Calor
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EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Poemas Eróticos - Sensuales :: Poesía Erótica Clásica y Breve
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Calor
Hacía calor. A pesar de que su ropa era ligera y veraniega, ésta se pegaba a su cuerpo en algunos puntos de su espalda. Apartó su melena de la nuca y se abanicó, en un improductivo intento de refrescarse, al tiempo que paseaba la mirada a su alrededor.
La masa informe de sudorosos cuerpos se movía al ritmo pesado de la música dando la sensación de ser un enorme y oscuro ente dotado de plasticidad que la envolvía. La penumbra del lugar, únicamente surcada por los haces de luz de color, hacía difícil distinguir nada que no fueran las barras al fondo enmarcadas por llamativas luces de neón.
Allí, apoyado en el extremo de una de ellas, lo vio. Con postura indolente, sus antebrazos sobre el metacrilato, la espalda inclinada hacia delante y la cabeza girada. Sus ojos fijos en ella. Aquel verde parecía el único color distinguible en el lugar.
Se quedó mirándolo, hipnotizada. Vestía unos vaqueros desgastados y una camisa oscura, no del todo amplia. Lucía una ancha pulsera de cuero en la muñeca izquierda, la única que ella veía desde allí, y el pelo claro revuelto, como si alguien hubiera estado pasando los dedos entre los mechones. El chico acercó a su cara el botellín de cerveza con el que había estado jugando entre sus manos y el movimiento reveló un destello en su oreja. Contempló con ávidos ojos cómo los labios se unían a la boca de la botella y creyó estar loca al considerar condenadamente sensual el movimiento de éstos al succionar el líquido. Sintió que la temperatura del local aumentaba varios grados al observar la nuez del cuello masculino moverse arriba y abajo al tragar.
Desvió la mirada bruscamente al darse cuenta de que él no se perdía detalle de su expresión. El calor inundó su rostro de forma fulminante. Era el momento de ir a los aseos a refrescarse con agua, decidió, asombrada por se reacción.
Pero antes volvió a mirar en dirección al chico misterioso, chocando con su mirada fija en ella de nuevo. En ese instante, las palabras del DJ sonaron a través de los altavoces, seguidas de un estruendo musical y toda la gente de la sala levantó las manos en alto imitando al pinchadiscos. Lo perdió de vista.
Y cuando la gente recuperó su postura original, él había desaparecido de la barra.
Miró alrededor en su búsqueda, asustada de la nota de desesperación que le atenazaba, pero fue en vano. Se había esfumado, dejándola sumida en un estado que ella misma ni siquiera era capaz de reconocer.
Moviendo la cabeza con gesto negativo, sonrió, pensando que quizá lo había imaginado. Pero el calor perduraba en su cuerpo, así que continuó con su plan inicial de visitar los servicios.
Se abrió paso como pudo entre la gente, algunos saludándola. Otros yendo un poco más allá e intentando algo más. Rozó varios cuerpos mojados de sudor y se secó con la mano. Ella misma estaba empezando a transpirar.
Se alegró de no tener que hacer cola; los servicios eran enormes y estaban, para su sorpresa, aparentemente limpios y bien decorados. De las paredes color burdeos colgaban espejos de estilo recargado, los marcos con retorcidas florituras doradas. Los lavabos tenían forma de concha y los grifos imitaban piezas antiguas e igualmente doradas. Se apoyó en uno de los que había libres, mirándose al espejo.
Algunos mechones de pelo se habían pegado a su rostro a causa de la transpiración y comprobó que parte de la fina tela de su corto vestido también se pegaba a su cuerpo. Escuchó un sensual sonido seguido de una secuencia de gemidos provenir de uno de los excusados y apretó las piernas fuerte, un leve jadeo escapando entre sus labios.
¿Pero qué le pasaba?
Se echó algo de agua a la cara y la nuca, masajeando ésta última y diciéndose que aquello no se iba a solucionar de forma tan sencilla. Miró a la chica del lavabo contiguo, que le dedicó una sonrisa cómplice al escuchar más lamentos de otro excusado.
Se iba a casa. Necesitaba estar en casa. Sola en su habitación.
Al salir, agradeció la suave brisa que le acarició la cara y le removió la larga melena. La temperatura en la isla blanca no era demasiado elevada, a pesar del mes en que se encontraban. Sin embargo, debido justamente a la época del año, la calle estaba abarrotada de gente, risas y música sonando por doquier.
Una de las ventajas de ser una nativa era que conocía caminos menos transitados, en caso de querer estar más tranquila. Tomó una de esas calles, relajando el paso, sintiendo como, por fin, la ropa se iba soltando de su piel al tiempo que el aire la secaba.
Más serena, reflexionó mientras caminaba sobre sus sandalias planas sobre lo que había ocurrido en el interior de la discoteca. No había sentido un ramalazo de deseo igual nunca antes. Mucho menos con la sola mirada de alguien penetrando en su alma. Nunca. Antes. Igual.
Rió, sintiéndose tonta. Su imaginación le jugaba malas pasadas. Y, como queriendo vengarse de ese pensamiento, la imagen vívida de ella besando los carnosos labios que se habían amorrado a la botella, lamiendo la marcada nuez de Adán… estalló en su cabeza.
Gimió. Era imposible desear de esa forma a alguien que sólo has visto una vez, durante unos minutos.
Era imposible, pero lo hacía. La imagen del chico rubio se le había grabado a fuego y comenzó a fantasear con ella.
Perdida como iba en un huracán de tentadoras visiones y situaciones sugerentes, no se había percatado hasta ese momento de los pasos constantes y sutiles, aunque perfectamente audibles en el silencio de la noche. Fue consciente de que la estaban siguiendo. Con el corazón en la boca, aligeró disimuladamente el paso, un impulso incontrolable. La intriga luchó con el temor, provocando que la sangre se precipitara en sus venas e hizo un velado intento de girar apenas la cabeza para comprobar su sospecha.
Apenas alcanzó a ver un destello áureo y el calor volvió a sonrojar sus mejillas.
El chico rubio. Estaba completamente segura, pensó, lamiéndose los labios, nerviosa. Algo asustada, aceleró sus pasos, sólo para comprobar que los que le seguían aceleraban también. Aparte de alguna pareja demasiado enfrascados en ellos mismos como para percatarse de algo, no había absolutamente nadie alrededor.
Más que saber, presintió que le ganaba terreno y en el preciso momento en que valoraba si echar a correr, una mano se cerró sobre su muñeca deteniéndola en seco.
No se giró. El aire comenzó a salir en pequeñas y rápidas exhalaciones de su boca, el corazón golpeando tan fuerte que pensaba que iba a hacer un maldito agujero en su pecho para escapar calle abajo.
Se quedaron así, tan quietos que imaginó que se habían convertido en estatuas de piedra y los encontrarían allí al salir el sol. Cuando estaba a punto de gritar, de terror o frustración, no lo sabía, él comenzó a acariciar la parte interna de su muñeca con el pulgar, en suaves pasadas que enviaron rayos placenteros a través de su brazo y a lo largo de su cuerpo.
Una petición silenciosa.
Inspiró hondo, dejando escapar el aire despacio. Sintiendo que el húmedo ambiente que los envolvía estaba a punto de empezar a chisporrotear. Un suave, apenas perceptible, tirón de su mano.
Y ella claudicó, sin poder evitarlo.
Se giró, enfrentando su verde mirada. La que le había obsesionado durante los últimos tres cuartos de hora. La que le abrasó la piel en ese justo instante. Fue capaz de leer en ella.
La determinación. El anhelo, el deseo crudo. Las promesas de placer. Su intención de no dejarla escapar esa noche. Sintió un escalofrío atravesar su ser.
Lentamente, él empezó a caminar hacia atrás, sin dejar de acariciar en ningún momento su muñeca ni desconectar sus ojos de los suyos. Tirando de ella como un maldito imán. Nerviosa –e impaciente, reconoció- se dejó arrastrar, sin ver, sin saber hacia dónde. Sólo veía en modo túnel y al final del mismo únicamente estaba su rostro de piel suave. Además de los de la oreja, un tercer piercing taladraba su ceja, constató sin centrarse demasiado en el asunto.
De repente, quería saber más. Le invadió la urgencia de conocer su nombre, quién era y de dónde. El deseo descarnado y misterioso de escuchar su voz. De hundir ella también las manos en su pajizo cabello. De descubrir su cuerpo a través del tacto.
Cuando se detuvieron, miró a su alrededor, tomando conciencia del lugar. Un callejón sin salida, oscuro, apenas dos manzanas de donde se habían visto hacía parecía un siglo.
La acorraló hasta hacer que pegara su espalda a la pared. Las manos le quemaban de la necesidad de tocar el cuerpo de aquel chico, sus nervios destrozados por saber qué iba a pasar exactamente allí. A qué estaba dispuesta ella misma.
Se asustó de lo que le pedía su cuerpo.
-¿Cómo te lla…? –intentó. Mas la frase quedó en suspenso al rozar él sus labios con un dedo, una petición muda.
No iban a hablar. Eso estaba claro.
El dedo dejó de presionar para pasar a acariciar suavemente sus labios. Sin dejar de mirarla, acercó sus caderas a su cuerpo, diciéndole silenciosamente lo que quería de ella. Gimió al notar lo que él guardaba entre sus piernas, caliente y enorme. Se lamió los labios, un gesto nervioso, y pasó la lengua sin querer por el dedo de él.
Y escuchó un gemido quedo que le supo a gloria y envió un rayo de placer directo a su centro.
Con gesto pausado, volvió a sacar la lengua y repitió la caricia. El dedo enseguida estuvo en el interior de su boca, los ojos de él fijos en la acción. Lamió con fruición, cerrando los ojos, lentamente, con suaves pasadas de su lengua que humedecieron el apéndice. Pronto captó el movimiento que él realizaba, entrando y sacando su dedo, como si estuviera follándole la boca con otra parte de su anatomía. Gimió al sentir exactamente la misma cadencia en el balanceo de la parte inferior de sus cuerpos.
Su sexo se humedecía por momentos. Abrió los ojos y tuvo la sensación de que él esperaba ese gesto preciso para adelantar su rostro y unir sus bocas abiertas, uniéndose las lenguas en un beso lento que, en cuestión de segundos, pasó a ser absolutamente salvaje. Porque el feliz descubrimiento de que llevaba otro piercing en la lengua la hizo apretar de nuevo las piernas.
Él se alejó, respirando entrecortadamente. Observó cómo su pecho subía y bajaba y sintió ganas de coger ambas solapas de la camisa y tirar sin piedad de ellas. Parecía adivinar sus pensamientos, porque una de las comisuras de su boca se alzó en una sexy sonrisa.
Se escuchó un profundo gemido seguido de una sarta de improperios y ambos desviaron la vista hacia el fondo del callejón, sin ver más que absoluta oscuridad. Al parecer, no eran los únicos que habían elegido aquel lugar para su encuentro. Sonrió para sí, y él debió de pensar lo mismo, porque su propia sonrisa se terminó de esbozar en su rostro. La idea le pareció increíblemente morbosa.
La masa informe de sudorosos cuerpos se movía al ritmo pesado de la música dando la sensación de ser un enorme y oscuro ente dotado de plasticidad que la envolvía. La penumbra del lugar, únicamente surcada por los haces de luz de color, hacía difícil distinguir nada que no fueran las barras al fondo enmarcadas por llamativas luces de neón.
Allí, apoyado en el extremo de una de ellas, lo vio. Con postura indolente, sus antebrazos sobre el metacrilato, la espalda inclinada hacia delante y la cabeza girada. Sus ojos fijos en ella. Aquel verde parecía el único color distinguible en el lugar.
Se quedó mirándolo, hipnotizada. Vestía unos vaqueros desgastados y una camisa oscura, no del todo amplia. Lucía una ancha pulsera de cuero en la muñeca izquierda, la única que ella veía desde allí, y el pelo claro revuelto, como si alguien hubiera estado pasando los dedos entre los mechones. El chico acercó a su cara el botellín de cerveza con el que había estado jugando entre sus manos y el movimiento reveló un destello en su oreja. Contempló con ávidos ojos cómo los labios se unían a la boca de la botella y creyó estar loca al considerar condenadamente sensual el movimiento de éstos al succionar el líquido. Sintió que la temperatura del local aumentaba varios grados al observar la nuez del cuello masculino moverse arriba y abajo al tragar.
Desvió la mirada bruscamente al darse cuenta de que él no se perdía detalle de su expresión. El calor inundó su rostro de forma fulminante. Era el momento de ir a los aseos a refrescarse con agua, decidió, asombrada por se reacción.
Pero antes volvió a mirar en dirección al chico misterioso, chocando con su mirada fija en ella de nuevo. En ese instante, las palabras del DJ sonaron a través de los altavoces, seguidas de un estruendo musical y toda la gente de la sala levantó las manos en alto imitando al pinchadiscos. Lo perdió de vista.
Y cuando la gente recuperó su postura original, él había desaparecido de la barra.
Miró alrededor en su búsqueda, asustada de la nota de desesperación que le atenazaba, pero fue en vano. Se había esfumado, dejándola sumida en un estado que ella misma ni siquiera era capaz de reconocer.
Moviendo la cabeza con gesto negativo, sonrió, pensando que quizá lo había imaginado. Pero el calor perduraba en su cuerpo, así que continuó con su plan inicial de visitar los servicios.
Se abrió paso como pudo entre la gente, algunos saludándola. Otros yendo un poco más allá e intentando algo más. Rozó varios cuerpos mojados de sudor y se secó con la mano. Ella misma estaba empezando a transpirar.
Se alegró de no tener que hacer cola; los servicios eran enormes y estaban, para su sorpresa, aparentemente limpios y bien decorados. De las paredes color burdeos colgaban espejos de estilo recargado, los marcos con retorcidas florituras doradas. Los lavabos tenían forma de concha y los grifos imitaban piezas antiguas e igualmente doradas. Se apoyó en uno de los que había libres, mirándose al espejo.
Algunos mechones de pelo se habían pegado a su rostro a causa de la transpiración y comprobó que parte de la fina tela de su corto vestido también se pegaba a su cuerpo. Escuchó un sensual sonido seguido de una secuencia de gemidos provenir de uno de los excusados y apretó las piernas fuerte, un leve jadeo escapando entre sus labios.
¿Pero qué le pasaba?
Se echó algo de agua a la cara y la nuca, masajeando ésta última y diciéndose que aquello no se iba a solucionar de forma tan sencilla. Miró a la chica del lavabo contiguo, que le dedicó una sonrisa cómplice al escuchar más lamentos de otro excusado.
Se iba a casa. Necesitaba estar en casa. Sola en su habitación.
Al salir, agradeció la suave brisa que le acarició la cara y le removió la larga melena. La temperatura en la isla blanca no era demasiado elevada, a pesar del mes en que se encontraban. Sin embargo, debido justamente a la época del año, la calle estaba abarrotada de gente, risas y música sonando por doquier.
Una de las ventajas de ser una nativa era que conocía caminos menos transitados, en caso de querer estar más tranquila. Tomó una de esas calles, relajando el paso, sintiendo como, por fin, la ropa se iba soltando de su piel al tiempo que el aire la secaba.
Más serena, reflexionó mientras caminaba sobre sus sandalias planas sobre lo que había ocurrido en el interior de la discoteca. No había sentido un ramalazo de deseo igual nunca antes. Mucho menos con la sola mirada de alguien penetrando en su alma. Nunca. Antes. Igual.
Rió, sintiéndose tonta. Su imaginación le jugaba malas pasadas. Y, como queriendo vengarse de ese pensamiento, la imagen vívida de ella besando los carnosos labios que se habían amorrado a la botella, lamiendo la marcada nuez de Adán… estalló en su cabeza.
Gimió. Era imposible desear de esa forma a alguien que sólo has visto una vez, durante unos minutos.
Era imposible, pero lo hacía. La imagen del chico rubio se le había grabado a fuego y comenzó a fantasear con ella.
Perdida como iba en un huracán de tentadoras visiones y situaciones sugerentes, no se había percatado hasta ese momento de los pasos constantes y sutiles, aunque perfectamente audibles en el silencio de la noche. Fue consciente de que la estaban siguiendo. Con el corazón en la boca, aligeró disimuladamente el paso, un impulso incontrolable. La intriga luchó con el temor, provocando que la sangre se precipitara en sus venas e hizo un velado intento de girar apenas la cabeza para comprobar su sospecha.
Apenas alcanzó a ver un destello áureo y el calor volvió a sonrojar sus mejillas.
El chico rubio. Estaba completamente segura, pensó, lamiéndose los labios, nerviosa. Algo asustada, aceleró sus pasos, sólo para comprobar que los que le seguían aceleraban también. Aparte de alguna pareja demasiado enfrascados en ellos mismos como para percatarse de algo, no había absolutamente nadie alrededor.
Más que saber, presintió que le ganaba terreno y en el preciso momento en que valoraba si echar a correr, una mano se cerró sobre su muñeca deteniéndola en seco.
No se giró. El aire comenzó a salir en pequeñas y rápidas exhalaciones de su boca, el corazón golpeando tan fuerte que pensaba que iba a hacer un maldito agujero en su pecho para escapar calle abajo.
Se quedaron así, tan quietos que imaginó que se habían convertido en estatuas de piedra y los encontrarían allí al salir el sol. Cuando estaba a punto de gritar, de terror o frustración, no lo sabía, él comenzó a acariciar la parte interna de su muñeca con el pulgar, en suaves pasadas que enviaron rayos placenteros a través de su brazo y a lo largo de su cuerpo.
Una petición silenciosa.
Inspiró hondo, dejando escapar el aire despacio. Sintiendo que el húmedo ambiente que los envolvía estaba a punto de empezar a chisporrotear. Un suave, apenas perceptible, tirón de su mano.
Y ella claudicó, sin poder evitarlo.
Se giró, enfrentando su verde mirada. La que le había obsesionado durante los últimos tres cuartos de hora. La que le abrasó la piel en ese justo instante. Fue capaz de leer en ella.
La determinación. El anhelo, el deseo crudo. Las promesas de placer. Su intención de no dejarla escapar esa noche. Sintió un escalofrío atravesar su ser.
Lentamente, él empezó a caminar hacia atrás, sin dejar de acariciar en ningún momento su muñeca ni desconectar sus ojos de los suyos. Tirando de ella como un maldito imán. Nerviosa –e impaciente, reconoció- se dejó arrastrar, sin ver, sin saber hacia dónde. Sólo veía en modo túnel y al final del mismo únicamente estaba su rostro de piel suave. Además de los de la oreja, un tercer piercing taladraba su ceja, constató sin centrarse demasiado en el asunto.
De repente, quería saber más. Le invadió la urgencia de conocer su nombre, quién era y de dónde. El deseo descarnado y misterioso de escuchar su voz. De hundir ella también las manos en su pajizo cabello. De descubrir su cuerpo a través del tacto.
Cuando se detuvieron, miró a su alrededor, tomando conciencia del lugar. Un callejón sin salida, oscuro, apenas dos manzanas de donde se habían visto hacía parecía un siglo.
La acorraló hasta hacer que pegara su espalda a la pared. Las manos le quemaban de la necesidad de tocar el cuerpo de aquel chico, sus nervios destrozados por saber qué iba a pasar exactamente allí. A qué estaba dispuesta ella misma.
Se asustó de lo que le pedía su cuerpo.
-¿Cómo te lla…? –intentó. Mas la frase quedó en suspenso al rozar él sus labios con un dedo, una petición muda.
No iban a hablar. Eso estaba claro.
El dedo dejó de presionar para pasar a acariciar suavemente sus labios. Sin dejar de mirarla, acercó sus caderas a su cuerpo, diciéndole silenciosamente lo que quería de ella. Gimió al notar lo que él guardaba entre sus piernas, caliente y enorme. Se lamió los labios, un gesto nervioso, y pasó la lengua sin querer por el dedo de él.
Y escuchó un gemido quedo que le supo a gloria y envió un rayo de placer directo a su centro.
Con gesto pausado, volvió a sacar la lengua y repitió la caricia. El dedo enseguida estuvo en el interior de su boca, los ojos de él fijos en la acción. Lamió con fruición, cerrando los ojos, lentamente, con suaves pasadas de su lengua que humedecieron el apéndice. Pronto captó el movimiento que él realizaba, entrando y sacando su dedo, como si estuviera follándole la boca con otra parte de su anatomía. Gimió al sentir exactamente la misma cadencia en el balanceo de la parte inferior de sus cuerpos.
Su sexo se humedecía por momentos. Abrió los ojos y tuvo la sensación de que él esperaba ese gesto preciso para adelantar su rostro y unir sus bocas abiertas, uniéndose las lenguas en un beso lento que, en cuestión de segundos, pasó a ser absolutamente salvaje. Porque el feliz descubrimiento de que llevaba otro piercing en la lengua la hizo apretar de nuevo las piernas.
Él se alejó, respirando entrecortadamente. Observó cómo su pecho subía y bajaba y sintió ganas de coger ambas solapas de la camisa y tirar sin piedad de ellas. Parecía adivinar sus pensamientos, porque una de las comisuras de su boca se alzó en una sexy sonrisa.
Se escuchó un profundo gemido seguido de una sarta de improperios y ambos desviaron la vista hacia el fondo del callejón, sin ver más que absoluta oscuridad. Al parecer, no eran los únicos que habían elegido aquel lugar para su encuentro. Sonrió para sí, y él debió de pensar lo mismo, porque su propia sonrisa se terminó de esbozar en su rostro. La idea le pareció increíblemente morbosa.
Armando Lopez- Moderador General
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Fecha de inscripción : 07/01/2012
Re: Calor
Y el pulso se le disparó cuando vio la mano de él resbalar por su abdomen, descendiendo tranquila y atravesando la cintura del pantalón, para recolocar su erección. Lo hacía a propósito. Estaba mostrándole que es lo que había allí para ella. Si lo quería.
Y lo quería, pensó tragando saliva.
Cuando se pegó de nuevo a su cuerpo, apoyando una mano en la pared tras ella, otro beso profundo y húmedo le arrancó leves jadeos, su boca trabajándosela con total maestría. Separó sus labios para poder tomar aire cuando sintió la mano de él acariciando su sexo empapado. Por debajo de sus braguitas, desde detrás. ¿Cómo había ocurrido?, pensó con un ligero mareo, sintiendo el dedo de él resbalar demasiado fácilmente adelante y atrás. Al segundo siguiente, estaba penetrándola sin ningún tipo de dificultad.
No podía más. Tenía que acariciarlo, pensó desesperada por conocer algo, lo que fuera, de él, antes de que ella misma perdiera el control. Sin dejar de besarlo, sus manos torpes por el placer desabrocharon la camisa que cubría su torso, dejándola abierta y colgando de sus fuertes hombros. Y por fin pasó las manos sobre la piel caliente y suave, lampiña, subiendo desde el vientre marcado hasta el pecho. Se sobresaltó al sentir algo duro sobre un pezón. Y sobre el otro. Gimió, un eco del gemido de él. Aros de metal.
Los cogió con los dedos y jugó con ellos, provocando que la garganta de él profiriera pequeños gemidos graves, que acicatearon su excitación, y que las caderas masculinas perdieran un poco la cadencia, alternando algunas embestidas más fuertes.
La idea de hacerle perder el control la espoleó, volviéndola más audaz.
Era lo justo, pues él estaba atentando peligrosamente contra el suyo propio, con dos dedos entrando y saliendo de su húmedo interior y su polla caliente presionando en lentos pero continuos vaivenes su clítoris.
Por dios, necesitaba sentirlo. No la suave y cálida dureza cubierta por la ropa. Si no el acero candente sobre su propio cuerpo.
Esa idea le hizo dejar los aros de metal para descender directamente a su bragueta, atacando los botones con cierta desesperación. Desabrochó el primero y contuvo un gemido al notar ya la punta roma. Era grande, joder. Y no llevaba ropa interior…
Miró hacia abajo para contemplarlo cuando logró liberarlo del todo, el gemido de él vibrando todavía en sus tímpanos, al tiempo que le mordisqueaba el cuello y su mano seguía enterrándose en ella. La polla balanceándose en el aire, soberbia en su enormidad, la abstrajo. Aun en la penumbra, podía percibir que estaba surcada por venas, la cabeza hinchada y brillante.
Despacio, descendió hasta quedar de cuclillas, la espalda apoyada en la pared, provocando el abandono de la mano masculina. Él la miraba desde arriba, jadeando levemente, con las manos apoyadas en el muro.
Fijó de nuevo la vista al frente, el miembro apuntándole, y contempló extasiada cómo aparecía lentamente una gota transparente en la punta del mismo. Se lamió los labios inconscientemente y escuchó un sensual gruñido salir de él, al tiempo que balanceó las caderas.
Ahora mismo.
Sacó la lengua para lamer la incitante gota y a partir de ahí, los gemidos no se detuvieron. Lamió la punta, chupando como si fuera un helado. Succionando. Los sonidos que él profería la animaban a seguir, pero no era necesario. Se sentía famélica, de repente. Lo cogió con la mano para enfocarlo bien y se lo introdujo en la boca, ciñendo los labios conforme volvía a sacarla. Comenzó a repetirlo, cogiendo un ritmo cómodo para ella. Y se percató de que él había esperado a eso, porque de repente fue consciente de que no era ella quien se movía.
Él estaba follándole la boca, sin tocarla más que con su sexo, al ritmo que ella había establecido. Tuvo consciencia de que él sabía que ella no solía hacer este tipo de cosas con desconocidos.
La estaba volviendo loca escuchar sus gemidos mezclándose con los de la pareja que había al fondo del callejón. Ella misma gemía también, quedando el sonido amortiguado por la carne caliente que penetraba su boca, reverberando sobre ella.
Miró, como pudo hacia arriba. La boca abierta de él, limitada por los sensuales labios llenos, los ojos entrecerrados, brillando por el placer, sin mirarla directamente a ella. Las manos crispándose apoyadas sobre el muro de ladrillo.
Ella llevó su propia mano a su sexo. No podía retrasarlo más. La zona estaba completamente mojada y los dedos resbalaron fácilmente, como antes lo habían hecho los de él. Introdujo tres dedos, acariciando su brote con el pulgar, llevándose peligrosamente al límite con sólo un par de caricias. Debió de proferir algún tipo de lamento, porque los ojos de él la enfocaron de repente, mudando la mirada nublada por una muy consciente. Un gruñido al comprobar dónde se encontraba su mano y ella sintió la primera convulsión de su polla.
Los densos chorros calientes se dispararon en su boca sin que él desviara ni por un segundo su mirada, ni dejara de embestirla. Tragó al tiempo que sentía su propio sexo contraerse, comprimiendo los dedos, y tuvo que dejar escapar el miembro de entre sus labios para poder tomar aire, jadeando, cayendo los últimos chorros sobre su barbilla y cuello.
Al mirar de nuevo hacia arriba, descubrió en él una sonrisa divertida y jadeante. Le ofreció una mano, que ella aceptó enseguida, y la alzó, poniéndola de pie otra vez. Le acarició la mandíbula, recogiendo algo de lo que había salido de su cuerpo y, acto seguido, lo chupó. Ella miró encandilada el movimiento. Su corazón se aceleró al sentir las pasadas de su lengua recoger el resto que había quedado esparcido por su barbilla también y luego besarla profundamente, rápido, duro y sin ambages.
Cuando separaron sus bocas, lo vio trastear en el bolsillo trasero de su pantalón que, milagrosamente, aún se apoyaba sobre sus glúteos. Sacó un preservativo y rasgó el envoltorio con los dientes, al tiempo que la instaba a girarse contra la pared.
Ella creyó que no aguantaría de pie, porque las piernas le temblaban de deseo y anticipación. Dios mío, sí. Aquello no se terminaba allí, pensó con alivio, mientras lo notaba acoplar su cuerpo a su espalda.
─Abre las piernas.
Aquel simple susurro suave e íntimo junto a su oído casi la lanza a las estrellas. Su voz grave era una sensual mezcla de erotismo y picardía en proporciones adecuadas. Pensó que lloraría si no la escuchaba otra vez.
Obedeció, apoyando las manos ella esta vez en la pared e inclinando el cuerpo ligeramente hacia delante. Ofreciéndose. La tela mojada de su ropa interior fue apartada y enseguida sintió la dura erección, que no había perdido un ápice de su firmeza, deslizarse a lo largo de su sexo, resbalando. Adelante y atrás, la cadencia ya era erótica en sí misma.
Jadeando, sintió cómo su mano alcanzaba un pecho fácilmente a través del ancho escote, pues no llevaba sujetador. El pezón se tensó bajo sus dedos, que lo acariciaban alternando pases suaves con apretones más agresivos, enviando ramalazos de placer a lo largo y ancho de su cuerpo. Quiso apretar las piernas. Su lengua se paseó por su cuello, húmeda, apretando la bolita de metal en determinados lugares que la hicieron gemir.
Quería que suplicara, estaba segura…
─Por favor…─su voz más un quejido que otra cosa.
Sintió la sonrisa de sus labios en la piel de su cuello y acto seguido, su polla penetrándola en una lenta y firme estocada. Los dos gimieron… y gimieron y gimieron con cada envite que sucedió. Comprobó de nuevo lo ancho que era, la mágica fricción que producía en sus paredes internas al entrar y salir.
El chico siguió marcando el ritmo y ella no podía hacer otra cosa que mantener la postura apoyada en la pared. Sus jadeos y gemidos ahogados muy cerca de su oído le reverberaban por todo el cuerpo, sintiendo ganas de sacudirlo y decirle que dejara de contenerse y gritara, si era preciso. Su lengua, con la dichosa bolita metálica, seguía conjurando magia por toda su nuca y los laterales de su cuello, enviando escalofríos de gozo a lo largo de su espina dorsal.
Sintió un tirón entre sus piernas. Luego otro. Y otro más y después la explosión de un orgasmo que la cegó, lentas oleadas que la obligaron a apretar los párpados y a morderse el antebrazo para no aullar del placer.
Cuando las olas remitieron, se dio cuenta de que él no había cesado en el ritmo ni por un segundo. Con el rabillo del ojo, percibió movimiento a unos metros de ellos y una pareja surgió de la oscuridad, entre besos y risas. Escondió la cara entre sus brazos, muerta de la vergüenza, y notó que él la cubría un poco más, protegiéndola de posibles miradas.
El ritmo se acrecentó, ella rompió a sudar, prorrumpiendo ya en jadeos incontrolables. Pasando a un estado eufórico, en el que todo lo que no fuera lo que sentía entre las piernas y el resto de su cuerpo le era completamente indiferente. Los jadeos apenas contenidos en su oído junto con el aumento de velocidad de sus caderas, que se movían cual pistones, le informaron de lo cerca que estaba ya él. Además, lo sentía palpitar en su interior.
Una de sus manos descendió como un rayo hasta el vértice que formaba su sexo, acariciando el centro resbaladizo de su placer sin ningún comedimiento y ella sustituyó con su propia mano las caricias en sus pechos.
Mordiéndose el labio inferior, los ojos cerrados, abandonada al gozo, comenzó a contraerse de nuevo alrededor de la polla ardiente y lo escuchó gruñir, espoleando su placer.
Iba a correrse de nuevo. Lo supo y se lanzó a ello al sentir el cuerpo a su espalda contraerse de arriba abajo un segundo y luego la frente de él buscando apoyo en su hombro. Los orgasmos fueron lentos y largos, sin dejar de moverse ambos, ya totalmente descompasados.
Terminaron apoyados los dos contra la pared, buscando recuperar de nuevo el resuello. No se creía lo que acababa de hacer.
Se giró y él dio dos pasos atrás, dejándole espacio para que se recompusiera la ropa, mientras él mismo se deshacía del condón, guardando su miembro y abrochando los botones de su bragueta.
Ella se subió las bragas, mirándolo de tanto en tanto de reojo. Tenía la cabeza gacha y los ojos ocultos por mechones pajizos, que le disparaban rápidas miradas verdes al tiempo que abotonaba lentamente su camisa.
─Gracias ─lo escuchó musitar, conforme pasaba una mano por su mentón. Y ella sonrió despacio, boba.
Vio cómo empezaba a alejarse hacia atrás y se giraba para desaparecer de su vida.
─¡Espera! ─maldijo mentalmente su impulso. Él se giró, escrutándola y ella terminó en un murmullo─: Tu nombre…
Le deslumbró con una amplia sonrisa sin ambages.
─Sergio. Me llamo Sergio.
Y desapareció por la boca del callejón.
Brianna Wild
Y lo quería, pensó tragando saliva.
Cuando se pegó de nuevo a su cuerpo, apoyando una mano en la pared tras ella, otro beso profundo y húmedo le arrancó leves jadeos, su boca trabajándosela con total maestría. Separó sus labios para poder tomar aire cuando sintió la mano de él acariciando su sexo empapado. Por debajo de sus braguitas, desde detrás. ¿Cómo había ocurrido?, pensó con un ligero mareo, sintiendo el dedo de él resbalar demasiado fácilmente adelante y atrás. Al segundo siguiente, estaba penetrándola sin ningún tipo de dificultad.
No podía más. Tenía que acariciarlo, pensó desesperada por conocer algo, lo que fuera, de él, antes de que ella misma perdiera el control. Sin dejar de besarlo, sus manos torpes por el placer desabrocharon la camisa que cubría su torso, dejándola abierta y colgando de sus fuertes hombros. Y por fin pasó las manos sobre la piel caliente y suave, lampiña, subiendo desde el vientre marcado hasta el pecho. Se sobresaltó al sentir algo duro sobre un pezón. Y sobre el otro. Gimió, un eco del gemido de él. Aros de metal.
Los cogió con los dedos y jugó con ellos, provocando que la garganta de él profiriera pequeños gemidos graves, que acicatearon su excitación, y que las caderas masculinas perdieran un poco la cadencia, alternando algunas embestidas más fuertes.
La idea de hacerle perder el control la espoleó, volviéndola más audaz.
Era lo justo, pues él estaba atentando peligrosamente contra el suyo propio, con dos dedos entrando y saliendo de su húmedo interior y su polla caliente presionando en lentos pero continuos vaivenes su clítoris.
Por dios, necesitaba sentirlo. No la suave y cálida dureza cubierta por la ropa. Si no el acero candente sobre su propio cuerpo.
Esa idea le hizo dejar los aros de metal para descender directamente a su bragueta, atacando los botones con cierta desesperación. Desabrochó el primero y contuvo un gemido al notar ya la punta roma. Era grande, joder. Y no llevaba ropa interior…
Miró hacia abajo para contemplarlo cuando logró liberarlo del todo, el gemido de él vibrando todavía en sus tímpanos, al tiempo que le mordisqueaba el cuello y su mano seguía enterrándose en ella. La polla balanceándose en el aire, soberbia en su enormidad, la abstrajo. Aun en la penumbra, podía percibir que estaba surcada por venas, la cabeza hinchada y brillante.
Despacio, descendió hasta quedar de cuclillas, la espalda apoyada en la pared, provocando el abandono de la mano masculina. Él la miraba desde arriba, jadeando levemente, con las manos apoyadas en el muro.
Fijó de nuevo la vista al frente, el miembro apuntándole, y contempló extasiada cómo aparecía lentamente una gota transparente en la punta del mismo. Se lamió los labios inconscientemente y escuchó un sensual gruñido salir de él, al tiempo que balanceó las caderas.
Ahora mismo.
Sacó la lengua para lamer la incitante gota y a partir de ahí, los gemidos no se detuvieron. Lamió la punta, chupando como si fuera un helado. Succionando. Los sonidos que él profería la animaban a seguir, pero no era necesario. Se sentía famélica, de repente. Lo cogió con la mano para enfocarlo bien y se lo introdujo en la boca, ciñendo los labios conforme volvía a sacarla. Comenzó a repetirlo, cogiendo un ritmo cómodo para ella. Y se percató de que él había esperado a eso, porque de repente fue consciente de que no era ella quien se movía.
Él estaba follándole la boca, sin tocarla más que con su sexo, al ritmo que ella había establecido. Tuvo consciencia de que él sabía que ella no solía hacer este tipo de cosas con desconocidos.
La estaba volviendo loca escuchar sus gemidos mezclándose con los de la pareja que había al fondo del callejón. Ella misma gemía también, quedando el sonido amortiguado por la carne caliente que penetraba su boca, reverberando sobre ella.
Miró, como pudo hacia arriba. La boca abierta de él, limitada por los sensuales labios llenos, los ojos entrecerrados, brillando por el placer, sin mirarla directamente a ella. Las manos crispándose apoyadas sobre el muro de ladrillo.
Ella llevó su propia mano a su sexo. No podía retrasarlo más. La zona estaba completamente mojada y los dedos resbalaron fácilmente, como antes lo habían hecho los de él. Introdujo tres dedos, acariciando su brote con el pulgar, llevándose peligrosamente al límite con sólo un par de caricias. Debió de proferir algún tipo de lamento, porque los ojos de él la enfocaron de repente, mudando la mirada nublada por una muy consciente. Un gruñido al comprobar dónde se encontraba su mano y ella sintió la primera convulsión de su polla.
Los densos chorros calientes se dispararon en su boca sin que él desviara ni por un segundo su mirada, ni dejara de embestirla. Tragó al tiempo que sentía su propio sexo contraerse, comprimiendo los dedos, y tuvo que dejar escapar el miembro de entre sus labios para poder tomar aire, jadeando, cayendo los últimos chorros sobre su barbilla y cuello.
Al mirar de nuevo hacia arriba, descubrió en él una sonrisa divertida y jadeante. Le ofreció una mano, que ella aceptó enseguida, y la alzó, poniéndola de pie otra vez. Le acarició la mandíbula, recogiendo algo de lo que había salido de su cuerpo y, acto seguido, lo chupó. Ella miró encandilada el movimiento. Su corazón se aceleró al sentir las pasadas de su lengua recoger el resto que había quedado esparcido por su barbilla también y luego besarla profundamente, rápido, duro y sin ambages.
Cuando separaron sus bocas, lo vio trastear en el bolsillo trasero de su pantalón que, milagrosamente, aún se apoyaba sobre sus glúteos. Sacó un preservativo y rasgó el envoltorio con los dientes, al tiempo que la instaba a girarse contra la pared.
Ella creyó que no aguantaría de pie, porque las piernas le temblaban de deseo y anticipación. Dios mío, sí. Aquello no se terminaba allí, pensó con alivio, mientras lo notaba acoplar su cuerpo a su espalda.
─Abre las piernas.
Aquel simple susurro suave e íntimo junto a su oído casi la lanza a las estrellas. Su voz grave era una sensual mezcla de erotismo y picardía en proporciones adecuadas. Pensó que lloraría si no la escuchaba otra vez.
Obedeció, apoyando las manos ella esta vez en la pared e inclinando el cuerpo ligeramente hacia delante. Ofreciéndose. La tela mojada de su ropa interior fue apartada y enseguida sintió la dura erección, que no había perdido un ápice de su firmeza, deslizarse a lo largo de su sexo, resbalando. Adelante y atrás, la cadencia ya era erótica en sí misma.
Jadeando, sintió cómo su mano alcanzaba un pecho fácilmente a través del ancho escote, pues no llevaba sujetador. El pezón se tensó bajo sus dedos, que lo acariciaban alternando pases suaves con apretones más agresivos, enviando ramalazos de placer a lo largo y ancho de su cuerpo. Quiso apretar las piernas. Su lengua se paseó por su cuello, húmeda, apretando la bolita de metal en determinados lugares que la hicieron gemir.
Quería que suplicara, estaba segura…
─Por favor…─su voz más un quejido que otra cosa.
Sintió la sonrisa de sus labios en la piel de su cuello y acto seguido, su polla penetrándola en una lenta y firme estocada. Los dos gimieron… y gimieron y gimieron con cada envite que sucedió. Comprobó de nuevo lo ancho que era, la mágica fricción que producía en sus paredes internas al entrar y salir.
El chico siguió marcando el ritmo y ella no podía hacer otra cosa que mantener la postura apoyada en la pared. Sus jadeos y gemidos ahogados muy cerca de su oído le reverberaban por todo el cuerpo, sintiendo ganas de sacudirlo y decirle que dejara de contenerse y gritara, si era preciso. Su lengua, con la dichosa bolita metálica, seguía conjurando magia por toda su nuca y los laterales de su cuello, enviando escalofríos de gozo a lo largo de su espina dorsal.
Sintió un tirón entre sus piernas. Luego otro. Y otro más y después la explosión de un orgasmo que la cegó, lentas oleadas que la obligaron a apretar los párpados y a morderse el antebrazo para no aullar del placer.
Cuando las olas remitieron, se dio cuenta de que él no había cesado en el ritmo ni por un segundo. Con el rabillo del ojo, percibió movimiento a unos metros de ellos y una pareja surgió de la oscuridad, entre besos y risas. Escondió la cara entre sus brazos, muerta de la vergüenza, y notó que él la cubría un poco más, protegiéndola de posibles miradas.
El ritmo se acrecentó, ella rompió a sudar, prorrumpiendo ya en jadeos incontrolables. Pasando a un estado eufórico, en el que todo lo que no fuera lo que sentía entre las piernas y el resto de su cuerpo le era completamente indiferente. Los jadeos apenas contenidos en su oído junto con el aumento de velocidad de sus caderas, que se movían cual pistones, le informaron de lo cerca que estaba ya él. Además, lo sentía palpitar en su interior.
Una de sus manos descendió como un rayo hasta el vértice que formaba su sexo, acariciando el centro resbaladizo de su placer sin ningún comedimiento y ella sustituyó con su propia mano las caricias en sus pechos.
Mordiéndose el labio inferior, los ojos cerrados, abandonada al gozo, comenzó a contraerse de nuevo alrededor de la polla ardiente y lo escuchó gruñir, espoleando su placer.
Iba a correrse de nuevo. Lo supo y se lanzó a ello al sentir el cuerpo a su espalda contraerse de arriba abajo un segundo y luego la frente de él buscando apoyo en su hombro. Los orgasmos fueron lentos y largos, sin dejar de moverse ambos, ya totalmente descompasados.
Terminaron apoyados los dos contra la pared, buscando recuperar de nuevo el resuello. No se creía lo que acababa de hacer.
Se giró y él dio dos pasos atrás, dejándole espacio para que se recompusiera la ropa, mientras él mismo se deshacía del condón, guardando su miembro y abrochando los botones de su bragueta.
Ella se subió las bragas, mirándolo de tanto en tanto de reojo. Tenía la cabeza gacha y los ojos ocultos por mechones pajizos, que le disparaban rápidas miradas verdes al tiempo que abotonaba lentamente su camisa.
─Gracias ─lo escuchó musitar, conforme pasaba una mano por su mentón. Y ella sonrió despacio, boba.
Vio cómo empezaba a alejarse hacia atrás y se giraba para desaparecer de su vida.
─¡Espera! ─maldijo mentalmente su impulso. Él se giró, escrutándola y ella terminó en un murmullo─: Tu nombre…
Le deslumbró con una amplia sonrisa sin ambages.
─Sergio. Me llamo Sergio.
Y desapareció por la boca del callejón.
Brianna Wild
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