D. Fr. BARTOLOMÉ DE LAS CASAS.
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EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Biografías de Escritores :: Biografías De Personajes Célebres
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D. Fr. BARTOLOMÉ DE LAS CASAS.
D. Fr. BARTOLOMÉ DE LAS CASAS.
Don Fray Bartolomé de las Casas, del Orden de Predicadores, y Obispo de Chiapa, nació en Sevilla el año de 1474. Su.padre, aunque noble, carecía de medios para costearle una carrera decente, y le puso á servir con el Almirante Christóbal Colon, en cuya compañía se embarcó para las Américas el año de 1493. Á su regreso de este viaje, en que no se detuvo mucho tiempo, se dedicó al estudio de los sagrados Cánones; y ya instruido en ellos, tomó la resolución de volver á las Américas con varios Sacerdotes, á quienes el bien de las almas llamaba desde aquellos nuevos dominios.
La Isla Española presentaba á Casas el mejor teatro para sus ideas: establecióse en ella; y después de algunos años, y hecho ya Sacerdote, pasó á la de Cuba, en donde tomó á su cargo la instrucción y conversión de los Indios habitadores del lugar de Zaguarama de la misma Isla. La sórdida codicia de algunos Gobernadores de aquel nuevo Imperio oprimía á sus naturales hasta reducirles á una vergonzosa esclavitud: no podia sufrir Casas tan violenta conducta ni remediarla, y arrebatado de su zelo se volvió otra vez á España con ánimo de representar estos excesos al mismo Rey Fernando el Católico.
Hizo la desgracia que quando Casas llegó á España pasó á mejor vida aquel Soberano; y con su muerte resultaron tantos y tan graves negocios, que viendo la imposibilidad de que se atendiese al suyo, lleno de dolor se regresó á la Isla Española, en donde tomó el hábito de Religioso Dominico. En este estado, é impaciente por el infeliz á que veia reducir cada día mas á los inocentes Indios, emprendió otro viage á España, que no le surtió mejor efecto. Clamaba, representaba los desórdenes; pero tan sin fruto, que se vio precisado á volverse, y dexar su empeño para ocasión mas oportuna.
Aunque las Islas de Sto. Domingo y Cuba, en cuyos territorios habia hecho Casas sus primeros ensayos apostólicos, le atraían demasiado, la obediencia le llevó á Guatemala y México, en donde encontró iguales motivos de exercer su caridad. No eran los Indios menos supersticiosos ni menos ignorantes en el continente que en las islas, ni su suerte en lo político era mas afortunada; conociólo Casas bien pronto, y sin desatender á los medios dulces de su conversión, tomó á su cargo el cuidado de su libertad y de sus intereses temporales. Ayudábanle en estos dos importantes ministerios algunos Religiosos de su Orden sostenidos del Obispo de Guatemala; pero como sus ideas no convenían con las de muchos de los Gobernadores de aquellas Provincias, se frustraban todos sus deseos, y tal vez se empeoraba la condición de aquellos pobres, chocando el rigor de los Magistrados con la mansedumbre de los Misioneros.
Viendo Casas que sus esfuerzos eran inútiles, y que de ningún modo podía lograr los fines de su misión, determinó volver á España, y repetir con nuevos testimonios de su justicia las súplicas que en beneficio de los Indios había hecho en sus primeros y penosos viages. Una terrible borrasca y un encuentro fatal con unos piratas Tripolinos pusieron en el mayor riesgo la vida y libertad de Casas; mas la Providencia, que velaba sobre este varón apostólico, le sacó á salvo, y le conduxo al puerto, aun en menos tiempo del que había pensado. Tan inesperado arribo le miró como un feliz pronóstico de su empresa; pero esta idea, que le lisonjeó por el pronto alimentando sus esperanzas, se le desvaneció luego que supo que llamado Carlos V de las turbulencias del Imperio se hallaba en los paises Austríacos. No desmayó no obstante: marchó á la Corte, que á la sazón estaba en Valladolid, y á poco tiempo de estar en ella practicando las mas activas diligencias para ser oído llegó el Emperador.
Como á la vehemencia del interes piadoso de Casas se agregaba su gran talento y una fecundidad extraordinaria en recursos, consiguió que el Emperador le oyese. Sensible este gran Monarca á las representaciones fuertes y patéticas de Casas, mandó que al instante se formase una junta de sabios que las examinara. Estaban opuestos los pareceres, y contradecía á Casas el eruditísimo Teólogo y Cronista del César Juan Gines de Sepúlveda: trataba de sostener este sabio á los Gobernadores, y oponerse á la libertad de los Indios con las leyes divinas y humanas, y con el exemplo de la conducta de los Israelitas vencedores de los Cananeos: su autoridad era de un peso irresistible; pero Casas mas instruido en la materia, y si no mas político, mas humano, le impugnaba y persuadía á su opinión hasta el convencimiento. Era sin embargo difícil resolver sobre estas controversias, y el Emperador para hacerlo con acierto nombró por árbitro de ellas á su Confesor el célebre Domingo Soto.
Mientras se instruía Soto para una determinación que jamas se verificó completamente, se ocupaba Casas en la composición de muchas obras análogas á su primer objeto, y á la historia y gobierno de Indias: trabajó en la legislación de aquellos dominios, en justificar los derechos de sus Soberanos á ellos, en el modo de promulgar el Evangelio á los Indios, en contestar á varios incidentes de sus disputas con Sepúlveda y con el Obispo de Darien, y en la famosa obra intitulada Brevísima relación de la destrucción de las Indias, de la que han hecho el peor uso algunos escritores extrangeros.
Ó por alejarle de la Corte, ó por premiar su mérito incomparable, después de haber renunciado el Obispado de Cuzco se le precisó á Casas á tomar el de Chiapa: fue á servirle, trabajó con el mismo zelo que siempre por la felicidad de los Indios, catequizó á infinitos, les consoló en sus penas, les libertó de muchas vexaciones; y no pudiendo ni con su persuasión ni con sus escritos, corregir los muchos excesos que advertía contra aquellos desgraciados naturales, se volvió últimamente á España. Reninció el Obispado, y clamando oportuna é importunamente, según el consejo del Apóstol, por sus hijos, que así llamaba á los Indios, murió en Madrid el año de 1566 a los noventa y dos de su edad, hecho un mártir del amor evangélico y dexando una fama digna de los Prelados de los primeros siglos de la Iglesia.
Don Fray Bartolomé de las Casas, del Orden de Predicadores, y Obispo de Chiapa, nació en Sevilla el año de 1474. Su.padre, aunque noble, carecía de medios para costearle una carrera decente, y le puso á servir con el Almirante Christóbal Colon, en cuya compañía se embarcó para las Américas el año de 1493. Á su regreso de este viaje, en que no se detuvo mucho tiempo, se dedicó al estudio de los sagrados Cánones; y ya instruido en ellos, tomó la resolución de volver á las Américas con varios Sacerdotes, á quienes el bien de las almas llamaba desde aquellos nuevos dominios.
La Isla Española presentaba á Casas el mejor teatro para sus ideas: establecióse en ella; y después de algunos años, y hecho ya Sacerdote, pasó á la de Cuba, en donde tomó á su cargo la instrucción y conversión de los Indios habitadores del lugar de Zaguarama de la misma Isla. La sórdida codicia de algunos Gobernadores de aquel nuevo Imperio oprimía á sus naturales hasta reducirles á una vergonzosa esclavitud: no podia sufrir Casas tan violenta conducta ni remediarla, y arrebatado de su zelo se volvió otra vez á España con ánimo de representar estos excesos al mismo Rey Fernando el Católico.
Hizo la desgracia que quando Casas llegó á España pasó á mejor vida aquel Soberano; y con su muerte resultaron tantos y tan graves negocios, que viendo la imposibilidad de que se atendiese al suyo, lleno de dolor se regresó á la Isla Española, en donde tomó el hábito de Religioso Dominico. En este estado, é impaciente por el infeliz á que veia reducir cada día mas á los inocentes Indios, emprendió otro viage á España, que no le surtió mejor efecto. Clamaba, representaba los desórdenes; pero tan sin fruto, que se vio precisado á volverse, y dexar su empeño para ocasión mas oportuna.
Aunque las Islas de Sto. Domingo y Cuba, en cuyos territorios habia hecho Casas sus primeros ensayos apostólicos, le atraían demasiado, la obediencia le llevó á Guatemala y México, en donde encontró iguales motivos de exercer su caridad. No eran los Indios menos supersticiosos ni menos ignorantes en el continente que en las islas, ni su suerte en lo político era mas afortunada; conociólo Casas bien pronto, y sin desatender á los medios dulces de su conversión, tomó á su cargo el cuidado de su libertad y de sus intereses temporales. Ayudábanle en estos dos importantes ministerios algunos Religiosos de su Orden sostenidos del Obispo de Guatemala; pero como sus ideas no convenían con las de muchos de los Gobernadores de aquellas Provincias, se frustraban todos sus deseos, y tal vez se empeoraba la condición de aquellos pobres, chocando el rigor de los Magistrados con la mansedumbre de los Misioneros.
Viendo Casas que sus esfuerzos eran inútiles, y que de ningún modo podía lograr los fines de su misión, determinó volver á España, y repetir con nuevos testimonios de su justicia las súplicas que en beneficio de los Indios había hecho en sus primeros y penosos viages. Una terrible borrasca y un encuentro fatal con unos piratas Tripolinos pusieron en el mayor riesgo la vida y libertad de Casas; mas la Providencia, que velaba sobre este varón apostólico, le sacó á salvo, y le conduxo al puerto, aun en menos tiempo del que había pensado. Tan inesperado arribo le miró como un feliz pronóstico de su empresa; pero esta idea, que le lisonjeó por el pronto alimentando sus esperanzas, se le desvaneció luego que supo que llamado Carlos V de las turbulencias del Imperio se hallaba en los paises Austríacos. No desmayó no obstante: marchó á la Corte, que á la sazón estaba en Valladolid, y á poco tiempo de estar en ella practicando las mas activas diligencias para ser oído llegó el Emperador.
Como á la vehemencia del interes piadoso de Casas se agregaba su gran talento y una fecundidad extraordinaria en recursos, consiguió que el Emperador le oyese. Sensible este gran Monarca á las representaciones fuertes y patéticas de Casas, mandó que al instante se formase una junta de sabios que las examinara. Estaban opuestos los pareceres, y contradecía á Casas el eruditísimo Teólogo y Cronista del César Juan Gines de Sepúlveda: trataba de sostener este sabio á los Gobernadores, y oponerse á la libertad de los Indios con las leyes divinas y humanas, y con el exemplo de la conducta de los Israelitas vencedores de los Cananeos: su autoridad era de un peso irresistible; pero Casas mas instruido en la materia, y si no mas político, mas humano, le impugnaba y persuadía á su opinión hasta el convencimiento. Era sin embargo difícil resolver sobre estas controversias, y el Emperador para hacerlo con acierto nombró por árbitro de ellas á su Confesor el célebre Domingo Soto.
Mientras se instruía Soto para una determinación que jamas se verificó completamente, se ocupaba Casas en la composición de muchas obras análogas á su primer objeto, y á la historia y gobierno de Indias: trabajó en la legislación de aquellos dominios, en justificar los derechos de sus Soberanos á ellos, en el modo de promulgar el Evangelio á los Indios, en contestar á varios incidentes de sus disputas con Sepúlveda y con el Obispo de Darien, y en la famosa obra intitulada Brevísima relación de la destrucción de las Indias, de la que han hecho el peor uso algunos escritores extrangeros.
Ó por alejarle de la Corte, ó por premiar su mérito incomparable, después de haber renunciado el Obispado de Cuzco se le precisó á Casas á tomar el de Chiapa: fue á servirle, trabajó con el mismo zelo que siempre por la felicidad de los Indios, catequizó á infinitos, les consoló en sus penas, les libertó de muchas vexaciones; y no pudiendo ni con su persuasión ni con sus escritos, corregir los muchos excesos que advertía contra aquellos desgraciados naturales, se volvió últimamente á España. Reninció el Obispado, y clamando oportuna é importunamente, según el consejo del Apóstol, por sus hijos, que así llamaba á los Indios, murió en Madrid el año de 1566 a los noventa y dos de su edad, hecho un mártir del amor evangélico y dexando una fama digna de los Prelados de los primeros siglos de la Iglesia.
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