¿Cuánto podremos aguantar?”
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¿Cuánto podremos aguantar?”
¿Cuánto podremos aguantar?”
Me encuentro a Alfonso caminando con su nieto. Hace mucho que no le veo y presumo que ya está jubilado. “Sí, hace cinco años ya. ¡Menos mal, un poco más y no lo cuento!” La fábrica en la que trabajaba cerró y se marchó al extranjero. “Deslocalización lo llaman. A mí me parece que es una sinvergonzonería”, dice Alfonso. Hace tres años, me cuenta, su mujer también se jubiló en la empresa de servicio de limpieza en un centro sanitario.
Pero su cara no es de satisfacción. “¡No hemos podido aún disfrutar juntos del descanso tras una vida entera de trabajo”, se lamenta. Al poco de jubilarse su mujer, su hijo regresó a casa. No tenía trabajo y no podía “literalmente mantenerse”. Hace dos años, su hija perdió el empleo y meses después su marido, un emprendedor como ahora llaman a quien monta un negocio. “Trabajaba el aluminio, pero los clientes no le pagaban y al acumular 30.000 euros en impagos decidió cerrar”. Tienen dos niños de corta edad.
Alfonso y su mujer mantienen ahora a sus dos hijos, al yerno, a los nietos y pagan las hipotecas de sus correspondientes pisos. “Menos mal que compraron las casas en buen momento y el recibo no es muy alto, 400 euros cada uno”. Pero Alfonso está “muy preocupado” porque no sabe “cuánto podremos aguantar así. Muchas noches mi mujer y yo nos miramos y decimos esto no puede ser cierto…”
El nieto reclama al abuelo que le compre una golosina: “Sólo una, hijo, que no hay para más”. Y continúa su marcha cansina, con su pesada carga sobre las espaldas, mientras murmura “no sé, no sé hasta cuándo vamos a aguantar”. Ni yo tampoco.
Celeste López
Me encuentro a Alfonso caminando con su nieto. Hace mucho que no le veo y presumo que ya está jubilado. “Sí, hace cinco años ya. ¡Menos mal, un poco más y no lo cuento!” La fábrica en la que trabajaba cerró y se marchó al extranjero. “Deslocalización lo llaman. A mí me parece que es una sinvergonzonería”, dice Alfonso. Hace tres años, me cuenta, su mujer también se jubiló en la empresa de servicio de limpieza en un centro sanitario.
Pero su cara no es de satisfacción. “¡No hemos podido aún disfrutar juntos del descanso tras una vida entera de trabajo”, se lamenta. Al poco de jubilarse su mujer, su hijo regresó a casa. No tenía trabajo y no podía “literalmente mantenerse”. Hace dos años, su hija perdió el empleo y meses después su marido, un emprendedor como ahora llaman a quien monta un negocio. “Trabajaba el aluminio, pero los clientes no le pagaban y al acumular 30.000 euros en impagos decidió cerrar”. Tienen dos niños de corta edad.
Alfonso y su mujer mantienen ahora a sus dos hijos, al yerno, a los nietos y pagan las hipotecas de sus correspondientes pisos. “Menos mal que compraron las casas en buen momento y el recibo no es muy alto, 400 euros cada uno”. Pero Alfonso está “muy preocupado” porque no sabe “cuánto podremos aguantar así. Muchas noches mi mujer y yo nos miramos y decimos esto no puede ser cierto…”
El nieto reclama al abuelo que le compre una golosina: “Sólo una, hijo, que no hay para más”. Y continúa su marcha cansina, con su pesada carga sobre las espaldas, mientras murmura “no sé, no sé hasta cuándo vamos a aguantar”. Ni yo tampoco.
Celeste López
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