La limosna de Félix María Samaniego
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La limosna de Félix María Samaniego
La limosna de Félix María Samaniego
A pedir la limosna acostumbrada
a una granja del pueblo separada,
llegó un fornido lego franciscano,
y encontró de carácter muy humano
a una viuda y joven labradora
que era de aquella granja la señora.
Esta, luego que vio tan colorado
al lego, tan robusto y bien tratado,
sintió cierta pasión picante y viva
que aumentó su virtud caritativa.
Echole en las alforjas varias cosas
al paladar gustosas
con que los reverendos regalones
suelen regodearse en ocasiones,
y, ya muy bien provisto por su mano
le dijo al irse: -¿Quiere más, hermano?
-Quiero lo que me den, respondió el lego;
mas lo que haya de ser démelo luego,
porque quien pronto da y sin intereses
hace una buena acción y da dos veces.
-Pues voy a darle, replicó la hermana,
un velloncito negro de mi lana,
que le puede servir de cabecera
cuando se quede del convento fuera.
En efecto, le trajo un velloncito
muy negro, muy rizado y peinadito,
que el lego recogió con gran sosiego,
queriendo marchar luego,
diciendo: ¡Sea por Dios!, según costumbre,
sin que el nuevo regalo diese lumbre.
Mas la viuda, cogiéndole la punta
del cordón, le detiene y le pregunta
afable y cariñosa,
si no necesitaba de otra cosa.
A que él dijo: -No habrá nada que sobre
a mi comunidad, porque es muy pobre,
y de todo, hermanita,
la orden de San Francisco necesita.
Mientras esto pasaba,
una gallina dentro cacareaba
y la viuda al lego dijo: -Espere,
hermano, y llevará lo que quisiere,
pues por mayor regalo se lo ofrezco,
de mi pollita blanca un huevo fresco.
-Hermana, uno no basta,
dijo el lego, que cada fraile gasta,
para su provisión, por todo el año,
un par de huevos y de buen tamaño.
La labradora entonces junto al lego
se arrimó con más fuego
y, sin andarse en otros perendengues,
le dice cariñosa haciendo dengues:
-Pues, hermano, que tome le aconsejo
para regalo suyo este conejo.
-No lo gasto tampoco; mas no obstante,
el lego la responde, aquí delante,
pues es limosna, engánchele al momento:
le llevaré al guardián de mi convento,
que lo suele comer muy a menudo
aunque tenga sus pelos y esté crudo.
A pedir la limosna acostumbrada
a una granja del pueblo separada,
llegó un fornido lego franciscano,
y encontró de carácter muy humano
a una viuda y joven labradora
que era de aquella granja la señora.
Esta, luego que vio tan colorado
al lego, tan robusto y bien tratado,
sintió cierta pasión picante y viva
que aumentó su virtud caritativa.
Echole en las alforjas varias cosas
al paladar gustosas
con que los reverendos regalones
suelen regodearse en ocasiones,
y, ya muy bien provisto por su mano
le dijo al irse: -¿Quiere más, hermano?
-Quiero lo que me den, respondió el lego;
mas lo que haya de ser démelo luego,
porque quien pronto da y sin intereses
hace una buena acción y da dos veces.
-Pues voy a darle, replicó la hermana,
un velloncito negro de mi lana,
que le puede servir de cabecera
cuando se quede del convento fuera.
En efecto, le trajo un velloncito
muy negro, muy rizado y peinadito,
que el lego recogió con gran sosiego,
queriendo marchar luego,
diciendo: ¡Sea por Dios!, según costumbre,
sin que el nuevo regalo diese lumbre.
Mas la viuda, cogiéndole la punta
del cordón, le detiene y le pregunta
afable y cariñosa,
si no necesitaba de otra cosa.
A que él dijo: -No habrá nada que sobre
a mi comunidad, porque es muy pobre,
y de todo, hermanita,
la orden de San Francisco necesita.
Mientras esto pasaba,
una gallina dentro cacareaba
y la viuda al lego dijo: -Espere,
hermano, y llevará lo que quisiere,
pues por mayor regalo se lo ofrezco,
de mi pollita blanca un huevo fresco.
-Hermana, uno no basta,
dijo el lego, que cada fraile gasta,
para su provisión, por todo el año,
un par de huevos y de buen tamaño.
La labradora entonces junto al lego
se arrimó con más fuego
y, sin andarse en otros perendengues,
le dice cariñosa haciendo dengues:
-Pues, hermano, que tome le aconsejo
para regalo suyo este conejo.
-No lo gasto tampoco; mas no obstante,
el lego la responde, aquí delante,
pues es limosna, engánchele al momento:
le llevaré al guardián de mi convento,
que lo suele comer muy a menudo
aunque tenga sus pelos y esté crudo.
Karla Benitez- Moderadora
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Roana Varela- Moderadora
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