EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Mensaje por Roana Varela Dom Abr 10, 2016 4:14 am

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« Quiero ser algo, decía el mayor de los cinco hermanos; quiero ser útil en el mundo. Por humilde que sea mi oficio, si lo que hago sirve á mis semejantes. seré algo. Voy á hacerme ladrillero. No es posible pasarse de ladrillos. Empleando en eso mi trabajo, podré decir que soy útil á algo.

— Sí, dijo el otro hermano. pero la ambición es muy baja y muy mínimo el objeto. ¿Qué es hacer ladrillos?... ¿Quién no es capaz de hacer ladrillos? Yo prefiero ser albañil. Á lo menos es una verdadera profesión. Se llega á ser maestro de obras y burgués de la ciudad, y si las cosas van bien, tendré hombres á mis órdenes que llamarán á mi mujer « la maestra. » Esto llamo yo ser algo.

— No es ser nada, ser albañil, dijo el tercero de los hermanos. Por más que seas maestro no dejarás de ser un jornalero y no saldrás del pueblo. Yo conozco algo mejor: seré arquitecto. Viviré por la inteligencia, por el pensamiento; el arte será mi dominio. Ocuparé el primer puesto en el dominio de la inteligencia. Cierto es que deberé comenzar con trabajo; primero seré aprendiz de carpintero, llevaré una gorra y no sombrero de copa; iré á buscar vino ó cerveza para los obreros que se permitirán tutearme, lo que será ofensivo. Pero pensaré que es una broma de carnaval, el mundo al revés. Y cuando seré obrero, seguiré mi camino, entraré en la Academia de Bellas Artes, aprenderé á dibujar y héteme arquitecto. Esto es ser algo. Cuando me escriban, pondrán en el sobre: Al honorable Señor don Fulano, y aun tal vez pongan: al muy honorable. Tampoco es imposible que añadan algo á mi nombre, sea delante, sea detrás. Y construiré lo mismo que han construido los que han venido antes. Y así, construyendo, construiré mi fortuna. Á esto llamo yo ser algo.

— Lo que tomas por algo, replicó el cuarto hermano, me parece muy poco, casi nada. Yo no quiero seguir el camino trillado por los otros, no quiero ser un copista. Seré un genio original y creador. Inventaré un nuevo estilo de arquitectura; trazaré el plano de los edificios según los diversos climas, los materiales del país, el espíritu nacional y el grado de civilización. Á todos los pisos que de ordinario se alzan añadiré otro al que daré mi nombre y eternizará mi fama.

— Si el clima y los materiales no valen nada, replicó el quinto, nada bueno harás. En cuanto á la nacionalidad puede ensancharse de tal manera que no queden huellas de ella. Más incierto es aún el grado. de civilización que pretendes adivinar; sube ó baja á cada paso, y ¿quién sabe dónde está? Por lo que acabo de oír, veo que ninguno de vosotros será « algo » por más que digáis. Para ser algo hay que elevarse por encima de todo; haced lo que os plazca, trabajad á vuestro antojo, yo hablaré de lo que hagáis, lo juzgaré, lo criticaré. Nada hay en el mundo que no tenga un lado imperfecto, lo descubriré, lo señalaré, hablaré de él como se debe. Esto es ser algo, pues conduce á todo. »

Esto hizo en efecto y no sin éxito. Decían de él: « Ese mozo es muy inteligente, un hombre entendido y capaz, y empero no produce nada. » Precisamente porque no hacía nada le creian algo. Ya veis, esta es un cuento muy corto, y sin embargo, desde que el mundo es mundo, no se acaba nunca, comienza á cada paso.

Pero ¿qué fué de los cinco hermanos? Oíd con atención, es una historia completa.

El mayor, que fabricaba ladrillos, notó en breve que por cada ladrillo recibía una moneda de cobre, y cuando tenia algunas, formaban un escudo blanco. Ahora bien, cuando se llega con un escudo á una tienda, á la panadería, á la carnicería, etc., la puerta se abre sola y podéis pedir lo que deseáis. Esto producen los ladrillos. Hay algunos que se quiebran y rompen, pero de estos se puede también sacar partido como vais á ver.

Margarita, la mendiga, quería construirse una casita sobre el dique que detenía las aguas del mar. Recibió del ladrillero los ladrillos ralos y rajados, con algunos buenos y enteros, pues el mayor de los cinco hermanos. aunque no se elevase más allá de la fabricación de ladrillos tenía buen corazón y habia recomendado que no escatimasen la dádiva.

La mendiga edificó ella misma su casita que fue baja y estrecha. Una de las dos ventanas carecía por completo de aplomo. La puerta no era bastante alta y el lecho habría podido estar mejor colocado. Tal como era, la choza era un abrigo y la vista era soberbia. Se veía el mar, cuyas olas se estrellaban contra el dique y lanzaban su salada espuma por encima de la casita.


Aun estaba de pié cuando el buen hombre que había hecho los ladrillos yacía en el seno de la tierra, hacía muchos años.

El segundo hermano sabía sin duda edificar mucho mejor que la pobre Margarita, pues había aprendido el oficio. Cuando hubo pasado su examen para ser obrero, cerró su morral y entonó el canto del artesano:

« Quiero viajar en tanto que soy jóven. Voy á construir casas en el extranjero. Soy joven, tengo fuerza y salud, iré de ciudad en ciudad y veré el mundo. Y cuando vuelva, tengo fe en mi prometida, me habrá sido fiel. ¡Hurra! Buen oficio el de artesano. No tardaré en ser maestro. »

Le sucedió lo que dice la canción. Cuando volvió fué recibido maestro. Construyó una casa y luego otra, todas en fila, que formaron la calle más hermosa de la ciudad. Estas casas acabaron por edificarle una á él. No les preguntes cómo, porque no responderán; pero la gente del barrio te responderá: « Sí, la calle le ha construido su casa. »

No era una gran casa; el suelo era de arcilla; pero cuando hubieron bailado sobre él el día de su boda, la arcilla quedó apisonada y tan luciente como un entarimado. Las paredes estaban cubiertas de azulejos, con una flor cada uno, lo que valía tanto como el más preciado cortinaje. Era, en suma, una casa bonita y un matrimonio feliz. La bandera de la corporación flotaba en el frontis y cuando los albañiles y aprendices pasaban delante, gritaban: « ¡Viva nuestro buen amo! » Si, habia llegado á ser algo.

El tercer hermano, después de haber sido aprendiz de carpintero, hecho los recados de los obreros y llevado la gorra, había entrado, como lo dijo, en la Academia de Bellas Artes y había obtenido el diploma de arquitecto. Desde este momento, cuando le escribían, ponían en el sobre: « Al muy honorable y muy distinguido señor, etc. »

Si la calle que el albañil había construido le dió ma casa, la calle, recibió el nombre del tercer hermano y tuvo la mejor casa de ella. De seguro algo era tener titulas delante y detrás de su nombre. Su esposa era una dama de condición y se consideraba á sus hijos como si fuesen de la clase elevada. Cuando murió su nombre siguió en el azulejo de la esquina de la calle y fué pronunciado por todos. Sí, este había sido algo.

El cuarto hermano, el hombre de genio que pretendía crear un estilo nuevo y original y adorar las casas con un piso nuevo que debía inmortalizarlo, no alcanzó completamente su objeto. Haciendo construir este piso de nueva forma se cayó y se mató. Pero le hicieron un magnífico entierro con música, se echaron llores y juncos en las calles por las que pasó el féretro. Pronunciaron en su tumba diez oraciones fúnebres, á cuál más largas, y el diario puso una orla negra á sus columnas. El muerto habría apreciado estas ventajas si las hubiese presenciado, pues lo que más prefería era que hablasen de él. Le elevaron un monumento funerario y algo es algo.

Había muerto, y muerto había también sus tres hermanos mayores. No sobrevivía más que el quinto, el gran hablador, y en esto no salía de su papel que era quedarse siempre con la última. Como dicho queda; había adquirido la reputación de un hombre entendido y capaz aunque no hubiese hecho más que hablar sobre las obras ajenas. « Es una buena cabeza, » decían en general. ¿Había sido algo este sujeto? Su hora le llegó, murió y se presentó á las puertas del cielo. Allí se entra de dos en dos. Tenía á su lado otra alma que también quería entrar, y era precisamente Margarita, la mendiga, la que habitaba la choza del dique.

« En verdad, singular contraste es que yo y esta alma miserable nos presentemos juntos, dijo el hablador. ¿Quién sois vos, buena mujer, que queréis entrar en el paraíso? »

La buena anciana se inclinó con el mayor respeto, pensando que era por lo menos San Pedro el que la hablaba. « Soy una mendiga, dijo, sola y sin familia. Yo soy la que llamaban la vieja Margarita de la casa del dique.

— Y bien. ¿qué habéis hecho de bueno y útil en la tierra durante vuestra vida?

— En verdad no podría decirlo. No, no he hecho nada para merecer que me abran esta puerta. Será un favor sin igual si me permiten que me cuele de rondón en el paraiso.


— ¿Cómo habéis dejado el otro mundo? » preguntó el replicón por hablar y distraerse, pues se cansaba de esperar á la puerta.

— No se á punto fijo cómo he salido del otro mundo. Durante mis últimos años estuve muy enferma, y sufrí una gran miseria. Una vez me arrastré fuera de mi cama y me embargó un frío glacial. Eso sin duda me mató. Vuestra grandeza recuerda, sin duda, cuan duro fue el invierno; felizmente ya no me puede hacer sufrir. Hubo algunos días sin viento, pero el frío continuaba, y tan lejos como la vista podía extenderse el mar estaba cubierto de una capa de hielo.

» Todos los vecinos de la ciudad fueron á pasearse sobre el terso espejo. Unos iban en trineo, otros corrían patines, aquellos bailaban debajo de una tienda de campaña, estos bebían en las taberna que se habían instalado allí. Desde mi cuarto, oía los sonidos de la música y los gritos de alegría.

» Esto duró hasta por la noche; la luna se había levantado y era hermosa, pero no tenía su brillo acostumbrado: desde mi cama, miraba yo el inmenso mar. De pronto, vi una nube blanca, de un aspecto singular. La consideré con atención y noté un punto negro que se extendía de minuto en minuto. Supe entonces lo que anunciaba. Soy vieja y tengo experiencia. Aunque rara vez se vea esa señal de duelo, la conocía y me acometió un temblor convulsivo.

» La había visto dos veces en mi vida: sabía que aquella nube acarrearía una espantosa tempestad y una marea que se tragaria á todas las pobres personas que bebían y cantaban, no pensando más que en divertirse. Jóvenes y viejos, toda la ciudad estaba allí. ¿Quién los prevendría?... ¿Habría alguien que comprendiese como yo el siniestro presagio, y viese sólo la nube?

» Me preguntaba esto con angustia, y me sentí más vida y fuerza que desde hacía mucho tiempo. Logré salir de mi lecho y llegar á la ventana. No pude ir más allá, estaba rendida.

» Pude sin embargo abrir la ventana. Vi á todos los vecinos correr y saltar por el hielo; todos estaban alegres; los criados y las criadas bailaban; los viejos miraban y aplaudían. Se divertían con todas veras. Pero ¡la nube blanca con el punto negro!...

» Grité cuanto pude; nadie me oía, estaba muy léjos. La tormenta iba á estallar de un momento á otro; el hielo levantado por el agua se rompería y todos perecerian ahogados. ¡Nadie podría socorrerlos!

» Volví á gritar con todas mis fuerzas, pero tampoco me oyeron, y era imposible que llegase hasta ellos ¿Cómo atraerlos á tierra?

» El Dios de bondad me inspiró entonces la idea de pegar fuego á mi cama y quemar mi casa antes que dejar morir miserablemente á todas aquellas gentes. Al instante ejecuté mi designio. Las llamas rojizas comenzaron á elevarse. Era una especie de faro que les encendía. Pasé el umbral de la puerta, pero permanecí allí por el suelo, sin fuerzas. El fuego salía por el techo, por las ventanas, por la puerta; las llamaradas llegaban hasta la cama para xxxx.


» La población que estaba sobre el hielo notó la claridad, todos acudieron para salvar á la pobre mujer que suponían iba á ser quemada viva. No hubo ni uno que no se precipitase hacia el dique ni el ruido de los pasos y casi al mismo tiempo un espantoso estruendo resonó en los aires, ruidos sordos, descargas eléctricas, como cañonazos. La marea subió, levantó el hielo y lo rompió. Pero no había nadie sobre él. Los había salvado á todos.

« El espanto, el esfuerzo que tuve que hacer, el frío glacial que se apoderó de mí acabaron con mi triste existencia y hé aquí como he llegado á la puerta del cielo. He oído decir que se abría á veces para pobres criaturas como yo; no tengo amparo, no existe mi casa; ¿me recibirán aquí? »

Acababa de pronunciar estas palabras cuando la puerta del paraíso se abrió de par en par y un ángel introdujo á la pobre vieja. Esta dejó caer una pajita de las que había en su cama cuando la prendió fuego. La paja se cambió en oro puro, creció en un segundo, echó ramas, hojas y flores y fué lo mismo que un maravilloso árbol de oro.

« Ya ves, dijo el ángel al hablador, lo que esta mendiga ha traído. Y tú ¿qué traes? Nada, yo lo sé; nada has producido en tu vida, ni siquiera un ladrillo. Si pudieses volver á la tierra para fabricar uno, saldría mal hecho, pero sería prueba de buena voluntad, y la buena voluntad es algo. Desgraciadamente es imposible y no puedo hacer nada por ti. »

Entónces, la mendiga de la casa del dique se puso á suplicar por él:


« Lo reconozco, dijo, su hermano fué quien me dió los ladrillos para hacer mi casa. ¡Qué bondadoso fué para conmigo! ¿No podrían servir todos aquellos pedazos de ladrillos por el ladrillo entero que este debería dar? Sería una gracia, sin duda; pero ¿no es aquí donde se hacen todas las gracias?

— Ya lo ves, replicó el ángel, el más humilde de tus hermanos, el que estimabas aun menos que los otros y cuyo honrado oficio te parecía tan despreciable, será él que te podrá hacer entrar en el paraíso. Gracias á él no serás rechazado; te se permite permanecer ahí, delante de la puerta, para que reflexiones en lo que has hecho de tu vida terrestre y trates de reparar tus fallas. Pero no entrarás hasta que tengas algo que pueda suplir tu indigencia efectiva.

— Todo eso, pensó el replicón, se podría expresar con más elocuencia. » Pero guardó para sí su observación y de parte de un crítico, ya era algo y aun algos.

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