CARTA DE SENECA 4
2 participantes
EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Historia de Vida y Cartas :: Cartas de Séneca a Lucilio
Página 1 de 1.
CARTA DE SENECA 4
CARTA DE SENECA 4
Séneca a su Lucilio saluda,
Perservera como comenzaste y apresúrate cuanto puedas a fin de que disfrutes más largo tiempo de un espíritu enmendado y ordenado. Disfrutas ya pues mientras enmiendas, también mientras ordenas: todavía otro es el placer que se percibe de la contemplación de una mente inmaculada y resplandeciente.
Con seguridad conservas en tu memoria cuán grande fue tu alegría cuando desataviada tu pretexta, vestiste la toga viril y fuiste conducido al foro. Aún más espera cuando hayas depuesto el espíritu infantil y la filosofía te enrole entre los hombres. Queda empero, no la infancia, sino más grave, la puerilidad. Peor aún, por cuanto tenemos la autoridad de los viejos y persisten todavía los defectos de los niños, y no sólo de los niños sino de los infantes. Aquellos, de levedades, éstos de falsas visiones se espantan. Nosotros de ambas.
Avanza pues: comprenderás qué muchas cosas tanto menos deben temerse justamente porque que demasiado temor consigo acarrean. Para nada es un gran mal el que es final. La muerte viene hacia ti. De temer sería si pudiere permanecer contigo: necesario es, o bien que no llegue o bien que pase de largo.
"Difícil es" - dices - "persuadir el ánimo a despreciar lo que lo anima". ¿Pero es que no ves acaso cuán frívolas son las causas por las que la vida puede ser desdeñada? Uno se colgó de un lazo frente a la puerta de su amante, otro se precipitó del techo para no escuchar más a su colérico amo; un fugado se incrustó el hierro en sus vísceras para no ser reconducido. ¿No crees que la virtud pueda lograr lo que el exceso de pavor? Nadie puede llevar una vida serena si piensa excesivamente en prolongarla, nadie, para quien el contar varios cónsules figure entre sus mayores bienes.
Medita esto cotidianamente para que puedas con ánimo igual abandonar la vida, a la que muchos se abrazan y se obstinan a la manera de aquellos que arrastrados por las aguas de un torrente, se aferran a espinas y zarzas. Los más, flotan miserables entre el pavor de la muerte y los tormentos de la vida: vivir no quieren, morir no saben.
Así, bríndate una vida gozosa deponiendo toda inquietud por ella. Ningún bien ayuda a su poseedor a menos que su espíritu esté preparado para perderlo y nada por otra parte es más fácil de abandonar que aquello cuya pérdida no se puede lamentar. Por ello, contra las adversidades que incluso pueden abatirse sobre los más poderosos, cobra valor y fortalécete.
De un pupilo y de un eunuco recibió Pompeyo su sentencia capital; Craso, de un cruel e insolente parto; Cayo César ordenó a Lépido ofrecer su cerviz al tribuno Dexter y él mismo hubo de tendérsela a Querea. A nadie la fortuna de tal modo eleva que no lo amenace tanto como cuanto le brinda. No quieras fiarte de la tranquilidad reinante: en un instante el mar enfurece: el mismo día, allí donde se solazaron, los navíos son englutidos.
Piensa que bandidos y enemigos pueden poner la espada en tu garganta y, como si no bastasen las potestades más grandes, ningún esclavo hay que de tu vida no sea árbitro. Tal lo digo: quienquiera su propia vida desprecia, es amo y Señor de la tuya. Ten presente esos ejemplos de aquellos que perecieron en querellas domésticas, sea por abierta violencia, sea por insidia. Comprende que la ira de los esclavos no menos ha asesinado que la de los reyes. ¿Qué te importa en consecuencia cuán poderoso sea quien temes, puesto que justamente aquello que temes cualquiera lo puede?
Y si por azar cayeres en las manos del enemigo, el vencedor ordenará conducirte allí precisamente donde ya estás yendo. ¿Para qué engañarte a ti mismo y no comprender ya y aquí mismo lo que desde hace tiempo padeces? Tal lo digo: desde que naciste, eres allí llevado. Con todo esto y de tal manera debe versarse el alma, si queremos esperar plácidamente aquella última hora, cuyo pavor a todos los otros inquieta.
Pero para poner un fin a esta carta, recibe lo que hoy día - pese a ser cosecha de otro jardín - me complació: "Magna riqueza es la pobreza ordenada por la ley de la naturaleza. ¿Conoces empero las fronteras que esa ley de la naturaleza determinó para nosotros? No tener hambre, no tener sed, no tener frío. Para alejar el hambre y la sed no es necesario rondar en las cercanías del soberbio ni soportar sus cejas fruncidas ni su humanidad desdeñosa, no es necesario provocar los mares ni seguir a los ejércitos: a tu alcance y ya servido está lo que la naturaleza desea.
Sudar por lo superfluo, es eso lo que desgasta la toga, lo que nos obliga a envejecer bajo las tiendas, lo que nos lleva a golpearnos contra litorales ajenos. Al alcance de la mano está lo suficiente. Aquel que con la pobreza bien se lleva rico es.
Que sigas bien.
Séneca a su Lucilio saluda,
Perservera como comenzaste y apresúrate cuanto puedas a fin de que disfrutes más largo tiempo de un espíritu enmendado y ordenado. Disfrutas ya pues mientras enmiendas, también mientras ordenas: todavía otro es el placer que se percibe de la contemplación de una mente inmaculada y resplandeciente.
Con seguridad conservas en tu memoria cuán grande fue tu alegría cuando desataviada tu pretexta, vestiste la toga viril y fuiste conducido al foro. Aún más espera cuando hayas depuesto el espíritu infantil y la filosofía te enrole entre los hombres. Queda empero, no la infancia, sino más grave, la puerilidad. Peor aún, por cuanto tenemos la autoridad de los viejos y persisten todavía los defectos de los niños, y no sólo de los niños sino de los infantes. Aquellos, de levedades, éstos de falsas visiones se espantan. Nosotros de ambas.
Avanza pues: comprenderás qué muchas cosas tanto menos deben temerse justamente porque que demasiado temor consigo acarrean. Para nada es un gran mal el que es final. La muerte viene hacia ti. De temer sería si pudiere permanecer contigo: necesario es, o bien que no llegue o bien que pase de largo.
"Difícil es" - dices - "persuadir el ánimo a despreciar lo que lo anima". ¿Pero es que no ves acaso cuán frívolas son las causas por las que la vida puede ser desdeñada? Uno se colgó de un lazo frente a la puerta de su amante, otro se precipitó del techo para no escuchar más a su colérico amo; un fugado se incrustó el hierro en sus vísceras para no ser reconducido. ¿No crees que la virtud pueda lograr lo que el exceso de pavor? Nadie puede llevar una vida serena si piensa excesivamente en prolongarla, nadie, para quien el contar varios cónsules figure entre sus mayores bienes.
Medita esto cotidianamente para que puedas con ánimo igual abandonar la vida, a la que muchos se abrazan y se obstinan a la manera de aquellos que arrastrados por las aguas de un torrente, se aferran a espinas y zarzas. Los más, flotan miserables entre el pavor de la muerte y los tormentos de la vida: vivir no quieren, morir no saben.
Así, bríndate una vida gozosa deponiendo toda inquietud por ella. Ningún bien ayuda a su poseedor a menos que su espíritu esté preparado para perderlo y nada por otra parte es más fácil de abandonar que aquello cuya pérdida no se puede lamentar. Por ello, contra las adversidades que incluso pueden abatirse sobre los más poderosos, cobra valor y fortalécete.
De un pupilo y de un eunuco recibió Pompeyo su sentencia capital; Craso, de un cruel e insolente parto; Cayo César ordenó a Lépido ofrecer su cerviz al tribuno Dexter y él mismo hubo de tendérsela a Querea. A nadie la fortuna de tal modo eleva que no lo amenace tanto como cuanto le brinda. No quieras fiarte de la tranquilidad reinante: en un instante el mar enfurece: el mismo día, allí donde se solazaron, los navíos son englutidos.
Piensa que bandidos y enemigos pueden poner la espada en tu garganta y, como si no bastasen las potestades más grandes, ningún esclavo hay que de tu vida no sea árbitro. Tal lo digo: quienquiera su propia vida desprecia, es amo y Señor de la tuya. Ten presente esos ejemplos de aquellos que perecieron en querellas domésticas, sea por abierta violencia, sea por insidia. Comprende que la ira de los esclavos no menos ha asesinado que la de los reyes. ¿Qué te importa en consecuencia cuán poderoso sea quien temes, puesto que justamente aquello que temes cualquiera lo puede?
Y si por azar cayeres en las manos del enemigo, el vencedor ordenará conducirte allí precisamente donde ya estás yendo. ¿Para qué engañarte a ti mismo y no comprender ya y aquí mismo lo que desde hace tiempo padeces? Tal lo digo: desde que naciste, eres allí llevado. Con todo esto y de tal manera debe versarse el alma, si queremos esperar plácidamente aquella última hora, cuyo pavor a todos los otros inquieta.
Pero para poner un fin a esta carta, recibe lo que hoy día - pese a ser cosecha de otro jardín - me complació: "Magna riqueza es la pobreza ordenada por la ley de la naturaleza. ¿Conoces empero las fronteras que esa ley de la naturaleza determinó para nosotros? No tener hambre, no tener sed, no tener frío. Para alejar el hambre y la sed no es necesario rondar en las cercanías del soberbio ni soportar sus cejas fruncidas ni su humanidad desdeñosa, no es necesario provocar los mares ni seguir a los ejércitos: a tu alcance y ya servido está lo que la naturaleza desea.
Sudar por lo superfluo, es eso lo que desgasta la toga, lo que nos obliga a envejecer bajo las tiendas, lo que nos lleva a golpearnos contra litorales ajenos. Al alcance de la mano está lo suficiente. Aquel que con la pobreza bien se lleva rico es.
Que sigas bien.
Luxor- Poeta especial
- Cantidad de envíos : 1245
Puntos : 58584
Fecha de inscripción : 14/10/2009
sabra- Admin
- Cantidad de envíos : 16986
Puntos : 97327
Fecha de inscripción : 30/05/2009
Temas similares
» CARTA DE SENECA 10
» CARTA DE SENECA 11
» CARTA DE SENECA 12
» CARTA DE SENECA 13
» CARTA DE SENECA 14
» CARTA DE SENECA 11
» CARTA DE SENECA 12
» CARTA DE SENECA 13
» CARTA DE SENECA 14
EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Historia de Vida y Cartas :: Cartas de Séneca a Lucilio
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.