LA EUTANASIA
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LA EUTANASIA
EUTANASIA
Muchas confesiones religiosas, como la cristiana y la judía, creen que Dios dá la vida y por lo tanto sólo a El corresponde la potestad de quitarla. En este contexto, la eutanasia sería considerada como rechazo a la soberanía de Dios. Desde otro punto de vista, sin embargo se califica de injusta la utilización de un argumento religioso para decidir política y públicamente sobre un tema tan trascendental y complejo como éste.
Algunos antecedentes históricos
La civilización griega fue la primera en emplear la palabra euthanasia, para quienes significaba una buena muerte (tahanatos). La misma era aprobada por el estado, ya que los gobernadores contaban con veneno para todo aquel que deseaba morir, otorgándoles a su vez una autorización oficial: «Quien no desee vivir debe exponer los motivos al Senado y una vez lo haya recibido, puede quitarse la vida. Si existencia te resulta odiosa, muere; si el destino te es adverso, bebe cicuta. Si la pena te abruma, abandona la vida. Dejad que el infeliz relate su desgracia, dejad que el magistrado le proporcione el remedio para que él mismo pueda ponerle fin». Esto sucedía básicamente en Atenas, Quíos y Massalia.
Sin lugar a dudas, que Grecia era una sociedad que aceptaba la eutanasia como práctica ideada hacia un buen morir, con la finalidad de evitar la mala vida. Sin embargo, esta práctica tiene sus defensores y detractores desde la antigüedad, hasta nuestros días. Por ejemplo, desde épocas muy remotas quienes defendían a la eutanasia eran Sócrates y Platón, quienes se aferraban a la idea de que una enfermedad dolorosa y que llevara a un alto sufrimiento, sería una buena razón para dejar de vivir.
Heródoto era un médico, y profesor de Hipócrates, condenado por el filósofo en la República por «fomentar las enfermedades e inventar la forma de prolongar la muerte» y agrega «por ser maestro y de constituir enfermiza; ha encontrado la manera, primero de torturarse a sí mismo, y después al resto del mundo». Pese a ello, hay quienes se oponían a esta práctica condenándola, por ejemplo grupos como los pitagóricos, aristotélicos y epicúreos.
No obstante, Grecia no fue la única que permitía este tipo de práctica. En Roma, se creía que un enfermo Terminal podía suicidarse porque poseía motivos suficientes y valederos para hacerlo. Por lo que sólo se penalizaba al suicidio ilógico y sin relación al padecimiento de una enfermedad. Entonces la ideología romana era que vivir notablemente significaba por lo tanto morir de la misma manera. Tal es así que hasta los aristócratas prisioneros se les concedía frecuentemente evitar ser ejecutados mediante la opción del suicidio. Imaginémoslos a través de las palabras de Séneca el estoico: «Hay una gran diferencia entre un hombre que prolonga su vida o su muerte. Si el cuerpo ya no sirve para nada, ¿por qué no debería liberarse al alma atormentada? Quizá sería mejor hacerlo un poco antes, ya que cuando llegue ese momento es posible que no pueda actuar».
Este hecho comenzó a girar radicalmente cuando el suicidio es castigado con la negación de una “cristiana sepultura” a la persona que violentaba contra su propio vida. Hecho que tomó su impulso cuando en el mundo occidental dominó la religión cristiana. Si una persona padecía alguna enfermedad y su sufrimiento era muy intenso, no se podía pensar en la mínima posibilidad de un alivio piadoso. Es por esto que este rechazo llega a marcar influencia en la esfera de la legislación civil. Por ejemplo, la víctima era partícipe de un entierro degradante y un posterior abandono en la vía pública, tras la expropiación de sus bienes. Cabe aclarar que no se realizaban excepciones, aunque haya sido una persona que sufriera una enfermedad incurable.
Según esta posición, las funciones de la Iglesia y del Estado son usurpadas por el suicida. Tal es así que el suicidio- contrario al quinto mandamiento cristiano, “no matarás”, fue bien definido hacia el siglo IV por San Agustín, como “detestable u abominable perversidad”. ¿Por qué dice esto? Porque Dios es el que concede la vida y también los sufrimientos, entonces como cristianos la obligación es soportarlos. Y es la Iglesia quien con su poder regla las costumbres y las prácticas de la sociedad. Entonces, estas nociones son en la Edad Media la muestra de toda su dominación.
Sin embargo, este dominio de la Iglesia se fue debilitando como producto de un renovado Interés por el individualismo, hecho que se dio en el Renacimiento cambiando la concepción del suicidio, tema en cuestión hasta el momento. Esto favoreció a flexibilizar y complejizar todas aquellas decisiones morales referidas a la vida y la muerte. Desde aquí se comenzó a hablar de una eutanasia voluntaria, como lo hizo Tomás Moro en su obra titulada Utopía, en 1516, donde el autor describía este hecho con autorización oficial inserto en una sociedad ideal. Por otra parte, Montaigne, también escribió sobre el tema plasmado en cinco ensayos y concluyendo en que la eutanasia es una elección personal y racional bajo algunas circunstancias. Ya que el consideraba que el suicidio era un acto justificado, mientras que en la escala de la naturaleza, el hombre tenga dignidad y habilidad para valorarse a sí mismo.
Actualmente, “el debate es entre dos concepciones de la autonomía individual. “Los que quieren legalizar la eutanasia afirman que este derecho [a la muerte] es ilimitado y es exigible por el individuo frente a la sociedad y los médicos”. En cambio, los contrarios a la eutanasia “sostienen que la preocupación por el bien común exige poner límites a una reivindicación individual que, si se reconociera por ley, daría paso a un derecho a la muerte incompatible con las fuentes morales de la democracia”. Estos, conscientes de la función simbólica que tienen las leyes, “se niegan a convertir la justicia en un calco de meros deseos individuales y no separan el derecho de una reflexión filosófica sobre la condición humana. La política, lejos de reducirse al arte de conquistar y conservar el poder, supone que las decisiones se articulen según valores comunes“. (La Eutanasia, una solución anticuada; en http://www.condignidad.org/eutanasia-anticuada)
La posición de la Iglesia católica ante la eutanasia
La institución que actualmente rechaza y combate a la eutanasia, es la Iglesia católica, la cual ha realizado una serie de declaraciones al respecto a través de la Comisión Permanente Episcopal: “Respetamos sinceramente la conciencia de las personas, santuario en el que cada uno se encuentra con la voz suave y gente del amor de Dios. No juzgamos el interior de nadie.
Comprendemos también que determinados condicionamientos psicológicos, culturales y sociales pueden llevar a realizar acciones que contradicen radicalmente la inclinación innata de cada uno a la vida, atenuando o anulando la responsabilidad subjetiva. Pero no se puede negar la existencia de una batalla jurídica y publicitaria, con el fin de obtener el reconocimiento del llamado ‘derecho a la muerte digna’, es esta postura pública la que tenemos que enjuiciar y denunciar como equivocada en sí misma y peligrosa para la convivencia social. Una cosa son la conciencia y las decisiones personales y otra lo que se propone como criterio ético legal para regular las relaciones entre los ciudadano”.
La Iglesia católica considera que el aprecio por toda vida humana fue un progreso introducido por el cristianismo, lo que supone que se vive en la actualidad es un retroceso. Un retroceso que hay que colocar en lo que el Papa denomina “cultura de la muerte”.
De esta manera, la Iglesia considera a la eutanasia como aquella actuación cuyo objeto es causar la muerte a un ser humano para evitarles sufrimientos, bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de calidad mínima para que merezca el calificativo de digna. Esta práctica convertiría a la eutanasia en una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro, ya mediante un acto positivo, ya mediante la omisión de la atención y cuidados debidos.
De la eutanasia, así entendida, el Papa Juan Pablo II enseña solemnemente: ‘De acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana’.
La batalla política sobre la eutanasia
Actualmente, la eutanasia se transformó en una problemática que conjuga un dilema jurídico y moral. Un dato certero es el que demuestra el aumento, en los últimos años, del número de asociaciones pro-eutanasia, desplegando una intensa actividad divulgativa y reivindicativa a favor del derecho individual de las personas para elegir sobre su propia vida. Al mismo tiempo, estas asociaciones se ven combatidas por la “cruzada a favor de la vida” encabezada por las organizaciones religiosas.
Diversas asociaciones han luchado contra los que defienden la posibilidad de elegir una muerte digna. Los argumentos que legitiman a estos grupos oscilan entre el respeto a la voluntad divina hasta el miedo a crear lagunas jurídicas que proporcionen impunidad a posibles asesinatos. Los debates sobre la eutanasia generalmente terminan siendo dominados por prejuicios morales, religiosos, emocionales, etc.
Sin cuestionar los diferentes puntos de vista, cabría preguntarse: ¿se le puede aplicar la eutanasia o asesoramiento en su suicidio a un enfermo terminal, que considere que su vida no es razón suficiente para soportar un dolor intratable, la pérdida de dignidad o la pérdida de importantes facultades, y que pide repetidamente ayuda para morir, siendo consciente y sin estar en capacidad de fingir una depresión?.
La problemática de la eutanasia conjuga y enfrenta diversos posicionamientos frente a los derechos humanos. En este sentido, numerosas asociaciones pro eutanasia han comenzado una campaña de concientización de la sociedad, para que ésta reconozca el derecho de cada individuo a decidir sobre su propia vida. Por otro lado, otro sector de la sociedad, encabezado por las asociaciones religiosas, se oponen drásticamente a la legalización de la eutanasia. En la actualidad, la eutanasia se ha convertido en una ardua batalla de carácter político.
Formas de aplicación de la eutanasia
La eutanasia pasiva hace referencia a la muerte natural, es un termino que muchas veces es utilizado de forma errónea por los medios de comunicación. La misma se produce cuando se suspende el uso de los instrumentos que apoyan la vida o aquellos suministros de medicamentos, de tal forma que se produzca la muerte que no contraría la ley natural.
Por el contrario, la eutanasia activa supone la intervención directa que ocasiona la muerte del paciente poniendo fin a su sufrimiento. En general, los defensores de esta opción, coinciden en la necesidad de que existan condiciones previas que permitan realizarla como la solicitud directa por parte del paciente o enfermo terminal de querer poner fin a su vida, la imposibilidad de la medicina para salvarle, la incapacidad de los fármacos para evitar su dolor y sufrimiento y el consentimiento de médicos y familiares, entre otras.
Con respecto a ello, se ha expresado anteriormente cuales son las posiciones de los detractores religiosos en cuanto a este tema. Sin embargo, más allá de estos grupos, los detractores de la eutanasia, en su lucha por impedir su aprobación legal, argumentan que al estar el suicidio asistido y/o la eutanasia disponibles, esto daría lugar a que algunos sujetos presionaran a sus familiares para que acepten morir, poniendo de relieve la dificultad de establecer controles estrictos para probar la influencia de otros sobre la decisión del paciente. Otras personas desearán morir porque sufren de depresión clínica, invalidando esta condición una decisión consciente.
El suicidio asistido se relaciona vagamente con la eutanasia, éste se produce cuando alguien le da información y los medios necesarios a un paciente para que pueda terminar fácilmente con su propia vida.
Eutanasia: ¿Derecho a morir?
En este tiempo de penumbra ética en que nos ha tocado vivir, la eutanasia (literalmente, buena muerte) aparece como una alternativa cada vez más aceptable por la sociedad mundial. Con el devenir de los años el permisivismo será todavía mayor. Por ello viene bien escuchar alguna voz autorizada en la materia, como la del Dr. Luis Aldo Ravaioli.
“El médico, profesional de la vida, no puede ser el brazo ejecutor de los designios homicidas. Y esto no es un problema de religión o de creencias, es un compromiso serio que abarca a todos los hombres de buena voluntad. Todos estamos llamados a respetar y tutelar la vida humana.
No hay hombres de buena voluntad, creyentes o no creyentes, que puedan negarse a respetar la vida humana, particularmente cuando el medio ambiente ejerce una presión en contrario. El respeto por los derechos del hombre y por la ética objetiva, así lo exigen. Este es el compromiso de las profesiones sanitarias, es un compromiso solemne que dignifica a la medicina y a los médicos. Más allá de las concesiones legales, aunque inmorales, y del permisivismo social, los hombres honrados deben defender la vida, tutelarla y promoverla.
La eutanasia, sea eugénica, piadosa, positiva, negativa, directa, voluntaria, involuntaria, suicidio, suicidio asistido, etc.. constituye siempre un atentado contra el hombre y la sociedad, contra el orden natural y el revelado. No es una práctica médica, hablando con propiedad, ya que la esencia de la medicina no consiste en matar o dejar morir.
Estas acciones son un retraso científico y un retroceso histórico, un anacronismo primitivo injustificable e insostenible. La valoración ética de la eutanasia es negativa e instrínsecamente mala.
Ninguna sociedad mejoró, ninguna ciencia progresó, ningún hombre fue más bueno, ni ningún problema se resolvió, aceptando la idea de que hay vidas que no deben tutelarse, de que hay vidas sin dignidad ni trascendencia”.
Para terminar, un buen consejo para los pacientes, del Dr. John Wilke, de la Universidad de Cincinnati: “Si no le pueden aliviar el dolor, no pida usted la eutanasia. Cambie de médico, porque el suyo es incompetente”
Fuente: Diario “El Colono” Edición N°2048
Muchas confesiones religiosas, como la cristiana y la judía, creen que Dios dá la vida y por lo tanto sólo a El corresponde la potestad de quitarla. En este contexto, la eutanasia sería considerada como rechazo a la soberanía de Dios. Desde otro punto de vista, sin embargo se califica de injusta la utilización de un argumento religioso para decidir política y públicamente sobre un tema tan trascendental y complejo como éste.
Algunos antecedentes históricos
La civilización griega fue la primera en emplear la palabra euthanasia, para quienes significaba una buena muerte (tahanatos). La misma era aprobada por el estado, ya que los gobernadores contaban con veneno para todo aquel que deseaba morir, otorgándoles a su vez una autorización oficial: «Quien no desee vivir debe exponer los motivos al Senado y una vez lo haya recibido, puede quitarse la vida. Si existencia te resulta odiosa, muere; si el destino te es adverso, bebe cicuta. Si la pena te abruma, abandona la vida. Dejad que el infeliz relate su desgracia, dejad que el magistrado le proporcione el remedio para que él mismo pueda ponerle fin». Esto sucedía básicamente en Atenas, Quíos y Massalia.
Sin lugar a dudas, que Grecia era una sociedad que aceptaba la eutanasia como práctica ideada hacia un buen morir, con la finalidad de evitar la mala vida. Sin embargo, esta práctica tiene sus defensores y detractores desde la antigüedad, hasta nuestros días. Por ejemplo, desde épocas muy remotas quienes defendían a la eutanasia eran Sócrates y Platón, quienes se aferraban a la idea de que una enfermedad dolorosa y que llevara a un alto sufrimiento, sería una buena razón para dejar de vivir.
Heródoto era un médico, y profesor de Hipócrates, condenado por el filósofo en la República por «fomentar las enfermedades e inventar la forma de prolongar la muerte» y agrega «por ser maestro y de constituir enfermiza; ha encontrado la manera, primero de torturarse a sí mismo, y después al resto del mundo». Pese a ello, hay quienes se oponían a esta práctica condenándola, por ejemplo grupos como los pitagóricos, aristotélicos y epicúreos.
No obstante, Grecia no fue la única que permitía este tipo de práctica. En Roma, se creía que un enfermo Terminal podía suicidarse porque poseía motivos suficientes y valederos para hacerlo. Por lo que sólo se penalizaba al suicidio ilógico y sin relación al padecimiento de una enfermedad. Entonces la ideología romana era que vivir notablemente significaba por lo tanto morir de la misma manera. Tal es así que hasta los aristócratas prisioneros se les concedía frecuentemente evitar ser ejecutados mediante la opción del suicidio. Imaginémoslos a través de las palabras de Séneca el estoico: «Hay una gran diferencia entre un hombre que prolonga su vida o su muerte. Si el cuerpo ya no sirve para nada, ¿por qué no debería liberarse al alma atormentada? Quizá sería mejor hacerlo un poco antes, ya que cuando llegue ese momento es posible que no pueda actuar».
Este hecho comenzó a girar radicalmente cuando el suicidio es castigado con la negación de una “cristiana sepultura” a la persona que violentaba contra su propio vida. Hecho que tomó su impulso cuando en el mundo occidental dominó la religión cristiana. Si una persona padecía alguna enfermedad y su sufrimiento era muy intenso, no se podía pensar en la mínima posibilidad de un alivio piadoso. Es por esto que este rechazo llega a marcar influencia en la esfera de la legislación civil. Por ejemplo, la víctima era partícipe de un entierro degradante y un posterior abandono en la vía pública, tras la expropiación de sus bienes. Cabe aclarar que no se realizaban excepciones, aunque haya sido una persona que sufriera una enfermedad incurable.
Según esta posición, las funciones de la Iglesia y del Estado son usurpadas por el suicida. Tal es así que el suicidio- contrario al quinto mandamiento cristiano, “no matarás”, fue bien definido hacia el siglo IV por San Agustín, como “detestable u abominable perversidad”. ¿Por qué dice esto? Porque Dios es el que concede la vida y también los sufrimientos, entonces como cristianos la obligación es soportarlos. Y es la Iglesia quien con su poder regla las costumbres y las prácticas de la sociedad. Entonces, estas nociones son en la Edad Media la muestra de toda su dominación.
Sin embargo, este dominio de la Iglesia se fue debilitando como producto de un renovado Interés por el individualismo, hecho que se dio en el Renacimiento cambiando la concepción del suicidio, tema en cuestión hasta el momento. Esto favoreció a flexibilizar y complejizar todas aquellas decisiones morales referidas a la vida y la muerte. Desde aquí se comenzó a hablar de una eutanasia voluntaria, como lo hizo Tomás Moro en su obra titulada Utopía, en 1516, donde el autor describía este hecho con autorización oficial inserto en una sociedad ideal. Por otra parte, Montaigne, también escribió sobre el tema plasmado en cinco ensayos y concluyendo en que la eutanasia es una elección personal y racional bajo algunas circunstancias. Ya que el consideraba que el suicidio era un acto justificado, mientras que en la escala de la naturaleza, el hombre tenga dignidad y habilidad para valorarse a sí mismo.
Actualmente, “el debate es entre dos concepciones de la autonomía individual. “Los que quieren legalizar la eutanasia afirman que este derecho [a la muerte] es ilimitado y es exigible por el individuo frente a la sociedad y los médicos”. En cambio, los contrarios a la eutanasia “sostienen que la preocupación por el bien común exige poner límites a una reivindicación individual que, si se reconociera por ley, daría paso a un derecho a la muerte incompatible con las fuentes morales de la democracia”. Estos, conscientes de la función simbólica que tienen las leyes, “se niegan a convertir la justicia en un calco de meros deseos individuales y no separan el derecho de una reflexión filosófica sobre la condición humana. La política, lejos de reducirse al arte de conquistar y conservar el poder, supone que las decisiones se articulen según valores comunes“. (La Eutanasia, una solución anticuada; en http://www.condignidad.org/eutanasia-anticuada)
La posición de la Iglesia católica ante la eutanasia
La institución que actualmente rechaza y combate a la eutanasia, es la Iglesia católica, la cual ha realizado una serie de declaraciones al respecto a través de la Comisión Permanente Episcopal: “Respetamos sinceramente la conciencia de las personas, santuario en el que cada uno se encuentra con la voz suave y gente del amor de Dios. No juzgamos el interior de nadie.
Comprendemos también que determinados condicionamientos psicológicos, culturales y sociales pueden llevar a realizar acciones que contradicen radicalmente la inclinación innata de cada uno a la vida, atenuando o anulando la responsabilidad subjetiva. Pero no se puede negar la existencia de una batalla jurídica y publicitaria, con el fin de obtener el reconocimiento del llamado ‘derecho a la muerte digna’, es esta postura pública la que tenemos que enjuiciar y denunciar como equivocada en sí misma y peligrosa para la convivencia social. Una cosa son la conciencia y las decisiones personales y otra lo que se propone como criterio ético legal para regular las relaciones entre los ciudadano”.
La Iglesia católica considera que el aprecio por toda vida humana fue un progreso introducido por el cristianismo, lo que supone que se vive en la actualidad es un retroceso. Un retroceso que hay que colocar en lo que el Papa denomina “cultura de la muerte”.
De esta manera, la Iglesia considera a la eutanasia como aquella actuación cuyo objeto es causar la muerte a un ser humano para evitarles sufrimientos, bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de calidad mínima para que merezca el calificativo de digna. Esta práctica convertiría a la eutanasia en una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro, ya mediante un acto positivo, ya mediante la omisión de la atención y cuidados debidos.
De la eutanasia, así entendida, el Papa Juan Pablo II enseña solemnemente: ‘De acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana’.
La batalla política sobre la eutanasia
Actualmente, la eutanasia se transformó en una problemática que conjuga un dilema jurídico y moral. Un dato certero es el que demuestra el aumento, en los últimos años, del número de asociaciones pro-eutanasia, desplegando una intensa actividad divulgativa y reivindicativa a favor del derecho individual de las personas para elegir sobre su propia vida. Al mismo tiempo, estas asociaciones se ven combatidas por la “cruzada a favor de la vida” encabezada por las organizaciones religiosas.
Diversas asociaciones han luchado contra los que defienden la posibilidad de elegir una muerte digna. Los argumentos que legitiman a estos grupos oscilan entre el respeto a la voluntad divina hasta el miedo a crear lagunas jurídicas que proporcionen impunidad a posibles asesinatos. Los debates sobre la eutanasia generalmente terminan siendo dominados por prejuicios morales, religiosos, emocionales, etc.
Sin cuestionar los diferentes puntos de vista, cabría preguntarse: ¿se le puede aplicar la eutanasia o asesoramiento en su suicidio a un enfermo terminal, que considere que su vida no es razón suficiente para soportar un dolor intratable, la pérdida de dignidad o la pérdida de importantes facultades, y que pide repetidamente ayuda para morir, siendo consciente y sin estar en capacidad de fingir una depresión?.
La problemática de la eutanasia conjuga y enfrenta diversos posicionamientos frente a los derechos humanos. En este sentido, numerosas asociaciones pro eutanasia han comenzado una campaña de concientización de la sociedad, para que ésta reconozca el derecho de cada individuo a decidir sobre su propia vida. Por otro lado, otro sector de la sociedad, encabezado por las asociaciones religiosas, se oponen drásticamente a la legalización de la eutanasia. En la actualidad, la eutanasia se ha convertido en una ardua batalla de carácter político.
Formas de aplicación de la eutanasia
La eutanasia pasiva hace referencia a la muerte natural, es un termino que muchas veces es utilizado de forma errónea por los medios de comunicación. La misma se produce cuando se suspende el uso de los instrumentos que apoyan la vida o aquellos suministros de medicamentos, de tal forma que se produzca la muerte que no contraría la ley natural.
Por el contrario, la eutanasia activa supone la intervención directa que ocasiona la muerte del paciente poniendo fin a su sufrimiento. En general, los defensores de esta opción, coinciden en la necesidad de que existan condiciones previas que permitan realizarla como la solicitud directa por parte del paciente o enfermo terminal de querer poner fin a su vida, la imposibilidad de la medicina para salvarle, la incapacidad de los fármacos para evitar su dolor y sufrimiento y el consentimiento de médicos y familiares, entre otras.
Con respecto a ello, se ha expresado anteriormente cuales son las posiciones de los detractores religiosos en cuanto a este tema. Sin embargo, más allá de estos grupos, los detractores de la eutanasia, en su lucha por impedir su aprobación legal, argumentan que al estar el suicidio asistido y/o la eutanasia disponibles, esto daría lugar a que algunos sujetos presionaran a sus familiares para que acepten morir, poniendo de relieve la dificultad de establecer controles estrictos para probar la influencia de otros sobre la decisión del paciente. Otras personas desearán morir porque sufren de depresión clínica, invalidando esta condición una decisión consciente.
El suicidio asistido se relaciona vagamente con la eutanasia, éste se produce cuando alguien le da información y los medios necesarios a un paciente para que pueda terminar fácilmente con su propia vida.
Eutanasia: ¿Derecho a morir?
En este tiempo de penumbra ética en que nos ha tocado vivir, la eutanasia (literalmente, buena muerte) aparece como una alternativa cada vez más aceptable por la sociedad mundial. Con el devenir de los años el permisivismo será todavía mayor. Por ello viene bien escuchar alguna voz autorizada en la materia, como la del Dr. Luis Aldo Ravaioli.
“El médico, profesional de la vida, no puede ser el brazo ejecutor de los designios homicidas. Y esto no es un problema de religión o de creencias, es un compromiso serio que abarca a todos los hombres de buena voluntad. Todos estamos llamados a respetar y tutelar la vida humana.
No hay hombres de buena voluntad, creyentes o no creyentes, que puedan negarse a respetar la vida humana, particularmente cuando el medio ambiente ejerce una presión en contrario. El respeto por los derechos del hombre y por la ética objetiva, así lo exigen. Este es el compromiso de las profesiones sanitarias, es un compromiso solemne que dignifica a la medicina y a los médicos. Más allá de las concesiones legales, aunque inmorales, y del permisivismo social, los hombres honrados deben defender la vida, tutelarla y promoverla.
La eutanasia, sea eugénica, piadosa, positiva, negativa, directa, voluntaria, involuntaria, suicidio, suicidio asistido, etc.. constituye siempre un atentado contra el hombre y la sociedad, contra el orden natural y el revelado. No es una práctica médica, hablando con propiedad, ya que la esencia de la medicina no consiste en matar o dejar morir.
Estas acciones son un retraso científico y un retroceso histórico, un anacronismo primitivo injustificable e insostenible. La valoración ética de la eutanasia es negativa e instrínsecamente mala.
Ninguna sociedad mejoró, ninguna ciencia progresó, ningún hombre fue más bueno, ni ningún problema se resolvió, aceptando la idea de que hay vidas que no deben tutelarse, de que hay vidas sin dignidad ni trascendencia”.
Para terminar, un buen consejo para los pacientes, del Dr. John Wilke, de la Universidad de Cincinnati: “Si no le pueden aliviar el dolor, no pida usted la eutanasia. Cambie de médico, porque el suyo es incompetente”
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