PIERNAS

piernas

Debajo de tu ombligo,
no todo es peligro:
están tus piernas,
está el camino de ascenso,
la escalera lluviosa,
la forma tocable del deseo,
el prado impío,
cenital,
de tempestad sin olas;
están tus piernas,
el sinfín de tibias ramas petrificadas,
que respiran y brillan
y se sofocan
y laten bajo los dedos intrusos,
bajo los dedos
que buscan ocultos por los vestidos,
que tocan y se erectan
y se trastocan en besos voraces,
insaciables
y múltiples
como demonios diminutos,
hambrientos e inexorables.

Así, tendida sobre el lecho,
excitada, te repliegas,
tu vestido se pierde entre las sombras estériles
y como una cruz de fuego,
como una luz visceral y postrera,
muestras a plenitud tus piernas,
y es el ansia de la redención,
es el oro del infierno,
es la serpiente y el azogue sin sentido,
el astro hundido en la arena,
es la hora del cuchillo despierto
dispuesto a hundirse
en el pecho vivo de la tierra

Pero, un segundo antes de todo arresto,
me derribas,
galopas sobre mi vientre,
y son tus piernas,
la cadena milagrosa,
las sogas férreas e implacables,
la impalpable corriente
giratoria,
acechante,
desbocada,
que me arrastra
hasta el instante previo,
hasta el alarido indefenso,
carnal e indescifrable
donde la noche petrificada
se sumerge,
se desvanece,
en la sangre fatigada,
en el agua incandescente
de unos ojos agradecidos,
inmensos y tenues,
repentinamente cenitales.


Moisés Sánchez Franco