Cualquier cosa de Félix María Samaniego
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Cualquier cosa de Félix María Samaniego
Cualquier cosa de Félix María Samaniego
Una noche de enero,
estaba calentándose al brasero
una joven casada,
la ropa a las rodillas remangada,
porque así no temía
quemarse en tanto que labor hacía.
De este modo esperaba a su marido,
que era un pobre artesano,
mientras entretenido
un chico que tenía, por su mano
castañas en la lumbre iba metiendo
y el rescoldo con ellas revolviendo.
Así agachado, de su madre enfrente,
asaba diligente
una y otra castaña,
cuando, la vista alzando descuidado,
vio con admiración cierta montaña
de pelo engrafillado,
con que se coronaba y guarnecía
un ojal que su madre allí tenía.
Con tal visión se puso
el muchacho confuso;
mas queriendo, curioso,
saber si en aquel sitio tenebroso
alguna trampantoja se escondía
y qué hondura tenía,
poquirritito a poco, aunque con miedo,
se fue acercando, y... ¡ zas!, la metió el dedo.
Respingóse la madre, y dio un chillido
por no estar su agujero prevenido
para esta tentadura inesperada,
y al dejar, agitada,
su silla, tropezó con el puchero
del guisado, y vertiole en el brasero.
El muchacho, que vio con sobresalto
arruinada la cena por el salto,
dijo: -¿De qué se asusta, madre mía,
si era yo quien el dedo la metía?
Dígame usté: ¿ qué es eso
que tiene entre las piernas tan espeso?
-¿ Qué te importa?, le dijo muy rabiosa
la madre. Eso será... cualquiera cosa.
¡ Miren qué travesura!
¡ No es mala tentación de criatura
buscarle las cosquillas a su madre
para que sin cenar deje a su padre!
Ya verás, cuando venga y se lo cuente,
qué linda zurra te dará en caliente.
El chico, temeroso,
la pidió que callase,
pues jamás volvería a ser curioso
como a su padre nada le contase,
y la madre, por fin desenojada,
cuando vino el marido
le refirió que el gato había vertido
la cena preparada,
derribando el puchero
que estaba calentándose al brasero.
El hombre, que la amaba,
aunque no le gustaba
quedarse sin cenar, como a su hijo,
-¡ Qué hemos de hacer!, la dijo.
Por esta noche, esposa,
cenaremos los tres cualquiera cosa.
Apenas el muchacho hubo escuchado
esta resolución, cuando agitado,
de tal suerte gemía,
que le preguntó el padre qué tenía.
Y el chico, con mayores desconsuelos,
respondió con voz llorosa:
-¡ Yo no quiero cenar cualquiera cosa,
padre, que está mojada y tiene pelos!
Una noche de enero,
estaba calentándose al brasero
una joven casada,
la ropa a las rodillas remangada,
porque así no temía
quemarse en tanto que labor hacía.
De este modo esperaba a su marido,
que era un pobre artesano,
mientras entretenido
un chico que tenía, por su mano
castañas en la lumbre iba metiendo
y el rescoldo con ellas revolviendo.
Así agachado, de su madre enfrente,
asaba diligente
una y otra castaña,
cuando, la vista alzando descuidado,
vio con admiración cierta montaña
de pelo engrafillado,
con que se coronaba y guarnecía
un ojal que su madre allí tenía.
Con tal visión se puso
el muchacho confuso;
mas queriendo, curioso,
saber si en aquel sitio tenebroso
alguna trampantoja se escondía
y qué hondura tenía,
poquirritito a poco, aunque con miedo,
se fue acercando, y... ¡ zas!, la metió el dedo.
Respingóse la madre, y dio un chillido
por no estar su agujero prevenido
para esta tentadura inesperada,
y al dejar, agitada,
su silla, tropezó con el puchero
del guisado, y vertiole en el brasero.
El muchacho, que vio con sobresalto
arruinada la cena por el salto,
dijo: -¿De qué se asusta, madre mía,
si era yo quien el dedo la metía?
Dígame usté: ¿ qué es eso
que tiene entre las piernas tan espeso?
-¿ Qué te importa?, le dijo muy rabiosa
la madre. Eso será... cualquiera cosa.
¡ Miren qué travesura!
¡ No es mala tentación de criatura
buscarle las cosquillas a su madre
para que sin cenar deje a su padre!
Ya verás, cuando venga y se lo cuente,
qué linda zurra te dará en caliente.
El chico, temeroso,
la pidió que callase,
pues jamás volvería a ser curioso
como a su padre nada le contase,
y la madre, por fin desenojada,
cuando vino el marido
le refirió que el gato había vertido
la cena preparada,
derribando el puchero
que estaba calentándose al brasero.
El hombre, que la amaba,
aunque no le gustaba
quedarse sin cenar, como a su hijo,
-¡ Qué hemos de hacer!, la dijo.
Por esta noche, esposa,
cenaremos los tres cualquiera cosa.
Apenas el muchacho hubo escuchado
esta resolución, cuando agitado,
de tal suerte gemía,
que le preguntó el padre qué tenía.
Y el chico, con mayores desconsuelos,
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-¡ Yo no quiero cenar cualquiera cosa,
padre, que está mojada y tiene pelos!
Karla Benitez- Moderadora
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