Florencio Balcarce
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Florencio Balcarce
D. Florencio Balcarce, hijo del virtuoso vencedor de Suypacha, murió á la edad de 24 años, en Buenos Aires, ciudad de su nacimiento, el día 16 de Mayo de 1839.
El joven Balcarce no solo tenía un talento natural muy distinguido sino también mucha contracción al estudio serio. Al examinar sus trabajos emprendidos, los libros de su pequeña biblioteca y los apuntes tomados por él en los bancos de las aulas, se advierte inmediatamente la buena dirección que daba á la cultura de su espíritu. La amena literatura no formaba su ocupación principal, sino el empleo honesto y laudable de los momentos de descanso. En la época en que él se educaba habían declinado mucho los estudios públicos en Buenos Aires, y aspiró á beber su instrucción en mejor fuente. Quien á su edad y propensiones no sueña con las escuelas de Europa, con sus grandes bibliotecas y con el nombre de sus sabios? Balcarce pudo realizar este sueño, y partió para la capital de la Francia en Abril de 1837. Allí se propuso adquirir conocimientos jenerales, y profundizar en especial la ciencia de la filosofía por cuyos problemas manifestaba una predilección innata. Fueron sus maestros, entre otros, los señores Saint-Hilaire, Jouffroi, Lerminier, celebridades con cuyos nombres estamos familiarizados y que entonces estaban al frente de las aulas mas concurridas de Paris.
El barrio latino fue la patria y el mundo esclusivo de Balcarce durante dos años seguidos; dos años que él supo duplicar en duración por su infatigable asiduidad al trabajo y sus largas vijilias. No iban á la par en él la robustez de su cabeza con la de los demas miembros de su cuerpo. Su cerebro, materialmente muy desarrollado, absorbía egoista la vida toda de la existencia que presidía, y llegó día en que la atmósfera de Paris no fué respirable para los pulmones debilitados del joven estudiante. Pensó entonces en los aires patrios, en el agua balsámica de su río natal, en su familia, y vióse forzado á sacrificar á la esperanza de mejor salud la cosecha de saber que se prometía recojer madura por una larga permanencia en Europa.
Esta esperanza fué otra ilusión desvanecida. Balcarce estaba condenado á morir apenas pisase de nuevo el umbral de su casa en la calle que lleva su glorioso apellido, y á dar razón á la exactitud de este pensamiento de Ercilla:
Aquella vida es bien afortunada
Que una temprana muerte la asegura.
Por qué ¿quién puede sernos garante de que mezclado al movimiento de nuestra época, no habría naufragado en algún error, en alguna pasión, ó no se hubiese alistado en algún partido doméstico que le atrajese la enemistad de una gran parte de sus propios conciudadanos? Su temprana desaparición de este mundo, la inocencia de sus actos hasta el momento de entregar su alma al Creador, le aseguran una memoria de amor y de simpatías entre sus compatriotas, mientras haya (y esto será por siglos) amor á la poesía en la ciudad donde fué concebido aquel injenio prematuro.
Balcarce tradujo del francés al castellano el estenso curso de filosofía de Mr. Laromiguiere; el drama de Dumas titulado Catalina Howard, y escribió una novela histórica, y muchos artículos literarios para los periódicos, antes de salir de Buenos Aires. Pero estos trabajos, a pesar de lo que recomiendan á quien en tan corta edad los emprendió y realizó, no son sus timbres ni la prenda de la duración de su memoria. Unas cuantas composiciones poéticas escritas con arte, y sentidas con toda la verdad de que es capaz el corazón, son las hojas de la corona de su fama. Cuando se conocieron por primera vez en Montevideo (en 1833) esas composiciones, escribió sobre ellas D. Florencio Varela un articulo publicado en el número 8 del Iniciador, del cual tomamos las siguientes palabras: "D. Florencio Balcarce aparece ahora en la escena literaria para ocupar después un lugar muy distinguido entre los poetas argentinos. Cuenta apenas 25 años, y seria una injusticia no reconocerle ya acreedor á aquel titulo tan difícil de merecer. En las dos únicas composiciones suyas que hemos tenido la fortuna de ver, (la Partida, y la canción á las hijas del Plata) se descubren ya todas las dotes del verdadero poeta: corazón muy sensible, imaginación ardiente, inspiraciones elevadas, abundancia y propiedad de imágenes, colores naturales, animados, vivísimos, gala de dicción, pureza de lenguaje, y un estilo lleno de lozanía y de soltura capaz de prestarse todas las entonaciones.»
El noble entusiasmo del distinguido critico no le cegaba al espresarse así. Es imposible pensar de inversa manera al leer los versos de la Partida saumados con el aroma de una melancolía grave y de un patriotismo intenso. Imposible es repetir sin conmoverse aquel final de todos las estrofas,
Adiós, Buenos Aires, amigos, adiós,
cuando se sabe que aquella despedida será eterna dentro de poco tiempo.
Las ideas mas poéticas están encerradas en este cuadro limitado. Grandeza de Dios y de la Creación; pequeñez fugaz de la criatura, presentimientos de gloria y de muerte; profecías de una libertad próxima, imprecaciones contra los tiranos inícuos. Todo esto, naturalmente traído y bien dicho, forman entre luces vivas y sombras profundas un cuadro que deja al que le medite una impresión duradera.
Antes de escribir estos adioses había dirijido una composición notable a su condiscipulo el Sr. D. Victor Silva, al ordenarse este de Sacerdote, en la cual le describe con severidad y seso las obligaciones que imponen el estado á que iba á consagrarse.
El comienzo de esta composición es muy feliz:
Humilla al polvo la elevada frente
Y á Dios entona, ó Victor, alabanza,
Qué él te estendió su mano omnipotente,
Y con paterno anhelo
Alzarle quiso á celestial bonanza.... Una composición existe también de Balcarce que es una muestra de su talento y una prenda de la utilidad social de sus trabajos literarios para un porvenir á que no pudo alcanzar. Es una canción que puede titularse: el cigarro, modelo de filosofía popular y de sencillez y nobleza de lenguaje á la vez. Un anciano, guerrero en otro tiempo, fuma á la puerta de su rancho y compara las vicisitudes de la vida con las diversas transformaciones á que el fuego condena á su cigarro hasta convertirle en un pucho inútil. Si algo fuese capaz de dar una idea en lengua estranjera á la francesa, del sentimiento melancólico y prácticamente filosófico que hay en el fondo de las canciones de Beranger, es sin disputa esta cancioncita de Balcarce enteramente orijinal y escrita, como se vé claro, para mostrar como se pueden ennoblecer y como son propios para el arte los incidentes de nuestra naturaleza, de nuestra civilización y de nuestras costumbres. Cuando la pintura tenga entre nosotros mas adeptos que hoy, ha de inspirarse alguno de ellos en la siguiente estrofa que por si sola es un cuadro trazado con la pluma:
En la cresta de una loma,
Se alza un ombú corpulento,
Que alumbra el sol cuando asoma
Y bate si sopla el viento: Bajo sus ramas se esconde
Un rancho de paja y barro,
Mansion pacifica donde
Fuma un viejo su cigarro.
Balcarce tiene muchos puntos de contacto y de similitud con Adolfo Berro, esa otra esperanza arrebatada en flor al Parnaso de la opuesta orilla del Plata. Pero lo que mas les asemeja es el buen rumbo en que ambos se habían colocado al comenzar sus escursiones literarias. Uno y otro habían hecho un estudio esmerado de los recursos del idioma en que debían espresar sus pensamientos. Leían en los antiguos; se inspiraban en una de las eternas fuentes de toda poesía, en la Biblia; y eran orijinales, procediendo con los elementos patrios, como los maestros habían procedido con los que les fueron familiares. La inspiración sola no basta para alcanzar la palma de poeta en las saciedades cultas y artificiales, se necesita la intervención del arte, sin el cual la espontaneidad misma marcha tímida como si la faltase luz y aplomo. Para los poetas hechos por la naturaleza, es para quienes justamente escribió este precepto el amigo de los Pisones: Sapere est principium et fons: Y eso, que él sabia muy bien que los poetas
Son gemís irrítabi e en estremo
Y les hay que aspirando á ciego culto
Hasta el consejo toman por insulto.
Juan María Gutiérrez
El joven Balcarce no solo tenía un talento natural muy distinguido sino también mucha contracción al estudio serio. Al examinar sus trabajos emprendidos, los libros de su pequeña biblioteca y los apuntes tomados por él en los bancos de las aulas, se advierte inmediatamente la buena dirección que daba á la cultura de su espíritu. La amena literatura no formaba su ocupación principal, sino el empleo honesto y laudable de los momentos de descanso. En la época en que él se educaba habían declinado mucho los estudios públicos en Buenos Aires, y aspiró á beber su instrucción en mejor fuente. Quien á su edad y propensiones no sueña con las escuelas de Europa, con sus grandes bibliotecas y con el nombre de sus sabios? Balcarce pudo realizar este sueño, y partió para la capital de la Francia en Abril de 1837. Allí se propuso adquirir conocimientos jenerales, y profundizar en especial la ciencia de la filosofía por cuyos problemas manifestaba una predilección innata. Fueron sus maestros, entre otros, los señores Saint-Hilaire, Jouffroi, Lerminier, celebridades con cuyos nombres estamos familiarizados y que entonces estaban al frente de las aulas mas concurridas de Paris.
El barrio latino fue la patria y el mundo esclusivo de Balcarce durante dos años seguidos; dos años que él supo duplicar en duración por su infatigable asiduidad al trabajo y sus largas vijilias. No iban á la par en él la robustez de su cabeza con la de los demas miembros de su cuerpo. Su cerebro, materialmente muy desarrollado, absorbía egoista la vida toda de la existencia que presidía, y llegó día en que la atmósfera de Paris no fué respirable para los pulmones debilitados del joven estudiante. Pensó entonces en los aires patrios, en el agua balsámica de su río natal, en su familia, y vióse forzado á sacrificar á la esperanza de mejor salud la cosecha de saber que se prometía recojer madura por una larga permanencia en Europa.
Esta esperanza fué otra ilusión desvanecida. Balcarce estaba condenado á morir apenas pisase de nuevo el umbral de su casa en la calle que lleva su glorioso apellido, y á dar razón á la exactitud de este pensamiento de Ercilla:
Aquella vida es bien afortunada
Que una temprana muerte la asegura.
Por qué ¿quién puede sernos garante de que mezclado al movimiento de nuestra época, no habría naufragado en algún error, en alguna pasión, ó no se hubiese alistado en algún partido doméstico que le atrajese la enemistad de una gran parte de sus propios conciudadanos? Su temprana desaparición de este mundo, la inocencia de sus actos hasta el momento de entregar su alma al Creador, le aseguran una memoria de amor y de simpatías entre sus compatriotas, mientras haya (y esto será por siglos) amor á la poesía en la ciudad donde fué concebido aquel injenio prematuro.
Balcarce tradujo del francés al castellano el estenso curso de filosofía de Mr. Laromiguiere; el drama de Dumas titulado Catalina Howard, y escribió una novela histórica, y muchos artículos literarios para los periódicos, antes de salir de Buenos Aires. Pero estos trabajos, a pesar de lo que recomiendan á quien en tan corta edad los emprendió y realizó, no son sus timbres ni la prenda de la duración de su memoria. Unas cuantas composiciones poéticas escritas con arte, y sentidas con toda la verdad de que es capaz el corazón, son las hojas de la corona de su fama. Cuando se conocieron por primera vez en Montevideo (en 1833) esas composiciones, escribió sobre ellas D. Florencio Varela un articulo publicado en el número 8 del Iniciador, del cual tomamos las siguientes palabras: "D. Florencio Balcarce aparece ahora en la escena literaria para ocupar después un lugar muy distinguido entre los poetas argentinos. Cuenta apenas 25 años, y seria una injusticia no reconocerle ya acreedor á aquel titulo tan difícil de merecer. En las dos únicas composiciones suyas que hemos tenido la fortuna de ver, (la Partida, y la canción á las hijas del Plata) se descubren ya todas las dotes del verdadero poeta: corazón muy sensible, imaginación ardiente, inspiraciones elevadas, abundancia y propiedad de imágenes, colores naturales, animados, vivísimos, gala de dicción, pureza de lenguaje, y un estilo lleno de lozanía y de soltura capaz de prestarse todas las entonaciones.»
El noble entusiasmo del distinguido critico no le cegaba al espresarse así. Es imposible pensar de inversa manera al leer los versos de la Partida saumados con el aroma de una melancolía grave y de un patriotismo intenso. Imposible es repetir sin conmoverse aquel final de todos las estrofas,
Adiós, Buenos Aires, amigos, adiós,
cuando se sabe que aquella despedida será eterna dentro de poco tiempo.
Las ideas mas poéticas están encerradas en este cuadro limitado. Grandeza de Dios y de la Creación; pequeñez fugaz de la criatura, presentimientos de gloria y de muerte; profecías de una libertad próxima, imprecaciones contra los tiranos inícuos. Todo esto, naturalmente traído y bien dicho, forman entre luces vivas y sombras profundas un cuadro que deja al que le medite una impresión duradera.
Antes de escribir estos adioses había dirijido una composición notable a su condiscipulo el Sr. D. Victor Silva, al ordenarse este de Sacerdote, en la cual le describe con severidad y seso las obligaciones que imponen el estado á que iba á consagrarse.
El comienzo de esta composición es muy feliz:
Humilla al polvo la elevada frente
Y á Dios entona, ó Victor, alabanza,
Qué él te estendió su mano omnipotente,
Y con paterno anhelo
Alzarle quiso á celestial bonanza.... Una composición existe también de Balcarce que es una muestra de su talento y una prenda de la utilidad social de sus trabajos literarios para un porvenir á que no pudo alcanzar. Es una canción que puede titularse: el cigarro, modelo de filosofía popular y de sencillez y nobleza de lenguaje á la vez. Un anciano, guerrero en otro tiempo, fuma á la puerta de su rancho y compara las vicisitudes de la vida con las diversas transformaciones á que el fuego condena á su cigarro hasta convertirle en un pucho inútil. Si algo fuese capaz de dar una idea en lengua estranjera á la francesa, del sentimiento melancólico y prácticamente filosófico que hay en el fondo de las canciones de Beranger, es sin disputa esta cancioncita de Balcarce enteramente orijinal y escrita, como se vé claro, para mostrar como se pueden ennoblecer y como son propios para el arte los incidentes de nuestra naturaleza, de nuestra civilización y de nuestras costumbres. Cuando la pintura tenga entre nosotros mas adeptos que hoy, ha de inspirarse alguno de ellos en la siguiente estrofa que por si sola es un cuadro trazado con la pluma:
En la cresta de una loma,
Se alza un ombú corpulento,
Que alumbra el sol cuando asoma
Y bate si sopla el viento: Bajo sus ramas se esconde
Un rancho de paja y barro,
Mansion pacifica donde
Fuma un viejo su cigarro.
Balcarce tiene muchos puntos de contacto y de similitud con Adolfo Berro, esa otra esperanza arrebatada en flor al Parnaso de la opuesta orilla del Plata. Pero lo que mas les asemeja es el buen rumbo en que ambos se habían colocado al comenzar sus escursiones literarias. Uno y otro habían hecho un estudio esmerado de los recursos del idioma en que debían espresar sus pensamientos. Leían en los antiguos; se inspiraban en una de las eternas fuentes de toda poesía, en la Biblia; y eran orijinales, procediendo con los elementos patrios, como los maestros habían procedido con los que les fueron familiares. La inspiración sola no basta para alcanzar la palma de poeta en las saciedades cultas y artificiales, se necesita la intervención del arte, sin el cual la espontaneidad misma marcha tímida como si la faltase luz y aplomo. Para los poetas hechos por la naturaleza, es para quienes justamente escribió este precepto el amigo de los Pisones: Sapere est principium et fons: Y eso, que él sabia muy bien que los poetas
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Y les hay que aspirando á ciego culto
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