Las tres espadas
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Las tres espadas
Las tres espadas
Durante mucho tiempo después estuvo el malicioso Hujuk en su escondite de Hadrastur, tanto que incluso Belrod y sus hermanas pensaron que había regresado de allí al frío abismo para morar lejos de todo. También los Terribles, los Urunthahil, permanecieron ocultos en la nieve y el hielo de Oroth-Rumil, recuperándose de las heridas recibidas durante la guerra, y alimentando su odio hacia los hijos de Anandare y sus criaturas. Pero acabó el Enemigo por salir, y guió sus pasos hacia el este, hacia los valles de Mirill-Dardaras y Mirill-Ehren, donde se habían establecido los Sargos después de abandonar Nithflin.
- Hijos míos- les dijo- He oído vuestros lamentos, y vengo a ayudaros. Crueles han sido los Gnomos y los Hombres con vosotros, pero en esta hora os digo, que si me seguís, vuestro nombre quedará limpio de toda mancha, y todo lo que se os quitó os será devuelto.
Los Sargos tuvieron dudas, y el temor de una nueva derrota les atemorizó, tanto que uno de ellos dijo:
- Mi Señor, sólo una batalla hemos librado desde el comienzo de nuestros días, y tan nefasta fue que perdimos hasta nuestro rey. No deseamos volver a luchar, estamos bien como estamos, aunque sea sin tanto esplendor ni riqueza como antaño.
Hujuk se sintió insultado y arremetió contra ellos:
- ¡Nunca escupáis a la mano que os tiende un aliado! Si venís conmigo, la victoria será vuestra, sólo tenéis que aceptar, pero si no, seréis mis esclavos para siempre, y os echaré a las bestias del abismo.
Todos se quedaron en silencio, y luego se arrodillaron ante él.
Después partió Hujuk hacia el suroeste, cruzó Ringallin y llegó hasta el cuerno de Ethel-Min, la cuaderna de las Hadas. Allí se deslizó como una sombra hasta el manantial de Cerion, cuyas aguas habían sido bendecidas por Anandare y aquél que las bebía se volvía invulnerable durante un tiempo, llenó una tinaja y desapareció. Pero antes de salir de Ethel-Min, tuvo el descuido de dejarse ver por dos hadas, y éstas corrieron al norte para contárselo a Loorin.
En los Valles Sargos, Hujuk dio de beber a tres mil hombres, y cuando los efectos comenzaron a notarse, los reunió a todos y los condujo hacia Nithflin. Mientras tanto, los Tres fueron a todos los lugares por los que habrían de pasar y trabaron la senda con toda clase de trampas; así tardarían mucho más en llegar, y la invulnerabilidad que habían adquirido duraría menos en la batalla.
Los ejércitos de Hujuk avanzaron siguiendo el curso del río Nager, y al principio aquél pensó que las trampas con las que se topaban continuamente y que poco a poco diezmaban a sus hombres eran sólo fruto de la casualidad, pero luego, cuando vio que el puente de Ilhasar, el más grande y poderoso de cuantos los duendes habían levantado estaba en ruinas, el nombre de Belrod acudió a su mente. No mostró ira, ni dijo una palabra más alta que otra, sólo ordenó a sus tropas que tomaran el camino de Silos Eredrin, aunque tardaran mucho más, y él partió hacia el norte, para enfrentarse una vez más a sus hermanos. Llegó pues y éstos salieron a su encuentro, y lucharon fieramente, los Tres con las espadas de los Gnomos, Hujuk con sus puños. Quiso el infortunio que Ameth perdiera la vida, y su espíritu marchó al lejano mar; sus hermanos lloraron en sus corazones, y su acero habló más fuerte que antes. Pero Hujuk estaba más avezado en las artes de la guerra, y después de mucho logró vencer a Belrod y le dio muerte. Loorin, por su parte, huyó a Ethel-Min, llevándose consigo las espadas bendecidas excepto una, que le arrebató Hujuk antes de que pudiera tomarla. Pero a medio camino, cerca de Baraq-Tur, fue atacada por unos seres misteriosos y voraces y en el intento por escapar la Nathnalion se extravió.
Consumada casi del todo su venganza, Hujuk marchó hacia Nithflin y poco antes de llegar encontró a sus ejércitos. Horas después comenzó el ataque.
Gnomos y mergulungos defendieron la plaza heroicamente, y cuando el poder de Cerion se desvaneció, la balanza se inclinó ligeramente hacia su lado. Pero por poco tiempo.
En la vanguardia de la hueste, Hujuk logró que el miedo y la desesperación nublaran sus corazones, y poco a poco la esperanza de resistir fue mermando tras las altas murallas. Sin embargo la lucha hubo de durar mucho más, hasta que los últimos defensores abandonaron la ciudad. Tomada Nithflin, Hujuk volvió a ponerse en camino, esta vez hacia Oroth Rumil, para reclamar a los Terribles. Una vez ante ellos, les habló así:
- Salve, Urunthahil, amos del cielo. En esta hora os llamo de nuevo a mí, como hijos míos, para que sigáis sirviéndome en la guerra que contra mí han desatado mis enemigos. Años aciagos he tenido que vivir, y mucha sangre, incluso la mía he visto verterse, pero por fin la victoria está cerca. De los Tres, sólo Loorin queda con vida, y sé dónde se ha ocultado. Hoy mismo, Grandes Urunthahil, iréis a la Cuaderna de las Hadas y la buscaréis, y cuando la hayáis encontrado matadla. Pero he aquí que no es sólo eso lo que os pido; lleva consigo dos espadas muy poderosas, semejantes a la que veis aquí, y una de ellas tiene aún más poder que la otra. Traédmelas.
Antes del anochecer partieron las bestias, y Oroth Rumil se quedó en paz, como la mar después de una feroz tormenta.
En Ethel-Min, Loorin tuvo un sueño nefasto, en el que una sombra espeluznante se cernía sobre el sur y la estirpe de Anandare llegaba a su fin. Tomó su espada y en la frontera veló el horizonte desde una montaña. Poco tiempo había transcurrido cuando en el cielo surgieron grandes nubes, oscuras como una noche sin estrellas.
Éstas fueron acercándose, y a una legua de distancia supo lo que eran realmente. Sintió temor, evocada en su mente la antigua batalla, pero se mantuvo firme y aguardó.
Llegaron por fin los dragones a esas tierras, y Loorin bajó al valle para enfrentarlos; a fuego y acero libraron singular combate, pero ella estaba sola, y los Urunthahil eran ahora más fuertes que nunca. Continuó luchando hasta que las fuerzas le fallaron irremediablemente, y entonces huyó a la lejana Torre de Northambol, donde nunca la encontrarían.
Pasó allí muchos días, escuchando de vez en cuando el rugido de los dragones en la lejanía. Cuando ya pensaba que habían cejado en su empeño, se asomó al balcón más alto y oteó alrededor. Aún no habían descubierto aquellos parajes, pues no se veía de ellos ni el más mínimo rastro. Pero de repente les oyó rugir, tan cerca que las cristaleras de la torre se estremecieron, y a poco de eso surgieron de entre la bruma. Las bestias ladearon la cabeza hacia Northambol, y soltando un nuevo rugido atacaron.
Otra vez rechinó el acero, y salpicó la sangre el blanco mármol, horas nefastas para la dama de los bosques, las últimas, pues cayó. Entonces los Urunthahil tomaron su espada, y buscaron la otra entre sus ropas; al no encontrarla registraron la torre, pero siguió sin aparecer. Furiosos, emprendieron el vuelo hacia Nithflin.
- La espada suprema, desaparecida- murmuró Hujuk pensativo, después de oír el relato de los dragones. Luego llamó a los buitres y los cuervos de las montañas que rodeaban la atalaya, y los envió a buscar al lado de los Terribles.
Ocurrió que yendo sobre las colinas y bosques que había por encima de Baraq-Tur, vieron a muchas criaturas, casi tan monstruosas y enormes como los mismos Urunthahil, de las que nunca antes habían oído hablar. Los dragones, recelosos ante la idea de ser vencidos en una futura batalla y caer en desgracia ante Hujuk, ordenaron a los pájaros que los siguiesen y se abalanzaron sobre ellas. Durante largo tiempo, la maldad y la furia de los monstruos estremecieron los bosques y turbaron los arroyos, y nada creció fresco y limpio mientras tanto. Al final ni uno sólo de ellos quedó en pie, y las pocas aves que no habían sido devoradas volaron a Nithflin.
Oyendo que los Terribles habían perecido, Hujuk lloró en silencio, la primera vez en su vida que lo hacía; después dijo a las aves que podían irse, pero que al atardecer estuviesen de vuelta. Así lo hicieron, y antes de que el sol desapareciera del todo tras las altas montañas, el Señor del Este y sus hijos se pusieron en camino.
Pasaron los días, y el rumor de que Hujuk ya no se encontraba en Nithflin se extendió por todo Mergulund y Galas-Thilin. Enseguida Gnomos y Mergulungos se reunieron para decidir si atacaban o no la ciudad, y aunque recelaban de aquella situación, finalmente nadie se opuso a la guerra.
Así pues, algo más de un día más tarde, dos grandes huestes, cada una portando coloridos pendones de tela y plumas, cruzaron la marca oriental y llegaron al valle del Cered Dom.
Otra vez las calles de Nithflin y los campos y montañas de alrededor se llenaron con el clamor de las trompetas, mientras el viento azotaba con fuerza los pendones y los ánimos de un bando y otro. Las dos columnas continuaron la marcha y muy cerca de las murallas se detuvieron, desafiantes. Sólo un instante.
Sin que nadie hubiera dado la orden de atacar, los guerreros atestaron la ladera noreste y comenzaron a poner escalas en el muro, mientras los sargos volcaban calderas de agua y aceite hirviendo y les lanzaban afiladas estacas de madera, cristales, clavos enormes y otras cosas parecidas.
Los primeros en llegar arriba sacaron de entre las ropas más estacas y cantos afilados como cuchillos, y lucharon contra los pocos sargos que no se encontraban junto al muro derribando las escalas y otros tantos más que acudieron a socorrerles. Más tarde llegó otro grupo más, y lograron eliminar a un buen número de mergulungos que se disponían a tomar las calles; mas la entrada de los invasores era ingente, y poco pudieron hacer los sargos por mantener el combate en la muralla y fuera de ella. Al final la barrera defensiva se rompió y las dos columnas penetraron en la ciudad. En el patio de armas, en la calle e incluso en los tejados de las casas, donde las mujeres y los niños tenían preparada una artillería a base de ascuas, leños y vasijas, los sargos hicieron frente a sus enemigos, y aunque eran inferiores en número y poseían menos fuerza, grande fue el daño que les provocaron, sobre todo a los gnomos.
Catorce horas después, cansados y desmoralizados, abandonaron la lucha y sólo un reducido grupo siguió resistiendo, hasta que fue capturado por los invasores y asesinado a sangre fría.
Todos los demás huyeron lejos, y se escondieron para que Hujuk no volviera a reclamarlos nunca más. Todos, excepto unos cuantos leales que se quedaron cerca del valle, en espera de su regreso.
Autor: ruben
Durante mucho tiempo después estuvo el malicioso Hujuk en su escondite de Hadrastur, tanto que incluso Belrod y sus hermanas pensaron que había regresado de allí al frío abismo para morar lejos de todo. También los Terribles, los Urunthahil, permanecieron ocultos en la nieve y el hielo de Oroth-Rumil, recuperándose de las heridas recibidas durante la guerra, y alimentando su odio hacia los hijos de Anandare y sus criaturas. Pero acabó el Enemigo por salir, y guió sus pasos hacia el este, hacia los valles de Mirill-Dardaras y Mirill-Ehren, donde se habían establecido los Sargos después de abandonar Nithflin.
- Hijos míos- les dijo- He oído vuestros lamentos, y vengo a ayudaros. Crueles han sido los Gnomos y los Hombres con vosotros, pero en esta hora os digo, que si me seguís, vuestro nombre quedará limpio de toda mancha, y todo lo que se os quitó os será devuelto.
Los Sargos tuvieron dudas, y el temor de una nueva derrota les atemorizó, tanto que uno de ellos dijo:
- Mi Señor, sólo una batalla hemos librado desde el comienzo de nuestros días, y tan nefasta fue que perdimos hasta nuestro rey. No deseamos volver a luchar, estamos bien como estamos, aunque sea sin tanto esplendor ni riqueza como antaño.
Hujuk se sintió insultado y arremetió contra ellos:
- ¡Nunca escupáis a la mano que os tiende un aliado! Si venís conmigo, la victoria será vuestra, sólo tenéis que aceptar, pero si no, seréis mis esclavos para siempre, y os echaré a las bestias del abismo.
Todos se quedaron en silencio, y luego se arrodillaron ante él.
Después partió Hujuk hacia el suroeste, cruzó Ringallin y llegó hasta el cuerno de Ethel-Min, la cuaderna de las Hadas. Allí se deslizó como una sombra hasta el manantial de Cerion, cuyas aguas habían sido bendecidas por Anandare y aquél que las bebía se volvía invulnerable durante un tiempo, llenó una tinaja y desapareció. Pero antes de salir de Ethel-Min, tuvo el descuido de dejarse ver por dos hadas, y éstas corrieron al norte para contárselo a Loorin.
En los Valles Sargos, Hujuk dio de beber a tres mil hombres, y cuando los efectos comenzaron a notarse, los reunió a todos y los condujo hacia Nithflin. Mientras tanto, los Tres fueron a todos los lugares por los que habrían de pasar y trabaron la senda con toda clase de trampas; así tardarían mucho más en llegar, y la invulnerabilidad que habían adquirido duraría menos en la batalla.
Los ejércitos de Hujuk avanzaron siguiendo el curso del río Nager, y al principio aquél pensó que las trampas con las que se topaban continuamente y que poco a poco diezmaban a sus hombres eran sólo fruto de la casualidad, pero luego, cuando vio que el puente de Ilhasar, el más grande y poderoso de cuantos los duendes habían levantado estaba en ruinas, el nombre de Belrod acudió a su mente. No mostró ira, ni dijo una palabra más alta que otra, sólo ordenó a sus tropas que tomaran el camino de Silos Eredrin, aunque tardaran mucho más, y él partió hacia el norte, para enfrentarse una vez más a sus hermanos. Llegó pues y éstos salieron a su encuentro, y lucharon fieramente, los Tres con las espadas de los Gnomos, Hujuk con sus puños. Quiso el infortunio que Ameth perdiera la vida, y su espíritu marchó al lejano mar; sus hermanos lloraron en sus corazones, y su acero habló más fuerte que antes. Pero Hujuk estaba más avezado en las artes de la guerra, y después de mucho logró vencer a Belrod y le dio muerte. Loorin, por su parte, huyó a Ethel-Min, llevándose consigo las espadas bendecidas excepto una, que le arrebató Hujuk antes de que pudiera tomarla. Pero a medio camino, cerca de Baraq-Tur, fue atacada por unos seres misteriosos y voraces y en el intento por escapar la Nathnalion se extravió.
Consumada casi del todo su venganza, Hujuk marchó hacia Nithflin y poco antes de llegar encontró a sus ejércitos. Horas después comenzó el ataque.
Gnomos y mergulungos defendieron la plaza heroicamente, y cuando el poder de Cerion se desvaneció, la balanza se inclinó ligeramente hacia su lado. Pero por poco tiempo.
En la vanguardia de la hueste, Hujuk logró que el miedo y la desesperación nublaran sus corazones, y poco a poco la esperanza de resistir fue mermando tras las altas murallas. Sin embargo la lucha hubo de durar mucho más, hasta que los últimos defensores abandonaron la ciudad. Tomada Nithflin, Hujuk volvió a ponerse en camino, esta vez hacia Oroth Rumil, para reclamar a los Terribles. Una vez ante ellos, les habló así:
- Salve, Urunthahil, amos del cielo. En esta hora os llamo de nuevo a mí, como hijos míos, para que sigáis sirviéndome en la guerra que contra mí han desatado mis enemigos. Años aciagos he tenido que vivir, y mucha sangre, incluso la mía he visto verterse, pero por fin la victoria está cerca. De los Tres, sólo Loorin queda con vida, y sé dónde se ha ocultado. Hoy mismo, Grandes Urunthahil, iréis a la Cuaderna de las Hadas y la buscaréis, y cuando la hayáis encontrado matadla. Pero he aquí que no es sólo eso lo que os pido; lleva consigo dos espadas muy poderosas, semejantes a la que veis aquí, y una de ellas tiene aún más poder que la otra. Traédmelas.
Antes del anochecer partieron las bestias, y Oroth Rumil se quedó en paz, como la mar después de una feroz tormenta.
En Ethel-Min, Loorin tuvo un sueño nefasto, en el que una sombra espeluznante se cernía sobre el sur y la estirpe de Anandare llegaba a su fin. Tomó su espada y en la frontera veló el horizonte desde una montaña. Poco tiempo había transcurrido cuando en el cielo surgieron grandes nubes, oscuras como una noche sin estrellas.
Éstas fueron acercándose, y a una legua de distancia supo lo que eran realmente. Sintió temor, evocada en su mente la antigua batalla, pero se mantuvo firme y aguardó.
Llegaron por fin los dragones a esas tierras, y Loorin bajó al valle para enfrentarlos; a fuego y acero libraron singular combate, pero ella estaba sola, y los Urunthahil eran ahora más fuertes que nunca. Continuó luchando hasta que las fuerzas le fallaron irremediablemente, y entonces huyó a la lejana Torre de Northambol, donde nunca la encontrarían.
Pasó allí muchos días, escuchando de vez en cuando el rugido de los dragones en la lejanía. Cuando ya pensaba que habían cejado en su empeño, se asomó al balcón más alto y oteó alrededor. Aún no habían descubierto aquellos parajes, pues no se veía de ellos ni el más mínimo rastro. Pero de repente les oyó rugir, tan cerca que las cristaleras de la torre se estremecieron, y a poco de eso surgieron de entre la bruma. Las bestias ladearon la cabeza hacia Northambol, y soltando un nuevo rugido atacaron.
Otra vez rechinó el acero, y salpicó la sangre el blanco mármol, horas nefastas para la dama de los bosques, las últimas, pues cayó. Entonces los Urunthahil tomaron su espada, y buscaron la otra entre sus ropas; al no encontrarla registraron la torre, pero siguió sin aparecer. Furiosos, emprendieron el vuelo hacia Nithflin.
- La espada suprema, desaparecida- murmuró Hujuk pensativo, después de oír el relato de los dragones. Luego llamó a los buitres y los cuervos de las montañas que rodeaban la atalaya, y los envió a buscar al lado de los Terribles.
Ocurrió que yendo sobre las colinas y bosques que había por encima de Baraq-Tur, vieron a muchas criaturas, casi tan monstruosas y enormes como los mismos Urunthahil, de las que nunca antes habían oído hablar. Los dragones, recelosos ante la idea de ser vencidos en una futura batalla y caer en desgracia ante Hujuk, ordenaron a los pájaros que los siguiesen y se abalanzaron sobre ellas. Durante largo tiempo, la maldad y la furia de los monstruos estremecieron los bosques y turbaron los arroyos, y nada creció fresco y limpio mientras tanto. Al final ni uno sólo de ellos quedó en pie, y las pocas aves que no habían sido devoradas volaron a Nithflin.
Oyendo que los Terribles habían perecido, Hujuk lloró en silencio, la primera vez en su vida que lo hacía; después dijo a las aves que podían irse, pero que al atardecer estuviesen de vuelta. Así lo hicieron, y antes de que el sol desapareciera del todo tras las altas montañas, el Señor del Este y sus hijos se pusieron en camino.
Pasaron los días, y el rumor de que Hujuk ya no se encontraba en Nithflin se extendió por todo Mergulund y Galas-Thilin. Enseguida Gnomos y Mergulungos se reunieron para decidir si atacaban o no la ciudad, y aunque recelaban de aquella situación, finalmente nadie se opuso a la guerra.
Así pues, algo más de un día más tarde, dos grandes huestes, cada una portando coloridos pendones de tela y plumas, cruzaron la marca oriental y llegaron al valle del Cered Dom.
Otra vez las calles de Nithflin y los campos y montañas de alrededor se llenaron con el clamor de las trompetas, mientras el viento azotaba con fuerza los pendones y los ánimos de un bando y otro. Las dos columnas continuaron la marcha y muy cerca de las murallas se detuvieron, desafiantes. Sólo un instante.
Sin que nadie hubiera dado la orden de atacar, los guerreros atestaron la ladera noreste y comenzaron a poner escalas en el muro, mientras los sargos volcaban calderas de agua y aceite hirviendo y les lanzaban afiladas estacas de madera, cristales, clavos enormes y otras cosas parecidas.
Los primeros en llegar arriba sacaron de entre las ropas más estacas y cantos afilados como cuchillos, y lucharon contra los pocos sargos que no se encontraban junto al muro derribando las escalas y otros tantos más que acudieron a socorrerles. Más tarde llegó otro grupo más, y lograron eliminar a un buen número de mergulungos que se disponían a tomar las calles; mas la entrada de los invasores era ingente, y poco pudieron hacer los sargos por mantener el combate en la muralla y fuera de ella. Al final la barrera defensiva se rompió y las dos columnas penetraron en la ciudad. En el patio de armas, en la calle e incluso en los tejados de las casas, donde las mujeres y los niños tenían preparada una artillería a base de ascuas, leños y vasijas, los sargos hicieron frente a sus enemigos, y aunque eran inferiores en número y poseían menos fuerza, grande fue el daño que les provocaron, sobre todo a los gnomos.
Catorce horas después, cansados y desmoralizados, abandonaron la lucha y sólo un reducido grupo siguió resistiendo, hasta que fue capturado por los invasores y asesinado a sangre fría.
Todos los demás huyeron lejos, y se escondieron para que Hujuk no volviera a reclamarlos nunca más. Todos, excepto unos cuantos leales que se quedaron cerca del valle, en espera de su regreso.
Autor: ruben
Ruben- Poeta especial
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Luxor- Poeta especial
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