Encuentros para nada casuales
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Encuentros para nada casuales
Encuentros para nada casuales
Salir con un hombre que tenía un pasado, no parecía ser algo fuera de lo común para mí.
Personalmente, creo que quién haya conocido un amante, sin un pasado, sin experiencias, sin algún que otro fracaso amoroso, sin ofensas, no creo que haya conocido mucho de los hombres. A mi simple opinión, un hombre sin experiencia es como un auto sin ablandar. Puede lucir una maravillosa carrocería por fuera pero los kilómetros caminados, hace a la calidad de la máquina.
En aquél entonces nuestro romance estaba en pleno apogeo, cuando por diferentes circunstancias de la vida, nos dejamos de ver. Aunque no muchos meses después, al enterarse de un gravísimo accidente que yo había sufrido, el mismo amante experimentado que había conocido meses antes, estaba acompañándome en la habitación de un hospital.
Durante largos meses y tras una dura rehabilitación, logré volver a mi hogar, con la misma compañía que había tenido hasta entonces. Pero enfrentando otra realidad. La realidad de desnudarme frente a un espejo y reconocerme llena de cicatrices.
Recorría cada parte de mi cuerpo y cada una de ellas mostraba los resabios de aquel duro accidente. No había forma alguna, de que una bella lencería volviera a hacerme lucir sexy, atrevida y audaz, como lo era meses antes. No había arma de seducción que me devolviera la seguridad que había perdido. Así que esa noche, decidí apagar las luces y ponerme lo menos sexy que tenía. Meterme en la cama, taparme lo suficiente y encontrar la excusa perfecta para dormirme rápidamente.
Ese fue mi accionar durante, casi, todas las noches siguientes. Mientras mi compañero solo atinaba a abrazarme y acompañarme en ese largo proceso, desde el único lugar que tenía. Vestidos con la cruda realidad, en plena oscuridad.
Meses después, en una de esas noches en las que el insomnio nos encontraba a la mitad de la madrugada, empecé a descubrir -en las charlas con mi compañero- parte de su historia. Aquella que no conocía, aquella en la que en su etapa de amante seductor había preferido pasar por alto. Noté que sus experiencias no eran para nada envidiables. Sus aciertos y desaciertos. Sus años de lucha, sus éxitos y fracasos. De pronto, mientras él hablaba, me percaté de que también él tenía cicatrices en su cuerpo, solo que eran muchos menos visibles que las mías. Estaban guardadas y tapadas, casi con la misma cantidad de ropa con la había decidido tapar las mías.
Durante varias noches, nos decidimos a compartir y deliberar sobre las experiencias vividas y los proyectos a futuro con las posibilidades que teníamos. Otra noche más que dormíamos cubiertos con la realidad, con las cicatrices que llevábamos cada uno a su manera y la forma que teníamos de ir curándolas.
Con el paso de los meses, fui aprendiendo a aceptar cada una de las mías. A entender que estaban ahí por una razón, que habían sido fruto de una experiencia, del proceso de supervivencia de cada acontecimiento - agradable o desagradable- pero del que había logrado salir adelante con éxito y que no había razón para taparlas, para ocultarlas o para negarlas. Era un gran avance, pero tenía demasiadas como para mostrarlas todas juntas. De modo que opté por mostrar -solo algunas- de alguna manera esperando el rechazo de mi compañero. Pero para mi asombro, no hubo nada que le llamara tanto la atención.
Varias semanas después, cuando sentí que – alguna de ellas- ya habían cicatrizado lo suficiente, decidí mostrar un poco más de mí.
Otra noche más que nos develábamos con conversaciones triviales, risas y bromas pero que terminaban en profundas charlas acerca de su historia y pasado. Otra noche más, en la que claramente me daba cuenta que no era la única que cargaba con cicatrices. Pero a diferencia de él, algunas de las mías ya habían cicatrizado y no dolían tanto, como las que estaba escuchando de la persona que dormía a mi lado. Cubierta con la misma cantidad de ropa que yo. Quizás inconcientemente, él también se había mirado en un espejo -mucho más real que el mío- y había decidido ir mostrándolas de a poco.
Hicieron falta varias noches para que yo pudiera acostarme sin tanta ropa y con más aceptación, acerca de mi condición.
Nos llevó tiempo conocernos y decidirnos a compartir nuestras frustraciones, miedos y desilusiones, hasta que de a poco fuimos quitándonos aquello que usábamos para cubrir nuestra realidad y decidirnos a dormir más liviano.
Nos llevo tiempo decidirnos a no “taparnos más” y mostrarnos tal cual éramos. Aceptándonos y dejando ver cada una de nuestras cicatrices. Las visibles y las internas. Las que cicatrizaron y las que a pesar del tiempo transcurrido, todavía dolían.
Nos llevo tiempo aceptar la realidad que teníamos -aquella que no habíamos elegido- pero que de a poco, intentábamos cambiar. Nos llevó tiempo desnudarnos “emocionalmente” y mostrarnos tal cual éramos.
Pero una noche, no recuerdo bien cuando, me dí cuenta que ya no quedaba nada más para mostrar. Estábamos los dos desnudos en la misma cama, compartimos nuestras cicatrices. Las de su pasado y las de mi presente. Algunas cicatrizadas y otras demasiado frescas. Por cierto aquella noche, dormimos con poca ropa. Y demás esta decir, que tampoco hizo falta, apagar la luz.
No supe mucho más de aquel compañero, que pasó de ser un Amante Seductor para convertirse en un hombre real, de carne y hueso. En donde ambos, aprendimos a dejar de lado nuestras prendas más seductoras, para mostrarnos tal cual éramos.
No sé que será de su vida, pero agradezco que haya sido parte de mi gran proceso de aceptación. En el que aprendí que debajo del glamour, las prendas de marca y el perfume importado, podemos encontrar tipos normales y con tantas cicatrices, como historias vividas. Y que los encuentros, muchas veces, no son para nada casuales.
Por cecigiambo
Salir con un hombre que tenía un pasado, no parecía ser algo fuera de lo común para mí.
Personalmente, creo que quién haya conocido un amante, sin un pasado, sin experiencias, sin algún que otro fracaso amoroso, sin ofensas, no creo que haya conocido mucho de los hombres. A mi simple opinión, un hombre sin experiencia es como un auto sin ablandar. Puede lucir una maravillosa carrocería por fuera pero los kilómetros caminados, hace a la calidad de la máquina.
En aquél entonces nuestro romance estaba en pleno apogeo, cuando por diferentes circunstancias de la vida, nos dejamos de ver. Aunque no muchos meses después, al enterarse de un gravísimo accidente que yo había sufrido, el mismo amante experimentado que había conocido meses antes, estaba acompañándome en la habitación de un hospital.
Durante largos meses y tras una dura rehabilitación, logré volver a mi hogar, con la misma compañía que había tenido hasta entonces. Pero enfrentando otra realidad. La realidad de desnudarme frente a un espejo y reconocerme llena de cicatrices.
Recorría cada parte de mi cuerpo y cada una de ellas mostraba los resabios de aquel duro accidente. No había forma alguna, de que una bella lencería volviera a hacerme lucir sexy, atrevida y audaz, como lo era meses antes. No había arma de seducción que me devolviera la seguridad que había perdido. Así que esa noche, decidí apagar las luces y ponerme lo menos sexy que tenía. Meterme en la cama, taparme lo suficiente y encontrar la excusa perfecta para dormirme rápidamente.
Ese fue mi accionar durante, casi, todas las noches siguientes. Mientras mi compañero solo atinaba a abrazarme y acompañarme en ese largo proceso, desde el único lugar que tenía. Vestidos con la cruda realidad, en plena oscuridad.
Meses después, en una de esas noches en las que el insomnio nos encontraba a la mitad de la madrugada, empecé a descubrir -en las charlas con mi compañero- parte de su historia. Aquella que no conocía, aquella en la que en su etapa de amante seductor había preferido pasar por alto. Noté que sus experiencias no eran para nada envidiables. Sus aciertos y desaciertos. Sus años de lucha, sus éxitos y fracasos. De pronto, mientras él hablaba, me percaté de que también él tenía cicatrices en su cuerpo, solo que eran muchos menos visibles que las mías. Estaban guardadas y tapadas, casi con la misma cantidad de ropa con la había decidido tapar las mías.
Durante varias noches, nos decidimos a compartir y deliberar sobre las experiencias vividas y los proyectos a futuro con las posibilidades que teníamos. Otra noche más que dormíamos cubiertos con la realidad, con las cicatrices que llevábamos cada uno a su manera y la forma que teníamos de ir curándolas.
Con el paso de los meses, fui aprendiendo a aceptar cada una de las mías. A entender que estaban ahí por una razón, que habían sido fruto de una experiencia, del proceso de supervivencia de cada acontecimiento - agradable o desagradable- pero del que había logrado salir adelante con éxito y que no había razón para taparlas, para ocultarlas o para negarlas. Era un gran avance, pero tenía demasiadas como para mostrarlas todas juntas. De modo que opté por mostrar -solo algunas- de alguna manera esperando el rechazo de mi compañero. Pero para mi asombro, no hubo nada que le llamara tanto la atención.
Varias semanas después, cuando sentí que – alguna de ellas- ya habían cicatrizado lo suficiente, decidí mostrar un poco más de mí.
Otra noche más que nos develábamos con conversaciones triviales, risas y bromas pero que terminaban en profundas charlas acerca de su historia y pasado. Otra noche más, en la que claramente me daba cuenta que no era la única que cargaba con cicatrices. Pero a diferencia de él, algunas de las mías ya habían cicatrizado y no dolían tanto, como las que estaba escuchando de la persona que dormía a mi lado. Cubierta con la misma cantidad de ropa que yo. Quizás inconcientemente, él también se había mirado en un espejo -mucho más real que el mío- y había decidido ir mostrándolas de a poco.
Hicieron falta varias noches para que yo pudiera acostarme sin tanta ropa y con más aceptación, acerca de mi condición.
Nos llevó tiempo conocernos y decidirnos a compartir nuestras frustraciones, miedos y desilusiones, hasta que de a poco fuimos quitándonos aquello que usábamos para cubrir nuestra realidad y decidirnos a dormir más liviano.
Nos llevo tiempo decidirnos a no “taparnos más” y mostrarnos tal cual éramos. Aceptándonos y dejando ver cada una de nuestras cicatrices. Las visibles y las internas. Las que cicatrizaron y las que a pesar del tiempo transcurrido, todavía dolían.
Nos llevo tiempo aceptar la realidad que teníamos -aquella que no habíamos elegido- pero que de a poco, intentábamos cambiar. Nos llevó tiempo desnudarnos “emocionalmente” y mostrarnos tal cual éramos.
Pero una noche, no recuerdo bien cuando, me dí cuenta que ya no quedaba nada más para mostrar. Estábamos los dos desnudos en la misma cama, compartimos nuestras cicatrices. Las de su pasado y las de mi presente. Algunas cicatrizadas y otras demasiado frescas. Por cierto aquella noche, dormimos con poca ropa. Y demás esta decir, que tampoco hizo falta, apagar la luz.
No supe mucho más de aquel compañero, que pasó de ser un Amante Seductor para convertirse en un hombre real, de carne y hueso. En donde ambos, aprendimos a dejar de lado nuestras prendas más seductoras, para mostrarnos tal cual éramos.
No sé que será de su vida, pero agradezco que haya sido parte de mi gran proceso de aceptación. En el que aprendí que debajo del glamour, las prendas de marca y el perfume importado, podemos encontrar tipos normales y con tantas cicatrices, como historias vividas. Y que los encuentros, muchas veces, no son para nada casuales.
Por cecigiambo
Karla Benitez- Moderadora
- Cantidad de envíos : 2991
Puntos : 51278
Fecha de inscripción : 22/03/2013
Karla Benitez- Moderadora
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Fecha de inscripción : 22/03/2013
sabra- Admin
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