de vida tan salvaje e inhumano que rechazara todo contacto con el resto de hombres y lo rehuyera, tal y como nos cuenta la tradición que hizo un tal Timón en Atenas, no podría, sin embargo, aguantar sin buscar a alguien con quien expulsar esa ponzoña de su alma agriada. Y esto podría juzgarse con mayor acierto si pudiera suceder lo siguiente: que un dios nos sacara de este trato continuo con los hombres y nos colocara en algún lugar remoto y solitario y allí, disponiendo en cantidad y abundancia de todo aquello cuanto nuestra naturaleza desea, nos eliminara la posibilidad de entrar en contacto con hombre alguno.
¿Quién tendría un carácter tan férreo como para poder soportar esa vida, al cual esa soledad no le quitara el placer de disfrutar de sus deseos?
Galius- Moderador General
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Re: Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
Es, por tanto, verdad aquello que nuestros ancianos suelen recordar que decían los ancianos de su época, algo que dijo, según creo, el tarentino Arquitas: “si alguien subiera a los cielos y contemplara la naturaleza del mundo y la belleza de las estrellas, la admiración que sentiría le parecería desagradable, pero sería en cambio la más placentera si tuviera a alguien a quien contárselo”.
La naturaleza no ama la soledad y siempre busca algo en lo que apoyarse: no hay apoyo más agradable que el de un gran amigo.
Una auténtica amistad se basa en la verdad, no en la adulación.Sin embargo, a pesar de que la naturaleza nos señale tantas veces qué desea, qué busca y qué quiere, no sé cómo le prestamos, no obstante, oídos sordos y no oímos sus consejos.
La naturaleza no ama la soledad y siempre busca algo en lo que apoyarse: no hay apoyo más agradable que el de un gran amigo.
Una auténtica amistad se basa en la verdad, no en la adulación.Sin embargo, a pesar de que la naturaleza nos señale tantas veces qué desea, qué busca y qué quiere, no sé cómo le prestamos, no obstante, oídos sordos y no oímos sus consejos.
Galius- Moderador General
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Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
Las experiencias con una amistad son muchas y muy variadas y dará pie a muchas causas para sospechar de nuestros amigos y sentirnos ofendidos, cosa que es de sabios tanto evitar como aliviar como soportar. Pero hay una ofensa en concreto que no se debe tomar excesivamente en serio, para que tanto el beneficio como la confianza se mantenga en una amistad.
Es frecuente tener que aconsejar y amonestar a los amigos, críticas que hay que aceptar amigablemente, siempre y cuando se hagan con benevolencia. Y sin embargo, no sé muy bien cómo, es verdad aquello que dice mi gran amigo Terencio, en su comedia “Andria”:
“La adulación engendra amigos; la verdad, odio.”
La verdad resulta molesta, si desde luego de ella nace el odio, que es veneno para una amistad, pero la adulación es mucho más molesta, porque en su indulgencia permita que nuestro amigo se arroje de cabeza a sus vicios; mas la máxima culpa recae en aquel que rechaza la verdad y por esa adulación es empujado hacia su ruina.
Cualquier persona debe tener en estos asuntos capacidad de razonar y actuar con rapidez, primero para que el consejo carezca de acritud, y después para que las críticas no añadan injurias.
Ante los aduladores, por seguir utilizando con libertad el término de Terencio, que haya una cierta afabilidad, pero que queden bien lejos los halagos, una ayuda para nuestros defectos, que no son dignos ya no de un amigo, sino ni siquiera de un hombre libre; de otra manera, viviremos a veces con un amigo y a veces con un tirano.
No obstante, cuando las orejas de alguien están tan cerradas a la verdad que no puede ni oírla en labios de un amigo, poca esperanza nos deja de salvarlo.
Es frecuente tener que aconsejar y amonestar a los amigos, críticas que hay que aceptar amigablemente, siempre y cuando se hagan con benevolencia. Y sin embargo, no sé muy bien cómo, es verdad aquello que dice mi gran amigo Terencio, en su comedia “Andria”:
“La adulación engendra amigos; la verdad, odio.”
La verdad resulta molesta, si desde luego de ella nace el odio, que es veneno para una amistad, pero la adulación es mucho más molesta, porque en su indulgencia permita que nuestro amigo se arroje de cabeza a sus vicios; mas la máxima culpa recae en aquel que rechaza la verdad y por esa adulación es empujado hacia su ruina.
Cualquier persona debe tener en estos asuntos capacidad de razonar y actuar con rapidez, primero para que el consejo carezca de acritud, y después para que las críticas no añadan injurias.
Ante los aduladores, por seguir utilizando con libertad el término de Terencio, que haya una cierta afabilidad, pero que queden bien lejos los halagos, una ayuda para nuestros defectos, que no son dignos ya no de un amigo, sino ni siquiera de un hombre libre; de otra manera, viviremos a veces con un amigo y a veces con un tirano.
No obstante, cuando las orejas de alguien están tan cerradas a la verdad que no puede ni oírla en labios de un amigo, poca esperanza nos deja de salvarlo.
Galius- Moderador General
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Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
Todos sabemos aquella opinión de Catón, como tantas otras: “algunos se merecen amigos de lengua afilada antes que otros que parezcan suaves: aquellos suelen decir la verdad, estos nunca”. Y resulta absurdo el hecho de que aquellos que reciben los consejos no se enojan por lo que deben sino por lo que no deberían: no les angustia el haberse equivocado pero soportan a duras penas las críticas; al contrario, deberían dolerse de sus fechorías y alegrarse con las rectificaciones.
Por tanto, al igual que aconsejar y ser aconsejado es propio de una verdadera amistad, dando los consejos con tacto y no con aspereza y recibiéndolos con paciencia y no con repugnancia, también debemos considerar que no hay peor peste para un amistad que la adulación, los halagos, la zalamería... en efecto, hay muchas formas de denominar este defecto, propio de hombres débiles y engañosos que lo dicen todo para gustar y nunca por la verdad.
De la misma forma que el fingimiento es en cualquier asunto una estafa —pues altera y adultera nuestra capacidad de juzgar la verdad—, también esta conducta repulsa especialmente a la amistad: elimina a la verdad, sin la cual las leyes de la amistad no tienen validez. Pues si la fuerza de la amistad reside en que de varios espíritus se consigue casi uno, ¿cómo se podría lograr esto si ni siquiera una sola persona tiene siempre el mismo carácter, sino que es variable, mutable y voluble?
¿Qué puede ser tan maleable, tan inconstante como el carácter de aquel que se transforma no solo según los sentimientos y los placeres de otros, sino incluso según su apariencia física y su aprobación?
“Que dice que no, digo que no; que sí, digo que sí;en fin, que yo mismo me ordené a mí estar de acuerdo en todo...”
Por tanto, al igual que aconsejar y ser aconsejado es propio de una verdadera amistad, dando los consejos con tacto y no con aspereza y recibiéndolos con paciencia y no con repugnancia, también debemos considerar que no hay peor peste para un amistad que la adulación, los halagos, la zalamería... en efecto, hay muchas formas de denominar este defecto, propio de hombres débiles y engañosos que lo dicen todo para gustar y nunca por la verdad.
De la misma forma que el fingimiento es en cualquier asunto una estafa —pues altera y adultera nuestra capacidad de juzgar la verdad—, también esta conducta repulsa especialmente a la amistad: elimina a la verdad, sin la cual las leyes de la amistad no tienen validez. Pues si la fuerza de la amistad reside en que de varios espíritus se consigue casi uno, ¿cómo se podría lograr esto si ni siquiera una sola persona tiene siempre el mismo carácter, sino que es variable, mutable y voluble?
¿Qué puede ser tan maleable, tan inconstante como el carácter de aquel que se transforma no solo según los sentimientos y los placeres de otros, sino incluso según su apariencia física y su aprobación?
“Que dice que no, digo que no; que sí, digo que sí;en fin, que yo mismo me ordené a mí estar de acuerdo en todo...”
Galius- Moderador General
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Re: Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
Como dice el mismo Terencio, pero en boca del personaje de Cnatón, porque es señal de poco fuste tener un amigo de esa clase. Mas al haber muchos imitadores de Cnatón con mayor clase, fortuna o prestigio, su adulación resulta especialmente molesta cuando se le suma su poder a su vacuidad.
Si se utiliza la inteligencia, tan fácil es reconocer y separar a un amigo adulador de uno verdadero como distinguir los actos fingidos y simulados de los sinceros y verdaderos.
Una asamblea pública, que está formada por los más ignorantes, suele reconocer sin problemas las diferencias entre un populista, es decir, un ciudadano adulador e inconstante, y uno grave, sereno y serio.
¡Con qué halagos Gayo Papirio intentó influenciar hace poco a los asistentes de la asamblea, cuando propuso aquella ley sobre la reelección de los tribunos de la plebe!
Nosotros los disuadimos, pero no diré nada de mí, sino que prefiero hablar de Escipión
¡Qué serenidad que demostró, oh dioses, qué discurso tan majestuoso! Con qué facilidad lo reconocerías no como un amigo del pueblo sino como su líder. Pero vosotros estabais allí y las copias de su discurso circulan de mano en mano. Así se tumbó aquella ley popular sobre el sufragio del pueblo.
Si se utiliza la inteligencia, tan fácil es reconocer y separar a un amigo adulador de uno verdadero como distinguir los actos fingidos y simulados de los sinceros y verdaderos.
Una asamblea pública, que está formada por los más ignorantes, suele reconocer sin problemas las diferencias entre un populista, es decir, un ciudadano adulador e inconstante, y uno grave, sereno y serio.
¡Con qué halagos Gayo Papirio intentó influenciar hace poco a los asistentes de la asamblea, cuando propuso aquella ley sobre la reelección de los tribunos de la plebe!
Nosotros los disuadimos, pero no diré nada de mí, sino que prefiero hablar de Escipión
¡Qué serenidad que demostró, oh dioses, qué discurso tan majestuoso! Con qué facilidad lo reconocerías no como un amigo del pueblo sino como su líder. Pero vosotros estabais allí y las copias de su discurso circulan de mano en mano. Así se tumbó aquella ley popular sobre el sufragio del pueblo.
Galius- Moderador General
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Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
Pero, volviendo a hablar de mí, recordáis qué populista parecía aquella ley sobre el sacerdocio de Gayo Licinio Craso cuando eran cónsules Quinto Máximo, el hermano de Escipión, y Lucio Mancino.
Se transfería al pueblo la posibilidad de elegir a los sacerdotes —por cierto, él fue el primero en iniciar la costumbre de dirigirse al pueblo en el foro—. Sin embargo, con mi defensa, la veneración a los dioses inmortales venció con facilidad a aquella propuesta tan populista.
Y esto se hizo cuando yo era pretor, cinco años de ser elegido cónsul: así pues, esta causa se defendió más por su propia importancia que por la alta autoridad de algún implicado.
Pero si en un acontecimiento público, es decir, en una asamblea, donde suele haber mucho espacio para el fingimiento y la manipulación, a pesar de todo la verdad tiene valor, siempre que sea de manera abierta y clara, ¿qué debería suceder en una amistad, la cual depende de una sinceridad total? En ella, a no ser que, como suele decirse, veas el corazón del otro y enseñes el tuyo, no puedes tener nada de confianza, ni siquiera amar o ser amado si ignoras lo que realmente sucede.
En efecto, esta adulación, si bien resulta perjudicial, no puede dañar a nadie más que a aquel que la acepte y se deleite en ella. Así sucede que el que más se adula a sí mismo y más narcisista es, mayor atención presta a las adulaciones.
La virtud siempre se ama a sí misma: ella es la única que mejor se conoce y sabe hasta qué punto se le puede querer. No estoy hablando ahora de la virtud, sino sobre la imagen de virtud: muchos prefieren parecer tener la auténtica virtud que realmente tenerla.
A estos individuos les gusta la adulación, cuando se les regala un falso elogio que se ajuste a lo que deseen oír, creen que ese vacuo discurso testimonia sus virtudes. En estos casos, cuando el uno no quiere oír la verdad y el otro está preparado para mentirle, no existe amistad alguna.
Se transfería al pueblo la posibilidad de elegir a los sacerdotes —por cierto, él fue el primero en iniciar la costumbre de dirigirse al pueblo en el foro—. Sin embargo, con mi defensa, la veneración a los dioses inmortales venció con facilidad a aquella propuesta tan populista.
Y esto se hizo cuando yo era pretor, cinco años de ser elegido cónsul: así pues, esta causa se defendió más por su propia importancia que por la alta autoridad de algún implicado.
Pero si en un acontecimiento público, es decir, en una asamblea, donde suele haber mucho espacio para el fingimiento y la manipulación, a pesar de todo la verdad tiene valor, siempre que sea de manera abierta y clara, ¿qué debería suceder en una amistad, la cual depende de una sinceridad total? En ella, a no ser que, como suele decirse, veas el corazón del otro y enseñes el tuyo, no puedes tener nada de confianza, ni siquiera amar o ser amado si ignoras lo que realmente sucede.
En efecto, esta adulación, si bien resulta perjudicial, no puede dañar a nadie más que a aquel que la acepte y se deleite en ella. Así sucede que el que más se adula a sí mismo y más narcisista es, mayor atención presta a las adulaciones.
La virtud siempre se ama a sí misma: ella es la única que mejor se conoce y sabe hasta qué punto se le puede querer. No estoy hablando ahora de la virtud, sino sobre la imagen de virtud: muchos prefieren parecer tener la auténtica virtud que realmente tenerla.
A estos individuos les gusta la adulación, cuando se les regala un falso elogio que se ajuste a lo que deseen oír, creen que ese vacuo discurso testimonia sus virtudes. En estos casos, cuando el uno no quiere oír la verdad y el otro está preparado para mentirle, no existe amistad alguna.
Galius- Moderador General
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Re: Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
No nos resultaría cómica la adulación de los parásitos en las comedias si no fuera por la existencia de los soldados fanfarrones :
"¿Me da Thais muchas gracias?"
Bastaba con responder “muchas”, pero le responde “infinidad”.
El adulador siempre aumenta aquello que el otro, al gusto del cual se habla, quiere que sea grande. Por esto mismo, aunque esa dulzona vacuidad tenga su valor junto a aquellos que la alientan y favorecen, es menester advertir incluso a los más serios y serenos que tengan cuidado de aceptar esos hábiles halagos.
No hay nadie que no vea venir a un adulador público, a no ser que sea estúpido; pero para que no nos aceche aquel que sea astuto y sigiloso debemos andarnos con mucho cuidado, pues tampoco se les puede reconocer con gran facilidad dado que muchas veces halagan incluso llevando la contraria, adulan mientras fingen oposición y al final se rinden y soportan su derrota para que el engañado tenga la impresión de haber sido mejor.
¿Pero qué hay más innoble que ser engañado? Para que esto no suceda, hay que andarse con mucha cautela.
“Hoy, delante de todos estos viejos estúpidos de comedia me has puesto del revés y has hecho de mi engaño la mejor de sus diversiones”
Pues incluso en los cuentos el personaje más estúpido de todos es el del viejo crédulo y corto de miras.
"¿Me da Thais muchas gracias?"
Bastaba con responder “muchas”, pero le responde “infinidad”.
El adulador siempre aumenta aquello que el otro, al gusto del cual se habla, quiere que sea grande. Por esto mismo, aunque esa dulzona vacuidad tenga su valor junto a aquellos que la alientan y favorecen, es menester advertir incluso a los más serios y serenos que tengan cuidado de aceptar esos hábiles halagos.
No hay nadie que no vea venir a un adulador público, a no ser que sea estúpido; pero para que no nos aceche aquel que sea astuto y sigiloso debemos andarnos con mucho cuidado, pues tampoco se les puede reconocer con gran facilidad dado que muchas veces halagan incluso llevando la contraria, adulan mientras fingen oposición y al final se rinden y soportan su derrota para que el engañado tenga la impresión de haber sido mejor.
¿Pero qué hay más innoble que ser engañado? Para que esto no suceda, hay que andarse con mucha cautela.
“Hoy, delante de todos estos viejos estúpidos de comedia me has puesto del revés y has hecho de mi engaño la mejor de sus diversiones”
Pues incluso en los cuentos el personaje más estúpido de todos es el del viejo crédulo y corto de miras.
Galius- Moderador General
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Re: Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
Conclusión
No sé cómo, mi discurso ha pasado de tratar de las amistades entre hombres hechos y derechos, es decir, sabios —hablo de esa sabiduría que realmente podemos encontrar en un hombre—, a las amistades más livianas. Por esto mismo, volvamos a aquellas primeras amistades y concluyamos de una vez con este debate.
La virtud, decía, Gayo Fanio y Q. Mucio, la virtud es lo que une las amistades y las mantiene.
En ella hay armonía, firmeza, estabilidad; cuando se nos muestra ella misma, arroja su luz y observa y reconoce esos mismos rasgos en otro, se le acerca y acoge a su vez lo que hay en el otro: por esto se enciende ya sea el amor, ya sea la amistad —ambos términos derivan de “amar” y amar no es más que apreciar a aquel que ames en sí mismo sin carencias, sin buscar ningún provecho, a pesar de que este provecho pueda brotar de la amistad incluso cuando tú menos lo busques.
Sentí aprecio y esta benevolencia cuando era joven por estos ancianos, Lucio Paulo, Marco Catón, Gayo Falo, Publio Násica, Tiberio Graco —el suegro de mi Escipión—; pero esta brilla con más fuerza entre iguales, como sucedió entre Escipión, Lucio Furio, Publio Rupilio, Espurio Mumio y yo.
A su vez, los ya ancianos también encontramos placer en el cariño de los jóvenes, como el vuestro o como el de Quinto Tuberón; de hecho, incluso me deleita especialmente mi estrecha relación con los jóvenes Publio Rutilio y Aulio Virginio. Puesto que es ley de vida y de nuestra naturaleza que a una generación le siga otra, aun así no hay más remedio que desear que puedas llegar a la meta, por así decirlo, con aquellos que salieron contigo en la salida.
Pero como todo cuanto tiene que ver con los hombres es frágil y pasajeros, siempre hay que buscar a a algunos a los que apreciemos y que nos aprecien; si privamos a la vida del cariño y esta bondad, la vida se queda sin motivos de gozo.
No sé cómo, mi discurso ha pasado de tratar de las amistades entre hombres hechos y derechos, es decir, sabios —hablo de esa sabiduría que realmente podemos encontrar en un hombre—, a las amistades más livianas. Por esto mismo, volvamos a aquellas primeras amistades y concluyamos de una vez con este debate.
La virtud, decía, Gayo Fanio y Q. Mucio, la virtud es lo que une las amistades y las mantiene.
En ella hay armonía, firmeza, estabilidad; cuando se nos muestra ella misma, arroja su luz y observa y reconoce esos mismos rasgos en otro, se le acerca y acoge a su vez lo que hay en el otro: por esto se enciende ya sea el amor, ya sea la amistad —ambos términos derivan de “amar” y amar no es más que apreciar a aquel que ames en sí mismo sin carencias, sin buscar ningún provecho, a pesar de que este provecho pueda brotar de la amistad incluso cuando tú menos lo busques.
Sentí aprecio y esta benevolencia cuando era joven por estos ancianos, Lucio Paulo, Marco Catón, Gayo Falo, Publio Násica, Tiberio Graco —el suegro de mi Escipión—; pero esta brilla con más fuerza entre iguales, como sucedió entre Escipión, Lucio Furio, Publio Rupilio, Espurio Mumio y yo.
A su vez, los ya ancianos también encontramos placer en el cariño de los jóvenes, como el vuestro o como el de Quinto Tuberón; de hecho, incluso me deleita especialmente mi estrecha relación con los jóvenes Publio Rutilio y Aulio Virginio. Puesto que es ley de vida y de nuestra naturaleza que a una generación le siga otra, aun así no hay más remedio que desear que puedas llegar a la meta, por así decirlo, con aquellos que salieron contigo en la salida.
Pero como todo cuanto tiene que ver con los hombres es frágil y pasajeros, siempre hay que buscar a a algunos a los que apreciemos y que nos aprecien; si privamos a la vida del cariño y esta bondad, la vida se queda sin motivos de gozo.
Galius- Moderador General
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Re: Conveniencia de juzgar bien a las amistades-Cicerón-VII
Para mí Escipión, aunque la muerte me lo haya arrebatado de repente, vive y siempre seguirá vivo: he amado la virtud de este hombre, la cual no se ha apagado, y no la veo yo solo, que siempre la tuve muy próxima, sino que incluso para las futuras generaciones será ilustre y eminente.
Nadie nunca podrá aspirar o desear alcanzar las cotas más altas sin pensar que no debe tener en cuenta su recuerdo y su imagen.
En efecto, de entre todo aquello cuanto la fortuna o la naturaleza me ha otorgado, nada tengo que pueda comparar con mi amistad con Escipión. En ella hallé un común parecer sobre la política, consejos para mi vida privada y una tranquilidad llena de placer. Nunca lo ofendí, ni siquiera en el más mínimo aspecto, porque lo habría notado; nada le oí decir que yo no quisiera.
Teníamos un mismo hogar, un mismo modo de vida que compartíamos y no sólo habíamos compartido nuestro servicio militar sino también nuestros viajes al extranjero y salidas al campo.
¿Y qué podría añadir sobre su pasión por conocer siempre algo y aprenderlo? En estos afanes consumimos todo el tiempo que pasamos alejados de la política y de los ojos del pueblo. Si el recuerdo y la memoria de todo esto hubiera desaparecido con él, no podría soportar de ninguna manera mi añoranza por un hombre al que estaba tan unido y quería tanto. Pero ni estos recuerdos han desaparecido sino que más bien se alimentan y crecen con mis pensamientos y mi recuerdo y, si careciera de ellos, mi propia vejez sería mi mayor consuelo: ya no tendré que vivir mucho más con esta añoranza.
Todo lo breve resulta más soportable por más grande que sea.
Esto es cuanto tenía que decir sobre la amistad: os animo a que valoréis la virtud —sin la cual no puede existir la amistad— hasta tal punto que penséis que, a excepción de ella misma, no hay nada más valioso que la amistad.
Nadie nunca podrá aspirar o desear alcanzar las cotas más altas sin pensar que no debe tener en cuenta su recuerdo y su imagen.
En efecto, de entre todo aquello cuanto la fortuna o la naturaleza me ha otorgado, nada tengo que pueda comparar con mi amistad con Escipión. En ella hallé un común parecer sobre la política, consejos para mi vida privada y una tranquilidad llena de placer. Nunca lo ofendí, ni siquiera en el más mínimo aspecto, porque lo habría notado; nada le oí decir que yo no quisiera.
Teníamos un mismo hogar, un mismo modo de vida que compartíamos y no sólo habíamos compartido nuestro servicio militar sino también nuestros viajes al extranjero y salidas al campo.
¿Y qué podría añadir sobre su pasión por conocer siempre algo y aprenderlo? En estos afanes consumimos todo el tiempo que pasamos alejados de la política y de los ojos del pueblo. Si el recuerdo y la memoria de todo esto hubiera desaparecido con él, no podría soportar de ninguna manera mi añoranza por un hombre al que estaba tan unido y quería tanto. Pero ni estos recuerdos han desaparecido sino que más bien se alimentan y crecen con mis pensamientos y mi recuerdo y, si careciera de ellos, mi propia vejez sería mi mayor consuelo: ya no tendré que vivir mucho más con esta añoranza.
Todo lo breve resulta más soportable por más grande que sea.
Esto es cuanto tenía que decir sobre la amistad: os animo a que valoréis la virtud —sin la cual no puede existir la amistad— hasta tal punto que penséis que, a excepción de ella misma, no hay nada más valioso que la amistad.
Galius- Moderador General
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