El retrato del Sr. W. H. de Oscar Wilde -Capítulo I
EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Grandes Poetas y Escritores Consagrados :: Oscar Wilde
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El retrato del Sr. W. H. de Oscar Wilde -Capítulo I
El retrato del Sr. W. H. de Oscar Wilde -Capítulo I
Había estado yo cenando con Erskine en su pequeña y bonita casa de Birdcage Walk, y estábamos sentados en la biblioteca saboreando nuestro café y nuestros cigarrillos, cuando salió a relucir casualmente en la conversación la cuestión de las falsificaciones literarias. No recuerdo ahora cómo fuimos a dar con ese tema tan curioso, cómo surgió en aquel entonces, pero sé que tuvimos una larga discusión sobre MacPherson, Ireland y Chatterton, y que respecto al último yo insistía en que las supuestas falsificaciones eran meramente el resultado de un deseo artístico de una representación perfecta; que no teníamos ningún derecho a querellarnos con ningún artista por las condiciones bajo las cuales elige presentar su obra y que siendo el arte hasta cierto punto un modo de actuación, un intento de poder realizar la propia personalidad en un plano imaginario, fuera del alcance de los accidentes y limitaciones de la vida real con todas sus trabas, censurar a un artista por una falsificación era confundir un problema ético con uno estético. Erskine, que era mucho mayor que yo, y había estado escuchándome con la deferencia divertida de un hombre de cuarenta años, me puso de pronto la mano en el hombro y me dijo:
-¿Qué dirías de un joven que tuviera una teoría extraña sobre cierta obra de arte, que creyera en su teoría y cometiera una falsificación a fin de demostrarla?
-¡Ah!, eso es un asunto completamente diferente -contesté.
Erskine permaneció en silencio unos instantes, mirando las tenues volutas grises de humo que ascendían de su cigarrillo.
-Sí -dijo, después de una pausa-, completamente diferente.
Había algo en su tono de voz, un ligero toque de amargura quizá, que excitó mi curiosidad.
-¿Has conocido alguna vez a alguien que hubiera hecho eso? -le pregunté.
-Sí -respondió, arrojando su cigarrillo al fuego-, un gran amigo mío, Cyril Graham. Era absolutamente fascinante, y muy necio y muy cruel. Sin embargo, me dejó el único legado que he recibido en mi vida.
-¿Qué era? -exclamé.
Erskine se levantó de su asiento, y yendo a un alto armario de taracea que estaba entre las dos ventanas, lo abrió, y volvió adonde yo estaba sentado, sosteniendo en la mano una pequeña pintura en tabla, montada en un viejo marco isabelino bastante deslustrado.
Era un retrato de cuerpo entero de un joven vestido con un traje de finales del siglo xvi, en pie junto a una mesa, con la mano derecha descansando en un libro abierto. Parecía de unos diecisiete años y era de una belleza absolutamente extraordinaria, aunque evidentemente algo afeminada. En verdad, de no haber sido por la ropa y por el cabello, cortado muy corto, se hubiera dicho que aquel rostro, con sus melancólicos ojos soñadores y sus delicados labios escarlata, era el rostro de una muchacha. En el estilo, y especialmente en el tratamiento de las manos, el retrato recordaba una de las obras tardías de François Clouet. El jubón de terciopelo negro, con sus adornos fantásticamente dorados, y el fondo azul pavo real que le realzaba tan gratamente y le prestaba un valor cromático tan luminoso, eran completamente del estilo de Clouet; y las dos máscaras de la tragedia y de la comedia, colgadas bastante ceremoniosamente en el pedestal de mármol, tenían ese toque de inflexible severidad -tan diferente de la gracia ligera de los italianosque ni siquiera en la corte de Francia perdió nunca el gran maestro flamenco, y que en sí misma ha sido siempre una característica del temperamento nórdico.
-¡Es encantador! -exclamé-. ¿Pero quién es este joven sorprendente, cuya belleza ha preservado para nosotros tan felizmente el arte?
-Es el retrato de míster W. H. -dijo Erskine con una triste sonrisa.
Puede que fuera un efecto casual de la luz, pero me pareció que le brillaban los ojos de lágrimas.
-¡Míster W. H.! -exclamé-; ¿y quién era míster W. H.?
-¿No te acuerdas? -contestó-; mira el libro sobre el que descansa su mano.
-Veo que hay algo escrito en él, pero no puedo descifrarlo -repliqué.
-Toma esta lupa e inténtalo -dijo Erskine, con la misma sonrisa triste jugueteándole todavía en torno a su boca.
Cogí la lupa y, acercando un poco la lámpara, empecé a deletrear la apretada escritura del siglo xvi: «Al único progenitor de los sonetos que aquí se publican.»
-¡Cielo santo! -exclamé-, ¿es este el míster W. H. de Shakespeare?
-Eso es lo que solía decir Cyril Graham -musitó Erskine.
-Pero no se parece en nada a lord Pembroke -respondí yo-. Conozco muy bien los retratos de Penshurst.
Me alojé muy cerca de allí hace unas semanas.
-¿Crees de verdad que los Sonetos están dirigidos a lord Pembroke? -preguntó.
-Estoy seguro de ello -repliqué-. Pembroke, Shakespeare y mistress Mary Fitton son los tres personajes de los Sonetos; no cabe duda alguna respecto a eso.
-Bien, yo estoy de acuerdo contigo -dijo Erskine-, pero no siempre he pensado así. Hubo un tiempo en que creía, bueno, supongo que creía, en Cyril Graham y en su teoría.
-¿Y qué teoría es esa? -pregunté, mirando el admirable retrato, que ya había comenzado a ejercer una extraña fascinación sobre mí.
-Es una larga historia -dijo Erskine, quitándome el retrato con bastante brusquedad, pensé entonces-; una historia muy larga; pero si tienes interés en oírla te la contaré.
-Me encantan las teorías sobre los Sonetos de Shakespeare -exclamé-; pero no creo probable que vaya a aceptar ninguna idea nueva sobre ellos. El asunto ha dejado de ser un misterio para nadie. Ciertamente, me pregunto si ha sido un misterio alguna vez.
-Como yo no creo en la teoría, no es probable que te convierta a ella -dijo Erskine, riendo-; pero puede que te interese.
-Cuéntamelo, desde luego -respondí-. Con tal de que sea la mitad de deliciosa que el cuadro me daré por más que satisfecho.
-Pues bien -dijo Erskine, encendiendo un cigarrillo-, debo empezar por hablarte del propio Cyril Graham: «Él y yo vivíamos en el mismo edificio en Eton. Yo era un año o dos mayor que él, pero éramos grandes amigos, y juntos hacíamos todo el trabajo y juntos jugábamos. Había, por supuesto, mucho más juego que trabajo, pero no puedo decir que lo lamente; siempre es una ventaja no haber recibido una sólida educación comercial, y lo que yo aprendí en los campos de deporte de Eton me ha sido tan útil como lo que me enseñaron en Cambridge. He de decirte que habían muerto los padres de Cyril, los dos; se habían ahogado en un terrible accidente de yate frente a las costas de la isla de Wight. Su padre había pertenecido al cuerpo diplomático, y se había casado con una hija -la única hija, en realidad- del anciano lord Crediton, que se convirtió en tutor de Cyril a la muerte de sus padres. No creo que lord Crediton se preocupara mucho de Cyril. Realmente, nunca había perdonado a su hija que se casara con un hombre sin título nobiliario. Él era un viejo aristócrata extraordinario, que juraba como un vendedor ambulante y tenía los modales de un granjero.
Recuerdo haberle visto un día de apertura del Parlamento. Me gruñó, me dio una libra de oro y me dijo que no me convirtiera en un "condenado radical" como mi padre. Cyril le tenía muy poco cariño, y se alegraba mucho de pasar la mayor parte de sus vacaciones con nosotros en Escocia. En verdad, nunca se llevaron bien: Cyril pensaba que su abuelo era un oso, y él creía que Cyril era afeminado.
Era afeminado, supongo yo, en algunos aspectos, aunque era muy buen jinete y magnífico en esgrima; de hecho, consiguió en esto los primeros premios antes de dejar Eton. Pero tenía ademanes muy lánguidos, estaba no poco orgulloso de ser bien parecido y ponía fuertes objeciones al fútbol. Las dos cosas que le daban verdadero placer eran la poesía y el actuar en representaciones teatrales. En Eton siempre estaban disfrazándose y recitando a Shakespeare, y cuando fuimos a Trinity, en la Universidad de Cambridge, se hizo miembro del grupo de teatro en el primer trimestre. Recuerdo que yo estaba siempre muy celoso de sus representaciones. Le tenía una devoción absurda; supongo que por lo diferentes que éramos en algunas cosas. Yo era un muchacho desmañado y enclenque, de pies enormes y horriblemente pecoso. Las pecas se propagan en las familias escocesas lo mismo que la gota en las familias inglesas; Cyril solía decir que entre las dos prefería la gota; pero es que siempre otorgaba un valor absurdamente alto a la apariencia personal, y una vez leyó una comunicación en nuestro círculo de retórica para demostrar que era mejor ser hermoso que ser bueno. Ciertamente, él tenía una belleza admirable. La gente a quien no le gustaba, personas hipócritas y tutores de la Universidad, y los jóvenes que se preparaban para clérigos, solían decir que era meramente guapo; pero había mucho más en su rostro que un mero atractivo. Creo que era la criatura más espléndida que he visto en mi vida, y nada podría sobrepasar la gracia de sus movimientos, el encanto de sus modales. Fascinaba a todo el mundo a quien valía la pena fascinar, y a muchísimos que no la valía.
Frecuentemente era voluntarioso y petulante, y yo solía pensar que era terriblemente poco sincero. Creo que se debía principalmente a su desmesurado deseo de agradar. ¡Pobre Cyril! Le dije una vez que se contentaba con triunfos de poca monta, pero lo único que hizo fue reírse. Estaba horriblemente consentido. Toda la gente encantadora, me imagino, está consentida; ese es el secreto de su atractivo.
Pero he de hablarte de la clase de actuaciones teatrales de Cyril. Ya sabes que no se permite en las agrupaciones teatrales de aficionados que actúen actrices; al menos no se permitía en mis tiempos, no sé lo que ocurre ahora. Pues bien, desde luego Cyril siempre figuraba en los papeles de muchachas, y cuando se representó ‘’Como gustéis’’ hizo el papel de Rosalinda. Fue una maravillosa interpretación. De hecho, Cyril Graham ha sido la única Rosalinda perfecta que he visto en mi vida. Sería imposible describirte la belleza, la delicadeza, el refinamiento de toda la actuación. Causó una sensación inmensa, y el teatrillo horrible, como era entonces, se abarrotaba cada tarde. Incluso ahora, cuando leo la obra no puedo por menos de pensar en Cyril. Podía haber sido escrita para él. Al trimestre siguiente se graduó y vino a Londres a estudiar para entrar en el cuerpo diplomático. Pero nunca trabajó nada; se pasaba el día leyendo los Sonetos, de Shakespeare, y las tardes en el teatro. Estaba, por supuesto, loco por subir al escenario, pero lord Crediton y yo hicimos todo lo que pudimos para impedírselo. Acaso si hubiera sido actor estaría vivo ahora. Siempre es necio dar consejos, pero dar un buen consejo es absolutamente fatal. Espero que no caigas tú nunca en ese error; si lo haces, lo lamentarás.
Bueno, para ir al grano de la historia, un día recibí una carta de Cyril, pidiéndome que fuera a verle a su apartamento aquella tarde. Tenía un apartamento muy bonito en Piccadilly, con vistas a Green Park, y como yo solía ir a verle todos los días me sorprendió bastante que se tomara la molestia de escribirme. Fui, desde luego, y cuando llegué le encontré en un estado de gran excitación. Me dijo que al fin había descubierto el verdadero secreto de los Sonetos, de Shakespeare; que todos los eruditos y críticos habían estado en una dirección enteramente equivocada, y que él era el primero que, trabajando puramente por evidencia interna, había averiguado quién era realmente míster W. H. Estaba completamente loco de placer, y durante un largo rato no quiso decirme su teoría. Por fin, sacó un montón de notas, cogió su libro de los ‘’Sonet’’’s de encima de la repisa de la chimenea, se sentó, y me dio una larga conferencia sobre todo el tema.
Empezó señalando que el joven a quien Shakespeare dirigió estos poemas extrañamente apasionados debió haber sigo alguien que fuera realmente un factor vital en el desarrollo de su arte dramático, y que esto no podía decirse ni de lord Pembroke ni de lord Southampton. A decir verdad, quienquiera que fuera no podía haber sido nadie de alta cuna, como se muestra claramente en el soneto XXV, en el que Shakespeare se pone a sí mismo en contraste con los que son "favoritos de los grandes príncipes"; dice en él con franqueza:
Aquellos que su estrella favorece
alardeen de títulos y honores,
que yo, a quien veda el sino triunfo tal,
no busqué el gozo en lo que más honré.
Y termina el soneto congratulándose por la condición humilde del que tanto adoraba:
Feliz pues yo, que amé y soy amado
do puedo no mudar ni ser mudado.
Este soneto, declaró Cyril, sería completamente ininteligible si nos imagináramos que estuviera dirigido al conde de Pembroke o al de Southampton, que eran, los dos, hombres de la más alta posición en Inglaterra y con títulos suficientes para que se les llamara "grandes príncipes". Y corroborando su punto de vista me leyó los sonetos CXXIV y CXXV, en los que Shakespeare nos dice que su amor no es "hijo del estado", que "no sufre en pompa risueña", sino que fue "formado lejos de accidente".
Yo escuchaba con mucho interés, pues no creo que se hubiera sostenido ese punto de vista antes; pero lo que siguió era todavía más curioso, y me pareció entonces que descartaba enteramente a Pembroke.
Sabemos por Meres que los Sonetos se habían escrito antes de 1598, y el soneto CIV nos informa que la amistad de Shakespeare por míster W. H. hacía tres años que existía. Ahora bien, lord Pembroke, que nació en 1580, no vino a Londres hasta que no tenía dieciocho años, es decir, hasta 1598, y la relación de Shakespeare con míster W. H. debía haber comenzado en 1594, o como muy tarde en 1595. De acuerdo con esto, Shakespeare no pudo conocer a lord Pembroke hasta después de haber escrito los Sonetos. contenido, y teniendo en cuenta que en la poesía inglesa, en general, el ritmo es más esencial que la rima.
La forma de los sonetos de Shakespeare -que lleva su nombre, si bien no la introdujo él- no es la tradicional de Petrarca, sino que se compone de tres cuartetos, con rima independiente cada uno, y un pareado.
Cyril señaló también que el padre de Pembroke no murió hasta 1601; mientras que por el verso Tuviste un padre, dígalo tu hijo, era evidente que el padre de míster W. H. no vivía en 1598. Además, era absurdo imaginar que cualquier editor de la época -y el prefacio es de mano del editor- se hubiera aventurado a dirigirse a William Herbert, conde de Pembroke, como míster W. H.; no siendo el caso de lord Buskhurst, de quien se hablaba como de míster Sackville, un caso realmente paralelo, ya que lord Buckhurst no era par del reino, sino meramente el hijo menor de un par, con un título de cortesía, y el pasaje del Parnaso de Inglaterra6 en que aparece así, no es una dedicatoria protocolaria y majestuosa, sino simplemente una alusión casual. Todo eso en lo referente a lord Pembroke, del que Cyril demolió fácilmente las supuestas pretensiones, mientras yo seguía sentado lleno de asombro. Con lord Southampton, Cyril tuvo menos dificultades aún. Southampton fue desde muy joven amante de Elizabeth Vernon, así que no necesitaba invitaciones al matrimonio; no era agraciado, ni se parecía a su madre, como era el caso de míster W. H.:
Eres espejo de tu madre, en ti
recobra ella de hermoso abril su flor;
y, sobre todo, su nombre de pila era Henry, mientras que los sonetos con juegos de palabras (CXXXV y CXLIII) muestran que el nombre del amigo de Shakespeare era el mismo que el suyo propio -Will.
En cuanto a las otras sugerencias de comentaristas desafortunados, de que míster W. H. es una errata y debiera haberse escrito míster W. S., significando míster William Shakespeare; o de que "míster W. H. all"' debiera leerse "míster W. H. all”; o que míster W. H. es míster William Hathaway, y que debiera ponerse un punto después de "desea", haciendo de míster W. H. el escritor y no el sujeto de la dedicatoria, Cyril lo descartó todo en breve tiempo; y no vale la pena mencionar ahora sus razones, aunque recuerdo que me hizo reír a carcajadas al leerme, me alegra decir que no en el original, algunos extractos de un comentarista alemán llamado Barnstorff, que insistía en que míster W. H. era nada menos que Shakespeare en persona - `míster William Himself"-. Ni quiso admitir por un solo momento que los Sonetos sean meras sátiras de la obra de Drayton y de John Davies de Hereford'. Para él, a decir verdad, lo mismo que para mí, eran poemas de significado serio y trágico, forjados con la amargura del corazón de Shakespeare y endulzados con la miel de sus labios. Aún menos quiso admitir él que fueran meramente una alegoría filosófica, y que en ellos se dirija Shakespeare a su ego ideal, a la virilidad ideal, o al espíritu de la belleza, o a la razón, o al logos divino, o a la Iglesia católica. Él sentía, como verdaderamente creo yo que debemos sentir todos, que los ‘’Sonetos’’ están dirigidos a un individuo a un joven particular cuya personalidad parece haber llenado, por alguna razón, el alma de Shakespeare de alegría terrible y de no menos terrible desesperación.
Habiendo allanado el camino de este modo, me pidió Cyril que desechara de mi mente cualquier idea preconcebida que pudiera haberme formado sobre el tema, y ' «All» («todo») es la palabra que sigue a las iniciales en la dedicatoria. que prestara oído, con honestidad y sin prejuicios, a su propia teoría. El problema que señalaba era el siguiente: ¿Quién era ese joven contemporáneo de Shakespeare a quien, sin ser de noble cuna y ni siquiera de noble naturaleza, se dirigía en términos de adoración tan apasionada que no podemos por menos de asombrarnos del extraño culto, y casi tememos dar la vuelta a la llave que abre el misterio del corazón del poeta? ¿Quién era aquel cuya belleza física era tal que se convirtió en la misma piedra angular del arte de Shakespeare, la fuente misma de la inspiración de Shakespeare, la encarnación misma de los sueños de Shakespeare? Considerarle simplemente el objeto de ciertos versos amorosos es perder todo el significado de los poemas, pues el arte de que habla Shakespeare en los Sonetos no es el arte de los Sonetos en sí, que eran ciertamente para él sólo cosas ligeras y secretas; es el arte del dramaturgo al que hace siempre alusión. Y aquel a quien dijo Shakespeare:
Mi arte todo eres tú, y tú promueves
mi ignorancia a la altura del saber;
a quien prometió la inmortalidad
Donde el aliento es más en boca humana.
Con seguridad no era otro que el muchacho para el que creó a Viola y a Imogen, a Julieta y a Rosalinda, a Portia y a Desdémona y a Cleopatra misma. Esta era la teoría de Cyril Graham, deducida, como ves, puramente de los Sonetos, y dependiendo para su aceptación no tanto de la prueba demostrable o evidencia formal, como de una especie de sentido espiritual y artístico, por el cual sólo, pretendía él, podría discernirse el verdadero significado de los poemas. Recuerdo que me leyó este hermoso soneto:
¿Cómo puede a mi musa faltar tema
mientras alientes tú, dando a mi verso
tu dulce razonar, tal excelente
que imitar no ha ningún vulgar papel?
¡Oh! date a ti las gracias si algo en mí
digna lectura es frente a tu vista;
¿pues quién tan torpe que escribir no pueda
cuando tú mismo das a invento luz?
Sé tú la musa diez, diez veces más
que las nueve que invocan los poetas;
y aquel que a ti te invoca crear pueda
ritmos eternos que perduren siempre.
Y señaló hasta qué punto estos versos corroboraban completamente su teoría. En verdad, recorrió todos los ‘’Sonetos’’ cuidadosamente, y mostró, o se imaginó que mostraba, que, de acuerdo con su nueva explicación de su significado, cosas que habían parecido oscuras, o perversas, o exageradas, se volvían claras y racionales, y de alta significación artística, e ilustraban el concepto de Shakespeare de las verdaderas relaciones entre el arte del actor y el arte del dramaturgo.
Desde luego, es evidente que debió existir en la compañía teatral de Shakespeare algún admirable actor adolescente de gran belleza, a quien confiaba la presentación de sus protagonistas femeninas, pues Shakespeare era un productor teatral práctico, además de un poeta imaginativo, y Cyril Graham había descubierto realmente el nombre del muchacho actor. Era Will o, como prefería llamarle, Willie Hughes. El nombre de pila lo encontró desde luego en los sonetos CXXXV y CXLIII, con sus juegos de palabras; el apellido estaba oculto, según él, en el octavo verso del soneto XX, en que se describe a mister W. H. como Un hombre en forma, y en la suya todas.
En la edición original de los Sonetos, "Hews" ("formas, homófono de Hughes -y, ambos nombres, homófonos de "hues", "matices", "bellezas"-) está impreso con mayúscula y en cursiva, y esto, alegaba Graham, mostraba claramente que se trataba de un juego de palabras; y corroboraba firmemente esta hipótesis con aquellos sonetos en que se hacen curiosos juegos de palabras con "uso" y "usura".
Desde luego, a mí me convenció inmediatamente, y Willie Hughes llegó a ser para mí una persona tan real como Shakespeare. La única objeción que yo puse a la teoría fue que no se encuentra el nombre de Willie Hughes en la lista de actores de la compañía de Shakespeare, impresa en la primera edición infolio.
Cyril, no obstante, señaló que la ausencia del nombre de Willie Hughes de esta lista corroboraba en realidad la teoría, ya que era evidente por el soneto LXXXVI que Willie Hughes había abandonado la compañía para actuar en un teatro rival, probablemente en alguna de las obras de Chapman 9. Aludiendo sin duda a esto, le dijo Shakespeare a Willie Hughes en su gran soneto a Chapman: Mas cuando completó tu rostro el verso me faltó el tema, el mío tornó débil.
Refiriéndose obviamente la expresión "cuando completó tu rostro el verso" a la belleza del joven actor que daba vida y realidad, y encanto añadido, al verso de Chapman. Una idea que se repite también en el soneto LXXIX:
Mientras clamé yo solo por tu ayuda
mi verso solo tuvo tus encantos,
ahora mi ritmo grácil ya declina
y a otra mi musa enferma cede el puesto.
Y asimismo en el soneto que precede a este:
... toda pluma ajena mi uso tiene
y a tu amparo dispersa su poesía
El juego de palabras (uso, "use", parófono de Hughes) es desde luego obvio, lo mismo que la frase "y a tu amparo dispersa su poesía", con el significado de "con tu ayuda como actor ofrecen al público sus obras".
Fue una velada maravillosa y seguimos allí sentados hasta casi la hora del alba, leyendo y releyendo los ‘’Sonetos’’. Después de algún tiempo, sin embargo, empecé a ver que antes de que pudiera presentarse al mundo la teoría en forma realmente perfeccionada era necesario conseguir alguna evidencia independiente sobre la existencia de ese joven actor, Willie Hughes. Si esta pudiera establecerse, no habría duda posible sobre su identificación con míster W. H.; pero, de otro modo, se vendría abajo la teoría. Se lo expuse con toda firmeza a Cyril, a quien molestó en gran medida lo que él llamó el tono prosaico de mi mente, y en verdad se mostró bastante hiriente con el asunto. No obstante, le hice prometer que por su propio bien no publicaría su descubrimiento hasta que no hubiera puesto toda la cuestión fuera de cualquier duda; y durante semanas y semanas investigamos en los registros de las iglesias de la City los manuscritos Alleyn, de Dulwich, los archivos del Registro, los documentos de lord Chamberlain; de hecho, todo lo que pensábamos que pudiera contener alguna alusión a Willie Hughes. No descubrimos nada, desde luego, y cada día me parecía más problemática la existencia de Willie Hughes. Cyril estaba en un estado de ánimo terrible, y solía insistir en toda la cuestión día tras día, suplicándome que lo creyera; pero yo veía el fallo de la teoría, y me negaba a dejarme convencer hasta que se hubiera puesto más allá de toda duda o toda crítica la existencia real de Willie Hughes.
Un día, Cyril se fue de la ciudad para reunirse con su abuelo, pensé yo entonces, pero luego supe por lord Crediton que no fue ese el caso; y aproximadamente quince días después recibí un telegrama suyo, expedido en Warwick, en el que me pedía que fuera a cenar con él sin falta aquella tarde a las ocho. Cuando llegué me dijo:
-El único apóstol que no se merecía una prueba era Santo Tomás, y Santo Tomás fue el único apóstol que la tuvo.
Le pregunté a qué se refería, y me contestó que había podido no sólo establecer la existencia en el siglo xvl de un muchacho actor llamado Willie Hughes, sino probar con la evidencia más concluyente que era él el míster W. H. de los Sonetos. No quiso decirme entonces nada más; pero después de la cena sacó solemnemente el cuadro que te enseñé, y me dijo que lo había descubierto por mera casualidad clavado en el costado de un viejo cofre que había comprado en una casa de labranza de Warwickshire. El cofre mismo, que era una muestra muy hermosa del trabajo isabelino, se lo había llevado consigo, naturalmente, y en el centro del panel central estaban indudablemente grabadas las iniciales W. H. Era este monograma lo que había atraído su atención, y me dijo que no fue hasta después de tener varios días el cofre en su poder cuando pensó en hacer el examen cuidadoso de su interior. Una mañana, sin embargo, vio que uno de los lados del cofre era mucho más grueso que el otro y, mirando más de cerca, descubrió que estaba sujeto a él un cuadro pintado en madera con su marco. Al sacarlo, encontró que era el retrato que está ahora en el sofá. Estaba muy sucio y cubierto de moho, pero se las arregló para limpiarlo y, para su gran gozo, vio que había dado, por pura casualidad, con la cosa que había estado buscando. Aquí estaba un auténtico retrato de míster W. H., con su mano descansando sobre la página de la dedicatoria de los Sonetos, y en el marco mismo podía verse débilmente el nombre del joven escrito en negro con letra uncial sobre fondo de oro deslustrado: Míster Will. Hews.
Pues bien. ¿Qué iba a decir yo? Nunca se me ocurrió ni por un momento que Cyril Graham estuviera gastándome una broma, ni que estuviera intentando demostrar su teoría por medio de una falsificación.»
-¿Pero es una falsificación? -pregunté yo.
-Desde luego que lo es -dijo Erskine-. Una falsificación muy buena, pero una falsificación, al fin y al cabo.
«Pensé entonces que Cyril estaba bastante tranquilo respecto a todo el asunto; pero me acordé de que una vez me había dicho que él no necesitaba pruebas de ninguna clase, y que creía que la teoría estaba completa sin ellas. Yo me reí de él y le dije que sin ellas la teoría se vendría abajo, y le felicité calurosamente por el maravilloso descubrimiento. Luego convinimos que el retrato debía reproducirse en aguafuerte o en facsímil, y ponerse como cubierta en la edición de Cyril de los Sonetos. Y durante tres meses no hicimos otra cosa que repasar cada poema verso a verso, hasta que hubimos resuelto todas las dificultades de texto o de significado.
Un día malhadado, estaba yo en una tienda de grabados de Holborn cuando vi sobre el mostrador unos dibujos a punta seca extremadamente bellos. Me atrajeron tanto que los compré; y el dueño del negocio, un hombre llamado Rawlings, me dijo que eran obra de un joven pintor que se llamaba Edward Merton, que era muy hábil, pero tan pobre como un ratón de iglesia. Fui a ver a Merton unos días después, habiendo conseguido su dirección por el vendedor de grabados, y me encontré con un joven pálido, interesante, con una esposa de aspecto bastante vulgar -su modelo, supe después-. Le dije cuánto admiraba sus dibujos, a lo que pareció muy complacido, y le pregunté si querría enseñarme algo del resto de su obra. Cuando estábamos examinando una carpeta llena de cosas realmente hermosas, pues Merton tenía un toque delicado y delicioso, me fijé de pronto en un dibujo del retrato de míster W. H. No había duda alguna sobre ello. Era casi un facsímil, siendo la única diferencia que las dos máscaras de la tragedia y la comedia no colgaban de la mesa de mármol, como en el cuadro, sino que yacían en el suelo a los pies del joven.
-¿Dónde demonios consiguió usted eso? -dije. Él se quedó bastante confuso, y dijo:
-¡Oh!, eso no es nada. No sabía que estaba en esta carpeta. No es cosa que valga nada.
-Es lo que hiciste para míster Cyril Graham -exclamó su mujer-; y si este señor desea comprarlo, déjale que lo adquiera.
-¿Para míster Cyril Graham? -repetí yo-. ¿Pintó usted el retrato de míster W. H.?
-No entiendo lo que usted quiere decir -replicó él, poniéndose muy colorado.
Bueno, todo el asunto fue realmente terrible. La mujer lo soltó todo. Yo le di cinco libras cuando me marché. No puedo soportar el pensar en ello ahora, pero, desde luego, estaba furioso. Me fui inmediatamente al apartamento de Cyril, y esperé allí tres horas antes de que volviera él a casa, con la horrible mentira mirándome a la cara, y le dije que había descubierto su falsificación. Se puso muy pálido y dijo:
-Lo hice sólo por ti. Tú no querías dejarte convencer de ningún otro modo. Eso no afecta a la verdad de la teoría.
-¡La verdad de la teoría! -exclamé-; cuanto menos hablemos de ello, tanto mejor. Tú mismo no creíste nunca en ella; si hubieras creído, no habrías cometido una falsificación para probarlo.
Cruzamos palabras fuertes, y tuvimos una tremenda discusión. Supongo que fui injusto. A la mañana siguiente estaba muerto.»
-¡Muerto! -exclamé.
-Sí; se disparó un tiro con un revólver. Algo de sangre salpicó el marco del cuadro, exactamente en el sitio en que se había pintado el nombre. Cuando yo llegué -su criado había enviado a buscarme inmediatamente-, ya estaba allí la policía. Había dejado una carta para mí, escrita evidentemente en la mayor agitación y agotamiento mental.
-¿Qué ponía? -pregunté.
-¡Oh!, que creía absolutamente en Willie Hughes; que la falsificación del retrato la había hecho simplemente haciéndome una concesión y que no invalidaba en lo más mínimo la verdad de la teoría, y que, a fin de probarme qué firme e inquebrantable era su fe en todo el asunto, iba a ofrecer su vida en sacrificio al secreto de los Sonetos. Era una carta necia y demencial. Recuerdo que terminaba diciendo que me confiaba la teoría de Willie Hughes, y que me tocaba a mí presentarla al mundo y desvelar el secreto del corazón de Shakespeare.
-Es una historia la mar de trágica -exclamé-, pero ¡,por qué no realizaste sus deseos? Erskine se encogió de hombros.
-Porque es una teoría completamente errónea, desde el principio al fin -respondió.
-Mi querido Erskine -dije, levantándome de mi asiento-, estás enteramente equivocado respecto a todo ello. Es la única clave perfecta a los Sonetos de Shakespeare que se ha hecho; está completa en todos sus detalles. Yo creo en Willie Hughes.
-No digas eso -dijo Erskine gravemente-. Creo que hay algo fatal en la idea, e, intelectualmente, no hay nada que decir en su favor. Yo he entrado a fondo en el asunto, y te aseguro que la teoría es enteramente falaz. Es plausible hasta cierto punto; luego, no llega más allá. ¡Por amor del cielo!, mi querido muchacho, no resucites el tema de Willie Hughes, te destrozará el corazón.
-Erskine -repliqué-, tienes el deber de entregar esa teoría al mundo. Si no quieres hacerlo tú, lo haré yo.
Al retenerla, estás traicionando la memoria de Cyril Graham, el más joven y el más espléndido de todos los mártires de la literatura. Te ruego que le hagas justicia. Murió por ello; no dejes que su muerte sea vana. Erskine me miró lleno de asombro.
-Te has dejado llevar por el sentimiento de toda esta historia -dijo-. Olvidas que una cosa no es necesariamente verdad porque un hombre muera por ella. Yo era amigo leal de Cyril Graham; su muerte fue un rudo golpe para mí, del que tardé años en rehacerme, y no creo que me haya rehecho nunca. Pero, respecto a Willie Hughes, no hay nada en la idea de Willie Hughes. No existió nunca tal persona. En cuanto a presentar toda la cosa ante el mundo, el mundo cree que Cyril Graham se mató accidentalmente. La única prueba de su suicidio estaba en el contenido de la carta que me escribió, y de esta carta el público nunca ha tenido noticia. Hasta hoy lord Crediton piensa que la cosa fue un accidente.
-Cyril Graham sacrificó su vida por una gran idea -respondí-; y si tú no quieres hablar de su martirio, habla al menos de su fe.
-Su fe -dijo Erskine- se adhirió a algo que era falso, a algo que era erróneo, a algo que ningún especialista shakesperiano aceptaría ni por un instante. Se reirían de la teoría. No hagas el ridículo, ni sigas una pista que no lleva a ninguna parte. Empiezas por asumir la existencia de la persona misma cuya existencia es lo que hay que probar. Además, todo el mundo sabe que los Sonetos se dirigieron a lord Pembroke; la cuestión quedó zanjada una vez por todas.
-¡La cuestión no está zanjada! -exclamé-. Tomaré la teoría donde Cyril Graham la dejó, y demostraré al mundo que él tenía razón.
-¡Necio muchacho! -dijo Erskine-. Vete a casa; son más de las dos, y no pienses más en Willie Hughes. Siento el haberte hablado de ello, y lamento muchísimo ciertamente el haberte convertido a una cosa en la que yo no creo.
-Tú me has dado la clave del mayor misterio de la literatura moderna -repliqué-; y no descansaré hasta que no te haya hecho reconocer, hasta que no haya hecho que todo el mundo reconozca, que Cyril Graham fue el más sutil de los críticos de Shakespeare de nuestro tiempo.
Cuando iba de camino a casa atravesando St. James Park, rompía el alba sobre Londres. Los blancos cisnes yacian dormidos en el lago bruñido, y el adusto palacio parecía de púrpura recortado en el cielo verde pálido. Pensé en Cyril Graham, y mis ojos se llenaron de lágrimas.
Había estado yo cenando con Erskine en su pequeña y bonita casa de Birdcage Walk, y estábamos sentados en la biblioteca saboreando nuestro café y nuestros cigarrillos, cuando salió a relucir casualmente en la conversación la cuestión de las falsificaciones literarias. No recuerdo ahora cómo fuimos a dar con ese tema tan curioso, cómo surgió en aquel entonces, pero sé que tuvimos una larga discusión sobre MacPherson, Ireland y Chatterton, y que respecto al último yo insistía en que las supuestas falsificaciones eran meramente el resultado de un deseo artístico de una representación perfecta; que no teníamos ningún derecho a querellarnos con ningún artista por las condiciones bajo las cuales elige presentar su obra y que siendo el arte hasta cierto punto un modo de actuación, un intento de poder realizar la propia personalidad en un plano imaginario, fuera del alcance de los accidentes y limitaciones de la vida real con todas sus trabas, censurar a un artista por una falsificación era confundir un problema ético con uno estético. Erskine, que era mucho mayor que yo, y había estado escuchándome con la deferencia divertida de un hombre de cuarenta años, me puso de pronto la mano en el hombro y me dijo:
-¿Qué dirías de un joven que tuviera una teoría extraña sobre cierta obra de arte, que creyera en su teoría y cometiera una falsificación a fin de demostrarla?
-¡Ah!, eso es un asunto completamente diferente -contesté.
Erskine permaneció en silencio unos instantes, mirando las tenues volutas grises de humo que ascendían de su cigarrillo.
-Sí -dijo, después de una pausa-, completamente diferente.
Había algo en su tono de voz, un ligero toque de amargura quizá, que excitó mi curiosidad.
-¿Has conocido alguna vez a alguien que hubiera hecho eso? -le pregunté.
-Sí -respondió, arrojando su cigarrillo al fuego-, un gran amigo mío, Cyril Graham. Era absolutamente fascinante, y muy necio y muy cruel. Sin embargo, me dejó el único legado que he recibido en mi vida.
-¿Qué era? -exclamé.
Erskine se levantó de su asiento, y yendo a un alto armario de taracea que estaba entre las dos ventanas, lo abrió, y volvió adonde yo estaba sentado, sosteniendo en la mano una pequeña pintura en tabla, montada en un viejo marco isabelino bastante deslustrado.
Era un retrato de cuerpo entero de un joven vestido con un traje de finales del siglo xvi, en pie junto a una mesa, con la mano derecha descansando en un libro abierto. Parecía de unos diecisiete años y era de una belleza absolutamente extraordinaria, aunque evidentemente algo afeminada. En verdad, de no haber sido por la ropa y por el cabello, cortado muy corto, se hubiera dicho que aquel rostro, con sus melancólicos ojos soñadores y sus delicados labios escarlata, era el rostro de una muchacha. En el estilo, y especialmente en el tratamiento de las manos, el retrato recordaba una de las obras tardías de François Clouet. El jubón de terciopelo negro, con sus adornos fantásticamente dorados, y el fondo azul pavo real que le realzaba tan gratamente y le prestaba un valor cromático tan luminoso, eran completamente del estilo de Clouet; y las dos máscaras de la tragedia y de la comedia, colgadas bastante ceremoniosamente en el pedestal de mármol, tenían ese toque de inflexible severidad -tan diferente de la gracia ligera de los italianosque ni siquiera en la corte de Francia perdió nunca el gran maestro flamenco, y que en sí misma ha sido siempre una característica del temperamento nórdico.
-¡Es encantador! -exclamé-. ¿Pero quién es este joven sorprendente, cuya belleza ha preservado para nosotros tan felizmente el arte?
-Es el retrato de míster W. H. -dijo Erskine con una triste sonrisa.
Puede que fuera un efecto casual de la luz, pero me pareció que le brillaban los ojos de lágrimas.
-¡Míster W. H.! -exclamé-; ¿y quién era míster W. H.?
-¿No te acuerdas? -contestó-; mira el libro sobre el que descansa su mano.
-Veo que hay algo escrito en él, pero no puedo descifrarlo -repliqué.
-Toma esta lupa e inténtalo -dijo Erskine, con la misma sonrisa triste jugueteándole todavía en torno a su boca.
Cogí la lupa y, acercando un poco la lámpara, empecé a deletrear la apretada escritura del siglo xvi: «Al único progenitor de los sonetos que aquí se publican.»
-¡Cielo santo! -exclamé-, ¿es este el míster W. H. de Shakespeare?
-Eso es lo que solía decir Cyril Graham -musitó Erskine.
-Pero no se parece en nada a lord Pembroke -respondí yo-. Conozco muy bien los retratos de Penshurst.
Me alojé muy cerca de allí hace unas semanas.
-¿Crees de verdad que los Sonetos están dirigidos a lord Pembroke? -preguntó.
-Estoy seguro de ello -repliqué-. Pembroke, Shakespeare y mistress Mary Fitton son los tres personajes de los Sonetos; no cabe duda alguna respecto a eso.
-Bien, yo estoy de acuerdo contigo -dijo Erskine-, pero no siempre he pensado así. Hubo un tiempo en que creía, bueno, supongo que creía, en Cyril Graham y en su teoría.
-¿Y qué teoría es esa? -pregunté, mirando el admirable retrato, que ya había comenzado a ejercer una extraña fascinación sobre mí.
-Es una larga historia -dijo Erskine, quitándome el retrato con bastante brusquedad, pensé entonces-; una historia muy larga; pero si tienes interés en oírla te la contaré.
-Me encantan las teorías sobre los Sonetos de Shakespeare -exclamé-; pero no creo probable que vaya a aceptar ninguna idea nueva sobre ellos. El asunto ha dejado de ser un misterio para nadie. Ciertamente, me pregunto si ha sido un misterio alguna vez.
-Como yo no creo en la teoría, no es probable que te convierta a ella -dijo Erskine, riendo-; pero puede que te interese.
-Cuéntamelo, desde luego -respondí-. Con tal de que sea la mitad de deliciosa que el cuadro me daré por más que satisfecho.
-Pues bien -dijo Erskine, encendiendo un cigarrillo-, debo empezar por hablarte del propio Cyril Graham: «Él y yo vivíamos en el mismo edificio en Eton. Yo era un año o dos mayor que él, pero éramos grandes amigos, y juntos hacíamos todo el trabajo y juntos jugábamos. Había, por supuesto, mucho más juego que trabajo, pero no puedo decir que lo lamente; siempre es una ventaja no haber recibido una sólida educación comercial, y lo que yo aprendí en los campos de deporte de Eton me ha sido tan útil como lo que me enseñaron en Cambridge. He de decirte que habían muerto los padres de Cyril, los dos; se habían ahogado en un terrible accidente de yate frente a las costas de la isla de Wight. Su padre había pertenecido al cuerpo diplomático, y se había casado con una hija -la única hija, en realidad- del anciano lord Crediton, que se convirtió en tutor de Cyril a la muerte de sus padres. No creo que lord Crediton se preocupara mucho de Cyril. Realmente, nunca había perdonado a su hija que se casara con un hombre sin título nobiliario. Él era un viejo aristócrata extraordinario, que juraba como un vendedor ambulante y tenía los modales de un granjero.
Recuerdo haberle visto un día de apertura del Parlamento. Me gruñó, me dio una libra de oro y me dijo que no me convirtiera en un "condenado radical" como mi padre. Cyril le tenía muy poco cariño, y se alegraba mucho de pasar la mayor parte de sus vacaciones con nosotros en Escocia. En verdad, nunca se llevaron bien: Cyril pensaba que su abuelo era un oso, y él creía que Cyril era afeminado.
Era afeminado, supongo yo, en algunos aspectos, aunque era muy buen jinete y magnífico en esgrima; de hecho, consiguió en esto los primeros premios antes de dejar Eton. Pero tenía ademanes muy lánguidos, estaba no poco orgulloso de ser bien parecido y ponía fuertes objeciones al fútbol. Las dos cosas que le daban verdadero placer eran la poesía y el actuar en representaciones teatrales. En Eton siempre estaban disfrazándose y recitando a Shakespeare, y cuando fuimos a Trinity, en la Universidad de Cambridge, se hizo miembro del grupo de teatro en el primer trimestre. Recuerdo que yo estaba siempre muy celoso de sus representaciones. Le tenía una devoción absurda; supongo que por lo diferentes que éramos en algunas cosas. Yo era un muchacho desmañado y enclenque, de pies enormes y horriblemente pecoso. Las pecas se propagan en las familias escocesas lo mismo que la gota en las familias inglesas; Cyril solía decir que entre las dos prefería la gota; pero es que siempre otorgaba un valor absurdamente alto a la apariencia personal, y una vez leyó una comunicación en nuestro círculo de retórica para demostrar que era mejor ser hermoso que ser bueno. Ciertamente, él tenía una belleza admirable. La gente a quien no le gustaba, personas hipócritas y tutores de la Universidad, y los jóvenes que se preparaban para clérigos, solían decir que era meramente guapo; pero había mucho más en su rostro que un mero atractivo. Creo que era la criatura más espléndida que he visto en mi vida, y nada podría sobrepasar la gracia de sus movimientos, el encanto de sus modales. Fascinaba a todo el mundo a quien valía la pena fascinar, y a muchísimos que no la valía.
Frecuentemente era voluntarioso y petulante, y yo solía pensar que era terriblemente poco sincero. Creo que se debía principalmente a su desmesurado deseo de agradar. ¡Pobre Cyril! Le dije una vez que se contentaba con triunfos de poca monta, pero lo único que hizo fue reírse. Estaba horriblemente consentido. Toda la gente encantadora, me imagino, está consentida; ese es el secreto de su atractivo.
Pero he de hablarte de la clase de actuaciones teatrales de Cyril. Ya sabes que no se permite en las agrupaciones teatrales de aficionados que actúen actrices; al menos no se permitía en mis tiempos, no sé lo que ocurre ahora. Pues bien, desde luego Cyril siempre figuraba en los papeles de muchachas, y cuando se representó ‘’Como gustéis’’ hizo el papel de Rosalinda. Fue una maravillosa interpretación. De hecho, Cyril Graham ha sido la única Rosalinda perfecta que he visto en mi vida. Sería imposible describirte la belleza, la delicadeza, el refinamiento de toda la actuación. Causó una sensación inmensa, y el teatrillo horrible, como era entonces, se abarrotaba cada tarde. Incluso ahora, cuando leo la obra no puedo por menos de pensar en Cyril. Podía haber sido escrita para él. Al trimestre siguiente se graduó y vino a Londres a estudiar para entrar en el cuerpo diplomático. Pero nunca trabajó nada; se pasaba el día leyendo los Sonetos, de Shakespeare, y las tardes en el teatro. Estaba, por supuesto, loco por subir al escenario, pero lord Crediton y yo hicimos todo lo que pudimos para impedírselo. Acaso si hubiera sido actor estaría vivo ahora. Siempre es necio dar consejos, pero dar un buen consejo es absolutamente fatal. Espero que no caigas tú nunca en ese error; si lo haces, lo lamentarás.
Bueno, para ir al grano de la historia, un día recibí una carta de Cyril, pidiéndome que fuera a verle a su apartamento aquella tarde. Tenía un apartamento muy bonito en Piccadilly, con vistas a Green Park, y como yo solía ir a verle todos los días me sorprendió bastante que se tomara la molestia de escribirme. Fui, desde luego, y cuando llegué le encontré en un estado de gran excitación. Me dijo que al fin había descubierto el verdadero secreto de los Sonetos, de Shakespeare; que todos los eruditos y críticos habían estado en una dirección enteramente equivocada, y que él era el primero que, trabajando puramente por evidencia interna, había averiguado quién era realmente míster W. H. Estaba completamente loco de placer, y durante un largo rato no quiso decirme su teoría. Por fin, sacó un montón de notas, cogió su libro de los ‘’Sonet’’’s de encima de la repisa de la chimenea, se sentó, y me dio una larga conferencia sobre todo el tema.
Empezó señalando que el joven a quien Shakespeare dirigió estos poemas extrañamente apasionados debió haber sigo alguien que fuera realmente un factor vital en el desarrollo de su arte dramático, y que esto no podía decirse ni de lord Pembroke ni de lord Southampton. A decir verdad, quienquiera que fuera no podía haber sido nadie de alta cuna, como se muestra claramente en el soneto XXV, en el que Shakespeare se pone a sí mismo en contraste con los que son "favoritos de los grandes príncipes"; dice en él con franqueza:
Aquellos que su estrella favorece
alardeen de títulos y honores,
que yo, a quien veda el sino triunfo tal,
no busqué el gozo en lo que más honré.
Y termina el soneto congratulándose por la condición humilde del que tanto adoraba:
Feliz pues yo, que amé y soy amado
do puedo no mudar ni ser mudado.
Este soneto, declaró Cyril, sería completamente ininteligible si nos imagináramos que estuviera dirigido al conde de Pembroke o al de Southampton, que eran, los dos, hombres de la más alta posición en Inglaterra y con títulos suficientes para que se les llamara "grandes príncipes". Y corroborando su punto de vista me leyó los sonetos CXXIV y CXXV, en los que Shakespeare nos dice que su amor no es "hijo del estado", que "no sufre en pompa risueña", sino que fue "formado lejos de accidente".
Yo escuchaba con mucho interés, pues no creo que se hubiera sostenido ese punto de vista antes; pero lo que siguió era todavía más curioso, y me pareció entonces que descartaba enteramente a Pembroke.
Sabemos por Meres que los Sonetos se habían escrito antes de 1598, y el soneto CIV nos informa que la amistad de Shakespeare por míster W. H. hacía tres años que existía. Ahora bien, lord Pembroke, que nació en 1580, no vino a Londres hasta que no tenía dieciocho años, es decir, hasta 1598, y la relación de Shakespeare con míster W. H. debía haber comenzado en 1594, o como muy tarde en 1595. De acuerdo con esto, Shakespeare no pudo conocer a lord Pembroke hasta después de haber escrito los Sonetos. contenido, y teniendo en cuenta que en la poesía inglesa, en general, el ritmo es más esencial que la rima.
La forma de los sonetos de Shakespeare -que lleva su nombre, si bien no la introdujo él- no es la tradicional de Petrarca, sino que se compone de tres cuartetos, con rima independiente cada uno, y un pareado.
Cyril señaló también que el padre de Pembroke no murió hasta 1601; mientras que por el verso Tuviste un padre, dígalo tu hijo, era evidente que el padre de míster W. H. no vivía en 1598. Además, era absurdo imaginar que cualquier editor de la época -y el prefacio es de mano del editor- se hubiera aventurado a dirigirse a William Herbert, conde de Pembroke, como míster W. H.; no siendo el caso de lord Buskhurst, de quien se hablaba como de míster Sackville, un caso realmente paralelo, ya que lord Buckhurst no era par del reino, sino meramente el hijo menor de un par, con un título de cortesía, y el pasaje del Parnaso de Inglaterra6 en que aparece así, no es una dedicatoria protocolaria y majestuosa, sino simplemente una alusión casual. Todo eso en lo referente a lord Pembroke, del que Cyril demolió fácilmente las supuestas pretensiones, mientras yo seguía sentado lleno de asombro. Con lord Southampton, Cyril tuvo menos dificultades aún. Southampton fue desde muy joven amante de Elizabeth Vernon, así que no necesitaba invitaciones al matrimonio; no era agraciado, ni se parecía a su madre, como era el caso de míster W. H.:
Eres espejo de tu madre, en ti
recobra ella de hermoso abril su flor;
y, sobre todo, su nombre de pila era Henry, mientras que los sonetos con juegos de palabras (CXXXV y CXLIII) muestran que el nombre del amigo de Shakespeare era el mismo que el suyo propio -Will.
En cuanto a las otras sugerencias de comentaristas desafortunados, de que míster W. H. es una errata y debiera haberse escrito míster W. S., significando míster William Shakespeare; o de que "míster W. H. all"' debiera leerse "míster W. H. all”; o que míster W. H. es míster William Hathaway, y que debiera ponerse un punto después de "desea", haciendo de míster W. H. el escritor y no el sujeto de la dedicatoria, Cyril lo descartó todo en breve tiempo; y no vale la pena mencionar ahora sus razones, aunque recuerdo que me hizo reír a carcajadas al leerme, me alegra decir que no en el original, algunos extractos de un comentarista alemán llamado Barnstorff, que insistía en que míster W. H. era nada menos que Shakespeare en persona - `míster William Himself"-. Ni quiso admitir por un solo momento que los Sonetos sean meras sátiras de la obra de Drayton y de John Davies de Hereford'. Para él, a decir verdad, lo mismo que para mí, eran poemas de significado serio y trágico, forjados con la amargura del corazón de Shakespeare y endulzados con la miel de sus labios. Aún menos quiso admitir él que fueran meramente una alegoría filosófica, y que en ellos se dirija Shakespeare a su ego ideal, a la virilidad ideal, o al espíritu de la belleza, o a la razón, o al logos divino, o a la Iglesia católica. Él sentía, como verdaderamente creo yo que debemos sentir todos, que los ‘’Sonetos’’ están dirigidos a un individuo a un joven particular cuya personalidad parece haber llenado, por alguna razón, el alma de Shakespeare de alegría terrible y de no menos terrible desesperación.
Habiendo allanado el camino de este modo, me pidió Cyril que desechara de mi mente cualquier idea preconcebida que pudiera haberme formado sobre el tema, y ' «All» («todo») es la palabra que sigue a las iniciales en la dedicatoria. que prestara oído, con honestidad y sin prejuicios, a su propia teoría. El problema que señalaba era el siguiente: ¿Quién era ese joven contemporáneo de Shakespeare a quien, sin ser de noble cuna y ni siquiera de noble naturaleza, se dirigía en términos de adoración tan apasionada que no podemos por menos de asombrarnos del extraño culto, y casi tememos dar la vuelta a la llave que abre el misterio del corazón del poeta? ¿Quién era aquel cuya belleza física era tal que se convirtió en la misma piedra angular del arte de Shakespeare, la fuente misma de la inspiración de Shakespeare, la encarnación misma de los sueños de Shakespeare? Considerarle simplemente el objeto de ciertos versos amorosos es perder todo el significado de los poemas, pues el arte de que habla Shakespeare en los Sonetos no es el arte de los Sonetos en sí, que eran ciertamente para él sólo cosas ligeras y secretas; es el arte del dramaturgo al que hace siempre alusión. Y aquel a quien dijo Shakespeare:
Mi arte todo eres tú, y tú promueves
mi ignorancia a la altura del saber;
a quien prometió la inmortalidad
Donde el aliento es más en boca humana.
Con seguridad no era otro que el muchacho para el que creó a Viola y a Imogen, a Julieta y a Rosalinda, a Portia y a Desdémona y a Cleopatra misma. Esta era la teoría de Cyril Graham, deducida, como ves, puramente de los Sonetos, y dependiendo para su aceptación no tanto de la prueba demostrable o evidencia formal, como de una especie de sentido espiritual y artístico, por el cual sólo, pretendía él, podría discernirse el verdadero significado de los poemas. Recuerdo que me leyó este hermoso soneto:
¿Cómo puede a mi musa faltar tema
mientras alientes tú, dando a mi verso
tu dulce razonar, tal excelente
que imitar no ha ningún vulgar papel?
¡Oh! date a ti las gracias si algo en mí
digna lectura es frente a tu vista;
¿pues quién tan torpe que escribir no pueda
cuando tú mismo das a invento luz?
Sé tú la musa diez, diez veces más
que las nueve que invocan los poetas;
y aquel que a ti te invoca crear pueda
ritmos eternos que perduren siempre.
Y señaló hasta qué punto estos versos corroboraban completamente su teoría. En verdad, recorrió todos los ‘’Sonetos’’ cuidadosamente, y mostró, o se imaginó que mostraba, que, de acuerdo con su nueva explicación de su significado, cosas que habían parecido oscuras, o perversas, o exageradas, se volvían claras y racionales, y de alta significación artística, e ilustraban el concepto de Shakespeare de las verdaderas relaciones entre el arte del actor y el arte del dramaturgo.
Desde luego, es evidente que debió existir en la compañía teatral de Shakespeare algún admirable actor adolescente de gran belleza, a quien confiaba la presentación de sus protagonistas femeninas, pues Shakespeare era un productor teatral práctico, además de un poeta imaginativo, y Cyril Graham había descubierto realmente el nombre del muchacho actor. Era Will o, como prefería llamarle, Willie Hughes. El nombre de pila lo encontró desde luego en los sonetos CXXXV y CXLIII, con sus juegos de palabras; el apellido estaba oculto, según él, en el octavo verso del soneto XX, en que se describe a mister W. H. como Un hombre en forma, y en la suya todas.
En la edición original de los Sonetos, "Hews" ("formas, homófono de Hughes -y, ambos nombres, homófonos de "hues", "matices", "bellezas"-) está impreso con mayúscula y en cursiva, y esto, alegaba Graham, mostraba claramente que se trataba de un juego de palabras; y corroboraba firmemente esta hipótesis con aquellos sonetos en que se hacen curiosos juegos de palabras con "uso" y "usura".
Desde luego, a mí me convenció inmediatamente, y Willie Hughes llegó a ser para mí una persona tan real como Shakespeare. La única objeción que yo puse a la teoría fue que no se encuentra el nombre de Willie Hughes en la lista de actores de la compañía de Shakespeare, impresa en la primera edición infolio.
Cyril, no obstante, señaló que la ausencia del nombre de Willie Hughes de esta lista corroboraba en realidad la teoría, ya que era evidente por el soneto LXXXVI que Willie Hughes había abandonado la compañía para actuar en un teatro rival, probablemente en alguna de las obras de Chapman 9. Aludiendo sin duda a esto, le dijo Shakespeare a Willie Hughes en su gran soneto a Chapman: Mas cuando completó tu rostro el verso me faltó el tema, el mío tornó débil.
Refiriéndose obviamente la expresión "cuando completó tu rostro el verso" a la belleza del joven actor que daba vida y realidad, y encanto añadido, al verso de Chapman. Una idea que se repite también en el soneto LXXIX:
Mientras clamé yo solo por tu ayuda
mi verso solo tuvo tus encantos,
ahora mi ritmo grácil ya declina
y a otra mi musa enferma cede el puesto.
Y asimismo en el soneto que precede a este:
... toda pluma ajena mi uso tiene
y a tu amparo dispersa su poesía
El juego de palabras (uso, "use", parófono de Hughes) es desde luego obvio, lo mismo que la frase "y a tu amparo dispersa su poesía", con el significado de "con tu ayuda como actor ofrecen al público sus obras".
Fue una velada maravillosa y seguimos allí sentados hasta casi la hora del alba, leyendo y releyendo los ‘’Sonetos’’. Después de algún tiempo, sin embargo, empecé a ver que antes de que pudiera presentarse al mundo la teoría en forma realmente perfeccionada era necesario conseguir alguna evidencia independiente sobre la existencia de ese joven actor, Willie Hughes. Si esta pudiera establecerse, no habría duda posible sobre su identificación con míster W. H.; pero, de otro modo, se vendría abajo la teoría. Se lo expuse con toda firmeza a Cyril, a quien molestó en gran medida lo que él llamó el tono prosaico de mi mente, y en verdad se mostró bastante hiriente con el asunto. No obstante, le hice prometer que por su propio bien no publicaría su descubrimiento hasta que no hubiera puesto toda la cuestión fuera de cualquier duda; y durante semanas y semanas investigamos en los registros de las iglesias de la City los manuscritos Alleyn, de Dulwich, los archivos del Registro, los documentos de lord Chamberlain; de hecho, todo lo que pensábamos que pudiera contener alguna alusión a Willie Hughes. No descubrimos nada, desde luego, y cada día me parecía más problemática la existencia de Willie Hughes. Cyril estaba en un estado de ánimo terrible, y solía insistir en toda la cuestión día tras día, suplicándome que lo creyera; pero yo veía el fallo de la teoría, y me negaba a dejarme convencer hasta que se hubiera puesto más allá de toda duda o toda crítica la existencia real de Willie Hughes.
Un día, Cyril se fue de la ciudad para reunirse con su abuelo, pensé yo entonces, pero luego supe por lord Crediton que no fue ese el caso; y aproximadamente quince días después recibí un telegrama suyo, expedido en Warwick, en el que me pedía que fuera a cenar con él sin falta aquella tarde a las ocho. Cuando llegué me dijo:
-El único apóstol que no se merecía una prueba era Santo Tomás, y Santo Tomás fue el único apóstol que la tuvo.
Le pregunté a qué se refería, y me contestó que había podido no sólo establecer la existencia en el siglo xvl de un muchacho actor llamado Willie Hughes, sino probar con la evidencia más concluyente que era él el míster W. H. de los Sonetos. No quiso decirme entonces nada más; pero después de la cena sacó solemnemente el cuadro que te enseñé, y me dijo que lo había descubierto por mera casualidad clavado en el costado de un viejo cofre que había comprado en una casa de labranza de Warwickshire. El cofre mismo, que era una muestra muy hermosa del trabajo isabelino, se lo había llevado consigo, naturalmente, y en el centro del panel central estaban indudablemente grabadas las iniciales W. H. Era este monograma lo que había atraído su atención, y me dijo que no fue hasta después de tener varios días el cofre en su poder cuando pensó en hacer el examen cuidadoso de su interior. Una mañana, sin embargo, vio que uno de los lados del cofre era mucho más grueso que el otro y, mirando más de cerca, descubrió que estaba sujeto a él un cuadro pintado en madera con su marco. Al sacarlo, encontró que era el retrato que está ahora en el sofá. Estaba muy sucio y cubierto de moho, pero se las arregló para limpiarlo y, para su gran gozo, vio que había dado, por pura casualidad, con la cosa que había estado buscando. Aquí estaba un auténtico retrato de míster W. H., con su mano descansando sobre la página de la dedicatoria de los Sonetos, y en el marco mismo podía verse débilmente el nombre del joven escrito en negro con letra uncial sobre fondo de oro deslustrado: Míster Will. Hews.
Pues bien. ¿Qué iba a decir yo? Nunca se me ocurrió ni por un momento que Cyril Graham estuviera gastándome una broma, ni que estuviera intentando demostrar su teoría por medio de una falsificación.»
-¿Pero es una falsificación? -pregunté yo.
-Desde luego que lo es -dijo Erskine-. Una falsificación muy buena, pero una falsificación, al fin y al cabo.
«Pensé entonces que Cyril estaba bastante tranquilo respecto a todo el asunto; pero me acordé de que una vez me había dicho que él no necesitaba pruebas de ninguna clase, y que creía que la teoría estaba completa sin ellas. Yo me reí de él y le dije que sin ellas la teoría se vendría abajo, y le felicité calurosamente por el maravilloso descubrimiento. Luego convinimos que el retrato debía reproducirse en aguafuerte o en facsímil, y ponerse como cubierta en la edición de Cyril de los Sonetos. Y durante tres meses no hicimos otra cosa que repasar cada poema verso a verso, hasta que hubimos resuelto todas las dificultades de texto o de significado.
Un día malhadado, estaba yo en una tienda de grabados de Holborn cuando vi sobre el mostrador unos dibujos a punta seca extremadamente bellos. Me atrajeron tanto que los compré; y el dueño del negocio, un hombre llamado Rawlings, me dijo que eran obra de un joven pintor que se llamaba Edward Merton, que era muy hábil, pero tan pobre como un ratón de iglesia. Fui a ver a Merton unos días después, habiendo conseguido su dirección por el vendedor de grabados, y me encontré con un joven pálido, interesante, con una esposa de aspecto bastante vulgar -su modelo, supe después-. Le dije cuánto admiraba sus dibujos, a lo que pareció muy complacido, y le pregunté si querría enseñarme algo del resto de su obra. Cuando estábamos examinando una carpeta llena de cosas realmente hermosas, pues Merton tenía un toque delicado y delicioso, me fijé de pronto en un dibujo del retrato de míster W. H. No había duda alguna sobre ello. Era casi un facsímil, siendo la única diferencia que las dos máscaras de la tragedia y la comedia no colgaban de la mesa de mármol, como en el cuadro, sino que yacían en el suelo a los pies del joven.
-¿Dónde demonios consiguió usted eso? -dije. Él se quedó bastante confuso, y dijo:
-¡Oh!, eso no es nada. No sabía que estaba en esta carpeta. No es cosa que valga nada.
-Es lo que hiciste para míster Cyril Graham -exclamó su mujer-; y si este señor desea comprarlo, déjale que lo adquiera.
-¿Para míster Cyril Graham? -repetí yo-. ¿Pintó usted el retrato de míster W. H.?
-No entiendo lo que usted quiere decir -replicó él, poniéndose muy colorado.
Bueno, todo el asunto fue realmente terrible. La mujer lo soltó todo. Yo le di cinco libras cuando me marché. No puedo soportar el pensar en ello ahora, pero, desde luego, estaba furioso. Me fui inmediatamente al apartamento de Cyril, y esperé allí tres horas antes de que volviera él a casa, con la horrible mentira mirándome a la cara, y le dije que había descubierto su falsificación. Se puso muy pálido y dijo:
-Lo hice sólo por ti. Tú no querías dejarte convencer de ningún otro modo. Eso no afecta a la verdad de la teoría.
-¡La verdad de la teoría! -exclamé-; cuanto menos hablemos de ello, tanto mejor. Tú mismo no creíste nunca en ella; si hubieras creído, no habrías cometido una falsificación para probarlo.
Cruzamos palabras fuertes, y tuvimos una tremenda discusión. Supongo que fui injusto. A la mañana siguiente estaba muerto.»
-¡Muerto! -exclamé.
-Sí; se disparó un tiro con un revólver. Algo de sangre salpicó el marco del cuadro, exactamente en el sitio en que se había pintado el nombre. Cuando yo llegué -su criado había enviado a buscarme inmediatamente-, ya estaba allí la policía. Había dejado una carta para mí, escrita evidentemente en la mayor agitación y agotamiento mental.
-¿Qué ponía? -pregunté.
-¡Oh!, que creía absolutamente en Willie Hughes; que la falsificación del retrato la había hecho simplemente haciéndome una concesión y que no invalidaba en lo más mínimo la verdad de la teoría, y que, a fin de probarme qué firme e inquebrantable era su fe en todo el asunto, iba a ofrecer su vida en sacrificio al secreto de los Sonetos. Era una carta necia y demencial. Recuerdo que terminaba diciendo que me confiaba la teoría de Willie Hughes, y que me tocaba a mí presentarla al mundo y desvelar el secreto del corazón de Shakespeare.
-Es una historia la mar de trágica -exclamé-, pero ¡,por qué no realizaste sus deseos? Erskine se encogió de hombros.
-Porque es una teoría completamente errónea, desde el principio al fin -respondió.
-Mi querido Erskine -dije, levantándome de mi asiento-, estás enteramente equivocado respecto a todo ello. Es la única clave perfecta a los Sonetos de Shakespeare que se ha hecho; está completa en todos sus detalles. Yo creo en Willie Hughes.
-No digas eso -dijo Erskine gravemente-. Creo que hay algo fatal en la idea, e, intelectualmente, no hay nada que decir en su favor. Yo he entrado a fondo en el asunto, y te aseguro que la teoría es enteramente falaz. Es plausible hasta cierto punto; luego, no llega más allá. ¡Por amor del cielo!, mi querido muchacho, no resucites el tema de Willie Hughes, te destrozará el corazón.
-Erskine -repliqué-, tienes el deber de entregar esa teoría al mundo. Si no quieres hacerlo tú, lo haré yo.
Al retenerla, estás traicionando la memoria de Cyril Graham, el más joven y el más espléndido de todos los mártires de la literatura. Te ruego que le hagas justicia. Murió por ello; no dejes que su muerte sea vana. Erskine me miró lleno de asombro.
-Te has dejado llevar por el sentimiento de toda esta historia -dijo-. Olvidas que una cosa no es necesariamente verdad porque un hombre muera por ella. Yo era amigo leal de Cyril Graham; su muerte fue un rudo golpe para mí, del que tardé años en rehacerme, y no creo que me haya rehecho nunca. Pero, respecto a Willie Hughes, no hay nada en la idea de Willie Hughes. No existió nunca tal persona. En cuanto a presentar toda la cosa ante el mundo, el mundo cree que Cyril Graham se mató accidentalmente. La única prueba de su suicidio estaba en el contenido de la carta que me escribió, y de esta carta el público nunca ha tenido noticia. Hasta hoy lord Crediton piensa que la cosa fue un accidente.
-Cyril Graham sacrificó su vida por una gran idea -respondí-; y si tú no quieres hablar de su martirio, habla al menos de su fe.
-Su fe -dijo Erskine- se adhirió a algo que era falso, a algo que era erróneo, a algo que ningún especialista shakesperiano aceptaría ni por un instante. Se reirían de la teoría. No hagas el ridículo, ni sigas una pista que no lleva a ninguna parte. Empiezas por asumir la existencia de la persona misma cuya existencia es lo que hay que probar. Además, todo el mundo sabe que los Sonetos se dirigieron a lord Pembroke; la cuestión quedó zanjada una vez por todas.
-¡La cuestión no está zanjada! -exclamé-. Tomaré la teoría donde Cyril Graham la dejó, y demostraré al mundo que él tenía razón.
-¡Necio muchacho! -dijo Erskine-. Vete a casa; son más de las dos, y no pienses más en Willie Hughes. Siento el haberte hablado de ello, y lamento muchísimo ciertamente el haberte convertido a una cosa en la que yo no creo.
-Tú me has dado la clave del mayor misterio de la literatura moderna -repliqué-; y no descansaré hasta que no te haya hecho reconocer, hasta que no haya hecho que todo el mundo reconozca, que Cyril Graham fue el más sutil de los críticos de Shakespeare de nuestro tiempo.
Cuando iba de camino a casa atravesando St. James Park, rompía el alba sobre Londres. Los blancos cisnes yacian dormidos en el lago bruñido, y el adusto palacio parecía de púrpura recortado en el cielo verde pálido. Pensé en Cyril Graham, y mis ojos se llenaron de lágrimas.
Ruben- Poeta especial
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