El regalo de los dioses
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El regalo de los dioses
El regalo de los dioses
En el nacimiento del tiempo, poco antes de que comenzara la era de los Cinco Soles, la pareja creadora, Ometecuhtlitli y Omecihuatl, colocaron, bajo el suelo del recién creado Único Mundo, un tesoro más valioso que el oro y el jade, y que habría de servir a sus hijos, los aztecas, para derrotar a los enemigos que se interpusiesen en el camino del futuro Imperio.
Ese regalo de los Dioses era la obsidiana.
Así pues, durante siglos, los gloriosos guerreros mexicas aztecátl fueron a la batalla sin temor, portando orgullosos sus maquáhuitl de lascas de obsidiana y con la única idea de no fallar a Huitzilopochtli, el Dios de la guerra, el colibrí místico.
Realmente la dura y cortante obsidiana era un regalo maravilloso que no podría pagarse ni con toda la sangre de los enemigos.
Pero un año, aparecieron ante los ojos del Imperio unas extrañas hordas de hombres pálidos y barbados. Creyendo que era la Serpiente Emplumada y su séquito, que regresaba de su milenario exilio, los maquáhuitl de los aztécatl no hablaron hasta que fue demasiado tarde, y ni la dura obsidiana pudo evitar la muerte de la Civilización de Texcoco.
Autor: Rubén Flandes Azkortu
En el nacimiento del tiempo, poco antes de que comenzara la era de los Cinco Soles, la pareja creadora, Ometecuhtlitli y Omecihuatl, colocaron, bajo el suelo del recién creado Único Mundo, un tesoro más valioso que el oro y el jade, y que habría de servir a sus hijos, los aztecas, para derrotar a los enemigos que se interpusiesen en el camino del futuro Imperio.
Ese regalo de los Dioses era la obsidiana.
Así pues, durante siglos, los gloriosos guerreros mexicas aztecátl fueron a la batalla sin temor, portando orgullosos sus maquáhuitl de lascas de obsidiana y con la única idea de no fallar a Huitzilopochtli, el Dios de la guerra, el colibrí místico.
Realmente la dura y cortante obsidiana era un regalo maravilloso que no podría pagarse ni con toda la sangre de los enemigos.
Pero un año, aparecieron ante los ojos del Imperio unas extrañas hordas de hombres pálidos y barbados. Creyendo que era la Serpiente Emplumada y su séquito, que regresaba de su milenario exilio, los maquáhuitl de los aztécatl no hablaron hasta que fue demasiado tarde, y ni la dura obsidiana pudo evitar la muerte de la Civilización de Texcoco.
Autor: Rubén Flandes Azkortu
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